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Tema: ¿Alguna vez pensáis en la muerte?

  1. #61
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    Re: ¿Alguna vez pensáis en la muerte?

    TORMENTO DE LAS MALAS LENGUAS

    Anónimo cuzqueño. Siglo XVIII

    “Retrato del castigo infernal que aguarda a todos los mentirosos”

    Subastado en la casa de subastas Christie’s







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  2. #62
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    Re: ¿Alguna vez pensáis en la muerte?

    Escena de Vanitas y la muerte.

    Un esqueleto humano con guadaña soporta en una de sus manos un reloj de arena en señal de que a todos se nos acaba el tiempo. Dentro de su cuerpo lleva un hombre en señal de que el destino es encontrarse con la muerte. Un ángel sobre una torre juega con pompas de jabón, clara alusión a lo efímero de la vida. Bajo sus pies y de manera desordenada, miras, coronas, cascos y armaduras, muestran que no hay estatus que importe cuando el desenlace de la vida se aproxima.

    Los murales de Tadeo Escalante en el Templo de San Juan Bautista de Huaro. Quispicanchi, Departamento de Cusco.

    Crédito fotográfico: Vidas Virreinales.







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  3. #63
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    Re: ¿Alguna vez pensáis en la muerte?

    "Hoy ya no se piensa prácticamente en el Purgatorio. Ingresa en el haber del modernismo el que ya poco se tenga en cuenta el consabido lugar. Hablar de Purgatorio, de fuego, de penas, de sufrimientos, de purgar, al parecer no hace bien a los oídos modernos. Dios sería un ser malo, si sometiera a una purificación. Entonces muchos se dicen: “¡Oh!, ¿qué es eso del fuego?” He concurrido a velorios en donde el sacerdote poco más ya canonizaba al difunto. Parece que para muchos, todos, al fallecer, vuelan al cielo.

    Pocos son, según enseñanza de los santos, los que luego de morir ingresan al cielo directamente sin pasar por el Purgatorio. Debemos pedir a Dios, siempre, todos los días, nos ayude a bien morir, esto es, en Su amistad. El alma en gracia que no haya alcanzado a reparar todos sus pecados en este mundo, lo deberá hacer en el venidero. Quizá nos toque ese paso.

    Recemos por todas las almas del Purgatorio (especialmente ofreciendo Misas por ellos), y roguemos para que, si llegamos a estar algún día allí, otros rueguen por nosotros".

    Tomás Gonzalez Pondal







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  4. #64
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    Re: ¿Alguna vez pensáis en la muerte?

    ENTIERRO. NUEVA ESPAÑA 1720

    Juan Rodríguez Juárez

    Escena que recoge uno de los momentos del ceremonial del entierro: el traslado del cuerpo de la casa a la iglesia o al cementerio. Se representa con una procesión precedida por el crucífero con dos acólitos con ciriales seguida por los miembros de la cofradía de indios, con los cráneos rapados y con mechones a los lados, con diversas indumentarias acordes con el sector social al que pertenecían, algunos con ricas capas españolas de paño y otros con humildes tilmas, portando cirios encendidos. A continuación los músicos; les sigue un sacerdote con capa pluvial, personaje que da el carácter religioso a la escena; a continuación el difunto vestido con el hábito franciscano como perteneciente a la Orden Tercera de San Francisco, detrás del muerto aparecen familiares y amigos.

    Museo de América. Madrid Ver meno







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  5. #65
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    Re: ¿Alguna vez pensáis en la muerte?

    IDEA DE LA MUERTE, del caballero cristiano – Por Manuel García Morente.




    En la idea que el caballero cristiano tiene de la muerte puede condensarse el conjunto de su percepción y actitud ante la vida. Porque una de las cosas que más y mejor definen a los hombres es su relación con la muerte. El animal difiere esencialmente del hombre en que nada sabe de la muerte. Ahora bien; las concepciones que el hombre se ha formado de la muerte pueden reducirse a dos tipos: aquellas para las cuales la muerte es término o fin y aquellas para las cuales la muerte es comienzo o principio. Hay hombres que consideran la muerte como la terminación de la vida. Para esos hombres, la vida es esta vida que ellos ahora viven y de la cual tienen una intuición inmediata, plena e inequívoca. La muerte no es, pues, sino la negación de esa realidad inmediata. ¿Qué hay allende la muerte? ¡Ah! Ni lo saben ni quieren saberlo; no hay probablemente nada, según ellos, y sobre todo, no vale la pena cavilar lo que haya, puesto que es imposible de todo punto averiguarlo.

