Revista FUERZA NUEVA, nº 145, 18-Oct-1969
REVOLUCIÓN Y SUBVERSIÓN (continuación)
(... ) Hemos anotado varias veces en estas líneas, la falta de interés del proletariado por la revolución en la sociedad tecnológica moderna. Vamos a ampliar y precisar este punto. Marx, que había partido del estudio de la sociedad industrial inglesa del XIX, se encontró con un proletariado explotado y pauperizado, en tiempos turbulentos -revoluciones europeas de 1830 y 1848, comuna parisina- y le asignó un papel de protagonista que no le correspondía, y le supuso un potencial revolucionario desorbitado. Lenin intuyó seguramente el error, cuando sustituyó el proletariado por el partido, como sujeto histórico de la revolución. Pero fue un teórico eminente del socialismo, Bernstein, quien en 1899 refutó el marxismo, anunció el fin de la lucha de clases, la revolución pacífica de los conflictos laborales y la integración del obrero en la sociedad. Fue el principio del socialismo reformista europeo, el “socialismo de Amsterdam”, la IIª Internacional.
El tiempo les ha dado totalmente la razón. El P. S. de Alemania occidental ha ratificado recientemente el repudio de la lucha de clases. Para Raymond Aron, profesor de sociología en la Sorbona, la fuerza conservadora fundamental en las sociedades industriales desarrolladas está en los sindicatos obreros. En Inglaterra y EEUU, la revolución es inimaginable. En los EEUU, los obreros portuarios se han negado a cargar los barcos de trigo concedidos a Cuba. Kruschev fue abucheado cuando visitó fábricas en Norteamérica. En mayo 68, los obreros franceses negaron la entrada en las fábricas a los estudiantes de la nueva izquierda, y no quisieron sumarse a sus manifestaciones. Una vez obtenidas sus peticiones laborales, moderadas, se reintegraron ordenadamente al trabajo. Habían tenido el poder a su alcance en un Estado que se desintegraba, pero no quisieron la revolución.
Este rechazo de la revolución, esta aceptación del “establishment” es hoy reconocido por todos los pensadores marxistas independientes, como Gorz, Mallet o Marcuse, y por la Nueva Izquierda, aunque los soviéticos sigan aún oficialmente aferrados a la vieja teoría marxista.
El motivo del error de la doctrina de Marx es, en parte, equivocaciones básicas de partida y en parte de no haber podido prever la evolución de los tiempos. Los teóricos rechazan ahora las doctrinas de Marx, calificándolas de utópicas; se trataría, sostienen, de elucubraciones gratuitas. Las nociones de izquierda, clases, proletariado, serían entelequias, generalizaciones abusivas. Por ejemplo, no se puede hablar hoy en día, en la sociedad tecnológica avanzada, de clases estancadas y ni siquiera de clases y, por consiguiente, de proletariado; no hay fronteras.
Pero el motivo del conformismo es sobre todo social. La sociedad tecnológica avanzada, con su aumento de la productividad y con la automoción, ha logrado la elevación del nivel de vida del obrero, su cultura, la seguridad social, la estabilidad, hasta el punto de que un marxista, como Marcuse, llega a decir en un seminario sobre “las transformaciones del carácter y del papel de la clase obrera”, celebrado en Yugoslavia en 1964, que “las ideas que encontramos en Marx se refieren a un momento históricamente superado, la revolución ya no es una necesidad vital” para el obrero.
Al dejar el proletariado industrial de ser el sujeto histórico de la Revolución, queda vacante este papel de protagonista. Ha habido, pues, que buscarle un sustituto.
Lenin, desengañado de la voluntad revolucionaria del proletariado occidental, ideó hace años una nueva doctrina, otro “retoque” al marxismo, que se llamó “Geografía de la Revolución”, en la que transfería el papel de promotor a los pueblos coloniales, a los orientales, a los subdesarrollados, al “tercer mundo”. Los teorizantes del marxismo nos explican que cuando Marx eligió la clase obrera como único sujeto de revolución fue porque representaba la negación absoluta de lo existente y porque reunía las condiciones óptimas: desesperación, desarraigo, falta de compromiso y de intereses. Esto, precisamente, es lo que ya no es el obrero occidental, pero sí el hombre del tercer mundo, sólo que carece ahora de preparación política; será solamente peón de la revolución. Ya estamos lejos de la clase elegida, la clase mesiánica.
En realidad, no pretendía Marx redimir directamente al obrero, sino utilizarlo para la subversión total. Vemos a menudo que los grandes del marxismo, Marx, Engels, Lenin, Trotsky, ante las calamidades populares: guerras, crisis, incluso supresiones sangrientas de levantamientos, expresan cínicamente su satisfacción. Son las desgracias, motivos de odio que espolea la subversión. Ahora se trata de explotar el hambre endémica, el ínfimo nivel de vida, las epidemias, las guerras orientales, las luchas tribales africanas, el bandidaje sudamericano, antes que la extensión del progreso técnico y social al tercer mundo le haya restado violencia revolucionaria.
