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Hierro (Historia) Tenerife (Historia) Fuerteventura (Historia)
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La Palma (Historia)]Comunidad autónoma insular de España que comprende las provincias de Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife, con 1.694.477 habitantes (2001), que responden a los gentilicios de canarios, canarienses y guanches, y 7.492 km², repartidos entre sus siete islas mayores Gran Canaria, Tenerife, La Palma, Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera, El Hierro; y seis menores: Lobos, Graciosa, Alegranza, Montaña Clara, Roque del Este y Roque del Oeste, de las cuales únicamente Graciosa y Alegranza están habitadas. Comparte la capitalidad entre Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria.
Entre la leyenda de la Atlántida y el mito del Jardín de las Hespérides, Canarias ha sido considerada un pequeño paraíso en el Atlántico. Desconocidas durante siglos, aún hoy ignoramos mucho de su devenir histórico, especialmente de la época anterior a la conquista castellana. Por su posición geográfica el archipiélago resultó un enclave de vital importancia en la relación de Castilla con sus territorios de Ultramar.
Prehistoria
No ha resultado fácil para los historiadores establecer cuándo y cómo llegaron los seres humanos al archipiélago canario y, en algunos casos, la polémica aún continúa. La primera invasión de grupos de hombres y mujeres de Cromagnon, del tipo afroatlántico, pudo producirse hacia el 2500 a.C. (aunque algunos autores retrasan esta llegada hasta el 500 a.C. o incluso hasta el cambio de Era). La cronología del Cromagnon afroatlántico no coincide con la del europeo, que se dató en épocas más antiguas. En cualquier caso, los primeros pobladores de las islas vivieron en cuevas naturales, fabricaron herramientas de piedra, practicaban la agricultura y la ganadería y conocían la elaboración de objetos cerámicos, es decir, se encontraban en una fase de neolitización tardía.
A esta primera invasión le siguieron otras migraciones de grupos humanos eneolíticos de diferentes características que escogieron como destino cada una de las islas, de manera que cada una de ellas tuvo una realidad cultural diferente dependiendo del bagaje técnico y espiritual de dichos colectivos que pronto emprendieron el mestizaje con los Cromagnon. Así, Gran Canaria tuvo un desarrollo ligeramente más avanzado que otras islas del archipiélago, como demuestra el hecho de que se hayan encontrado cuevas talladas artificialmente que se usaban como viviendas o como lugares de enterramiento y que en algunos casos se decoraron con pinturas o grabados geométricos, como los de Gáldar (también se realizaron este tipo de grabados en La Palma y El Hierro); ídolos antropomorfos y de carácter fálico o pintaderas, una especie de sellos para realizar tatuajes, cuyos símbolos iconográficos podrían tener relación con la jerarquización social del grupo. En esta isla también se han hallado restos de viviendas con muros de piedras, que también se construyeron en Lanzarote, y túmulos sepulcrales, ya que los recién llegados practicaban los enterramientos colectivos y el culto a los muertos. Los cadáveres eran sometidos a un proceso de momificación similar al que llevaban a cabo los egipcios, aunque sin llegar a sus extremos de sofisticación. Los primitivos canarios adoraban a divinidades naturales y desarrollaron una complicada mitología. En Gran Canaria, existieron almogarenes o adoratorios, así como harimaguadas, que eran mujeres dedicadas al culto que vivían en Umiaga y Tirma. En cuanto a la organización social, las islas orientales tuvieron una mayor jerarquización, mientras que las occidentales estuvieron más ligadas al régimen tribal o clánico. En Tenerife y Gran Canaria había reyes que se denominaban mencey y guanarteme, respectivamente. El guanarteme gobernaba con la ayuda del tagóror o consejo de guerreros, a quienes se llamaba guaires. El armamento de estos guerreros consistía en lanzas, jabalinas y bastones cuyas puntas se endurecían con el fuego, aunque lo que les dio notoriedad en sus contiendas con los conquistadores castellanos fue su habilidad como lanzadores de piedras o bolas. A pesar de que los canarios conocían la agricultura (el tradicional gofio ya existía en aquella época), la falta de herramientas adecuadas para roturar, así como la dificultad que implicaba el regadío por la escasez de agua potable, hicieron que decayeran las actividades agrarias en beneficio de la ganadería ovina, porcina y caprina, cuyas pieles utilizaban como vestido. Mientras que en las islas occidentales las cuevas eran las únicas viviendas, en las islas orientales se construyeron poblados y aldeas con casas de piedra y chozas de otros materiales. Este fue el panorama que encontraron los primeros expedicionarios europeos.
