Sobre la política católica y sus perversiones
- Íncipit
Muy a menudo nos es preciso abordar los términos relacionados con política, religión… Y no hay que ser un sabio para percatarse de la enorme confusión que hoy padece el pueblo católico, y como consecuencia el mundo puesto que «Vos estis lux mundi» (1). Esta enorme confusión obliga a los católicos a tomar partido activamente en la labor de formación de las almas, desarrollando un—aunque esta expresión cause escándalo en el «catolicismo» oficial—apostolado político.
Como pretendo demostrar, las consecuencias de la confusión tienen repercusiones a todos los niveles, siendo una crisis total. Por ello, iremos tratando los términos detenidamente, con la finalidad de cooperar en la disipación de estas tinieblas que hoy nublan el juicio de tantos católicos.
2. ¿Qué es la política?
Antes de entrar en la crisis política que azota al mundo católico es preciso detenerse unos instantes, aplicando la regla initium doctrinae sit consideratio nominis. Para ello hemos de referirnos en primer término al concepto de política, ¿qué es la política? Recurramos a los clásicos, en los que se cumple la regla la sentencia platónica: «Los antiguos saben la verdad; si la encontrásemos, ¿para que necesitaríamos entonces seguir preguntando por las opiniones de los hombres?» (2). Pues bien, si vamos a los antiguos encontramos que la política es una virtud, sobre lo cual sostiene santo Tomás: «El Filósofo habla en ese lugar de la virtud moral. Pues bien, la virtud moral referida al bien común se llama prudencia política» (3). No es ni mucho menos la única mención que encontramos en la obra del Aquinate referida a la cuestión en sí, puesto que también encontramos en la primera parte de la Suma de Teología el término «virtuosidad política» (4).
Además de todo ello, santo Tomás en su clasificación de virtudes lleva a cabo una denominación muy sugerente: «virtudes políticas» (5). Estas las define santo Tomás como «aquellas por las que los buenos varones trabajan por el bien de la república y por la seguridad de la ciudad» (6). Por último, la dimensión positiva y virtuosa de la propia política queda de manifiesto en una sentencia que santo Tomás contrapone con la corrupción del vicio: « la razón, en la que está la voluntad, mueve con su dictamen al irascible y al concupiscible, pero no con autoridad despótica, como mueve un señor a su esclavo, sino con autoridad regia o política» (7). Así, podemos definir, con toda esta herencia clásica a la política como la virtud moral prudencial que se dirige al bien común de la comunidad en la que se desarrolla (8).
Ahora bien si—a partir de la Encarnación del Verbo—Cristo asume la naturaleza humana, la naturaleza se convierte en objeto de perfección de la gracia, y esta penetra en las realidades naturales santificándolas y orientándolas a la Bienaventuranza Eterna. Esto es que si la política natural es una virtud, es objeto de santificación de la gracia, y si ello se cumple la política natural deja el paso a la política católica.
3. Política católica
Una vez que nos hemos referido a la definición o concepción de la política natural, esta—al ser santificada por la gracia—se torna en política católica. Ahora bien, al igual que no hay contradicción en la moral como camino a la perfección humana—aun cuando esta ha sido perfeccionada por la gracia—, es absurda la pretensión que sostiene la pluralidad de políticas católicas—como sería absurdo sostener la pluralidad de morales. No, la ley natural es común y por ello sus conclusiones han de ser comunes. Otro aspecto es que existan naturales discrepancias entre pueblos católicos basadas en la contingencia de las creaturas. Ilustrémoslo con un ejemplo: el hecho de que en dos pueblos católicos las penas contra la herejía sean diferentes no excluye que en ambas la unidad religiosa no sea un bien preciado. Es decir, los principios de la política católica son los que han sido desarrollados por el Magisterio, y su aplicación no puede contradecirlos pues ello implicaría la incompatibilidad. Pongamos otro ejemplo: la ideología liberal no puede sostener que al buscar aspectos positivos pueda llamarse política católica, pues fue condenada magisterialmente por los papas.
