Alfa y Omega, nº 774 / 23-II-2012, Aquí y ahora
Una práctica que ni perpetúa la pobreza, ni minusvalora al pobre
Dar limosna en tiempos de crisis
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La limosna es una práctica que la Iglesia propone durante todo el año, especialmente en Cuaresma. Lejos de potenciar la mendicidad, enriquece a quien la da y auxilia a quien la recibe, sobre todo en tiempos de crisis. Porque limosna no es sólo dar dinero.
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Que la crisis ha incrementado la pobreza y la mendicidad no es sólo un dato económico: es una obviedad para quien viaje en el
Metro o camine por cualquier ciudad, con capacidad de mirar más allá de sí mismo. Por eso, la invitación de la Iglesia a practicar la limosna durante la Cuaresma tiene una especial relevancia en tiempos de carestía. Sin embargo, esta práctica, tan propia de los cristianos desde los primeros siglos, no escapa de las críticas y suspicacias con que el mundo acoge la misión caritativa y evangelizadora de los católicos, y tampoco faltan tópicos contra quienes la practican:
Dar limosna perpetúa la pobreza;
Sólo lo haces para lavar la conciencia;
Das de lo que te sobra y eso no tiene mérito;
La limosna y la caridad minusvaloran al pobre, porque te sitúas en un plano superior a él, etc.
Los tópicos, sin embargo, no resisten ante la realidad. Monseñor Jesús Sanz, arzobispo de Oviedo y franciscano, ha renunciado varias veces a su sueldo para entregarlo a Cáritas, o a para auxiliar a las familias de los mineros asturianos, y sabe de lo que habla cuando dice que
«la limosna es un gesto con el que imitamos a Dios. Él, siendo rico, se hizo pobre, y no nos dio un talón bancario para asistir nuestras pobrezas, sino que se dio a Sí mismo para existir con nosotros y redimir nuestras pobrezas. Por eso, la limosna cruza la tradición cristiana, no desde una superioridad frente al pobre, sino como una entrega a él».
La moneda de mi vida
Monseñor Sanz explica que la limosna no es sólo dar dinero, sino que, ante todo, «es la entrega de uno mismo a los demás, no en abstracto, sino en situaciones concretas. Es la donación de mi tiempo, de mis talentos y capacidades, no sólo de lo que me sobra o de un dinero del que puedo prescindir. La primera limosna es cuando la moneda es mi vida». Por eso, «no se trata sólo de paliar la falta de pan, sino también la pobreza de afecto, de cultura, de fe, o de contacto con Dios que sufren tantas personas. Tenemos que saber dar una limosna para cada caso». Además, aclara que la caridad cristiana, lejos de perpetuar la mendicidad, la combate desde todos los frentes: personal y comunitario. «Además de las acciones personales, la Iglesia fomenta la limosna coral, para aunar fuerzas y recursos y actuar en favor de los pobres. Es lo que hacen las iniciativas caritativas, que nacen de la fe, en nuestras parroquias, en Cáritas, en los bancos de alimentos...», añade.
Con todo, siempre puede surgir la tentación, la excusa:
No se puede dar a todos... Muchos lo gastan en vino... De ahí que monseñor Sanz recuerde que «está claro que no podemos dar limosna a todos los que piden, porque no somos la Divina Providencia, pero con ese pretexto, a veces, terminamos por no dar a ninguno. Y siempre hay un pobre cercano, con rostro concreto, al que podemos ayudar.
¿Que nos puede engañar? Claro, como cualquiera.
Pero un cristiano no debe hacer pagar a justos por pecadores».
José Antonio Méndez
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