Esta es la nueva versión de la “revolución permanente” trotskysta que preconiza la nueva izquierda. Se trataba de encontrar un nuevo proletariado, en el sentido del término, una clase social que fuese impulsada por la existencia a la revolución. Los neoizquierdistas pensaron inicialmente que los universitarios podían ser el nuevo proletariado; después creyeron que podía serlo la gente de color”.
Esto es también lo que predica constantemente Marcuse y lo que se acordó en las controversias sobre la “violencia en la oposición” que presidió en la Universidad Libre de Berlín, en 1967, y en las que participaron los cabecillas de los estudiantes extremistas alemanes, como Rudi Dutsche y Lefevre y el de los franceses, el judío alemán Cohn Bendit.
El Che Guevara en su “Mensaje a la Conferencia Tricontinental” de La Habana, de 1967, pidió la extensión de la guerrilla a toda Iberoamérica y la creación de nuevos “Vietnam” por el mundo. Los estudiantes e intelectuales yanquis de la “New Left” apoyan y azuzan a organizaciones racistas terroristas negras, como las Panteras negras” o los “Hermanos Musulmanes”. Los neoizquierdistas y la inteligencia de todo el mundo han logrado, con sus campañas y manifestaciones, detener la intervención anticomunista de los EEUU en Asia, han salvado a los comunistas de Hanoi y lograrán se les entregue Vietnam del Sur. Luego vendrá todo el sudeste asiático. Arrecian las campañas contra la España de Franco, contra la “Grecia de los coroneles”, contra Portugal, el Brasil, Sudáfrica. Los levantamientos estudiantiles mundiales intentan arrastrar a los obreros. Cohn Bendit propone la creación de comandos de “acción” mixtos estudiantes-obreros, y se lanzan ya de por sí al terrorismo, atracos, secuestros, atentados, incendios y voladuras.
Como vimos al principio, y comprobamos ahora, el verdadero promotor de la revolución es el “intelectual comprometido”, la “intelligentsia”, ahora Nueva Izquierda.
Así pues, el ecumenismo revolucionario está en la Nueva Izquierda y tal vez en China.
El papel de China (1969) es confuso y su situación real mal conocida. Hay quien dice que todo marxista no encuadrado por los soviéticos es maoísta. Existen grupos y organizaciones pro-chinas en Occidente y por todo el mundo. Los cabecillas de los estudiantes franceses de mayo 68 y el Ministro del Interior Raymond Marcelin denunciaron la intervención china, desde su embajada en París, en el levantamiento.
Los agentes chinos pululan por todo el sudeste asiático, por Zambia y toda la costa oriental africana, por el África atlántica y norte. En Cuba y Albania. De Bandung fue excluida la URSS, pero no China, que fue invitada y desempeñó un papel decisivo.
Prestigia a China el haber realizado su revolución contra las instrucciones stalinianas de Borodin y Gallen, que llegaron a expulsar del P.C. a Mao. Fue una subversión campesina, sin proletariado industrial urbano, que se saltó el estadio intermedio, indispensable según Marx; el Kuomintang en este caso. A los ojos de los neoizquierdistas tiene otros méritos mayores: el radicalismo, que la llevó a intentar realizar el comunismo integral -el Salto adelante- aunque fue obligada a retroceder. El haber rechazado la coexistencia pacífica y proclamado la revolución permanente, la subversión mundial. Pero con la Revolución Cultural -que principió cerrando las Universidades y ha acabado enviando a los estudiantes al campo y a las obras públicas- Mao ha quebrantado el P.C. chino y la Administración, dejando solo un Estado militar. El nacionalismo chino creciente y algún retroceso en el exterior parecen inquietar ahora (1969 a la “intelligentsia”.
***
Se va dibujando el papel preeminente de la Nueva Izquierda, la “intelligentsia” de nuestro tiempo en la subversión mundial. Veamos que es la N. I.
Como N. I. han de considerarse los izquierdistas revolucionarios de diferentes matices, que rechazan la IIIª Internacional, el stalinismo, a la URSS y satélites, a los P.C., por su desviación autoritaria, jerarquizada, por haber impuesto una dura disciplina laboral, por mantener el Estado, por no haber realizado el comunismo integral, por haber abandonado la revolución mundial. Se sitúa, pues, a la izquierda del marxismo-leninismo soviético. La N. I. es la tendencia hacia el comunismo libertario, el anarquismo y el nihilismo, es el rechazo de la sociedad actual, una total subversión moral, sexual, social, pero sin ofrecer sustitutivos válidos.
“La N. I. es una mezcla ecuménica de teorías políticas que en su tiempo fueron rivales irreconciliables en Rusia, España, Francia, como el trotskyismo y el anarquismo” (Newfeld). Reanuda la línea subversiva de los socialistas utópicos y de los ácratas del XIX, interrumpida por el “socialismo científico” de Marx.
Los neoizquierdistas son repudiados por la izquierda regular, que los moteja despectivamente de “idealistas”, sinónimo de ineptos y que critica su anacronismo revolucionario, que no tiene en cuenta las necesidades demográficas de nuestro tiempo ni los progresos de la técnica. Para Lenin, “el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo”.