Bien, ahora por tanto habría que determinar en qué consiste la política católica y si ahora mismo existe algo de la misma. La política católica no tiene otro fin que la del Reinado Social de Nuestro Señor, pues «erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutismo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio» (9). Ello implica que en Cristo—al ser soberano—reside la llamada soberanía. Las ideologías frente a esto lo que han pretendido es crear un nuevo concepto de soberanía ajeno a Dios para otorgarlo a diversos entes: el individuo, la voluntad general, el proletariado, el Estado… Pero la realidad es que no hay soberanía fuera de Dios, por ello los entes modernos «soberanos» de forma lógica acaban sustituyendo la soberanía de Cristo en la sociedad por la suya propia. Ejemplo de ello puede ser la voluntad general votando partidos criminales, la voluntad individual autodeterminándose, el proletariado destruyendo la huella de Dios en la sociedad, el partido fascista italiano persiguiendo a la Acción Católica… Así, es lógico pensar que la coexistencia del Reinado Social de Cristo con la ideología sería una contradicción, pues sostendría que hay dos soberanías—término que es excluyente por naturaleza—.
Respecto a la posibilidad de existencia de política católica es preciso reflexionar sobre la propia dimensión temporal de política católica para establecer unos límites claros de posición. En primer lugar, la política católica debe encontrarse en el momento de la Historia posterior a la venida de Cristo naturalmente, cuando la gracia penetra en el mundo. En segundo lugar, esta dimensión de la sociedad tiene sus bases en la ley natural y en la Revelación, luego debe ser anterior a la ruptura filosófica materializada en las ideologías—cuya naturaleza es inmanente frente a la naturaleza trascendente de la philosophia perennis—. Un sistema político de estas dimensiones no puede hallarse fuera de la contrarrevolución (10), es decir, del sistema político prerrevolucionario también llamado orden antiguo u orden social cristiano (11). Es decir, frente a la pretensión revolucionaria de que la Ciudad Católica debe construirse, el Magisterio sostiene: «la civilización no está por inventar, ni la nueva ciudad por construir en las nubes. Ha existido, existe: es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla, sin cesar, sobre sus fundamentos naturales y divinos, contra los ataques siempre nuevos de la utopía malsana de la revolución y de la impiedad» (12).
4. Perversiones de la política católica
Como previamente hemos señalado, el concepto de política católica se encuentra hoy en profunda crisis. La pregunta es: ¿cuáles son las causas de estas tinieblas? Pues bien, dentro de las causas de confusión hay que tener en cuenta una división—jerarquizada en tiempo e importancia—sobre las causas de la situación.
En primer lugar—siendo las más comprensibles debido a la dificultad del momento—, nos encontramos con un fenómeno muy peculiar del s. XIX. Este consiste en que mientras se sientan las bases de la política católica en contraposición a la revolución, se da una aceptación práctica de la situación por parte de las autoridades eclesiásticas. Repito que no pretendo enjuiciar a los papas, y comprendo que la situación no debió ser sencilla. No obstante, la realidad es que mientras magisterialmente se condenaba el nuevo «orden» revolucionario, al reconocerlo por otra parte, las líneas de la política católica quedaban algo difuminadas. Comprendo que la difícil situación no fue sencilla de manejar y—repito—me parece que esta confusión—indirecta, práctica y no buscada—recibirá por mi parte un trato más indulgente.
Ahora bien, hay un segundo factor de confusión que sí es mucho más importante, en la medida en que ha afectado incluso a la línea teórica de la Iglesia oficial. Paulatinamente, se ha sustituido el concepto de «política católica» por el de «católicos en política». Esta errónea confusión ha sido inducida por una figura terrible y nefasta en al ámbito intelectual del oficialismo católico: Jacques Maritain. No pretendo extenderme ahora sobre la ideología maritainiana, pero en lo que a política se refiere el daño que ha realizado es incalculable. Su visión de la llamada Nueva Cristiandad nos lleva a que «la finalidad de la ciudad temporal no debe apuntar al orden del universo querido por Dios, sino al enaltecimiento de la dignidad humana o, si se quiere a la adquisición plena de toda persona a la libertad de espontaneidad y, sólo a través de esa plena realización, al establecimiento del orden político cristiano» (13). Es obvio que esta teoría no es más que la violación sutil de todo el magisterio político católico, convirtiendo al pueblo católico no ya en soldados que aspiran a restaurar—siguiendo las palabras de san Pío X—la Ciudad Católica, sino en lacayos del Estado liberal, el cual nos permite ser católicos mientras ofrezcamos el incienso debido al Estado garante de nuestras «libertades». Así, la triste realidad es que la Iglesia desde el Concilio Vaticano II, abandonó definitivamente su Magisterio anterior para lanzar a los seglares a un mundo cuya política la Iglesia dio por perdida, o creyó que usando las «libertades» del Estado, se podría dotar de «valores» a la propia sociedad. El personalismo maritainiano es una perversión, pues donde antes estaba Cristo, se coloca al hombre, donde antes se peleaba por Cristo, ahora se pelea por la libertad del hombre. Y estas acusaciones no las hago alegremente y son tristemente contrastables en declaraciones como: « el verdadero realismo del hombre se encuentra en el humanismo, y en el humanismo se encuentra Dios» (14), «La Iglesia debe permanecer en su sitio y dentro de sus límites; y lo mismo el Estado. Tiene que respetar la esencia y las libertades propias del Estado, para de este modo poder prestarle precisamente el servicio que éste necesita» (15) o «el Estado democrático subsiste de valores que él no crea porque su neutralidad no le permite dar fundamentos fuertes al ethos cívico; sin embargo, al garantizar la libertad religiosa, consigue que ese ethos sea suministrado por las iglesias y las culturas ciudadanas» (16).
