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Tema: Un estadista: Antonio Oliveira Salazar

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    Un estadista: Antonio Oliveira Salazar

    Tomado del libro “Salazar” (1967) del francés Jacques PLONCARD D’ASSAC.

    Debe aclararse que Salazar solamente fue jefe del Gobierno portugués, no presidente de la República portuguesa (que fueron sucesivamente: Carmona desde 1935, Craveiro desde 1951 y Américo Tomás desde 1958).


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 50, 23-Dic-1967

    SALAZAR, UN ESTADISTA

    Tomado del libro “Salazar” (1967) del francés Jacques PLONCARD D’ASSAC

    El escritor francés Jacques PLONCARD D’ASSAC, residente durante largos años en Portugal, en donde se instaló en 1944, buscando refugio del torbellino político de su país en los trágicos momentos que marcaron los finales de la segunda guerra mundial, ha escrito una extensa y detallada biografía de Oliveira Salazar. Para la elaboración de su libro, ha utilizado tanto el abundante material escrito sobre la figura del gran político lusitano como un contacto personal y directo. Resultado de todo ello ha sido una excelente obra en la que el lector penetra en el pensamiento del dirigente portugués como en su existencia cotidiana y diaria. Aunque el libro dedique la mayor parte de sus páginas a expresar la doctrina y la acción de Salazar, en nuestro comentario hemos preferido seleccionar una serie de párrafos relativos a su manera de ser, representativos del extraordinario temple del hombre que dirige los destinos de la nación hermana desde hace más de siete lustros.



    Jacques PLONCARD D’ASSAC, Jacques (“Salazar”, La Table Ronde. Paris, 1967)

    ***

    El libro de la semana

    “UN ESTADISTA”

    A finales del siglo XIX, Vimieiro (en el centro de Portugal) era una pequeña aldea compuesta de 150 hogares, escalonados a lo largo de una carretera que descendía hacia el río Dao. El lugar era sonriente, cubierto de vergeles, de villas y de olivares y de mimbrerales. A estos últimos debía su nombre de Vimieiro. el mimbreral. Es en esta campaña de la Beira alta donde el 28 de abril de 1889 nació a las tres de la tarde, Antonio Oliveira Salazar. Toda su ascendencia era campesina.

    Seminarista y universitario

    Antonio de Oliveira, su padre, que moría a los noventa y tres años, es el administrador de las tierras de un rico propietario de la región. Se le describe como un hombre honrado, trabajador, franco, algo rudo, aunque afable, espiritual y muy afectuoso con los suyos. María de Resgate, su madre, que va a tener un papel considerable en la formación de su hijo, dejó en todos el recuerdo de una mujer extremadamente inteligente, activa, previsora, más bien austera, muy piadosa y de un natural muy cariñoso.

    La familia vive modestamente. Cuando se comienza la construcción de la estación de Vimieiro, María de Resgate abre una cantina, donde los obreros emigrados de otras regiones vienen a tomar su comida. El matrimonio tiene cuatro hijas: Marta, Elisa, María Leopoldina y Laura. Cuando nace su hermano, la primera tiene cinco años; la segunda, cuatro; la tercera, dos; y Laura está a punto de cumplir uno.

    La influencia de la madre sobre Salazar será constante hasta su muerte, el 17 de noviembre de 1936, precisamente en momentos decisivos para la vida del político portugués, que a pesar de las circunstancias que atraviesa la existencia nacional (acaba de ser depuesto el mariscal Gomes da Costa y se ha hecho cargo total del poder el general Carmona), permanecerá en la cabecera de la enferma toda la semana. Más tarde, hará esta reflexión que demuestra hasta qué punto se sentía vinculado a ella:
    En efecto, creo que las circunstancias juegan un papel capital en nuestras vidas. Por lo que a mí se refiere, yo no habría podido permanecer mucho tiempo si mi madre no hubiese muerto. Ella no podía vivir sin mí y yo era incapaz de trabajar cuando la sentía inquieta”.

