https://www.facebook.com/LaIncognitaDelHombre/photos/a.479703605749126/1040583409661140/?type=3&theater
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La #ColecciónOSMA alberga una serie de obras que varían considerablemente en complejidad y que regularmente plantean al espectador la necesidad de leerlas en clave alegórica.
En la #PremoniciónDeLaPasión, por ejemplo, el espectador debe estar atento a los elementos que rodean al niño Jesús, que aparece durmiendo en el centro de la obra. El pequeño descansa sobre una cruz y apoya su cabeza sobre una calavera. En el mismo sentido apuntan los elementos que lo acompañan: la corona de espinas a su lado y los tres clavos torcidos a sus pies.
Pensados en conjunto, estos elementos anuncian ya la crucifixión y, por tanto, la obra enfatiza, desde la tierna edad en que es retratado el #Salvador, el sacrificio al que está destinado.
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ANÓMIMO
Premonición de la Pasión
Siglo XVIII
Óleo sobre tela, 29 x 34.5
https://www.facebook.com/MuseoPedrod...xEnq&__tn__=-R
El recuerdo de la muerte, anónimo, Guanajuato, siglo XVIII
Mirad de Dios la bondad
Su amor, su ser su prudencia
Su sufrimiento, y clemencia
Aun con ver nuestra maldad:
Contemplad la eternidad:
Lo pronto de la jornada:
Que está la hora señalada,
Y que la mejor criatura,
No es más que pobre basura,
Sombra, polvo, viento, o nada
Hombre, pues eres mortal,
y pues pensar bien no quieres
aquello mismo que eres,
si quiera piénsalo mal,
Aun así hará efecto tal,
que llegando a conocer
la inconstancia de su ser,
consigas, sin más tardar,
un tan pronto hacer pensar,
que sea pensar, y hacer.
La tierra es mi centro,
y todo en esto para;
mira, reflexiona, repara,
lo que encierro dentro.
[Origen y destino del hombre, El Políptico de la muerte, anónimo, ca. 1775, óleo sobre tela y madera, Museo Nacional del Virreinato, INAH]
Imagen: Le Souvenir de la Mort, anónimo, s. XVIII. Museo del Pueblo de Guanajuato, Ciudad y Estado de Guanajuato (México). Foto: Víctor Cruz Lazcano. Véase: Le souvenir de la mort: el papel del cuerpo en el discurso salvífico durante el barroco mexicano, Antonio Holguera Cabrera. En: El Barroco: Universo de Experiencias. Coords. María Rodríguez Miranda y José Peinado Guzmán. Ed. Asociación “Hurtado Izquierdo”, Córdoba, 2017.
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El cristianismo dotó de una carga simbólica a los rituales de la muerte en Nueva España, los estudios sobre la muerte durante el período se limitan el elemento europeo y criollo de la sociedad en detrimento del resto de las castas. La sociedad novohispana, no hay que olvidarla, es una sociedad premoderna o del Antiguo Régimen, con un sistema coherente para dotar al cadáver de sentido en función de las creencias y sentimientos colectivos alrededor de la muerte, muy diferentes a las del México contemporáneo.
La idea de la existencia de un Cielo, la resurrección de los muertos y la esperanza de la vida eterna, permearon los ritos fúnebres novohispanos, el pensamiento de que la vida futura dependía del comportamiento en esta vida, definía la salvación o condena eterna, o de ser necesario, su paso temporal por le purgatorio, un lugar que causaba pavor y permitía el culto a las ánimas que se encontraban ahí, de igual forma, la muerte era algo temporal hasta la llegada del Juicio Final.
La visión teocéntrica del barroco y la escolástica, el culto a los santos, las apariciones y el sentimiento de devoción hacia la Pasión de Cristo, todo ello fue traído con los españoles; la vida celestial se consideraba la culminación de la perfección. Entre los mexicas, la mayoría de los muertos descendía al Mictlan, su ánima o una de sus entidades anímicas, en un largo viaje de cuatro años en que sus riquezas terrenales les ayudaban, pero con el tiempo los elementos prehispánicos fueron diluyéndose con la evangelización.
La tasa de mortandad era alta en Nueva España debido a las enfermedades y desastres naturales. Fue durante los primeros años del virreinato cuando se le dio una importancia capital al purgatorio, el moribundo buscaba dejar las cosas en orden, proveyendo entre su descendencia los medios para vivir una vida cristiana acorde a los valores de la época, después de muertos, se expresaban públicamente sus méritos y se concebía con alegría que su alma tenía abiertas las puertas de la única y la verdadera vida.