Esta confusión, que como vemos afecta a las jerarquías más altas de la Iglesia, ha producido la disolución de la política católica de forma orgánica, limitándola a núcleos concretos, huérfanos del amparo de la Iglesia por quienes combaten.
5. Conclusión
Llegamos al final de estas líneas que—pese a la dura descripción de la realidad—pretendo que sean esperanzadoras. Esperanzadoras porque nuestra lucha tiene por cabeza al Rey de reyes, aquel que nos prometió la victoria. Frente a las tinieblas doctrinales, a las deserciones eclesiásticas y a la muerte social que pueden recrudecerse, tenemos la doctrina perenne—aquella que no caduca—, tenemos la doctrina del Magisterio político de la Iglesia y tenemos la legitimidad política de la Comunión Tradicionalista, derivada de su lealtad al Abanderado de la Tradición. Esto implica que la desesperanza es aliada del enemigo y que nuestra lucha prosigue—con alegría y esperanza—, sabiéndonos hombres de enorme dicha, pues Cristo Rey nos escogió para formar parte de los hombres que dieron su vida por restaurar la Verdad y que llevan en sus labios—ahora y siempre que Dios lo permita—: «¡Viva Cristo Rey!
Miguel Quesada
NOTAS
- Mt V, 14: «Vosotros sois la luz del mundo».
- PLATÓN: Fedro, 274. Citado en PIEPER, J.: El ocio y la vida intelectual, Rialp, Madrid, 1979, pág. 148.
- TOMÁS DE AQUINO: Suma de Teología, II-IIae, q. 47, a. 10
- Ibidem, I, q. 47, a. 1.
- Ibidem, I-IIae, q. 61, a. 5.
- Ídem.
- Ibidem, I-IIae, q. 9, a. 2.
- AYUSO TORRES, M. (ed): Estado, ley y conciencia, Marcial Pons, Madrid, 2010.
- PÍO XI, Quas Primas, pto. XV.
- AYUSO TORRES, M.: «La ciudad católica y la acción política del laicado», Verbo,núm. 559-560 (2017), pág. 878: «En España, o lo que quedó de la misma, en cambio, el peso del carlismo será tal que buena parte de las energías del catolicismo político se concentrarán en él, quedando tan sólo fuera el catolicismo explícitamente liberal de los (liberales) “moderados”».
- Son numerosas las pruebas de esto. Frases como: «La restauración del orden de Cristiandad vendrá de la mano de la restauración de las instituciones prerrevolucionarias» (san Pío X) o «La causa de los carlistas es la Causa de Dios» (Cardenal Segura), abundan en la historia del tradicionalismo.
- PÍO X: Carta sobre Le Sillon , Notre charge apostolique (I, 11).
- GAMBRA GUTIÉRREZ, J. M.: La sociedad tradicional y sus enemigos, Guillermo Escolar, Madrid, 2019, pág. 109.
- RATZINGER, J.: «Cristianismo y política», Communio, 2.ª época, XVII (1995), pág. 303. Citado en SEGOVIA, J. F.: «La reforma conciliar en materia política. El comienzo de un comienzo», Verbo, núm. 515-516 (2013), pág. 411.
- RATZINGER, J.: «La significación de los valores religiosos y morales en la sociedad pluralista», Communio, 2.ª época, XV (1993), pág. 354. Citado en SEGOVIA, J. F.: «La reforma … pág. 433.
- Ibidem, pág. 434.
https://circulohispalense.wordpress.com/2020/05/05/sesion-juvenil-v-sobre-la-politica-catolica-y-sus-perversiones/
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores