Las orchillas de Canarias

Lázaro Sánchez-Pinto Pérez Andreu


Recolección de orchilla: Grabado hecho por Sinforiano Bona en Tenerife 1866

Hace ya más de 26 años, Lasar decía…

Una de las principales fuentes de riqueza de nuestro archipiélago durante varios siglos fue la exportación de plantas tintóreas a los merca dos europeos. La mayoría de estas plantas son poco conocidas y están mal estudiadas.
En este artículo pretendemos ampliar en cierta medida los conocimientos de una o, más bien, un grupo de plantas tintóreas que, a nuestro juicio, influyó decisivamente en la conquista de las Canarias: la orchilla.
Bajo este nombre se reúnen varias especies de líquenes pertenecientes al género Roccella, las cuales se desarrollan principalmente en los acantilados costeros de todas nuestras islas e islotes. De estos líquenes se extrae un colorante, la orcaína, que tiñe de color púrpura.


Historia de la orchilla

El color púrpura siempre ha estado relacionado con los conceptos de dignidad y nobleza. En la Antigüedad, emperadores, reyes, magistrados, papas, cardenales, etc. simbolizaban su alto rango portando capas de bello color púrpura. Sillones, cojines, oratorios, etc. eran tapizados con telas purpúreas y las alfombras y cortinas de los salones principales de los ricos palacios tenían el mismo color.
Los fenicios fueron los primeros que lograron producir un tinte púrpura. La famosa “púrpura getúlida”, cuya elaboración siempre se ocultó celosamente, fue un producto altamente cotizado durante siglos.
Sabemos que los fenicios fueron unos expertos navegantes y astutos comerciantes que dominaron el mar Mediterráneo durante los dos milenios anteriores a nuestra era. Los puertos de Tiro y Sidón fueron los más célebres de la Antigüedad y de ellos partían numerosos barcos en todas direcciones.
Durante sus viajes cruza ron también las Columnas de Hércules, el hoy Estrecho de Gibraltar, y se adentraron en el Océano Atlántico. Estrabón (1) afirma que, mucho antes de que Homero escribiese la Odisea, los fenicios habían fundado más de trescientas ciudades en la costa occidental africana. Sin embargo, siempre ocultaron la situación y características de los territorios colonizados más allá del Estrecho, ya que de ello dependía el monopolio de su comercio y del dominio del mar.
Es muy probable y lógico que este pueblo de osados marinos conociera también las islas Canarias e, incluso, estableciera en ellas pequeñas colonias. La propia corriente del Golfo de Méjico, en su tramo conocido por corriente de Canarias, favoreció la llegada de estos navegantes. Sabemos que esta corriente se separa del continente africano a la altura de Cabo Guir y se dirige con mayor fuerza hacia Lanzarote y Fuerteventura (2). Y fueron posiblemente estas islas las primeras que conocieron y colonizaron los fenicios, mucho antes de la llegada de los guanches (3). De estos contactos con nuestras islas no tenemos ningún vestigio arqueológico, salvo la aventurada hipótesis de algún autor (4).
¿Qué ofrecían nuestras islas a estos comerciantes? Maderas nobles, sangre de drago, ámbar, conchas... y !a púrpura. El profeta Ezequiel (5) dice que el comercio de Tiro se extendía a numerosas islas atlánticas y que a esa ciudad llevaban los marinos comerciantes un tinte de color jacinto y púrpura de las islas de Elisa.
La palabra Elisa proviene del hebreo «ah zuth», que significa placer, alegría. Con los griegos la palabra evolucionó a «Elysus», que significa paraíso, tierra de la felicidad. Es atribuible a los fenicios el nombre por el que se conocieron las Canarias en la Antigüedad, «Campos Elíseos», Islas de la Felicidad, Islas Afortunadas. También se dice que la flota del rey Salomón en su famoso periplo africano, guiada por expertos marinos fenicios, pasó por nuestro archipiélago y que a su regreso traía, entre otras ricas producciones, la púrpura de Canarias.
Hoy sabemos que los fenicios obtenían el tinte púrpura a partir de una secreción mucosa de color amarillento que poseen ciertos moluscos de los géneros Murex y Purpura (concretamente
M. brandaris y P. haemastomma). Estos dos moluscos marinos son abundantes en el Mediterráneo y viven a escasos metros de profundidad (6). Sin embargo, es probable que la intensa explotación a la que estuvieran sometidas estas especies mermara considerablemente la población y consecuentemente la producción de púrpura. En nuestras islas y la vecina costa africana las especies tintóreas (Murex cornutus y otras) son más bien escasas y viven en profundidades de más de veinte metros (7). Es dudoso que los fenicios extrajeran la púrpura de unos moluscos tan escasos y difíciles de recolectar. Así que tuvieron que buscar otro elemento productor de un tinte púrpura: la orchilla.
Lanzarote y Fuerteventura son las islas donde más desarrolladas se encuentran las comunidades de orchillas y donde todo parece indicar se establecieron las colonias fenicias. Estas dos islas fueron conocidas posteriormente por Plinio como las Purpuranas y en ellas estableció el rey Juba de Mauritania sus industrias tintóreas en los primeros años del siglo 1 d.C. (8).
Desde esos tiempos y hasta bien entrado el siglo XIII nuestras islas fueron olvidadas por los navegantes y consideradas inaccesibles por los geógrafos (9).
Con la entrada de nuestras islas en la Historia Moderna, la púrpura de Canarias vuelve a primer plano.
Después de la conquista de Lanzarote, Fuerteventura y el Hierro por el caballero normando Jean de Bethencourt, éste reparte las tierras y bosques de las tres islas entre los franceses y españoles que le habían acompañado, reservándose para sí la recolección y venta de la orchilla (10). Tenemos noticias de la expedición que realizó dos años antes Gadifer de La Salle a las restantes islas del archipiélago en busca de “sebo, conchas, dátiles, orchilla y sangre de drago” (11). Bethencourt vende ha orchilla en Florencia a precios muy ventajosos y pronto este lucrativo negocio es objeto de codicia por parte de la Iglesia, que mediante bula apostólica de Eugenio IV (1431) ordena le sean pagados diezmos por la orchilla (12).
En años sucesivos la exportación de esta planta se incrementa considerablemente, existiendo un próspero comercio entre Lanzarote con Sevilla y Cádiz (13). Diego de Herre ra, yerno de Fernán Peraza y monopolizador por aquel entonces del comercio de la orchilla, realiza varios pactos amistosos con los Guanartemes de Gáldar y TeIde, entre. los que se encuentra uno para comerciar exclusivamente con la orchilla que la isla produce. Los Guanartemes convienen si se les paga a los recolectores (14).
