TOTALITARISMO PROGRESISTA, TOTALITARISMO ZOOLÓGICO
Fotografía del filósofo italiano Augusto del Noce, en: http://www.30giorni.it/it/articolo.asp?id=4667
SIGUIENDO LOS PASOS DE AUGUSTO DEL NOCE
Con mucha frecuencia, más de lo que recomendaría la prudencia intelectual –que, por desgracia, brilla por su ausencia- es fácil oír la palabra “totalitario” en boca de cualquiera y lanzada contra quienquiera que, a diestro o siniestro, sea un inconformista o, simplemente, un disidente de este sistema aborrecible, de este execrable desorden sociopolítico en que nos ahogamos.
“Totalitario” se ha convertido en una de esas palabras que funcionan como un proyectil. Cuando se quiere callar a alguien en una conversación, se acude a este tipo de palabras-fetiche, y se le dice al adversario: “¡Totalitario!”. Aquí acabaron todos los dimes y diretes, fin del diálogo: el que pronuncia la fatal palabra, acusando a su antagonista de “totalitario”, ha obturado “totalitariamente” toda discusión. Lo cual no deja de ser paradójico. Pero el usuario del término se ha quedado tan satisfecho, y se regocija consigo mismo pensando haber refutado definitivamente a su contrario ante todos los demás. En el invertebrado discurso de nuestros desinformados contemporáneos, cuando fallan todos los recursos adquiridos de oídas en las tertulias radiofónicas o televisivas, siempre es muy socorrida esta salida: la reprobación como "totalitario" de todo aquel que no marque el paso del tambor. Los hombres huecos gustan de emplear estos calificativos así de equívocos, así de indefinidos… Impresentables de suyo por su insustancialidad, pero que actúan como señal que moviliza a otros hombres huecos que, como los describiera T. S. Eliot:
"We are te hollow men
We are the stuffed men
Leaning together
Headpiece filled with straw. Alas!"
("Somos los hombres huecos
somos los hombres de trapo
unos en otros apoyados
con cabezas de paja. ¡Ay!".)
Siempre ha sido así. El hombre hueco no podría ser "hombre" de no ser por todos los otros hombres huecos que le apoyan. Es un recurso sofístico; cuando se ha llegado a un punto muerto en la argumentación, pero en cambio no se está dispuesto a dar el brazo a torcer, el sofista -hombre hueco- sabe lo conveniente y útil que es tener a mano una salida de estas. En tiempos del III Reich, bastaba con decirle a alguien: “¡Judío!”, y con eso quedaba invalidado todo razonamiento, y el adversario incluso corría gran riesgo de ser aniquilado; así es como, en las cumbres del cinismo o las simas del delirio –como el lector prefiera-, incluso hubo un jerarca nazi que llegó a decir: “Es judío todo aquel que yo diga”. En nuestros tiempos, es “totalitario” todo aquel que sea incómodo, todo aquel que sea inconformista, todo aquel que sea disidente. Y los hombres huecos están ahí para eso, para extender la oquedad que les insufla el nihilismo reinante.
Cualquiera sabe, a menos que se sea un completo lego en Historia, que los totalitarismos históricos cristalizaron en la Alemania nazi y en la URSS comunista. Tienen su fecha de fundación, y también su fecha de caducidad. Ni siquiera regímenes dictatoriales como el fascismo italiano o el franquismo español son considerados -por los politólogos más acreditados- ejemplos de “totalitarismo” en sentido riguroso.
De entre la dilatada literatura que ha tratado este asunto del “totalitarismo”, recientemente teníamos ocasión de encontrarnos un filón digno de nuestra consideración, cuando leíamos un libro de Augusto del Noce.
Augusto del Noce es uno de los filósofos italianos más relevantes del siglo XX. Nacido en la ciudad toscana de Pistoia en 1910, Augusto del Noce se formó en el ambiente cultural de Turín. Se doctoró con una tesis sobre Malebranche (año 1932), y fue un auténtico convencido de la incompatibilidad entre marxismo y cristianismo en la época en que algunos cristianos cayeron en la trampa del “diálogo” con el marxismo. Para Del Noce, el momento inicial de la filosofía moderna está en Descartes, pero la modernidad desemboca en Hegel, que a su vez es invertido por Marx, y, en otra vertiente, esa modernidad confluye en Schopenhauer, que a su vez será invertido por Nietzsche. Por eso, para Del Noce, el racionalismo cartesiano se despliega a lo largo de la modernidad viniendo a dar en el idealismo, en el voluntarismo, en el materialismo y, en definitiva, en el ateísmo y el nihilismo en que toda esa gran conspiración contra el cristianismo -que fue la filosofía moderna- se resume.
