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Tema: Carta de San Gregorio VII a An Nadir. ¿Veneran las tres religiones al mismo Dios?

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    Carta de San Gregorio VII a An Nadir. ¿Veneran las tres religiones al mismo Dios?

    Una de las afirmaciones del Papa Francisco que al parecer ha causado más escándalo es aquella de que los musulmanes adoran con nosotros a un Dios único. Y en general su consideración de que judíos, musulmanes y cristianos adoramos a un mismo Dios aunque de manera diferente, en lo que no hace sino repetir lo expresado en las actas del Concilio Vaticano II.

    ¿Esa clase de afirmaciones son heréticas? ¿Son enteramente novedosas? Siempre he tendido a pensar que sí, pero ahora no lo veo tan claro. Es claro como el agua que musulmanes y judíos conciben a Dios de manera diferente a nosotros, pues, para empezar, ellos no reconocen a la Santísima Trinidad ni creen que Jesucristo es el Hijo de Dios. Es claro también que profesamos religiones completamente diferentes, y que quien no se convierta a la fe católica no se salvará, salvo que Dios quiera disponer otra cosa en el último momento. Ahora bien, veo complicado negar que el Dios al que veneran esas religiones es el mismo que inspira la Biblia y, por tanto, el mismo al que veneramos nosotros, salvo que recurramos a complicadas tesis con sabor marcionista. Y aquí surge un problema filosófico. ¿La afirmación de que adoramos a un mismo Dios ha de implicar necesariamente que lo reconocemos y confesamos de la misma forma?

    Es posible que Francisco no sea muy hábil en la formulación y se deje en el camino muchos matices importantes, pero me da la impresión de que esa clase de afirmaciones tampoco eran extrañas a la Iglesia preconciliar. Cito como prueba la carta que San Gregorio VII dirigió a An Nadir, rey musulmán:

    «Gregorio, obispo, siervo de los siervos de Dios, a An Nadir, Rey de la provincia mauritania de Setif, en África.

    »Vuestra nobleza nos ha escrito este mismo año para que consagremos obispo, según la ley cristiana, al presbítero Servando, lo que nosotros nos hemos apresurado a hacer, porque vuestra petición nos ha parecido justa y excelente. Además nos habéis enviado vuestros presentes, y habéis liberado por deferencia al bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, y por amor hacia nosotros a unos cristianos que se hallaban retenidos en cautividad entre los vuestros. Habéis prometido todavía más, libertar otros cautivos.

    »Es ciertamente Dios, criador de todas las cosas, ese Dios, sin el cual nada podemos hacer, ni siquiera pensar algo bueno, quien ha inspirado a vuestro corazón esta buena acción, pues El ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y El ha iluminado vuestro espíritu en esta ocasión. Dios todopoderoso, en efecto, que quiere que todos los hombres se salven y que ninguno perezca, nada aprecia tanto en cada uno de nosotros como el amor al prójimo, después del amor de Dios, y cuida de que no hagamos a otro lo que no quisiéramos se hiciera con nosotros.

    »Ahora bien, esta caridad, Nos y vosotros nos la debemos mutuamente más aún que la debemos a los otros pueblos, porque nosotros confesamos y reconocemos de manera diferente —es verdad—, un Dios único, a quien alabamos y veneramos cada día como Criador de los Siglos y Señor de este mundo. Siguiendo la palabra del Apóstol: “El es nuestra Paz, el que de dos hace uno solo”.

    »Además, desde que han conocido por nosotros la gracia que Dios os ha concedido, muchos nobles de Roma admiran sin reserva vuestra bondad y virtudes y las publican. Entre éstos, dos de nuestros familiares, Alberico y Censío... deseando vivamente alcanzar vuestra amistad y afecto, se ofrecen cordialmente a lo que gustéis en nuestro territorio, y os envían algunos hombres para que sepáis cómo os estiman prudente y grande, y cómo quieren y pueden serviros. Encomendamos a estos hombres a vuestra magnificencia, a fin de que prestéis todo vuestro cuidado en probar por vuestra parte y por amor hacia nosotros la misma caridad, de la que deseamos daros siempre prueba frente a frente de vos y de todos los vuestros.

    »Dios bien sabe que os queremos para su gloria, que deseamos vuestra salud y gloria en la vida presente y en la futura y que pedimos con los labios y de corazón que os reciba El mismo después de larga estancia aquí abajo, en el seno de la bienaventuranza del santo patriarca Abraham».

    Gregorio Sánchez, Presencia de España en Orán (1509-1792), Estudio Teológico de San Ildefonso, 1991, pp. 448-449.

    Además de santo, Gregorio VII fue un papa ortodoxo y bastante guerrero con los musulmanes, así que no parece que estuviese afectado por el "síndrome Francisco". Indudablemente puede argumentarse que una carta privada no forma del magisterio de la Iglesia, y que bien podría estar San Gregorio VII contemporizando con el rey musulmán. Ahora bien, no creo que ese Papa santo recurriese a la mentira en materia tan grave sólo para ganarse el afecto del rey musulmán. Y no parece que fuese un Papa muy dado a las estupideces o a hablar por boca de ganso.

    Aunque he hecho un esbozo de argumentación, no me considero capacitado para hacer un juicio definitivo sobre este asunto y en cualquier caso me atengo a lo que diga la Iglesia. Ahora bien, a la luz de esta carta de San Gregorio VII, me parece que es un error tratar de estúpidos o de herejes malintencionados a todos los que en la actualidad realizan afirmaciones del mismo corte. Puede que estén equivocados y puede que no estén movidos por las mejores intenciones, pero en principio no parece que estén diciendo una barbaridad inédita. Me pregunto si la corriente tradicionalista, al reaccionar justamente contra el desmadre del Concilio, ha podido incorporar sin querer algunas doctrinas que en realidad no son tan tradicionales.
    Última edición por Kontrapoder; 06/08/2014 a las 03:13
    «Eso de Alemania no solamente no es fascismo sino que es antifascismo; es la contrafigura del fascismo. El hitlerismo es la última consecuencia de la democracia. Una expresión turbulenta del romanticismo alemán; en cambio, Mussolini es el clasicismo, con sus jerarquías, sus escuelas y, por encima de todo, la razón.»
    José Antonio, Diario La Rambla, 13 de agosto de 1934.

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