Edad Antigua
Apenas quedaron restos arqueológicos de aquella época, sin embargo, en las fuentes escritas se mencionó al archipiélago canario de diferentes maneras. Puede que los primeros en conocerlas fueran los navegantes tartésicos o fenicios y que a través de ellos las conocieran los poetas griegos que en sus mitologías las describieron como el Jardín de las Hespérides, al que viajó Heracles para realizar uno de sus doce trabajos, concretamente el de conseguir una de las manzanas de oro que se cultivaban en dicho jardín. Los escritores romanos les pusieron el nombre de Afortunadas (insulae fortunatae), epíteto con el que aún se designa a las Canarias. En el s. I d.C., Plinio mencionó una exploración ordenada por Juba, rey de Mauritania y protegido de Augusto, mientras que el geógrafo Ptolomeo las consideró un siglo después el extremo del mundo. Los únicos restos materiales de aquellos siglos son unas ánforas de época tardorromana (ss. III-IV) que se encontraron en el fondo de las costas de la isla Graciosa.
Edad Media
Poco o nada se sabe de las Islas Canarias durante la Alta Edad Media, aunque es posible suponer que los musulmanes las conocieron, les dieron el nombre de kadalat o tierra dura, y las visitaron. Uno de los hitos históricos más relevantes para Canarias se produjo en el s. XIII cuando diferentes avances técnicos como el timón o la brújula, permitieron la navegación de altura. Los europeos establecieron contacto con el archipiélago en el s. XIV, ya fuera para establecerse como colonos y misioneros o para realizar expediciones de piratería en busca de botín y de esclavos para abastecer los mercados del viejo continente. El primero de estos expedicionarios fue el genovés Lancelotto Malocello que arribó a la isla a la que dio nombre en el primer tercio del s. XIV. En los años cuarenta de aquel siglo se suceden las expediciones de portugueses, genoveses como Angiolino del Tegghia de Corbizzi, mallorquines y catalanes como Francisco des Valers y Domingo Gual. Enterado el papa Clemente VI de la existencia de estas islas y teniendo en cuenta su teórica potestad sobre los territorios de infieles, convirtió el archipiélago en reino y se lo entregó al infante castellano Luis de la Cerda, con el título de príncipe de Fortuna, con la única condición de que llevase a cabo la evangelización de las islas. Al nuevo príncipe le faltaron apoyos tanto económicos como militares, de manera que no pudo afrontar la conquista. Mejor fortuna tuvo una iniciativa de misioneros mallorquines que consiguieron que Clemente VI crease en 1351 el obispado de Fortuna, cuyo primer titular fue un fraile llamado Bernardo. La sede de la diócesis se estableció en Telde (Gran Canaria) donde sobrevivió por espacio de cincuenta años.
La expedición a Canarias de Béthencourt
Con el cambio de siglo se inició la conquista propiamente dicha, ya que en 1402 llegó a Lanzarote la expedición de Jean de Bethencourt, noble normando que contaba con el patrocinio de Robert de Braquemont y con el beneplácito de Enrique III de Castilla. Su andadura por el archipiélago quedó registrada en el libro Le Canarien escrito por dos de sus acompañantes: Pierre Boutier y Jean Le Verrier. Bethencourt construyó el castillo de Rubicón al sur de la isla y estableció negociaciones con el caudillo Guardafía, con el que firmó un tratado de paz. La conquista de Fuerteventura, sin embargo, le resultó más conflictiva, ya que los indígenas presentaron batalla.
