Todos los hombres, que en otro tiempo habitaban la tierra, vivían unidos en el campo de Sennaar: todos tenían unas mismas ideas, un mismo lenguaje y unas mismas costumbres.
Multiplicados de manera que les fue necesario separarse por la falta de subsistencias, emprendieron antes de efectuarlo, fabricar aquella famosa ciudad y torre, que debían servir de testimonio eterno, no menos del común origen, que de la sociabilidad, cultura y mutuo amor que desde el principio había unido al linaje humano, para confusión de algunos abortos de la naturaleza, que con el discurso del tiempo habían de querer confundir el origen del hombre con el de las bestias, y deducir, de esta supuesta original bestialidad humana, la libertad, la sociedad y los derechos de los hombres.
La inocente discordia de Babel no ofendía a la naturaleza: todos estaban conformes en máximas, en voluntad, en amor y en miras, y solamente discordan las voces. La providencia misma señalaba ya a los que deben unirse y los que deben separarse. Desúnense los hombres para multiplicar las uniones.
Tal fue el prodigio de la confusión en Babel; grande a la verdad pero inocente y útil. Mas ¡cuan diverso hubiera sido el resultado si en lugar de la mutación de las voces, se hubiesen mudado las ideas correspondientes a las voces ¿qué confusión, qué discordia, qué fatales disturbios se habrían originado?
Pues esta perniciosa confusión de lenguas es la que de algún tiempo a esta parte se ha descubierto con sorpresa universal en todos los idiomas de Europa. Es verdad que las voces son las mismas, pero también que muchísimas de ellas no significan ya lo que antes significaban, que lejos de ello, no tienen otro uso que significar lo contrario de lo que suenan.
Pues de esta fatal confusión de ideas y de voces es justamente de la que ha provenido el universal trastorno social que palpamos.
Con razón este acontecimiento puede ser considerado como una especie de prodigio. El es una nueva confusión de lenguas y mucho más importante funesto y doloroso para todo el género humano que fue Babel.
Su origen remoto puede acaso repetirse desde los tiempos de Cromwell, o de Hobbesio y Espinosa, pero el inmediato se debe fijar con seguridad en los de Rousseau y su contradictoria pluma.
Ya había mucho tiempo que ciertos entes ridículos, que se decían filósofos, maquinaban la ruina de la religión, del orden, de las costumbres y de las soberanías legítimas. Mas esta empresa era muy difícil; y no debía ponerse en práctica, sin que el engaño más delicado hubiese preparado antes el camino.
Sólo Rousseau tuvo la gloria de inventar una senda capaz de confundir los cerebros, y de hacer que todos los hombres corriesen tras de aquello mismo que más aborrecían.
Inventó un agradable absurdo, y lo llamó pacto social. Fundó este pacto social sobre la libertad humana; la libertad humana sobre los derechos del hombre: los derechos del hombre sobre la naturaleza; y la naturaleza sobre lo que nadie lo entiende ni ninguno ha podido comprender sino él.
Pero como la religión, la razón y los deberes estaban en oposición abierta con su libertad y sus derechos, dejando a un lado la definición verdadera de aquella y de éstos, armó tal algarabía y habló tan contradictoriamente de la religión, de la libertad de los deberes y de los derechos, que jamás se llegará a saber lo que él entendió por semejantes nombres.
Mas al mismo tiempo que así se confundía la razón, se fue introduciendo un lenguaje dulce, que mansamente iba lisonjeando las pasiones más vivas, y despertando el orgullo y el deseo de independencia e insubordinación.
El charlatán filósofo tuvo infinitos secuaces, discípulos y defensores y, trastornadas las cabezas, comenzó todo el mundo a gritar pacto social, libertad, igualdad, derechos, sin saber ni entender lo que significaban esos vocablos.
No se pretendía menos que una tal confusión para ir pescando a los hombres. Se hablaba se escribía y aun se promulgaba libertad, soberanía, derechos... y perdiendo su significado verdadero y conservando de lo antiguo nada más que el sonido, excitaron en los pueblos la extravagante manía de correr derechos a la irreligión, a la inmoralidad, esclavitud y pobreza, imaginando que iban a echarse en los brazos de la libertad y de la dicha.
Ya en este tiempo estaba repartidos escuadrones de filósofos, que trabajaban con el fin de hacerse tiranos bajo el nombre de libertadores, y de fundar y afirmar el despotismo y la esclavitud bajo el de democracia o república. Mas como la Religión era para esto un estorbo comenzaron a extirparla con el nombre de superstición y cubrirla de oprobios.
Así fueron siguiendo su plan infernal de robar los Estados y los Reinos, bajo el nombre de hacerlos libres y felices, de destruir las propiedades con el pretexto de igualdad, y de inducir a los pueblos a que prefiriesen la bestialidad democrática a los tales cuales defectos de la monarquía. Este condenado lenguaje ha llegado a propagarse de manera ya está extendido por todo el mundo.
Se ha hecho, pues, necesario formar un Vocabulario de la lengua antigua y de la moderna democrática y republicana.
Marcadores