Pero Augusto del Noce es muy poco conocido en el ambiente filosófico español, arruinado por los sofistas del progresismo. Uno de los pocos libros de Augusto del Noce que pueden encontrarse traducidos es “Agonía de la sociedad opulenta” (EUNSA). En el mismo, nos encontramos una comunicación de 1969 que lleva como título “Tradición e innovación”. La profundidad del pensamiento de este filósofo queda patente en este breve ensayo, que si leemos hoy, teniendo en cuenta que se escribió en 1969, adquiere proporciones casi proféticas.
Nuestra situación en Occidente es la de una visión neocomtiana:
“...del estado teológico y metafísico de la humanidad se ha pasado al estado científico y técnico. Ni Hegel, ni Marx, ni Nietzsche han sido los profetas de la presente situación, sino el poco leído intérprete filosófico del Colegio Politécnico”. El “poco leído” del Colegio Politécnico es Augusto Comte, el visionario de la religión positivista.
Lo que Augusto del Noce ha reconocido, en su análisis de la situación occidental, es que el fenómeno del progresismo adquiere una faz tenebrosa como producto de la descomposición del marxismo. En el marxismo había un mileniarismo inmanentista: el de la sociedad sin clases; un mesianismo colectivo: el del proletariado, agente de la revolución liderado por su "vanguardia" (el Partido). En el progresismo, no hay tal. El progresismo ha incorporado el ateísmo marxista, pero convirtiéndolo en un ateísmo arreligioso, poniéndolo al servicio del gran programa nihilista hoy vigente: “…se puede decir –afirma el pensador italiano- que no existen varios progresismos: laico, protestante, católico, sino uno solo que se caracteriza por un ateísmo de forma arreligiosa”.
“Se ha visto que este negativismo no puede llegar a formar ideales nuevos, o si los formula, los afirma sólo como negación de los ideales anteriores; y además se excluyen la vía pesimista y la revolucionaria. ¿Qué queda si no es la pura afirmación de sí en el sentido más estrictamente individual y egoísta?”.
El progresismo aparece así como una amalgama de elementos heterogéneos que, sobre la base del programa emancipatorio de la Ilustración (véase Kant) en su versión más negativista, lleva hasta su paroxismo los gérmenes del racionalismo cartesiano. En política esto nos pone frente a los ojos el sistema actual, auto-intitulado “representativo”, pero “irrepresentativo” en sus tuétanos:
“El proceso de constitución de pequeños grupos hegemónicos, tanto más opresores en cuanto que “no representan” –los hombres que no pertenecen a las clases directivas no pueden sentirse representados por las nuevas élites, precisamente porque carece de un vínculo ideal-, es sustancialmente simétrico al de las cortes en el período del absolutismo.”
Socialmente, la inconsistencia de todo esto resulta en:
“Un desarraigo total, una reducción a puros instrumentos; y si no es grato recordar a Marcuse, no se puede negar que el resultado de esta sociedad es el de la reducción del hombre a una dimensión”.
El comunismo revolucionario ha sido succionado por el progresismo. Una vez negada la utopía, ni siquiera se tiene la esperanza de un mundo mejor en éste mundo terrenal; como otrora querían los socialistas, un paraíso por el que algunos se dejaron matar y por el muchos exterminaron muchedumbres que les estorbaban. Pero, habiendo renunciado a la sociedad sin clases, el progresismo se torna en el más despótico de los conservadurismos, pues “su objetivo es cancelar totalmente la idea de otra realidad, terrena o celeste”.
Y aquí es cuando se nos aparece ante la vista la esencia totalitaria del progresismo, pues toda su fuerza está en su vaciedad nihilista: “un régimen que anula la esperanza es la definición del máximo al que puede llegar un sistema opresivo”.
Ni el marxismo realizado históricamente en el sovietismo había negado la esperanza, por insuficiente que ésta sea circunscribiéndose a lo mundano, pero el marxismo se montó sobre la esperanza, al fin y al cabo, de un “paraíso en la tierra”. Tampoco el nazismo realizado históricamente en el hitlerismo negó la esperanza de un Reich de Mil Años, por restringida que esta esperanza estuviera para un pueblo considerado la reserva racial de los míticos arios. El progresismo, en cambio, lo niega todo. No hay esperanza, todo se resuelve en esta vida sin sentido, y por eso mismo: sin finalidad alguna, ni terrenal ni post-mortem. El progresismo, pues, por mucho que a veces desacredite al totalitarismo soviético o al nacionalsocialista, es de peor estofa todavía que aquellos.