Antes de la conquista de las dos islas más importantes, Tenerife y Canaria, los Reyes Católicos quisieron reservarse la explotación de la orchilla. Sabemos de los acuerdos que existieron entre estos reyes y los guanches “de paces” de Tenerife entre los años 1450-1480 para asegurarse el monopolio del preciado liquen, que tan pingües beneficios producía (15).
Una vez conquistadas las islas realengas (Tenerife, La Palma y Gran Canaria), el genovés Francisco de Riberol obtiene el comercio exclusivo de la orchilla de Canarias, la cual exporta a las principales ciudades italianas (16). Normalmente, los recolectores son indígenas, acostumbrados a trepar por los barrancos, riscos y acantilados costeros donde se cría la orchilla en abundancia (17). En Tenerife se exige que los orchilleros sean vecinos de la isla, “. . .esto porque es pro de la tierra” (18).
Todas las islas son productoras, si bien ya en el siglo XVII la orchilla representa una explotación marginal en Tenerife y Gran Canaria, algo más importante en la Gomera y La Palma y más todavía en Fuerteventura en siglos posteriores (18 b).
En esta época el comercio de la planta sigue en manos de genoveses, que la exportan a toda Europa. Otras islas atlánticas, como las de Cabo Verde y Madeira, producen asimismo grandes cantidades de orchilla, pero la de Canarias es la más solicitada.
Numerosos autores clásicos de la Historia de Canarias como Gaspar Fructuoso (19), Abreu Galindo (20), Torriani (21), Espinosa y otros, nos dan una idea de la importancia que tuvo el comercio de la orchilla en los siglos XVI y XVII.
De tan buen negocio todos quieren beneficiarse, y así leemos en el apartado 32 de las “Constituciones Sinodales” (1629) del Ilmo. Sr. Don Cristóbal de la Cámara y Murga: “Manda se paguen diezmos (un impuesto del 10%) y principios de la orchilla; que se repartan entre el obispo, el cabildo, las tercias reales, la fábrica de la catedral y demás parroquias y en los beneficios de las islas” (22).
La enorme cantidad de orchilla recolectada a lo largo de tantos siglos debió acabar sin duda con gran parte de esta comunidad liquénica. La escasez del liquen tintóreo preocupa a las autoridades insulares, por lo que se toman una serie de medidas para proteger el “cultivo”. Numerosos vecinos son denunciados por recoger orchilla sin autorización y son castigados sin miramientos (23). Se prohíbe la recolección utilizando cuchillo, pues estos raspan la roca y la dejan limpia, de tal forma que el preciado liquen no vuelve a crecer. Se recomienda la utilización de una especie de peine con púas de madera, cuyo empleo aún perdura en Fuerteventura. Esta fue, sin duda, una medida muy acertada, ya que la orchilla, antes de ramificarse, forma una costra sobre la roca, a partir de la cual surgen las ramas. Con el cuchillo esta costra desaparece, mientras que con el peine tan sólo se arrancan las ramificaciones, las cuales se regeneran posteriormente.
La preocupación por la falta de orchilla también la vemos reflejada en los concursos convocados por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Laguna por los años 1775-78 a fin de encontrar un método eficaz para reproducir y acelerar el crecimiento de esta planta (24). Estos premios quedaron desiertos durante varios años hasta que cayeron en el olvido. Probablemente hoy seguirían sin un ganador, pues todavía desconocemos el mecanismo de crecimiento en los líquenes.
En 1787, nuestro ilustre historiador y naturalista José de Viera y Clavijo presenta en Las Palmas una memoria sobre el “aprovechamiento y uso de la orchilla”. Un extracto de esa memoria, primer documento científico detallado de esta planta, lo podemos leer en su magnífico “Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias” (25).
A pesar de las medidas adoptadas para proteger el cultivo, los concursos convocados y los estudios científicos, la exportación de la orchilla continuó a ritmo acelerado a lo largo del siglo
XVIII. Se recogía libremente, sin intervención o vigilancia alguna; pero la planta no podía negociarse entre particulares, sino que debía venderse directamente a la administración de la renta, la cual podía exportarla o volver a venderla a particulares, con un sobreprecio que constituía el beneficio de la renta (26).
El remate de la renta se hacía por periodos de seis años, tiempo considerado como suficiente para que el liquen se regenerase. El arrendador alquilaba terrenos rocosos, como los riscos de los Silos, en Tenerife, que producían unas 5.200 libras de orchilla en 1806, o simplemente un muro de considerable longitud, como la famosa “pared” de Jandía, en Fuerteventura (27). La recolección se extiende a las siete islas y a los islotes de Alegranza y Montaña Clara y, a veces, a las islas Salvajes.
Hacia mediados del siglo XVIII toda la orchilla que se produce en las islas se exporta a Tenerife, de donde se embarca hacia el Reino Unido, pues el monopolio que hasta entonces poseían los genoveses pasa a manos de comerciantes ingleses (28). En la Aduana de Santa Cruz de Tenerife la orchilla se separaba por calidades: orchilla limpia y polvillo o flor. El polvillo representaba ub 4-6% del total. En 1759 entraron en la Aduana de Santa Cruz de Tenerife unas 70 toneladas de orchilla limpia y 2’5 Tm. de flor por un importe total de 320.000 reales, de los que casi un tercio eran para la Real Hacienda (29).
El oficio de orchillero es peligroso y “en este ejercicio han muerto muchas personas derriscadas” (30). Sin embargo está mal pagado. En la Gomera, muchísimas familias, incluidos mujeres y niños, arriesgan diariamente la vida buscando la solicitada planta (31). El Conde de la Gomera, que vive en Adeje (Tenerife), compra la orchilla barata y la vende cara. Esta y otras causas dan lugar a una revuelta popular en San Sebastián en 1762. Los vecinos de la Villa asaltan el polvorín y hacen estallar un cañón para “que se oiga en Adeje” (32).
A principios del siglo XIX, la exportación de la orchilla se reduce drásticamente. Contribuyen a esto numerosos factores: las comunidades de orchilla están prácticamente agotadas, el cultivo de otras plantas tintóreas, como la yerba pastel y la orcaneta, abre nuevas perspectivas, la mejora de las comunicaciones a nivel mundial hace que se exporte orchilla de lugares tan alejados como Perú ,Chile o Madagascar, a precios más bajos que en Canarias; y, por último, la aparición en años posteriores de los colorantes sintéticos ponen fin al comercio de la orchilla que tan buenos dividendos había producido a lo largo de tantos siglos y, parece lícito imaginar, había sido el primer aliciente y estímulo, junto con la venta de esclavos, de la conquista de Canarias.
La caída en vertical de este negocio la vemos reflejada en la siguiente gráfica:

