Independientemente de que Robert Spencer sea o no sionista (y yo soy tan antisionista como antiislamista), no deja de ser cierto lo que dice sobre el islam, al menos en ese capítulo. Es un hecho indudable que el islam es contrario a la ciencia, y que en innumerables lugares donde ha llegado el islam ha arrasado con la cultura. Los escasos centros de cultura como Córdoba o Damasco ya tenían una numerosa población cristiana de la que se nutrieron. A los moros no les debemos nada, salvo quizá algunas contribuciones en el tema de la repostería. Ni siquiera a Aristóteles, ya que por sus creencias deformaron mucho su filosofía, o bien no la entendieron y la tradujeron mal y por eso Santo Tomás necesitó otra traducción ya que la de los árabes no le servía. Y, por cierto, tampoco fueron los árabes los que la introdujeron en Occidente. Lea el documentado Aristóteles y el islam, de Sylvain Guggenheim, publicado por Editorial Gredos. Y los fundamentales libros de Serafín Fanjul. El hecho de que ese señor sea un liberal (como Spencer pueda ser sionista) no quita veracidad a sus argumentos. Y él sabe un rato de esas cosas porque es orientalista, catedrático de lengua y literatura árabe y conoce a fondo las culturas semíticas. No tiene más que ver lo que ha pasado en el norte de África: la tierra de San Agustín y otros grandes padres e intelectuales se convirtió en un desierto cultural tras la llegada del islam.