    El otro grupo de hombres, en cambio, ven en la muerte un comienzo, la iniciación de una vida más verdaderamente vida, la vida eterna. La muerte, para éstos, no cierra, sino que abre. No es negación, sino afirmación, y el momento en que empiezan a cumplirse todas las esperanzas. El caballero cristiano, porque es cristiano y porque es caballero, está resueltamente adscrito a este segundo grupo, al de los hombres que conciben la muerte como aurora y no como ocaso. Mas ¿qué consecuencias se derivan de esta concepción de la muerte? En primer lugar, una concepción correspondiente y pareja de la vida. Porque es claro que para quien la muerte sea el término y fin de la vida, habrá de ser la vida algo supremamente positivo, lo más positivo que existe y el máximo valor de cuantos valores hay reales. En cambio, el hombre que en la muerte vea el comienzo de la vida eterna, de la verdadera vida, tendrá que considerar esta vida humana terrestre —la vida que la muerte suprime— como un mero tránsito o paso o preparación efímera para la otra vida decisiva y eterna. Tendrá, pues, esta vida un valor subalterno, subordinado, condicionado, inferior. Y así, los primeros se dispondrán a hacer su estada en la vida lo más sabrosa, gustosa y perfecta posible, mientras que los segundos estarán principalmente gobernados por la idea de hacer converger todo en la vida hacia la otra vida, hacia la vida eterna.

    Para el caballero cristiano, la vida no es sino la preparación de la muerte, el corredor estrecho que conduce a la vida eterna, un simple tránsito, cuanto más breve mejor, hacia el portalón que se abre sobre el infinito y la eternidad. El “muero porque no muero” de Santa Teresa expresa perfectamente este sentimiento de la vida imperfecta. En cambio, hay colectividades humanas que han propendido y propenden más bien a hacerse una idea positiva de la vida terrestre. Ven la vida como algo estante, duradero —aunque no perdurable—, que merece toda nuestra atención y todos nuestros cuidados. Esos pueblos, que saben paladear la douceur de vivre, cuidan bien de aderezar y realzar las formas diversas de nuestra vida terrenal; aplican su espíritu y su esfuerzo a cultivar la vida; convierten, por ejemplo, la comida en un arte, el comercio humano en un sistema de refinados deleites y la hondura santa del amor en una complicada red de sutilezas delicadas. Son gentes que aman la vida por sí misma y le dan un valor en sí misma, y la visten, la peinan, la perfuman, la engalanan, la envuelven en músicas y en retóricas, la sublimizan; en suma, le tributan el culto supremo que se tributa a un valor supremo.

    Pero el caballero cristiano siente en el fondo de su alma asco y desdén por toda esta adoración de la vida. El caballero cristiano ofrenda su vida a algo muy superior, a algo que justamente empieza cuando la vida acaba y cuando la muerte abre las doradas puertas del infinito y de la eternidad. La vida del caballero cristiano no vale la pena de que se la acicale, vista y perfume. No vale nada, o vale sólo en tanto en cuanto que se pone al servicio del valor eterno. Es fatiga, y labor, y pelear duro, y sufrimiento paciente, y esperanza anhelosa. El caballero quiere para sí todos los trabajos en esta vida, justamente porque esta vida no es lugar de estar, sino tránsito a la eternidad.

    Y así, la concepción de la muerte como acceso a la vida eterna descalifica o desvaloriza, para el caballero cristiano, esta vida terrestre, y la reduce a mero paso o tránsito, harto largo, ¡ay!, para nuestros anhelos de eternidad. Y esta manera de considerar la muerte y la vida viene a dar la razón, en último término, de las particularidades que ya hemos enumerado en el carácter del caballero español. En efecto, un, tránsito o paso no vale por sí mismo, sino sólo por aquello a que da acceso. Así, la vida del caballero no vale por sí misma, sino por el fin ideal a cuyo servicio el caballero ha puesto su brazo de paladín. Así, el caballero despreciará como mezquina toda adhesión a las cosas y cultivará en sí mismo la grandeza, o sea la conciencia de su dedicación a una gran obra. Así, el caballero será valiente y arrojado; lejos de temer a la muerte, la aceptará con alegría, porque ve en ella el ingreso en la vida eterna. El caballero no será servil; y en la vida, nada, sino su ideal eterno, le parecerá digno de aprecio. El caballero vivirá sustentado en su fe más bien que en los cómputos de la razón y de la experiencia en esta vida. Afirmará su personalidad ideal, la que ha de vivir en lo eterno, ocultando pudorosamente y con vergüenza la individualidad real, manchada por el pecado, que sería deshonroso exhibir. En suma, el caballero cristiano extrae la serie toda de sus virtudes —y defectos— de su concepción de la muerte y de la vida. Porque subordina toda la vida a lo que empieza después de la muerte.


