El misterio del templo romano de la cueva de San Felipe
Alberto Mallado / Carmona (Sevilla)
El arqueólogo Juan Manuel Román descubrió de forma accidental un templo fechado en el siglo I a.C.
A.M.
Visitantes en el interior del templo
Era una excavación en el solar dejado por una casa en el casco histórico de Carmona, junto a la iglesia de San Felipe. Habían aparecido algunos restos, como siempre que se remueve el suelo en Carmona, pero no de demasiada entidad. Era el último día de excavación, la roca del alcor aquí está próxima al suelo y no se pensaba que pudiera haber mucho más. Minutos antes de marcharse, un último golpe de piqueta hace que el suelo se hunda. Una galería excavada en la piedra.
La excavación se prolonga más días. ¿Qué era aquello? La ansiedad por conocer del arqueólogo Juan Manuel Román le juega una mala pasada. Encajado en un estrecho hueco da un golpe, se desploma una pared y puede acceder a una cámara. Respira un aire viciado de siglos, se marea, pero consigue salir. Ha dado con un hallazgo importante y muy singular. Tanto que aún no existe una interpretación completa que lo explique.
Lo que se conoce como Cueva de San Felipe, por su proximidad al templo es un santuario subterráneo de época romana fechado en el siglo I a. d. C. Tiene tres salas, la primera más antigua y otras dos que parecen ampliaciones realizadas mediante excavación en la piedra del alcor. El acceso en la excavación se hace desde la zona contraria al acceso, pero la puerta original puede verse desde el interior. Grandes y bien labrados sillares que indican un uso público o religioso.
Más allá de ellos ahora aparece una muralla de tierra, pero en origen esta puerta daría a un corte en el alcor que quedaba al aire libre en uno de los accesos a la ciudad desde la zona de la actual ermita de San Mateo. La labor romana consistió en aprovechar este corte para excavar la roca y para asegurar la entrada y darle relevancia se creó esta puerta.
La interpretación es que se trata de un santuario religioso vinculado con los cultos subterráneos a las deidades vinculadas con el inframundo. Una especie de ermita situada en las afueras de la ciudad.
Hay indicios que hablan de este uso religioso y ritual. En la sala principal hay una hornacina excavada en la roca. Allí aparecieron los esqueletos de cinco perros. En época romana era habitual hacer sacrificios con estos animales. Cuando fueron descubiertas, las salas estaban llenas de basura y escombros, pero también se hallaron una buena cantidad de piezas cerámicas y metálicas.
Entre ellas un anillo con gran calidad en la talla y una figura humana de terracota cuya interpretación resulta complicada. Juan Manuel Román, tras analizar la pieza y compararla con otras similares cree que por la disposición de los atributos que presenta como un carnero junto al pedestal, podría tratarse de un Hermes-Mercurio.
Una deidad cuya presencia en otros hallazgos realizados en la localidad, parece indicar que gozó de una singular devoción en la Carmo romana. En este caso sería una interpretación iconográfica realizada a la manera de los carmonenses del periodo. Esta interpretación se complementa también con la presencia de lámparas de aceite con atributos de este mismo dios. Hay otros elementos que apuntan diversas interpretaciones, pero aún existen incógnitas abiertas sobre esta sincular construcción de una tipología de la que existen escasos ejemplos en el mundo.
Excavados en la piedra hay dos hornos. En uno de ellos estaban los restos de un lechón, cuyo estado indica que no había sido comido, por lo que podemos estar de nuevo ante un sacrificio ritual. El estudio del hallazgo se completó con la realización de análisis polínicos.
En ellos, además de un dibujo del medio ambiente del entorno, apareció la presencia de gran cantidad de polen de una planta concreta entre los carbones de uno de los hornos. Se trata de la gualda, una planta de la que se extraía, como su nombre indica, un pigmento empleado para producir tintes amarillos. Se sabe que era común que los centros religiosos controlaran la producción de tintes.
El templo ha quedado bajo la vivienda que se levantó en el solar, pero se ha dejado un acceso desde la calle que permite entrar de forma puntual en lo que constituye una experiencia única para el visitante y una puerta abierta a la historia de Roma para los investigadores.
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