En las Confesiones de un revolucionario (1849), Proudhon se admiraba de descubrir cuestiones teológicas bajo los problemas políticos. De manera similar, podría decirse que toda gran cuestión geopolítica envuelve una cuestión biológica. ¿Acaso Kjellen, forjador del término “geopolítica”, no tituló su obra principal El Estado como forma viviente (1916)? ¿Y no fundó Haushofer el Instituto de Geopolítica en Múnich (1922) para enseñar el “lebensraum” o espacio vital de las naciones? Siendo esto así, la biología puede ayudarnos a comprender la geopolítica actual y sus futuros desempeños.
Desde el s.XVII, la ciencia perdió su integridad y se limitó al estudio experimental de la actividad material. La metafísica murió, y Laplace la sepultó cuando predijo la reducción del universo a un teorema matemático. ¿Justificaría también la ciencia positiva el afán de poder de las naciones? Así sucedió cuando los estudios de Darwin encerraron al hombre en el reino animal y consagraron la lucha por la existencia como ius gentium. Ya de pleno derecho, las leyes de la naturaleza sustituyeron a la Ley natural en los asuntos geopolíticos. Mahan pudo invocar el “dominio de los mares” como sostén del Imperio Británico; EEUU cohonestó su “destino manifiesto” sobre el hemisferio americano; y la lucha por el “lebensraum” desató la hecatombe del s.XX. Defendiendo su razón de estado y sus intereses nacionales, el nuevo simio rozó la autodestrucción. El evolucionismo conducía sin remedio a la guerra universal.
Sin embargo, los dogmas de la ciencia absoluta newtoniana han ido disolviéndose ante los retos del Big-Bang, la Supercuerda, las coincidencias antrópicas o el indeterminismo cuántico. También el paradigma biológico darwinista podría colapsarse. El incipiente movimiento científico del Diseño Inteligente pone de manifiesto la insuficiencia de las mutaciones aleatorias y la selección natural para explicar la evolución. En EEUU, más de 500 científicos han declarado su disenso de las teorías darwinistas. A su vez, el fundamentalismo evolucionista empieza a perder el control de las aulas yanquis: Oklahoma se unió el pasado marzo al grupo de estados que desde 1999 permiten enseñar en sus escuelas las carencias darwinistas. Y la recentísima polémica por entregas (I, II, III, IV) entre el cardenal Schönborn y el físico católico Stephen Barr acerca del “diseño” en la evolución apunta al posible regreso de una ciencia integral, que incluya las causas finales en la explicación de la realidad.
Pero mientras llega el cambio de paradigma biológico, el darwinismo lucha por la supervivencia. Persisten aún sus consecuencias geopolíticas en la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU (2002), que insiste en el principio del “interés nacional”. En este sentido, el progreso no vendrá del relativismo europeo; tampoco del retrógrado liberalismo estadounidense, que deifica el evolucionismo pegando en sus coches el “Darwin fish” o decora sus libros políticos con fotos de Darwin. Cabe más bien esperarlo del avance científico y de conservadores que, como proclamó Bush en su 2º discurso inaugural, lleven a término la unión de los intereses de EEUU y sus “valores más profundos”, derivados de la universal dignidad humana “impresa por el Hacedor de cielo y tierra”. Sólo así quedará fundamentada la seguridad colectiva. Sólo así escaparemos del planeta de los simios y regresaremos a casa.



Publicado en American Review por Guillermo Elizalde Monroset
American Review, 03-04-2006
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