Béthencourt inauguró con su viaje lo que se ha venido a denominar la Era de los Descubrimientos, pero al mismo tiempo, su expedición se encuadró en una época en la que gustaban las aventuras insólitas, las empresas azarosas y las fábulas sobre tierras lejanas y exóticas. Teniendo esto en cuenta, la expedición e Béthencourt no fue contemplada en su época como algo extraño o digno de un loco, más bien respondería a un sentimiento muy extendido; por otro lado, Béthencourt ya había tenido alguna experiencia marinera y es posible que su peligrosa situación económica, acosado por los acreedores, acabara por deciderle a la hora de emprender semejante aventura. Un último motivo que pudo impulsar a Béthencourt a emprender viaje, fue un oscuro suceso que ocurrió en 1401; en esta fecha, Jean de Béthencourt junto con Robert Cassel y algún otro aliado, se apoderó de una barcaza inglesa, lo que realizado en tiempos de paz con los ingleses, fue considerado como un acto de piratería y sus protagonistas fueron puestos fuerea de la ley. No está claro si Béthencourt participó en estos hechos antes de tener decidida su expedición, y por lo tanto ellos le impulsaron a marchar, o por el contrario, ya tenía decidada su partida y sabiéndose a salvo de la justicia en territorio tan lejano, realizó dicho acto de piratería bien para enriquecerse, bien para completar sus abastos.
Las islas Canarias poseían dos cosas por las cuales se justificaban los riesgos de la expedición, por un lado esclavos, que se conseguían fácilmente debido a lo atrasado de la sociedad indígena, el otro producto de interés era la orchilla, planta de la cual se extraía un apreciado tinte, lo cual era especialmente significativo en el caso de Béthencourt, ya que Grainville se encontraba ubicada en la mayor zona dedicada a la industria textil de toda Francia. Béthencourt fue ante todo un colonizador, y ello es precisamente lo que le diferencia de las expediciones anteriores de comerciantes o tratistas de esclavos, los cuales llegaban a las islas cogían la mercancía que buscaban y se marchaban, Béthencourt sin embargo buscaba convertir el territorio en su propiedad y explotarlo junto a los indígenas, parece que no persiguió directamente el comercio de esclavos, ya que le interesaba la mano de obra indígena, y que cuando ésta se dio fue debido a las consecuencias de la guerra de conquista y a la aparición de prisioneros de guerra.
Las islas Canarias carecían de dueño a la llegada de Béthencourt. No obstante, el 15 de noviembre de 1344, el papa Clemente VI concedió la propiedad de las mismas a Luis de la Cerda; pero dicha cesión nunca había llegado a consumarse ya que este príncipe carecía de los recursos necesarios para hacerla efectiva, por lo que el papado podía conceder las islas a un nuevo dueño. Debido a que el interés del monarca castellano era manifiesto, a Béthencourt sólo le hacía falta el apoyo del pontificado, pero daba la casualidad de que en esos momentos, su primo, Robin de Braquemont era el jefe de la guardia pontificia de Aviñón, un importante puesto desde el cual logró el consentimiento papal para la empresa.
A lo largo de 1403 Jean IV de Béthencourt mantuvo contactos con el rey de Castilla, Enrique III, con el objeto de obtener el apoyo real para sus planes. Béthencourt ofreció a Enrique III el vasallaje de las islas a cambio de su ayuda material en la expedición, y con ello se ganó el apoyo del rey.
Una vez que obtuvo el permiso del papado y del rey de Castilla, Béthencourt inició los preparativos para la conquista de las islas. Reclutó a un competente grupo de soldados y marineros, en total unos doscientos cincuenta hombres, procedentes en su mayor parte de Normandía. Entre este contingene de tropas se encontrarían, quizá como capitanes, algunos miembros de su familia; también se incorporaron a la expedición diversos miembros de la nobleza menor de normanda. Como clérigo de la expedición fue Jean Le Verrier, capellán de Béthencourt y posiblemente el autor de la crónica de la conquista, Le Canarien, escrita por él mismo y por Pierre Boutier.
Parece ser que Jean de Béthencourt padecía algún tipo de enfermedad o tenía alguna deficiencia por lo que el uso de las armas no le era demasiado propicio, por ello, y por ser su objetivo la explotación política y comercial, necesitaba a un capitán que dirigiese a sus expedicionarios, para el cargo eligió a Gadifer de la Salle, al que probablemente conociese durante el período que ambos sirvieron al duque de Anjou.
La figura de Jean de Béthencourt y la de su capitán Gadifer de la Salle, no podían ser más diferentes, mientras que Béthencourt pertenecía a una de las familias más antiguas de Normandía, por lo que tenía numerosos y poderosos aliados por toda Francia, y no había tenido una carrera militar destacada, más bien se había dedicado a la política; Gadifer, pese a que también era noble, no contaba con semejantes apoyos por pertenecer a la baja nobleza y su ascenso social se debía a sus propios méritos, los cuales pese a que parece ser que fueron grandes, no le bastaron para abandonar la pobreza.
