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martes, abril 18, 2006

GLORIA Y DESGRACIA DEL MUNICIPIO ESPAÑOL



“Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española, que Calderón sublimó hasta las alturas del arte en El Alcalde de Zalamea, y que Alejandro Herculano ha inmortalizado en la historia.”
Marcelino Menéndez Pelayo, Brindis del Retiro



La decadencia en que la vida municipal española y más ampliamente hispánica entró desde las postrimerías de la desamortización civil y eclesiástica, fue empeorando en el transcurso del régimen liberal. Lejos de corregirse con la sedicente democratización acontecida tras la Constitución de 1978, no ha venido sino a agravarse. No es un fenómeno aislado, sino conectado con los contradictorios paradigmas de un desarrollismo incoherente y del nihilismo que impulsa todos los movimientos del individuo y de la sociedad.

Los últimos días han sido pródigos en denuncias de lamentables y escandalosas situaciones de corrupción, especulación y delitos tangenciales en municipios de la Costa del Sol. Inmediatamente la opinión pública se ha puesto a señalar episodios que no tienen nada que envidiar respecto de los que han saltado a la actualidad. Nosotros, los carlistas, llevamos mucho tiempo poniendo en entredicho las actuales carencias del municipalismo. Si la representación se halla usurpada por los partidos políticos en unas falsas cortes, más sangrante es la situación de las municipalidades, homogeneizadas por el impulso legislativo estatal o autonómico, y dejadas en manos de mafias partidistas. La supuesta “autonomía local” no pasa de la gestión, como pone de relieve la actualidad, de los intereses encontrados de grupos empresariales ajenos al municipio, que previamente ya se ha decidido al margen del mismo.

También resultan alarmantes los criminales ataques contra el medio y la sostenibilidad que representa este modelo de desarrollo. Recientemente los carlistas gijoneses y albaceteños han mostrado su oposición a los planes de ordenación urbana de ambos ayuntamientos (gobernados los dos, por cierto, por la coalición frentepopulista de PSOE e IU). En todos estos ataques se dan la mano la especulación económica (no exclusiva de la derecha, como se ve), con la hostilidad hacia las formas de vida tradicional y la legítima propiedad privada. En ambos casos se procede a especulaciones sobre áreas tradicionales, que a veces custodian un patrimonio etnográfico en vías de desaparición, y que promueven un modo de vida respetuoso con el medio ambiente y su preservación. Frente a ello la vorágine especulativa pretende amplios bloques de hormigón y el fomento del ocio, agresivo con el medio y reservado a unos cuantos. Para acercamiento a la “cultura” y exhibición de respeto a los vecinos, ya se encargan estos ayuntamientos de dedicarles calles a las Brigadas Internacionales o las proetarras “Madres de la Plaza de Mayo”. Volver a los nombres tradicionales, que van desapareciendo poco a poco desde que los primeros alcaldes sectarios llegaron con José Bonaparte, no está en su agenda. Sí lo está, en cambio, mantener a costa del erario público vastas redes clientelares, que no se limitan al aumento desmesurado del número de funcionarios y de cargos de confianza, sino que mediante subvenciones y concesiones sostienen un entramado de organizaciones, a menudo de extrema izquierda, a veces difícil de desenmarañar. Sobre todo ello, la mala administración y el simple y llano despilfarro son la regla.

Esta política municipal (o antimunicipal) tan brillante se lleva a cabo a costa, además, de subidas sin cuento del Impuesto de Bienes Inmuebles, de carácter cuasi confiscatorio, y que afecta más a las rentas medias y bajas. En Albacete, por ejemplo, la revisión de los valores catastrales supone un aumento medio del 149,3%, lo que supondrá pagar más impuestos no sólo en concepto de IBI, sino también de IRPF, Sucesiones y Donaciones, Transmisiones Patrimoniales y Patrimonio. Desde el año 2000 el IBI ha subido más de un 30%, una subida desmesurada que ahora se quiere aumentar. En la modificación de la Ordenanza Fiscal, aprobada provisionalmente, se recoge una disminución de los tipos de gravamen de los bienes inmuebles hasta el 0,53%. Esta disminución es tan insuficiente que, lejos de disminuir la cuota a pagar el próximo año en concepto de IBI, supondrá un aumento de más del 7% de media. Así se aumentará la recaudación en más de 1.700.000 €. Pero además, como consecuencia del aumento de la base liquidable hasta el año 2015 y de no bajar el tipo impositivo todos los años, la cuota a pagar subirá más de un 11% de media cada año hasta el 2015. Algo absolutamente desmesurado e injusto, máxime en un período de gran inflación.