A partir de 1813, la administración suprimió las compras y su actividad se limitó a la liquidación de las existencias, que eran prácticamente nulas en 1817. La administración de la orchilla quedó suprimida por orden real de aquel mismo año (33).
Sin embargo, la historia de la orchilla se prolonga hasta nuestros días. Hay viejos en Canarias que recuerdan cómo sus padres y abuelos, e incluso ellos mismos, trepaban por riscos y acantilados en busca de nuestro liquen. En Fuerteventura casi podemos decir que es algo vivo todavía. Aún hay gente que se dedica a recolectar orchilla. Tenemos entendido que, hasta hace poco, toda la producción la compraba un alemán que la enviaba a Hamburgo. Los orchilleros, como antaño, guardan la orchilla en unas sacas donde caben unos 460 gr. de esta hierba, o sea, una libra, que es la antigua medida de peso en Canarias. Los majoreros siempre han tenido fama de ser buenos orchilleros. Tenemos noticias de majoreros recolectando orchilla en Tenerife, incluso cuando estaba prohibido. Gente de Chamorga, en Anaga (Tenerife) recuerda a un importante grupo de orchilleros de Fuerteventura que arrasó las comunidades de orchilla de la zona a principios de este siglo.
Muchos nombres de riscos como el de Las Animas, en Taganana, o el Derriscadero, en el Valle Jiménez, aluden a los muchos orchilleros que allí perdieron la vida. En muchas ocasiones, el cuerpo de la víctima era sepultado por sus compañeros en una covacha del mismo risco. Muchas “guancheras” (34) son en realidad tumbas de orchilleros, como aquella de Chamorga, en Anaga, que encontró un grupo de arqueólogos catalanes. Todo el pueblo sabía que se trataba de los restos de un orchillero de Fuerteventura que se había despeña do por allí.

http://www.vierayclavijo.org/html/pa...206/eh_18.html