Jean de Béthencourt convenció de alguna manera a Gadifer de la Salle para que fuese el capitán de su expedición, pero nunca llegaron a firmar ningún tipo de contrato, lo que posteriormente supondrá un motivo de conflicto entre ambos. Parece ser que Gadifer se fió de la palabra dada por Béthencourt y no creyó necesario la firma de ningún documento. Gadifer abandonó el puesto que por entonces ocupaba como senescal de Bigorre y puso su escasa fortuna en manos de Béthencourt y su expedición, sin tener asegurado ningún tipo de beneficio de la misma. Gadifer reclutó en Bigorre numerosos hombres de armas para la expedición; también armó y dotó un navió, en lo que empleó su fortuna y que naufragó antes de alcanzar las Canarias. A partir de 1404 las relaciones entre los dos jefes de la expedición se fueron deteriorando hasta el extremo de que Gadifer emprendió de forma prematura el regreso a Francia.
La expedición desembarcó en Lanzarote en 1402, donde Béthencourt construyó el castillo de Rubicón, sede de la diócesis rubicense, al sur de la isla, y estableció negociaciones con el caudillo Guardafía, con el que firmó un tratado de paz. La conquista de la isla no fue complicada, ya que los indígenas no presentaron batalla. No ocurrió lo mismo en Fuerteventura, donde la expedición encontró una fuerte oposición. Parece ser que en este momento Béthencourt regresó a la península en busca de refuerzos, sobre todo más soldados, ya que de los doscientos cincuenta que partieron sólo la mitad habían logrado llegar a Lanzarote, y de estos muchos había perecido ya. Al regreso de Béthencourt se emprendió la conquista de Fuerteventura, probablemente fuese 1404 cuando lograron acabar con la fuerte resistencia de los mahoreros, dirigidos por los reyes Guize de Maxorata y Ayoze de Jandía. Posteriormente pasó a El Hierro, la última de las islas del archipiélago conquistadas por el expedicionario normando. La Gomera fue conquistada hacia 1430, pero ni Béthencourt ni sus sucesores pudieron aprovecharse de Gran Canaria, La Palma y Tenerife, las más grandes y ricas islas del archipiélago y de las únicas que podría haberse obtenido importantes beneficios. Antes de la conquista de El Hierro, Béthencourt trató de conquistar Gran Canaria, pero se ignora el motivo por el cual no completó la conquista y se retiró.
A la muerte de Jean de Bethencourt, el señorío de las islas de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro pasó a manos de su sobrino Maciot de Bethencourt, quien a su vez vendió el señorío al conde de Niebla, aunque conservo la tenencia. Por otro lado, Juan II otorgó el señorío de las islas sin conquistar a don Alfonso de las Casas, de quien pasó a su hijo Guillén de las Casas que adquirió el señorío de las islas anteriormente citadas al comprárselas al conde de Niebla. Su hija, Inés de las Casas y su yerno, Fernán Peraza el Viejo llevaron a cabo la conquista de La Gomera, mientras que la hija de ambos, Inés Peraza y su marido Diego Herrera acometieron la incorporación de las islas mayores, pero se encontraron faltos de apoyo y de recursos económicos. Aún así, consiguieron que los reyes de Gran Canaria y Tenerife les rindieran vasallaje en 1461 y 1464, respectivamente. Casi simultáneamente a la conquista, surgió el enfrentamiento entre portugueses y castellanos por el dominio del archipiélago, de vital importancia estratégica para las pretensiones de don Enrique el Navegante de rodear el continente africano para controlar la ruta marítima del comercio con Extremo Oriente. La primera crisis tuvo lugar en 1448, cuando Maciot de Bethencourt vendió la tenencia de Lanzarote a don Enrique, quien colocó como gobernador de la isla a Antâo Gonçalves. Este acontecimiento originó una revuelta conjunta de castellanos e indígenas que obligó a los portugueses a abandonar la isla. En 1459, a pesar de la paz firmada entre Alfonso V de Portugal y Enrique IV de Castilla, Diego da Silva de Meneses arrasó Lanzarote, con lo que pudo provocar un grave incidente diplomático entre los dos reinos. En 1478 los Reyes Católicos decidieron que la corona se implicase en la conquista de las islas mayores, de manera que se indemnizó a los Herrera-Peraza y se nombró a un capitán, Pedro de Vera que comenzó la conquista de Gran Canaria donde paulatinamente fue capturando a los distintos guanartemes. La conversión del guanarteme de Gáldar, que tomó como nombre cristiano el de Fernando de Guanarteme, dio un gran impulso a la empresa conquistadora, ya que Fernando colaboró activamente tanto en las campañas militares como en tareas negociadoras. A pesar de que los combates de Bentaiga, Titana y Fataga no fueron favorables a los castellanos, en 1484 terminó la conquista de Gran Canaria al tomar la fortaleza natural de Ansite. 