Cuenta la historia que Agustín caminaba por la playa una mañana. No había podido dormir bien porque no comprendía la esencia de Dios, ni las injusticias del mundo, ni la imperfección dentro de la Perfección, ni el porqué Dios permitía que el hombre hiciese tantas cosas malas estando hecho a imagen y semejanza de Él. Y su mente se hallaba atribulada, llena de dudas y decepción, y hasta empezaba a creer que todo era falso, pues como él no lo entendía, entonces Dios no era tan sublime ni perfecto. Y siguiendo con sus pasos a la orilla del mar, se topó con un niñito que jugaba en la orilla. Y el niñito se hallaba desnudo, y corría hasta el mar con sus manos en forma de cuenco trayendo agua de allí, para depositarla en un pozo que había hecho en la arena. Iba y venía tantas veces, corriendo con tanta desesperación, que al acercarse, Agustín le preguntó: ¿qué haces niño?. Y el pequeño le contestó: voy a meter todo el océano en el pozo!. Agustín, quien luego sería llamado santo, sonriendo le dijo: pero niño, ¿no ves acaso que jamás podrás meter la inmensidad del océano en tu pequeño pozo?. El niño miró su pozito, luego el océano infinito, y concluyó preguntando a San Agustín: ¿Entonces por qué tú Agustín estás tratando de entender a Dios con tu mente humana?. El niño sonrió ante la figura paralizada del santo, y dice la historia que al instante desapareció ante sus ojos.
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