REVOLUCIÓN O MUERTE



En la foto, mi admirado D. Álvaro d'Ors, eminente romanista.


ACLARANDO EL SENTIDO PERVERSO DEL VOCABLO "REVOLUCIÓN"

Es algo que no puedo soportar. El vocablo “Revolución” se encuentra prestigiado hasta tal punto que, incluso empleado en ámbitos católicos, pasa por ser sinónimo de “cambio favorable”, y se la acepta sin ninguna prevención para indicar cualquier presunta “mejora” técnica, social, etcétera.

Pero mal vamos si la “Revolución” puede pretender, y consigue prestigio. Pues ninguna “revolución” puede pretender prestigio. Y quien, sin ser “revolucionario” en su sentido neto, prestigia el vocablo es un irresponsable o un ignorante. ¿Qué es la “revolución”?

La Revolución es un movimiento –cruento o incruento- que persigue destruir un poder o un orden legítimo, instalando en su lugar un estado de cosas ilegítimo, antinatural, grotesco, degenerado, depravado, monstruoso… del que saltan a la vista signos satánicos. La revolución puede empujar a las masas acéfalas a tomar la Bastilla o el Palacio de Invierno, o puede ir extendiéndose silenciosamente, como gusta hacer en nuestros días, esa "revolución" con sonrisa y risa de payaso –payaso asesino, como los de Stephen King-, o bien bajo la faz mojigata de una lesbiana que se escandaliza por haberse fotografiado con un polígamo… “La sartén le dijo a la alcuza: no me toques, que me tiznas”, dicen en mi pueblo.

Pero ¿qué orden legítimo de cosas ha venido destruyendo la Revolución? Pues, desde Martín Lutero, lo que se ha venido desmantelando ha sido la Cristiandad. “Hubo un tiempo –nos recuerda el Romano Pontífice León XIII- en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En esa época la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil. Entonces la religión instituida por Jesucristo, sólidamente establecida en el grado de dignidad que le es debido, era floreciente en todas partes gracias al favor de príncipes y a la protección legítima de los magistrados. Entonces el Sacerdocio y el Imperio estaban ligados entre sí por una feliz concordia y por la permuta amistosa de buenos oficios.” (“Inmortale Dei”.)

Así pintaba León XIII lo que D. Francisco Gómez Salazar describía como “Etnarquía Cristiana”: “…preponderancia de la religión sobre los intereses de la tierra, el vínculo de unión entre los señores y los vasallos, entre los pueblos y soberanos, entre los reyes de las distintas naciones de Europa, que reconociendo unánimemente la autoridad del vicario de Jesucristo, se unían a él sin condición ni reserva alguna, cuando se trataba de la defensa de la Iglesia contra la violencias de que era objeto por parte de sus enemigos”. La Etnarquía fue el “supremo poder regulador de las naciones de Europa en la Edad Media”, significando “el triunfo de la razón sobre la fuerza”. Europa era entonces la Cristiandad. Y ese era el orden legítimo.

Desde antes de florecer la Edad Media, la Revolución –enraizada en el desorden de las pasiones que atiza Satanás- pretendió, desde el principio del cristianismo, tergiversar el mensaje de Cristo (“revolucionarias”, satánicas fueron las sectas gnósticas de los primeros siglos del cristianismo). Y luego, en la Edad Media, cuando la Etnarquía era eso que ha quedado descrito con palabras de Su Santidad León XIII y de D. Francisco Gómez Salazar, la Revolución herética, con sus principales conatos cátaros (hoy reivindicados por tantas sectas), también trató de invertir el orden legítimo, pero sin que pudiera lograr sus metas gracias a Dios, a la Inquisición y al brazo secular y poderoso de Simón de Montfort. Pero a principios del siglo XVI, el monje renegado Martín Lutero lo consiguió, y así fue como esa marea negra, la revolución, satánica y pestífera, fue subiendo de nivel hasta inundar el mundo y dejarlo en el estado en que hoy está.

El auténtico español es en su meollo contrarrevolucionario, no puede ser otra cosa que eso. A la Reconquista le debió España, como bien apunta Álvaro d’Ors: “su permanente carácter católico, que la separó del curso común de la historia europea, a pesar de la continuidad geográfica de su territorio, y por ello tuvo España el singularísimo privilegio de quedar exenta de la contaminación herética de la reforma protestante extendida por Europa y que configuró la “modernidad”. Porque “moderno” equivale a “protestante”, con todas las graves consecuencias que esto tiene para la historia europea y universal, empezando por la general entronización de la idea de “Estado”.”

Según Álvaro d’Ors: “Quizá pueda verse en sucesos paradójicos como éstos un signo de lo que ha venido siendo el destino histórico de los españoles: ser “más papistas que el Papa”.” Desde que eso no es así, España ha dejado de ser y está ¿sumergida?

España está fragmentándose en una multitud de pueblos que no saben lo que hacen todavía juntos. Algunos se empeñan en mantener unidos esos pueblos, pero el "nacionalismo españolista" (peor todavía si es de cuño "constitucionalista") está muerto, no convence por ser algo ajeno al ser de los españoles, por ser reciente y "moderno", por ser liberal y estatalista. Urge "reintegrar" España, y eso sólo se puede hacer volviendo a las Españas. Pero eso es otro tema.

Algunos revolucionarios tienen un grito como lema: “¡Revolución o Muerte!”. Hasta tal grado son inconscientes pues la "revolución" la agita algo que no es la inteligencia, tampoco la consciencia. La revolución es activada por las pasiones desenfrenadas, por el desorden de los instintos y por el resentimiento. Por eso, un revolucionario no es un ser humano, es un ser degradado. Tan degradado que todavía no ha descubierto, en su ceguera, que “revolución” y “muerte” no son, como grita, un dilema decisivo... Revolución y Muerte son, más bien, lo mismo.



Publicado por Maestro Gelimer

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