Corporativismo y cuerpos intermedios
A medida que el despotismo estatal toma carta de naturaleza la discusión sobre la concreción del principio de subsidiariedad pasa planos más próximos. En este contexto es importante señalar las diferencias entre la concepción católica y la visión estatal moderna.
El principio de subsidiariedad adoptó en la Monarquía Católica la forma de lo que hoy conocemos como los cuerpos intermedios. Antes de nada, debo advertir que esta denominación me resulta infeliz, pues parece hacerse eco de la artificial división entre individuo y Estado, propia del liberalismo, colocando a las corporaciones entre ambos extremos. Estas instituciones surgían de forma orgánica por el impulso social humano al calor de la flexibilidad social y jurídica del orden cristiano. La complejidad social empujaba al surgimiento de formas de organización más complejas que la mera acción familiar, tomando cuerpo en entes sociales que canalizaban la recta participación política. Ésta se funda en la integración de los hombres acordes con su papel en la sociedad misma, nutriendo la complejidad social y jurídica con formas institucionales que informan el orden político, haciendo posible que éste obre tomando en consideración las realidades sobre las que gobierna.
El estatismo, ya sea en su forma acabada o bien en su forma abocetada bajo el paraguas de la paraestatalidad absolutista, se convirtió en el principal enemigo del principio de subsidiariedad y, por tanto, de la concreción hispana que representaban los cuerpos intermedios. Ante la complejidad social, huérfana de amparo por el despotismo estatal, se ideó la fórmula de lo que posteriormente se ha denominado el corporativismo. Así, el Estado alargó su brazo ejecutor en prolongaciones del mismo. Esto es particularmente apreciable en la fórmula fascista corporativa, la cual denomina corporaciones a entes que no pasan de ser entidades subordinadas al Estado. En la concreción española fascista, el falangismo hizo del sindicato un eje vertebrador social subordinado al Estado y con ello creyó suplir el vacío de los cuerpos intermedios. Sin embargo, ello desnaturalizó al sindicato mismo, que pasó de ser una institución que defendía a los trabajadores del poder del dinero a ser una organización más del inmenso aparato estatal. Con un juego de palabras podríamos decir que dejó de ser un cuerpo intermedio para convertirse en un miembro más del único cuerpo que la revolución toleró.
En un mundo en el cual se evidencia la necesidad del surgimiento de grupos capaces de frenar el poder no desde su estadio superior, sino desde campos exteriores al mismo, no debemos caer en el sofisma del corporativismo como fenómeno de esperanza, pues no haría más que afianzar el despotismo que padecemos.
Miguel Quesada, Círculo Hispalense
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