    En 1900, Salazar hace su primera comunión y entra en el seminario de Viseu, un gran edificio de fachada imponente y severa, que se alza al borde de una explanada.

    Salazar tiene entonces once años y va a permanecer tras estas paredes durante 8 años, hasta 1909. Los que le conocieron durante su estancia en el seminario están todos de acuerdo en que el joven seminarista era profundamente religioso “por sentimiento y por convicción”. En junio de 1908 recibe las órdenes menores y acaba sus estudios de teología. No obstante, escrupuloso, estima que no está dotado para el sacerdocio, que ha cedido a móviles de familia para evitarle cargas suplementarias y por ello abandona sus estudios eclesiásticos para prepararse a entrar en la Universidad, cosa que hace en Coímbra, inscribiéndose en la Facultad de Derecho.

    Finalmente, el 5 de noviembre de 1914 se licencia en Derecho con notas extraordinarias. Durante la carrera ha hecho una amistad que le va a durar toda la vida, la del futuro Patriarca de Lisboa, Gonsalvez Cerejeira. Todo el mundo se inclina ante Salazar por su gran inteligencia, y el pudor de los sentimientos obliga a pasar rápidamente sobre una pena sentimental que afecta al joven licenciado. Se siente inclinado por la hija del propietario del que su padre había administrado las propiedades. Los padres, no obstante, se niegan, estimando que este joven, serio pero pobre, no tiene porvenir. La muchacha se casó y Salazar no quiso volver a verla. La encontró, según dice, sólo una vez, por casualidad hace algunos años. Fue en el cementerio, delante de la tumba de su madre, María de Resgate. Entre el hada envejecida y el estudiante pobre, convertido en estadista, no hubo más que una mirada por encima de la estela funeraria. ¿Quién sabe los recursos excepcionales de energía que pueden desencadenar en un ser fuera de serie, dramas íntimos como éste?

    La vida entera consagrada al cargo

    A Christine Garnier, una de las mejores biógrafas del político portugués, éste le ha contado cómo organiza sus jornadas:





    Me levanto a las ocho y media, después de haber dormido muy mal y muy poco… Lectura de los diarios durante un largo rato.
    Después, a las diez, el trabajo de oficina comienza, que no terminará hasta las dos: correspondencia oficial de los Ministerios, telegramas con el extranjero, examen de la prensa nacional, firma de documentos, asuntos corrientes... trabajo intenso, casi febril, que me esfuerzo por efectuar en silencio. Los secretarios acostumbran a presentarme un “dossier”, el presupuesto, un volumen de legislación, sin que me sea necesario levantar los ojos. Siento una cierta pereza por hablar, por lo que prefiero dar mis instrucciones por escrito, enviar sugerencias, notas, comentarios sobre textos a disposiciones.
    A las dos, almuerzo solo, en un cuarto de hora. Luego doy algunos paseos por el parque (…) aunque no me siento nunca a gusto. Imaginad que mis vecinos, por otra parte muy gentiles, me pueden espiar desde sus casas de alrededor… esta falta de libertad me resulta odiosa. Es quizá lo que me hace sufrir en Lisboa. Durante este corto paseo recibo algunos visitantes para tratar con ellos cuestiones que no exigen la lectura de documentos. Después me retiro en la oscuridad de mi habitación. Me tumbo en la búsqueda de un sueño que generalmente no llega.
    Mi trabajo comienza a las cinco. Entonces debo encontrarme con cada ministro (Salazar recibe por término medio a dos o tres ministros diariamente y celebra raramente Consejo de Ministros, prefiriendo el trabajo directo con cada titular del departamento interesado).
    Ceno hacia las nueve, solo, (…) paseo de nuevo por el jardín.
    A las diez y media, si me encuentro todavía en disposición o con fuerza, leo los periódicos extranjeros o los nuevos libros aparecidos.
    Finalmente, cuando llega la medianoche trato de dormirme, pero no ceso, incluso en mi sueño mediocre, de plantearme cuestiones
    ”.