Si la Nueva Izquierda no es una ideología definida, tampoco es un partido político. En Occidente, pueden incluirse en la N. I. los troskystas, guevaristas, castristas, maoístas, anarquistas, los desviados radicales del comunismo y socialismo; llega hasta los socialistas disidentes italianos, el PSU francés con Mendes France, es es decir, los últimos residuos de la masonería. Unos cuantos nombres terminarán de definirla: se puede considerar N. I. a Cohn Bendit, Dutsche, Debray, Geismar, Guevara y también Sartre, Marcuse, Fanon, Camus, Aranguren, Ginsberg, Gorz. No lo son Althuser, Aragon o Garaudy.
La N. I. está integrada por “intelectuales” comprometidos, estudiantes rebeldes, artistas, aventureros, junto con escasos obreros jóvenes. En conjunto, no llegan a sumar, según dicen ellos mismos y en Norteamérica, el 5% de los de su clase y en su generación. Recuérdese (1969) que en las recientes elecciones presidenciales francesas, el candidato N. I., Krivine, no logró el 0,1 % de los votos. Se prolonga, sin embargo, con numerosos simpatizantes, ni radicales ni militantes, entre universitarios recién graduados, jóvenes desarraigados y en Norteamérica, además, con los integracionistas, los adversarios de la guerra en el Vietnam, los hastiados de la sociedad opulenta.
Las características antiautoritarias, libertarias y la heterogeneidad de composición de la Nueva Izquierda, su diversificación geográfica, parecen indicar debe carecer de organización, de estado mayor, de jefatura. Ya hemos señalado la anarquización de los estudiantes franceses sublevados en mayo 68. En la poderosa SDS americana, nueva izquierda pura, se llegó a suprimir la presidencia y el secretariado.
Sin embargo, se advierten por otra parte señales de organización, de planificación de la subversión. Por ejemplo, se han dado acciones o atentados estudiantiles en países distantes, con la misma finalidad, idéntica técnica y rigurosa simultaneidad. Los explican por contactos frecuentes, pero irregulares, que tienen lugar sobre todo en Bélgica y Holanda, pero también en Berlín, Varsovia, Praga, Cuba, China, Bulgaria. Otro ejemplo es la campaña mundial contra la intervención americana en el Vietnam, perfectamente planificada.
A principios de 1967 se reanudó la Conferencia Tricontinental de La Habana con la finalidad de organizar a escala mundial la solidaridad revolucionaria (*). Aunó países socialistas con los revolucionarios del tercer mundo y la Nueva Izquierda. Siguieron, en cadena, las consecuencias subversivas que eran de prever: organización de la campaña mundial contra la intervención anticomunista en el Vietnam, que se desata en gran escala en EEUU, en abril 67, marcha sobre el Pentágono en octubre, “Tribunal Russell” en Suecia y manifestaciones en todos los países. Creación en el verano del mismo año del “Poder Negro” y disturbios, incendios y saqueos en 50 ciudades americanas, con muertos. Reuniones en la “Universidad Crítica” de Berlín en julio, para elaborar la ideología “Nueva Izquierda”, de los profesores Marcuse, Lowenthal, Adorno, Schwan, con los cabecillas estudiantiles Dutsche, Cohn Bendit, Lefevre y otros. En junio 67, insurrección de los estudiantes en Berlín y disturbios universitarios en Francia, Italia, España y en Berkeley y Columbia, que culminan con el levantamiento en París de mayo 68, que estuvo a punto de derribar la V República.
Y recrudecimiento de la actividad guerrillera en toda Sudamérica y principio de la guerrilla boliviana de Che Guevara, con los que contacta la N. I. -recordar el caso de Debray- así como con los tupamaros uruguayos, bandidos colombianos, cangaceiros, terroristas de los ghetos negros de Harlem y del “profundo sur” y hasta los hippies pues, como señala uno de los neoizquierdistas, Newfeld, están con todos los descastados, incluyendo los drogados, desviados sexuales y vagabundos. Marcuse añade que “son útiles todos los que contribuyen a la desintegración”. La revolución por la revolución; la guerrilla como fin en sí.
Como dice Erich Fromm, “la posición de Marcuse es un ejemplo de nihilismo disfrazado de radicalismo”. Pero no se trata sólo de Marcuse. Un grupo de intelectuales afines a la N.I. –Sartre, Lefevre, Blanchot, Gortz, Roy, etc. ha declarado que “es de importancia capital que el movimiento, sin hacer promesas, sin ofrecer nada, rehusando cualquier afirmación, oponga un potencial de rechazo. No tiene una visión precisa de la sociedad que desea, pero sabe perfectamente qué es lo que no quiere”. Y Marcuse remacha: “yo sigo creyendo en el poder de lo negativo y pensando que siempre hay tiempo para llegar a lo positivo”.
Llegamos al motivo final. El movimiento Nueva Izquierda no es una revolución, no pretende redimir a nadie ni reformar nada; es una subversión total –moral, sexual, social- del mundo actual, que pretende desencadenar una “intelligentsia” nihilista, irresponsable y amoral, coincidiendo con la desintegración de la sociedad de occidente y cristiana. |
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