1493 fue el año en que se incorporó La Palma, gracias a la intervención de una indígena palmera llamada Francisca Gazmira que participó en las negociaciones. Alonso de Lugo, el segundo capitán nombrado por los Reyes Católicos, se encargó de conquistar Tenerife, empresa que logró entre 1494 y 1496, a pesar de las primeras derrotas en Acentejo y la laguna de Aguere. En cuanto a la cristianización del archipiélago, el cisma de Occidente también tuvo su repercusión en las islas, ya que Benedicto XIII concedió el nuevo obispado a Jean de Bethencourt, ubicado en la ciudad de Rubicón, mientras que Martín V creó la diócesis de Fuerteventura en 1424Con la solución del cisma terminó esta situación y se volvió a la unidad. La preocupación de los misioneros canarios y de los papas de la época era evitar el comercio de esclavos, puesto que dificultaba el proceso de evangelización.
Edad Moderna
A la etapa de conquista siguió ya en el s. XVI la de completa colonización y la de institucionalización del territorio. El archipiélago quedaba dividido en islas de señoríos e islas de realengo, lo cual creó dos realidades diferentes. Por ejemplo, resultó más difícil atraer población a las tierras de señorío, puesto que sus habitantes estaban obligados a satisfacer una serie de prestaciones que no tenían los de las islas de realengo. Tampoco en aquellas islas de realengo fue sencillo el proceso colonizador, ya que tuvieron que competir con la repoblación del reino de Granada, recién conquistado por los Reyes Católicos, y con la conquista y colonización de América. Para atraer a la población hacia las tierras canarias, los monarcas las dotaron de un régimen fiscal privilegiado ya que sus habitantes no tendrían que pagar alcabalas ni almojarifazgo. En cuanto a la organización municipal, para evitar disputas de términos, se estableció un municipio en cada isla. En cada municipio se estableció un Concejo o Cabildo, cuyo ayuntamiento estaba formado por los alcaldes, los regidores (oficiales de la corona), el mayordomo, el personero, el escribano y el alguacil mayor, oficios que fueron copando las oligarquías locales. En 1494 se otorgó a Gran Canaria un Fuero de la familia del fuero de Sevilla, aunque más que un fuero en el sentido tradicional, se trató de unas ordenanzas que regulaban la vida cotidiana en la ciudad. Así mismo se establecieron dos gobernadores en las islas de Gran Canaria y Tenerife, para asegurar la estabilidad del territorio recién incorporado a la corona. Las ciudades del archipiélago vieron multiplicarse su población con inmigrantes llegados principalmente de Andalucía, aunque también se establecieron minorías procedentes de Génova, Alemania, Flandes, Portugal, Francia e Irlanda. Las luchas entre los señoríos obligaron al rey a crear la Real Audiencia, institución superior de gobierno sobre todas las islas y aunque en principio es sólo un Tribunal de apelación, pronto realizó tareas gubernativas. Los continuos asaltos piratas hicieron surgir la figura del Capitán General en 1589, aunque esta medida resultó tan impopular, que se eliminó tal cargo en 1594. La milicia y la marina regional lograron contener el ataque de sir Francis Drake en 1595, pero no pudieron evitar que Van der Does incendiase y saquease Las Palmas de Gran Canaria en 1599. En el terreno económico, los primeros años estuvieron marcados por el cultivo de caña de azúcar y la producción vinícola que era muy apreciada en Inglaterra. Los abusos por parte de los comerciantes que traficaban con América dieron lugar a la creación de los Jueces de Indias, dependientes de la Casa de Contratación de Sevilla en 1560. Sin embargo, ante la falta de unidad de criterios de estos Jueces, se hubo de nombrar un Juez Superintendente de Indias en 1657.