Los españoles de fines del siglo XVII e inicios del XVIII, tenían nombres increíblemente largos para llamar la atención e intercesión de muchos santos, como la hija del virrey duque de Alburquerque, que fue bautizada con cincuenta nombres. El moribundo recibía los sacramentos de la confesión, la comunión viático y extremaunción, después venía el entierro y el oficio de difuntos, los novenarios, sufragios y honras, correspondientes a enfermedad-agonía-muerte, el entierro y el duelo.
Las cofradías apoyaban a que sus miembros tuviesen una buena muerte, a que fuesen enterrados en camposanto con los ritos acorde al reglamento. Los sacramentos dados al moribundo ayudaban a la obtención de indulgencias y la absolución por la confesión, para evitar ir al infierno y lo podía hacer cualquier sacerdote, adaptándose a la condición del moribundo, a veces la indulgencia era sencillamente repetir el nombre de Jesús, aunque la incapacidad de programar la confesión hacía muchos fallecieran sin recibirla.
Los viáticos era la eucaristía, en tiempos de pandemia, este sacramento era administrado continuamente. Testar ayudaba al buen morir, pues se quedaba en paz con Dios y los hombres, en los testamentos novohispanos aparecen invocaciones a la Santísima Trinidad, la intercesión de los santos y la Virgen o los ángeles para que ayudaran al testador a alcanzar el perdón, San José era el santo patrón del buen morir, su importancia fue tal en el siglo XVI, porque nació gentil, recibió el bautizo y se le permitió morir en la fe, salvando así su alma; el testamento tenía instrucciones sobre la mortaja, el número de misas post mortem y el plazo, los pobres pedían solamente que se les cantara un responso, aquél que hubiese perdido el juicio, no podía testar.
Una vez muerto, se limpiaba el cuerpo, se afeitaba, se le cortaba el pelo y se vestía, la calidad del procedimiento dependía de la situación económica del difunto. Lo más común fue ser enterrado con el hábito franciscano, ejemplificando ésta Orden el rechazo a ser enterrado en un ataúd ante una muerte digna, pero no todos pudieron comprarlo al precio de 12 pesos 4 reales, por eso lo pobres eran enterrados con sábanas o petates. Dado que era un transición de la vida terrenal a la espiritual, se ayudaba al alma con velación, misa funeraria y un cortejo con rezos hasta el sitio de sepultura.
Ser enterrados en las iglesias permitía un paso menor por el purgatorio, y en el siglo XVI el clero secular se encargó del servicio de entierros, hasta que fue secularizado en el siglo XVIII por salud e higiene, este siglo marcó también la Ilustración y la crítica a las costumbres barrocas funerarias, el virrey Teodoro de Croix restringió las pompas del duelo aunque en México, los ritos fúnebres virreinales permanecieron hasta bien entrado el siglo XIX.
Fuente: Reyes Hernández, M. D. Actitudes y prácticas ante la muerte en Nueva España, recuperado de: http://www.vuelolibre.revistadehisto...rte_en_.2a.pdf
Imagen: pintura de castas, «De Efpañol.e.India.Meftifa».
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Fuente:
https://www.facebook.com/gazetamexic...type=3&__xts__[0]=68.ARCXNaL6mUzqx5Vhw4evSbXeIiQhKA2odv8fdsv0d4-ags1UojGhT_5PlbGEp8M6hL0CZe5jFbEyEbjWEzJbEuxBdcklW__ciApIWEObD8hzTKyDK2uIDmcNHNaXfwVH3K3TS4qWgZVGk6YhT9cFBYAfIfavCeITzQeAX2x-x7pfINIjaXDQqfbLEi_HdACWmdrGe40q7tNrRpBn9D0NZrjMWO3N8hihTdpFUYB35qmCdbNO-7sbNS5RYSNr36sZRlX8pZIfHqfLpB79DGlegA9JSVM4ygTa7OjVMyPBTNZWO9QCN-5YprclQUDh20wKrwBYRCPCYe3KjRHcCvO9FYEJjuJ8
Meditación sobre la muerte y calavera
Padre: "¿por qué tiene una calavera en su biblioteca?".
Muchas veces nos han hecho esta pregunta. Es un modo antiquísimo de recordar la muerte, meditar en ella y estar preparados. Así como lo han hecho muchísimos santos.
Un ejercicio que deberíamos hacer cada tanto: el pensar que, algún día, esta vida prestada, se acaba.
https://www.youtube.com/watch?v=zibffJkfPE8
Es el pecado, estúpido
El cardenal Newman dice en uno de sus sermones (IV, 6):
[cuando muere una persona] todos piensan que se ha ido al cielo; hablarán con mucha seguridad de que ya se encuentra en paz, de que sus dolores han terminado, de su feliz liberación, y cosas por el estilo. Y se extienden en consideraciones semejantes cuando su deber consiste más bien en guardar silencio, esperar con esperanza medrosa, y resignarse.
