Al avanzar el siglo XVI y con él la preponderancia de la Casa de Austria, en España, primero y en toda Europa después; la literatura política va tomando unos impulsos y unas formas de valentía, de expresión, audacia de opiniones y pertinacia en sostenerlas, que no solamente en el terreno de la heterodoxia los seguidores de los extravíos de Valdés y Cipriano de Valera escriben diálogos y novelas que son otras tantas armas de combate, sino que los del campo católico, como Villalobos, en sus Problemas y diálogos, López de Palacios Rubios, en el Tratado del esfuerzo bélico, y Hernán Pérez de Oliva, en su Diálogo de la dignidad del hombre, ofrecen cuerpos de doctrina ortodoxa yverdaderos arsenales de armas apologéticas, en la forma amena que el diálogo o una narración imaginaria, siempre proporciona.

El mismo Erasmo, que desde Holanda, tanta influencia tuvo para encaminar los ideales de la Reforma protestante hacia una ironía no del todo inocente, que tantos lectores tuvo, en España, y que anticipó en dos siglos la labor demoledora de Voltaire; acude al cuento y al diálogo para sembrar sus escepticismos irreverentes o, por lo menos, su sátira poco caritativa.

A la época del César Carlos pertenece el Relox de Principes (Marco Aurelio) de Fray Antonio de Guevara, verdadera novela político-social que, en opinión de Menéndez y Pelayo, es el tratado más completo de cuanto en ciencias morales podía escribirse en su época.
Hay en esta obra elegantes amplificaciones sobra la paz y la guerra, sobre la fortuna y la gloria, sobre al ambición y la justicia; invectivas muy valientes contra la tiranía y todo género de iniquidades; «sanos consejos pedagógicos, advertencias, máximas y documentos de buen gobierno, que, no por ser vulgares, dejan de ser eternamente verdaderos, y que cobran nuevo realce por la alusión no muy velada a las cosas del momento. Y viose desde entonces cómo la literatura político-social podía ser arma eficacísima de combate entre todos los pueblos y civilizaciones. Francia, Inglaterra, Alemania e Italia vertieron, divulgaron e imitaron el Relox de Principes con una persistencia y un entusiasmo tales, que solo los textos del Amadis de Gaula, la Celestina o el Quijote, pudieron comparársele.

Prosiguen en los reinados de los Felipes, en España, las novelas sirviendo de vehículo a opiniones políticas, éticas y religiosas, y como algunas de ellas, (por no decir todas), aparecían ataviadas con el bien decir yexpresadas en un idioma castizo, sonoro y de una flexibilidad extraordinaria, resultaba que la obra de finalidad doctrinal o apologética, convertíase fácilmente en un monumento literario tan valioso como imperecedero.
De este modo Antonio Pérez exponía sus ideas regalistas y hasta utópicas en su Norte de Principes; Saavedra Fajardo remozaba los laureles de Plutarco y Tácito y Márquez en su Gobernador Cristiano;Rivadeneyra, con su Príncipe Cristiano, y otros, desarrollaban todos los principios de una teocracia tan sabia, como clemente y previsora; mientras don Francisco de Quevedo, en su Vida de Marco Bruto y de San Pablo, afianzaba los principios más ortodoxos acerca de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Verdad es que este mismo autor en sus Sueños, Las zahúrdas de Plutón, El alguacil alguacilado y El libro de todas las cosas, cultivaba la sátira social, no perdonando estamento, cargo, linaje ni jerarquía, y no dejando sin ridiculizar ningún abuso, defecto, ni debilidad humana.

Llega la literatura política a la cima de su perfección y consigue producir verdaderas revulsiones en la sociedad de su tiempo por medio de los libros de Baltasar Gracián, no sólo en los que vertió o imitó del italiano, sino en los suyos originalísimos y tan rematadamente intencionados. Su pesimismo fue echando tan hondas raíces a través de las generaciones sucesivas, que no ha faltado quien ha hallado en Schopenhauer reproducido fielmente el pesimismo de Gracián.

La sátira mitigada y los ecos de Luciano, Petronio y Apuleyo que fácilmente se distinguen en el Diablo Cojuelo de Vélez de Guevara (1611), y en el siglo anterior, en El Crotalón de Cristóbal de Villalón y en los Coloquios Satíricos de Antonio de Torquemada, aunque pueden entrar de lleno en el estudio de la literatura político-social, no obtienen de la posteridad el aplauso ni la conmoción con que las inteligencias se sintieron influidas por las obras de Guevara, Gracián y Quevedo.

Al siglo XVIII corresponde la iniciación de la política y de las ciencias sociales y morales dentro de la novela, desde sus formas más inofensivas y de mera lucha literaria o científica, (el P. Feijóo, el P. Isla, Cadalso), hasta la de una resuelta acometividad que, no vacilando en abandonar los principios de la sana ortodoxia, acude al sofisma, a la diatriba y, lo que es peor, al frenesí de la pasión desbordada, para romper lanzas en pro de los ideales o utopías que patrocina.
Muchas páginas de Marchena, Olavide, etc. so pretexto de exponer teorías de un humanitarismo arcádico, un colectivismo agrario, o una inocente filosofía sensualista; no vienen a ser más que migajas de la mesa de Rousseau o de Voltaire, mal condimentadas enun castellano bárbaro y afeado por la adopción de innumerables e inapropiados galicismos.

Pedro de Montengón, exaltado por la lectura del Cándido y del Emilio, y creyendo ser la única religión posible una mezcla de deismo, panteísmo y protestantismo cuáquero, hilvana su novela Eusebio, que entra de lleno en los gustos del público español de buena fe que agota varias ediciones de tan soporífera novela, que, hasta la mitad del siglo XIX, es leída entre nosotros y pasada de mano en mano en miles de hogares de españoles, que no aciertan a ver sombra de mancha, ni el asomo siquiera de la cola serpentina, en un libro cuyos principios pugnaban con los más elementales dogmas de la ortodoxia.