    Supresión de la vida privada

    Tengo una cualidad o un defecto -dice también Salazar- que me ayuda a multiplicar el tiempo. Por una especie de desdoblamiento del espíritu puedo a la vez responder a uno de mis colaboradores y leer un documento, hablar por teléfono y escribir notas. Esta posibilidad me permite rematar una parte -sólo una parte- del trabajo que me incumbe. Están ya muy distantes los tiempos en que como ministro de Finanzas trabajaba entre cuatro paredes de catorce a dieciséis horas diarias”.

    Y como Christine Garnier le comenta: “Así pues, habéis perdido pie, puesto que los detalles de la vida corriente se os han hecho extraños…” Salazar responde con melancolía:

    Evidentemente. ¡Hace tantos años que nada sé de a existencia que todos llevan! No llevo nunca encima ni dinero ni una cartera. ¿En qué emplearía yo los billetes de banco? No escojo ninguna de mis corbatas, ni ninguno de mis trajes. No sé cuántas camisas poseo. El poder ocupa todo mi tiempo y mi pensamiento, y me ha sido preciso sacrificar toda mi vida personal. Desde mi llegada a Lisboa, María se ha encargado de todo lo que yo descuido. Me ha desligado de toda preocupación material. Conoce mis asuntos mejor que yo. Vive mi vida, ¿comprende? Su intuición es tal que se enfrenta con los peligros posibles, antes que yo los aviste. Mis hermanas no han llegado a preocuparse de mí hasta ese extremo... En Lisboa ella se ocupa siempre de los platos que me corresponden. También se ha convertido en una especie de secretaria. Muchas personas que no desean escribirme de una manera oficial dirigen sus cartas a María. Así recibe un correo considerable. Muchas veces la oigo quejarse: “Pierdo mi tiempo en responder a todas estas cartas -gruñe- mientras que tengo tanto que hacer en la casa”. Es María, finalmente, la que me trae los murmullos del exterior, los rumores más secretos y hasta ciertas críticas”.

    Uno piensa en Pío XII y en sor Pascalina ante esta abnegada ama de llaves que le acompaña desde los días de Coímbra cuando administraba la “república” que compartían allí Salazar y el futuro cardenal Cerijeira.

    No escribirá sus memorias

    Salazar vive de su sueldo: 15.000 escudos mensuales. No ha aceptado más que el alojamiento. Es él quien paga el carbón y los sirvientes. En la casa de Lisboa que el Estado ha puesto a su disposición vive en tres habitaciones que él ha amueblado. Ha encerrado en los armarios la vajilla oficial para comprarse “vasos y manteles a su gusto”. Salazar ha confiado a Christine Garnier que las tres cosas que más le gustan son los niños, las flores y las fuentes. Y también le agregó:

    Hay varias maneras de gobernar en un momento, y la mía exige la soledad (…) Una vida interior intensa es necesaria para el hombre de acción en una tarea de envergadura. Es en su vida interior donde él encuentra su fuerza primera y esa perseverancia que condiciona el éxito”.

    Un día que yo preguntaba al residente Salazar si escribía sus memorias, me respondió con la mayor simplicidad que no tenía tiempo, que simplemente anotaba cada tarde a quién había recibido y cuáles eran los problemas tratados. Como yo lamentase que semejante experiencia política se perdiese para la historia, Salazar me dijo sonriendo:

    -Quizá encontrase tiempo si el señor presidente de la República tuviese a bien descargarme en mis funciones…

    Y había ciertamente ironía en sus palabras, pero también alivio sincero.

    Y, finalmente, una anécdota reveladora de su carácter: la conversación con un periodista italiano, que se sorprendía del milagro del restablecimiento financiero y a quien Salazar dijo simplemente:

    - Lo aprendí de mi madre. He administrado el Estado como un hotel, con decisión y economía.

    Todas estas anécdotas, todos estos retratos coinciden en la misma imagen del Salazar maduro: una cabeza organizada. ¿Cuáles son sus distracciones en sus horas de descanso?, se le pregunta en una ocasión.

    -Pienso en el trabajo que me queda por hacer.

    ***
    Última edición por ALACRAN; 26/01/2022 a las 20:00
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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