[…]
Por eso no se admite la mera posibilidad de que alguien se haya condenado; se rechaza la idea, y cuando muere alguien, concluyen, como única alternativa posible, que debe estar en el seno de Abraham, y lo dicen con toda audacia…
Esta observación, expresada en 1835 y referida a la comunidad anglicana a la que él aun pertenecía, se manifiesta también en la iglesia católica desde hace ya muchas décadas. El abandono de los ornamentos negros para los funerales y del uso del catafalco rodeado de seis candelabros han convertido, por ejemplo, a las misas de requiem en una misa más. Muchos curas incluso usan ornamentos blancos y no dedican sus homilías a hablar de la muerte sino a “celebrar” la vida del difunto.
Una experiencia de hace pocas semanas me hizo reflexionar sobre el hecho. Murió una persona amiga, ya mayor y muy enferma. Se hizo un velatorio y se celebró misa exequial antes de la sepultura. El celebrante, muy bien dispuesto para los tiempos que corren, fue un cura que con fe y, para una misa novus ordo, fue decente. Sin embargo, dedicó toda su homilía y las frecuentes interrupciones durante el rito, a hablarnos de lo que Newman señalaba en su homilía: lo buena que había sido la difunta, la paz de la que ya estaría gozando, que allí nos estaba esperando y muchas lindezas más destinadas a enmascarar la terrible realidad del cadáver que yacía a pocos pasos.
Lo que yo veo en estas actitudes denunciadas por Newman y observadas por nosotros es que, en el fondo, se perdió la noción y sentido del pecado. En muchos casos, quizás la mayoría, no será de modo consciente y obedece a la mejor de las intenciones. El curita del que hablo creo que nunca negaría el pecado; simplemente quería consolar a los deudos allí reunidos con los consuelos que nos da nuestra fe pero, en su esfuerzo, se llevaba puesta la realidad de la incertidumbre de nuestra propia salvación y la de todos los hombres, y del pecado que es ante todo, una ofensa a Dios. Una vez más, el emotivismo poniéndose por delante de la fe, un tema que ya hemos tratado en este blog.
Pero el problema, a mi entender, es mucho más grave que un derroche de sentimentalismo, porque se desplaza la realidad del pecado y se la rodea de nieblas a punto tal que queda reducido a un “inconveniente” de la vida cotidiana, como me dijo el jesuita con el que me confesé hace un tiempo. Y esto tiene sus consecuencias, puesto que si el pecado es apenas una brizna molesta, deja de tener sentido la redención. ¿Por qué el Hijo de Dios se habría encarnado y padecido muerte en cruz? ¿Para librarnos de una molestia o inconveniente que un psicólogo puede hacer en dos sesiones de terapia? No tiene ningún sentido, y mucho menos sentido aún tiene hablar de la misa como sacrificio propiciatorio, puesto que no hay delito por el que derramar sangre lustral.
Total que un santiamén se nos derrumbó la fe. Jesucristo no tiene por qué ser el Verbo Eterno hecho hombre; es suficiente con que sea un hombre, extraordinario y el mejor de todos, pero puro hombre. Y fue concebido como cualquier otro hombre lo es. Y su injusta e ignominiosa muerte se debió a que su prédica en favor de los más débiles, los más pobres y los habitantes de las periferias, desafió a los poderosos de su época, que son iguales a los poderosos de todas las épocas. Y por eso, el cristiano que quiera seguir sus pasos, debe dedicarse a la defensa de esos mismos pobres y débiles, y desafiar siempre que pueda a cuanto poderoso se le cruce por el camino. Y la misa será el momento de encuentro semanal de todas las buenas personas convencidas de esas luchas y esos desafíos, que se reúnen en torno a la “mesa del altar” a compartir el “pan de vida”, a fin de fortalecer la comunión entre ellos. Y, para ocasiones especiales como el matrimonio o la muerte, “la celebración de la eucaristía” será un vistoso complemento que consuela y nos hace pasar emotivamente más fortalecidos los momentos críticos de la vida.
Privar a la fe y a la vida católica de la gravitación que posee en ellas el pecado implica, que más tarde o más temprano, la fe cristiana se diluya en un humanismo con pinceladas de trascendencia tan indefinidas, que podrá ser adoptada con escasas molestias por cualquier persona: apenas un “proceso de discernimiento” en aquél que quiere abandonar a su mujer o a su marido por otra/o; un propósito de fidelidad y de ayuda al prójimo en aquél que quiere “compartir su vida” con otra persona de su mismo sexo, y todo el resto de las sorpresas a las que nos tienen ya acostumbrados el Papa y sus obispos en las últimas décadas.
“Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?” (Lc. 18,8).
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Fuente:
The Wanderer: Es el pecado, estúpido (caminante-wanderer.blogspot.com)
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