El cambio dinástico encontró en Canarias la decadencia señorial y el estancamiento de la vida municipal. Felipe V estableció una nueva institución: la Intendencia, que si bien no sustituyó a los corregidores, sí tuvo bajo su mano al juez de Indias. Las oligarquías canarias entorpecieron su trabajo siempre que pudieron, ya que la nueva institución significaba renunciar a parcelas de poder en favor de la monarquía. Los intentos por revitalizar las instituciones municipales pasaron por la creación de diputados del Común, por multiplicar los núcleos de población y por suprimir los regidores perpetuos. Estos intentos democratizadores apenas sirvieron de nada, puesto que las oligarquías isleñas se adaptaron al liberalismo para seguir dominando la vida política y económica. En el plano económico, las islas sufrieron un importante revés en 1703 cuando Inglaterra y Portugal firmaron el tratado de Methuen, en virtud del cual Inglaterra se comprometía a consumir únicamente el vino producido por Portugal. Carlos III fundó durante su reinado la Universidad de La Laguna. El siglo XIX inauguró la rivalidad ya tradicional entre Tenerife y las Palmas. En 1808, al estallar la Guerra de la Independencia se creó en Tenerife la Junta Suprema de Canarias, que destituyó al Comandante General. En Gran Canaria no se aceptó que la isla vecina se adjudicara tales competencias, de manera que se estableció el Cabildo General Permanente. Entonces se originó el conflicto por la capitalidad de la provincia. La segunda mitad del s. XIX vio nacer el Partido Canario y los dos periódicos vinculados con él: El Porvenir de Canarias y El Despertar Canario. En 1852 se produjo la primera división del archipiélago en dos provincias, cada una con un subgobierno. En la misma fecha se otorgó el Decreto de Puertos Francos, para revitalizar la economía canaria que había quedado maltrecha tras el tratado de Methuen. La división provincial tuvo una vida efímera, ya que en 1854 el capitán General, que no aceptaba la partición, estableció la Junta de Las Palmas. La Vicalvarada tuvo una gran acogida en Gran Canaria, y la llegada de la I República impulsó la vida política de las islas, con la creación de nuevos partidos, por ejemplo una sección canaria participó en la I Internacional. El principal garante de la Restauración monárquica en las islas fue don Fernando León y Castillo. En las Canarias Orientales predominaba el elemento liberal, mientras que las islas Occidentales se inclinaban por el partido conservador. León y Castillo trató de que se olvidaran los pleitos por la capitalidad durante el difícil período de la minoría de Alfonso XIII, para lo cual se sirvió del caciquismo presente en el archipiélago como en el resto de España.
Edad Contemporánea
El siglo se inauguró para Canarias con la Ley de Cabildos de 1912, que mantenía la unidad provincial, pero creaba circunscripciones electorales de ámbito insular, de manera que se le restaban competencias a la Diputación Provincial. Los fenómenos de capitalización de la economía y urbanización hicieron surgir nuevos partidos y, en especial, nuevas organizaciones sindicales vinculadas al anarcosindicalismo presente en toda España. La Dictadura de Primo de Rivera dejó momentáneamente en suspenso la evolución política democrática, pero bajo su gobierno se promulgó en 1925 el Estatuto Provincial que ponía fin a la Diputación Provincial y creaba la Mancomunidad Provincial Interinsular que aglutinaba a todos los cabildos insulares. Así mismo, dos años más tarde, en 1927 un Real Decretó estableció la Provincia de Las Palmas. En las elecciones de 1931, gran parte de los municipios canarios ni siquiera votaron a sus representantes, pues se aplicaba lo dispuesto en el artículo 29º de la Ley Electoral de 1907, que establecía la designación automática para aquellos municipios en que los candidatos no tuvieran un número superior al de los cargos elegibles. Las Palmas fue una de las pocas capitales de provincia en que no triunfaron los partidos republicanos, sin embargo, se acepto la II República con especial agrado entre los sectores sociales más comprometidos con ideas socialistas o sindicalistas, mientras que las oligarquías urbanas se preparaban para una nueva adaptación en su intento de mantener el status quo. El primer gobierno republicano permitió un enorme desarrollo de las organizaciones de trabajadores, pero el triunfo en 1933 de los partidos de derechas frenó los logros sindicales y en algunos casos se volvió a situaciones anteriores a la República: se aumentó la jornada laboral, se bajaron los salarios y se redujeron las tareas agrícolas. Esta situación no hizo sino añadir tensión a un gobierno bastante inestable. En las elecciones de febrero de 1936, el Frente Popular triunfó en las dos provincias canarias y durante su efímero gobierno, se trató de recuperar los logros sociales que se habían conseguido en el 31. Las oligarquías canarias se plantearon que la única solución a tal estado de cosas era un golpe autoritario.