    “IDEA DE LA HISPANIDAD”




    _______________________________________

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    https://www.catolicidad.com/2024/12/...caballero.html

  6. #66
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    Re: ¿Alguna vez pensáis en la muerte?

    LA MUERTE DEL JUSTO: EL MISTERIO GLORIOSO DEL ENCUENTRO CON DIOS




    La muerte, esa frontera que tanto temen los hombres, es, en realidad, el portal a la vida eterna. Para el justo, no es un final sombrío, sino el comienzo de la plenitud. Es el instante donde el alma, después de un largo peregrinar, descansa en los brazos del Padre. ¿Cómo puede ser que aquello que parece una derrota sea, en realidad, la victoria más grande? Esto es lo que los grandes santos, místicos y doctores de la Iglesia nos han enseñado: la muerte del justo es el cumplimiento del despojo, el paso a la gloria, el abrazo definitivo con el Amor eterno.


    LA MUERTE DEL JUSTO: NO TEMOR, SINO ESPERANZA

    Desde los primeros siglos, los cristianos han entendido que la muerte no es más que una transición. Los Padres de la Iglesia, como San Agustín, proclamaron que el justo no muere, sino que nace a la verdadera vida:

    “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.”

    El justo no teme la muerte porque sabe que, al cruzar este umbral, encontrará el hogar para el cual fue creado. San Ambrosio la describía como una liberación:

    “La muerte no es un final, sino un paso. Dejamos atrás las cadenas de esta vida para volar hacia la libertad de la eternidad.”

    ¿Es esto una evasión, un consuelo para los débiles? No, es la más profunda verdad, porque, como decía San Pablo:

    “Para mí la vida es Cristo y la muerte, una ganancia” (Filipenses 1:21, Straubinger).

    La muerte, para el justo, es ganancia porque todo lo que parecía pérdida se transforma en plenitud. El Salmo lo proclama con sublime esperanza:

    “Preciosa es a los ojos de Yahvéh la muerte de sus santos” (Salmos 115:15, Straubinger).

    El justo no teme, porque sabe que su muerte será el momento en que su alma descansará en el abrazo de Dios.


    LA FILOSOFÍA DEL DESPOJO: EL CAMINO HACIA LA VIDA ETERNA

    El justo no enfrenta la muerte con temor porque ha aprendido a morir antes de morir. Esta es la gran enseñanza de los místicos de la Iglesia: el despojo. San Juan de la Cruz proclama:

    “Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.”

    Este despojo no es un simple desapego material, sino un abandono total en Dios. Es renunciar a los apegos, al orgullo, al miedo, para que el corazón quede libre y Dios sea su único dueño. Morir a sí mismo, como decía Jesús, es el camino a la vida:

    “El que perdiere su vida por mí, la hallará” (Mateo 16:25, Straubinger).

    El justo que vive el despojo interior no ve la muerte como una pérdida, sino como el cumplimiento de su esperanza. San Francisco de Asís, en su Cántico de las Criaturas, llamó a la muerte “hermana”:

    “Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar.”

    Francisco la abrazó no como un enemigo, sino como una aliada que lo llevaba al encuentro definitivo con su Creador.


    LA MUERTE: UNIÓN CON EL AMADO

    Santa Teresa de Jesús, quien vivió con el anhelo constante de la unión con Dios, veía la muerte como el momento más glorioso de la existencia. En su poema Vivo sin vivir en mí, escribe:

    “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero.”

    Para Teresa, la muerte no es más que el encuentro esperado entre el alma y su Esposo. Es la consumación del amor, el instante en que el alma, purificada por el despojo, se funde en el abrazo eterno de Dios.

    “La muerte no me espanta, porque es la entrada a la vida.”

    El justo, que ha vivido en comunión con Dios, anhela este momento como el final de un largo destierro. La muerte no es una tragedia; es un triunfo.


    LA PURIFICACIÓN: EL SUFRIMIENTO REDENTOR

    El Padre Pío, santo de nuestros tiempos, comprendió que la muerte del justo está precedida por un proceso de purificación. Enseñaba que el sufrimiento y las pruebas de esta vida no son castigos, sino herramientas que Dios usa para preparar el alma:

    “El dolor es el cincel con el que Dios talla nuestras almas para que sean dignas de Él.”

