Mal menor y voto útil

Sólo es lícito votar en conciencia por el bien mayor


Juan Manuel de Prada


Para pescar votos entre los incautos ya no se apela al mal menor, tan socorrido durante tanto tiempo tal vez porque los católicos, incautos o sin incautar, se han muerto ya todos. Hasta hace poco, a los católicos sus obispos turulatos les pedían que, al votar, eligiesen el mal menor; es decir, que votaran al menos malo de los partidos mayoritarios concurrentes. Pero aquella petición era una flagrante aberración moral, porque no es lo mismo elegir entre dos males naturales (pongamos por caso, entre darnos quimioterapia o dejar que el cáncer vaya a su aire) donde se puede elegir prudentemente, que elegir entre dos males morales. El acto de elegir entre hacer el mal de una manera o de otra es, en sí mismo, una aberración moral.

Además, con el paso del tiempo fuimos descubriendo que el mal menor, como la tortuga en la paradoja de la tortuga de Zenón de Elea, no se quedaba quieto ni a tiro, de tal modo que lo que ayer era el mal mayor, hoy pasaba a ser mal menor, y así indefinidamente. Y entretanto, nuestra conciencia moral se iba convirtiendo en el coño de la Bernarda. Así llegó ese momento en que la noción de bien quedó por completo oscurecida, y lo bueno fue sustituido por lo útil, según la doctrina de David Hume. Para este belitre, los juicios morales nacen del sentimiento de una emoción o agrado interior que calibra con dos medidas: la utilidad, que nos permite calificar como buenas las acciones que mayor agrado nos procuran, y la simpatía, que es la tendencia a participar de los sentimientos de los demás, para formar parte de la tribu. Así, la utilidad de Hume se convierte no sólo en una aberración moral, sino también en una llamada al gregarismo.

De ahí que al malmenorero que ha terminado con la conciencia hecha fosfatina se le pida ahora el voto útil; o sea, que dimita por completo de las inquietudes morales y vote gregariamente aquello que le brindará el placer de formar parte de una tribu numerosa. Así el malmenorero se convierte gozosamente y sin remordimiento alguno en utilitarista (y tonto útil). Castellani, que por supuesto era un furibundo detractor de la doctrina clericaloide del mal menor, se revolvía contra sus partidarios, que siempre engañaban a los católicos, diciéndoles que la peor Cámara era preferible a la mejor camarilla, pero que, a la postre, sólo habían conseguido juntar... la peor Cámara con la peor camarilla. Pues la democracia, en vez de traer la máxima autoridad con la máxima libertad (que es la solución óptima), termina siempre trayendo la mínima autoridad con la mínima libertad; es decir, una mezcla de anarquía y tiranía, que es donde ahora estamos, en esta fase terminal de las democracias.

Sólo es lícito votar en conciencia por el bien mayor, aunque haciéndolo no podamos formar parte de la tribu. Y si el bien mayor no lo hallásemos por ninguna parte, hay que rescatar el Non Expedit de Pío IX, que es el único documento pontificio sobre materia electoral digno de ser leído.





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