El 17 de Julio de 1936, el general Franco, que había sido destinado en Canarias por el nuevo gobierno, voló en el Dragon Rapide hasta Melilla donde estalló el Alzamiento militar. Desde los primeros momentos, los militares destinados en el Archipiélago se pusieron a las órdenes de los generales rebeldes e instalaron un gobierno autoritario en las islas con el consentimiento y el apoyo de las clases altas. Teniendo en cuenta la baja conflictividad social, la represión franquista fue en todo punto desmesurada. Las clases dominantes delegaron el poder en el nuevo régimen a cambio de que se favorecieran sus intereses económicos por encima del bienestar social. Esta situación se mantuvo hasta los años 60, en que apareció de nuevo la protesta trabajadora dadas las desigualdades en el reparto de la riqueza.
La Comunidad Autónoma actual
En 1982 se otorgó el Estatuto Autonómico de Canarias que estableció los siguientes órganos de gobierno: un Parlamento con sede en Santa Cruz de Tenerife, un Consejo Consultivo Canario ubicado en La Laguna, un Tribunal Supremo residente en Las Palmas y un Presidente que traslada su residencia de una capital a otra en cada período electoral. Con esta fórmula de capitalidad compartida se ha llegado a una solución de compromiso al problema de la rivalidad histórica entre Santa Cruz y Las Palmas. El Gobierno Autonómico tiene funciones administrativas y ejecutivas, así como potestad reglamentaria, además de ser el encargado de planificar la política regional.
Uno de los problemas a que ha debido enfrentarse la Comunidad Canaria fue la peculiar situación fiscal y económica del archipiélago frente a la incorporación a la Comunidad Europea. El Parlamento Canario aprobó la entrada en la comunidad exceptuando las políticas fiscales y aduaneras comunes en lo que se conoció como Protocolo II. En 1997 volvió a surgir la polémica con respecto a la integración de España en el mando de la OTAN como miembro de pleno derecho, puesto que se especulaba con la posibilidad de que el mando militar sobre Canarias quedase en manos de los portugueses.
Arte y Cultura
Ejemplos del arte prehispánico han quedado por todas las islas en forma de grabados e insculturas geométricas, así como de cuevas decoradas con pinturas de motivos igualmente geométricos. El resto de los materiales prehispánicos como el petroglifo de la Cueva de la Zarza, el ídolo de Tara, las figuras femeninas o los bastones de mando se encuentran en los museos de la comunidad. Los españoles trajeron al archipiélago el estilo gótico y en él se construyeron la Catedral de Las Palmas, San Juan de Telde o la casa de Colón. También a este estilo pertenecen el retablo de San Juan de Telde, las vírgenes de la Peña y del Pino o el Cristo de la Laguna. En el s. XVI se levantaron las iglesias de la Concepción en La Laguna, del Salvador en Santa Cruz de La Palma el palacio episcopal de Las Palmas. El Manierismo no ofrece grandes obras arquitectónicas, aunque sí resulta impresionante la proliferación de artesonados mudéjares en aquella época. Un elemento muy peculiar del arte canario son los ajimeces, o balcones cerrados con trabajadas celosías.