“El punto final al que debe llegar el progresismo es la destrucción de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad, y sus inadecuadas tradiciones laicas. La definición más precisa del totalitarismo es quizá la de un régimen político en el que estas tres virtudes sean destruidas”.
En ese sentido, las previsiones de Augusto del Noce se han consumado con creces, a la vista está. La estación de llegada del viaje que occidente ha hecho desde la Ilustración, habiendo pasado por la estación marxista, no puede ser otro que el que hay: “El extremo al cual se puede llegar, siguiendo esta línea de la mentalidad de la Ilustración después del marxismo, es la “muerte del hombre”, anunciada por el filósofo estructuralista Foucault, paralela a la “muerte de Dios”.” He aquí el elenco de signos de nuestra situación occidental, descrita por Del Noce en 1969; pocos podrán dudar que no esté vigente en la actualidad:
“Lucha, por lo tanto, contra la ética represiva en nombre de la libertad de los instintos; afirmación de la caída de todo valor absoluto; intolerancia en nombre de la tolerancia; negación, siguiendo a Lamettrie, hoy extrañamente elevado a la categoría de gran pensador, de la diferencia cualitativa entre el hombre y el animal (1), aun admitiendo una evolución que conducirá a un hombre nuevo tan superior al actual cuanto el hombre de hoy supera la más baja de la especies animales. Y paralelamente el inmoralismo, por lo cual Sade está ocupando el lugar que en la historia de la moral una vez ocupaban Rousseau y Kant.”
Era nuestra intención llamar la atención sobre este gran filósofo italiano, muerto en Roma en 1989. Lejos de nosotros estaba la intención de comentar exhaustivamente su obra, pero si hemos conseguido suscitar el interés por su pensamiento, nos damos por servidos.
CONSIDERACIONES EPILOGALES
(1) Interesantes son los efectos actuales de esta aceptación de la filosofía de Lamettrie que niega la diferencia cualitativa entre el hombre y el animal. Piénsese en el Proyecto Gran Simio, una organización internacional activista que arraiga en esta visión zoológica del hombre. Según los mismos activistas del “proyecto”: “La idea consiste básicamente, en otorgar parte de los derechos básicos de los que, actualmente solo gozan los seres humanos: el derecho a la vida, a la libertad y a no ser maltratados ni física ni psicológicamente”: ¿a qué se le otorgan estos derechos? A los monos. El Proyecto Gran Simio se define a sí mismo como una organización internacional que trabaja “por la supresión de la categoría de “propiedad” que ahora tienen los antropoides no humanos y por la inclusión inmediata en la categoría de personas.” Como no podía ser menos, el Partido Socialista Obrero Español y la Confederación de Los Verdes realizaron en mayo de 2006 una propuesta de ley en el parlamento español para conceder algunos derechos humanos a los grandes simios, convirtiéndonos así en la segunda nación que otorga derechos a los monos mientras se le niega el derecho a la vida a los no-natos humanos.
(2) Interesante también la reflexión que desata Del Noce a tenor del rechazo de la noción de "pecado" desde los parámetros del diálogo católico-marxista. "No es casualidad que el escritor marxista más propenso al diálogo, o si se quiere el delegado oficial para el diálogo, Garaudy, haya impuesto, en los distintos encuentros, al pensamiento católico, una sola condición: el silencio acerca del tema del pecado, que en su opinión es de origen gnóstico". "La ética cristiana es una ética del perdón, la ética poscristiana es una ética de la inocencia". El Sacramento de la Penitencia es uno de los más devaluados por el clero contaminado de progresismo.
(3) Prueba de la altura filosófica de nuestro bienamado Benedicto XVI es que sus encíclicas -"Deus Caritas est" y "Spe Salvi"- incidan sobre dos de las tres virtudes teologales que, a juicio de Del Noce, son cabalmente las que pretende eliminar el totalitarismo progresista.
Publicado por Maestro Gelimer
http://librodehorasyhoradelibros.blogspot.com/
Como siempre un interesantísimo artículo, y habrá que buscar ese título de Augusto del Noce para comprarlo. Lo único que quiero añadir es una sugerencia sobre cómo proceder ante el lanzamiento de cualquier palabra fetiche que acostumbran a manipular los partidarios del pensamiento único: totalitario, demagógico, mito, fascista..., y un largo etcétera que todos conocemos.
Pues bien, a ese acusador cuando le salga de la boca el término fatal hay que responderle sin perder la calma: ¡defínelo! Puedo asegurar un buen número de sorpresas, perplejidades, o "tiros por la culata". Naturalmente, debemos estar preparados para dar la correspondiente réplica, aquélla que dejará mudo al agresor verbal.
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