Las Médulas, oro y piedra
JUANMA GALLEGO | EFE FUTURO 03/07/2014
El formidable sistema ideado hace dos milenios por los romanos para conseguir oro en Hispania ha creado un paisaje de leyenda en Las Médulas (León)
Todo está preparado. El sonido de una tuba anuncia sobre lo que acontecerá en unos pocos segundos. Llega el agua, a montones, junto al sonido de una tremenda explosión.
“La montaña, resquebrajada, se derrumba por sí misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser imaginado por la mente humana, acompañado de un increíble desplazamiento de aire”. |
Son las palabras de Plinio el Viejo y describen el método empleado por los romanos para extraer el oro de Las Médulas. Al contrario que en otras ocasiones, esta vez el sabio romano no escribía dudosas historias recogidas por otros, sino que se basaba en sus propias experiencias. Y es que Gaius Plinius Secundus, más conocido como Plinio el Viejo, fue procurador de la provincia Tarraconensis hacia el año 70 de nuestra era y, al parecer, tuvo la posibilidad de presenciar en primera persona la increíble obra de ingeniería desarrollada por su pueblo para extraer el oro de los montes de León.
Los romanos no fueron, desde luego, los primeros que extrajeron oro de estas tierras, pero su desarrollado sistema de explotación acabó en la práctica con las existencias del preciado mineral. De una u otra forma, durante los últimos dos milenios el entorno de León ha estado estrechamente unido a la minería. Aunque a una escala muy pequeña, los habitantes de esa región ya extraían el oro antes de la llegada de los romanos, buscando pepitas de oro en los ríos. Pese a que no hay constancia escrita de ello, las joyas y adornos encontrados en los yacimientos indígenas atestiguan esta pequeña forma de explotación aurífera.
Pero fue la llegada de los romanos lo que provocó que esa minería se convirtiera en una verdadera actividad industrial. Tras resultar vencedor en las guerras cántabras, el emperador Octaviano Augusto obligó a los indígenas a trabajar en las minas al servicio de Roma. Según estiman los especialistas, allí los romanos pusieron en marcha el mayor centro minero de todo su imperio. En él trabajaban unas diez o veinte mil personas y la cantidad de oro extraído fue enorme. Según Plinio el Viejo en Asturia, Gallaecia y Lusitania (aproximadamente las actuales Asturias, Galicia y Portugal) cada año se extraían unas 20.000 libras de oro; es decir, unos 6.540 kilos. El preciado metal fue fundamental para que los romanos pudieran pagar las legiones en las que se basaba su poderío militar.
Un nuevo patrón monetario
Augusto hizo profundas reformas cuando accedió al poder absoluto en el año 27 antes de Cristo. Fueron cambios que afectaron a diferentes ámbitos de la sociedad romana, como las reformas en el ejército o en la organización religiosa. Pero también en el área económica el primer emperador romano realizó un cambio importantísimo, al establecer un nuevo patrón monetario basado en dos monedas: el aurus (la moneda de oro) y el denarius (la moneda de plata). Para poder mantener ese sistema, el oro extraído de Las Médulas resultó de vital importancia.
Para poder hacerse con la enorme cantidad de oro que requería el nuevo sistema monetario, los romanos tuvieron que inventar un método especial. Es entonces cuando pusieron en marcha la fórmula de explotación más impresionante de toda la antigüedad: la ruina montium. No era, desde luego, un apaño de andar por casa. Se trataba de utilizar ingentes cantidades de agua para extraer el preciado metal de las entrañas de la tierra.
El primer paso consistía en agujerear el monte que se pretendía explotar. Al mismo tiempo se canalizaba el agua que provenía de los montes más altos y se almacenaba en una suerte de enormes piscinas. Cuando estos pasos previos se habían llevado a cabo llegaba el momento más importante: era la hora de liberar de golpe el agua almacenada en las piscinas. Al entrar en los túneles se producía una tremenda explosión que hacía reventar el monte desde sus entrañas.
Una masa enorme compuesta por piedras, barro, agua y diferentes metales se precipitaba monte abajo tras la explosión. Esos materiales se distribuían a través de varios canales en los que, mediante filtros fabricados con ramas de brezo blanco, se separaba el oro de la tierra.
Este inventó modificó para siempre el territorio, surgiendo de esta forma un paisaje extraño y de complicada orografía. Es impresionante comprobar el resultado de esta intervención humana sobre el territorio. El ocre y el rojo son ahora los colores principales y bajo la influencia del sol se crean contrastes de luces y sombras sumamente singulares. Barro, cantos rodados y grava son las compañeras del visitante y puntas de monte tan afiladas como las agujas de una catedral crean un paisaje de excepción. Viejos árboles desperdigados por aquí y allá son también parte del decorado. Y es que, además de llevarse el oro, los romanos trajeron castaños a la zona, cuyos descendientes pueblan hoy estas tierras. Árboles centenarios que, escondidos entre la niebla, y a modo de fantasmas deshojados, le dan un aire de cuento fantástico a estos parajes.
La zona puede visitarse a lo largo de múltiples caminos, y hay opción a visitar también las cavidades de “La cuevona” y “La encantada”. Además, en el propio pueblo se encuentra un aula arqueológica en el que los visitantes pueden comprender el funcionamiento de la ingeniería empleada por los romanos. Pero si visitar los caminos y las cuevas artificiales es recomendable, más lo es aún contemplar el paisaje en su conjunto desde el mirador instalado cerca del pueblo de Orella.
Una vida difícil
Como puede imaginarse, la vida de los mineros de Las Médulas no era fácil. Según creen los investigadores, no parece que fueran esclavos, pero tampoco está claro si llevaban a cabo un trabajo remunerado.
Seguramente la mayoría de los que allí trabajaron fueron habitantes de la zona, que pagaban con su trabajo los impuestos que debían satisfacer a los conquistadores. De todas formas, es difícil establecer la diferencia entre ambas situaciones, y probablemente las condiciones de vida de quienes allí trabajaban horadando las galerías eran más miserables que las de la mayoría de los esclavos.
Plinio El Viejo nos ha hecho llegar un breve esbozo de lo que debía ser aquella lúgubre existencia: “Durante meses los mineros no ven la luz del sol y muchos mueren en las minas”.
Sin embargo, como suele suceder en proyectos gigantescos de estas características, había algunos puestos de trabajo más atractivos. Por eso, una vez que se corrió la voz de la existencia de esas minas, se produjo una suerte de “fiebre del oro” en el Imperio Romano. Y es que, según algunos testimonios epigráficos recopilados por los investigadores, hubo personas que viajaron a las minas desde zonas muy lejanas.
Si bien la producción llegó a su máximo esplendor en la época del emperador Trajano, parece que hacia principios del siglo III cesó definitivamente la actividad minera. A día de hoy los investigadores no tienen claro por qué se abandonó la extracción de mineral, pero parece claro que el motivo estuvo relacionado con la crisis financiera de la época y con el abandono del patrón oro. Además, y aunque el yacimiento aún era productivo, cada vez había que perforar más profundamente las entrañas de los montes, con el consiguiente encarecimiento de los costes. Aún así, estas razones no explican totalmente el abandono, porque se sabe que otras grandes minas de la época, como las de Almadén (Andalucía) mantuvieron su actividad.
Aquellas minas desaparecieron para siempre, es cierto. Pero aún hoy puede contemplarse el poso dejado por la brillantez de la ingeniería romana y el esfuerzo de aquellos anónimos buscadores de oro.
La túnica de Neso | Departamento de Latín IES La Senda Quart de Poblet
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