En cuanto a la arquitectura barroca, cabe destacar San Agustín de la Orotava, la iglesia de San Marcos de Icod, la basílica del Pino, San Francisco de Borja o el Palacio Episcopal de La Laguna. Aunque gran parte de la imaginería barroca fue importada, no hay que olvidar los nombres de pintores y escultores canarios del s. XVII como B. García Ravelo, A. de Ortega, G. de Quevedo, C. Hernández de Quintana, Lorenzo de Campos, L. González de Ocampo, C. Acosta o J. de Miranda. En el Neoclasicismo destacaron F. Estevez y L. de la Cruz y Ríos. Los arquitectos más sobresalientes del s. XIX fueron M. de León y Falcón y M. de Oraá. En aquel siglo el paisajismo tuvo varios representantes como N. Alfaro, V. Sanz o M. González Méndez. El s. XX amplía enormemente la nómina de artistas canarios, especialmente si se tiene en cuenta la proliferación de distintos movimientos artísticos como las vanguardias. Sirvan como ejemplo las obras de V. Macho, P. Serrano, F. Borges, Néstor, A. Romero, M. Martín González y un largo etcétera.
Las primeras manifestaciones literarias de las islas fueron las endechas, que ya en época prehispánica eran cantadas por los primitivos canarios. Abreu Galindo fue el primero en tratar de ellas. En el Renacimiento aparecieron las obras poéticas de B. Cirasco y J. de Anchieta. El siglo XVII brindó autores como A. de Viana, Núñez de la Peña o Marín y Cubas. Como en otras regiones españolas, la creación de la Sociedad de Amigos del País revitalizó el panorama cultural. El principal artífice de la recuperación fue el Marqués de San Andrés, acompañado por escritores como J. de Viera y Clavijo y J. Clavijo y Fajardo. Las primeras revistas de literatura aparecieron en pleno Romanticismo: El Atlante y La Aurora, en cuyas páginas publicaron R. Murphy, Ventura Aguilar, López Botas o P. Romero y Palomino. A estas iniciativas siguieron otras como El Museo Canario o Revista de Canarias. Antes de 1936 destacaron los escritos de D. Rivero González, L. Doreste Silva, M. Verdugo, T. Morales, entre otros. Dos revistas aglutinan lo mejor de las vanguardias: Hespérides y Cartones. La literatura de Postguerra ha brindado nombres como E. Serra Rafols, A. Lorenzo Cáceres y Torres, J. Artiles, A. Espinosa, F. Casanova, L. Alemany , etc. Mención aparte merece don Benito Pérez Galdós, posiblemente el canario más internacionalmente conocido por sus extraordinarias novelas y por sus Episodios Nacionales. Otra de las manifestaciones culturales más peculiares de canarias es el Carnaval de Tenerife, considerado, junto con los de Río de Janeiro y Venecia, como uno de los mejores del mundo. En el ámbito musical ha sobresalido internacionalmente el tenor Alfredo Kraus, que a juicio de los expertos tiene una técnica y una dicción casi perfectas.
Datos básicos
Nombre oficial: Comunidad Autónoma de las Islas Canarias.
División administrativa: Dos provincias.
Capital: Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria.
Extensión: 7.492 km².
Población
Población: 1.694.477 (2001)
Natalidad: 18.781 (2000)
Mortalidad: 12.325 (2000)
Crecimiento vegetativo: 6.456
Residentes extranjeros: 77.594 (2000)
Gentilicio: canario.
PIB a precios de mercado: 24.552 millones de € (2000)
Índice de bienestar: 6 (media nacional 2001: 5 sobre 10)
Población activa: 729.500 (2001)
Población inactiva: 594.300 (2001)
Población ocupada: 627.100 (2001)
Población parada: 102.400 (2001)
Tasa de paro: 14,0 % (2001)
Paro registrado: 91.252 (2001)
Administración y Gobierno
Estatuto de autonomía: LO 10/1982, de 10 de agosto (BOE nº195, de 16 de agosto de 1982). Reformado por LO 4/1996, de 30 de diciembre.
Órganos autonómicos:
Ejecutivo: Gobierno Canario. Presidente: Adán Martín.
Legislativo: Parlamento de Canarias: 60 diputados.
Judicial: Tribunales Superiores de Canarias.
Partidos políticos con representación parlamentaria (elecciones 25 de mayo de 2003):
Coalición Canaria (CC): 24 escaños; PP: 17 escaños; PSOE: 16 escaños; FNC: 3 escaños.
Funcionarios de la administración pública (año 2001): 107.048
Admón. Estatal: 23.024
Admón. Autonómica: 52.507
Admón. Local: 28.437
Universidades: 3.080
Enlaces en Internet:
http://www.gobcan.es; Página oficial del Gobierno Canario.
http://www.parcan.es; Página oficial del Parlamento de las Islas Canarias.
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