Todo ello contrasta poderosamente con los modos tradicionales, sostenibles, equilibrados y armoniosos de desarrollo social municipal. En la organización de comunidades de Villa y Tierra castellanas, que subsisten en no pocos aspectos, se estableció que “(…) eran patrimonio de la comunidad las fuentes naturales de producción. Se establecían como tales principalmente los bosques, las aguas y los pastos (que ocupaban lugar muy importante en la economía). Con esta propiedad colectiva coexistía armoniosamente la privada de las casas y las tierras de labor. También era propiedad de la comunidad el subsuelo: «salinas, venas de plata e de fierro e de cualquiera metallo», dice el Fuero de Sepúlveda. Ciertas industrias de interés general, como caleras, tejares, fraguas y molinos, eran con frecuencia propiedad de los municipios, que también tenían tierras comunales, por cesión que de ellas les hacía la comunidad para que atendieran a las necesidades municipales. Como el suelo era propiedad de la comunidad, ésta podía repoblarlo, y hay casos bien conocidos en que una comunidad puebla lugares de su territorio, creando dentro de ella nuevos municipios. Así la Comunidad de Segovia puebla El Espinar y cede gratuitamente algunos pinares a su municipio; y así también el Concejo de la Comunidad de Segovia concedió licencia a algunos vecinos para hacer nueva población en un lugar –hoy de la provincia de Madrid– que se llamó Sevilla la Nueva, por ser su primer alcalde Juan el Sevillano –natural de Sevilla–” (Anselmo Carretero y Jiménez, La personalidad histórica de Castilla en el conjunto de los pueblos hispánicos). ¡Qué contraste con las edificaciones actuales a golpe de talonario, decretazo, impuestos confiscatorios y desprecio del medio ambiente!

Late en el fondo la problemática de la omnipresencia del Estado en la organización política, que termina en la secuencia partidista, deudora de favores políticos con los grupos económicos por no servir a los intereses municipales. El poder legítimo ha de servir a los principios de totalidad y subsidiariedad, armonizándose y respetando los legítimos ámbitos de unos y otros. Así el eximio jurisconsulto valenciano y diputado carlista Aparisi y Guijarro hacía, en los albores de la centralización, esta acertada analogía: “La antigua España nunca fue amiga de una centralización exagerada; ni conviene que la sangre se agolpe al corazón, sino que debidamente se distribuya por todos los miembros. Considerando lo cual, y que si de lejos puede gobernarse justamente, sólo de cerca se administra bien, el Ayuntamiento y la Diputación estarán revestidos de amplias facultades para entender en cuanto concierna al fomento moral y material del pueblo y de la provincia.”

La democracia como forma de gobierno, y no como ideología al estilo liberal (como develó la reunión de amigos de la Ciudad Católica “¿Crisis en la democracia?”, Madrid 1982) encuentra su perfecto acomodo en el municipio, al decir de los clásicos. Aristóteles defendía la politeia o democracia tomando como referencia la organización de la ciudad-estado griega; una sociedad no excesivamente numerosa, con unas dimensiones relativamente reducidas y con autosuficiencia económica y militar, de modo que pueda atender a todas las necesidades de los ciudadanos. Modelo perfectamente transponible a la municipalidad hispánica. Y advertía Aristóteles de la degeneración de esta forma de gobierno en demagogia, donde la misma prevalece sobre el bien común, pese a la apariencia de gobierno de todos. Visión clarividente de lo que acontece en la actualidad, cuando los intereses ajenos al municipio se han apropiado de la representación, liberal, inorgánica, falsa.

Por eso hace casi veinte años los carlistas acordaron no presentar candidaturas con el nombre de la Comunión a las elecciones municipales: tanto por catequesis política como por empezar a minar en la práctica el monopolio de los partidos políticos (aunque la Comunión Tradicionalista no sea, propiamente, un partido), conviene que los españoles recuperen la costumbre de dar el voto a sus vecinos por sus méritos, no por sus siglas. No se descartó apoyar a determinadas candidaturas independientes. Porque el Carlismo no podía plegarse a esta manipulación de la verdadera municipalidad. Ejemplo de esta actitud fue el ayuntamiento de Belmonte de San José, regido ejemplarmente por el difunto Roberto Bayod, antiguo jefe regional de la Comunión Tradicionalista del Reino de Aragón.

Los tradicionalistas (en el sentido amplio del término) de otros lugares, en especial los de lengua inglesa, ya han empezado a recuperar y poner en práctica las ideas de los grandes movimientos de vuelta a la tierra, gremialismo, distributismo, cooperativismo, etc. de principios del siglo XX. En ámbitos reducidos es sin duda más fácil poner en práctica la restauración. Pero tampoco debemos dejar al margen a los medianos y grandes municipios modernos. Hay algunos ejemplos, no perfectos pero sí interesantes, en Francia, en el Tirol del Sur hoy invadido por Italia... En esta hora tan urgente, aprestémonos a construir, a reconstruir sin cesar. La reconquista de los municipios (desde los que tanto se puede hacer, a pesar de su decadencia) no es suficiente, puesto que el sistema entero nace de los mismos errores; pero puede ser un buen comienzo.


Villores