    El justo no teme el sufrimiento porque sabe que, en él, está la redención. Como decía San Juan de la Cruz:

    “El alma que quiere llegar a la unión con Dios ha de pasar primero por la oscura noche de la renuncia.”

    La muerte del justo es el paso final de esta purificación, el momento en que el alma deja atrás toda carga y se eleva hacia la gloria.


    LA MUERTE DEL JUSTO: RAZÓN DE ESPERANZA

    En un mundo obsesionado con evitar la muerte, la enseñanza cristiana sobre el justo parece contracultural. La respuesta está en la esperanza de la resurrección. Como proclamaba San Pablo:

    “Pues si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él” (Romanos 6:8, Straubinger).

    Esta verdad no es un consuelo vacío, sino una certeza que transforma la vida. Como dice el Apocalipsis:

    “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, dice el Espíritu, descansan de sus trabajos porque sus obras los siguen” (Apocalipsis 14:13, Straubinger).


    CONCLUSIÓN: UNA ESPERANZA GLORIOSA

    La muerte del justo no es una pérdida, sino un triunfo; no es un final, sino un principio. Es el momento en que el alma, purificada y libre, vuela hacia Dios como una llama que asciende al cielo.

    “Al final, la muerte del justo es un canto de victoria. No es el último suspiro, sino el primer aliento de eternidad. Hoy se nos invita a vivir con esta certeza: si vivimos en Cristo, nuestra muerte será nuestro último acto de fe, esperanza y amor, el paso glorioso al abrazo eterno del Padre.”

    Y cuando llegue la hora, el coro de ángeles nos recibirá con estas palabras:

    En latín:

    In paradisum deducant te angeli;
    in tuo adventu suscipiant te martyres,
    et perducant te in civitatem sanctam Jerusalem.
    Chorus angelorum te suscipiat,
    et cum Lazaro quondam paupere
    aeternam habeas requiem.


    En español:

    Que los ángeles te conduzcan al paraíso;
    que al llegar te reciban los mártires
    y te lleven a la ciudad santa de Jerusalén.
    Que el coro de los ángeles te reciba
    y, con Lázaro, el pobre de antaño,
    tengas el descanso eterno.

    OMO


    BIBLIOGRAFÍA

    • Agustín de Hipona, Confesiones.

    • San Francisco de Asís, Cántico de las Criaturas.

    • Santa Teresa de Jesús, Poesías.

    • San Juan de la Cruz, Noche Oscura del Alma.

    • Biblia de Mons. Straubinger, Ediciones Guadalupe, Buenos Aires.

    • Escritos y cartas de San Ambrosio y el Padre Pío.




    _______________________________________

    Fuente

    https://www.catolicidad.com/2025/01/...-misterio.html

  7. #67
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    Re: ¿Alguna vez pensáis en la muerte?

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    MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE




    I. Morirás; nada es más cierto, es el orden dispuesto por Dios: hasta ahora todos los hombres han obedecido a su decreto. ¿Lo crees? ¿Piensas en ello? ¿Comprendes el significado de estas palabras: yo moriré? Significan que dejarás a tus parientes, a tus amigos, a tus bienes; tu cuerpo será enterrado, tus ojos no verán más, tu lengua no hablará más. ¿Por qué, pues, apegarme tan fuertemente a estos bienes que debo abandonar? ¿Por qué mimar tanto a este cuerpo destinado a convertirse en pasto de gusanos? Yo moriré…: medita estas palabras.

    II. Ignoro el tiempo y el lugar de mi muerte. No puedo prometerme ni siquiera un momento de vida. ¿Cuántos que ni siquiera piensan en la muerte morirán hoy? Si Dios me arrebatase en el estado en que estoy, ¿a qué sería reducido? ¿A dónde iría? ¿Quién me asegura que tendré, en lo porvenir, tiempo para hacer penitencia? ¡Ah! Puesto que no sé ni en qué tiempo ni en qué lugar la muerte me habrá de sorprender, es preciso que la espere en todo tiempo y en todo lugar.

    III. ¿En qué estado moriré: en gracia de Dios o en pecado? No lo puedo saber. Ignoro si la muerte será para mí un tránsito de la tierra a la gloria del cielo o, en cambio, a los suplicios del infierno. ¿Podemos pensar en serio en esta verdad y no sobrecogemos de terror? Es menester que, en adelante, asegure mi salvación y que viva, este año y todos los días de mi vida, como si debiese morir cada día. Haz ahora lo que, en la hora de la muerte, quisieras haber hecho.


    El pensamiento de la muerte.

    Orad por los agonizantes.




    _______________________________________

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    https://www.catolicidad.com/2025/01/...la-muerte.html

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