Estuvimos varios años sin comulgar
José María Zavala, sobre el tema estrella del Sínodo:
«Estuvimos varios años sin comulgar. Por nada del mundo hubiésemos cometido un sacrilegio»
Carmelo López-Arias / ReL
Con motivo de la polémica por la Relatio del sínodo, uno de cuyos puntos candentes es la posibilidad de que se admita a la comunión a divorciados vueltos a casar por lo civil o conviviendo con segundas parejas, hemos solicitado la opinión de José María Zavala, quien acaba de publicar Un juego de amor. El Padre Pío en nuestro camino al matrimonio, su libro más personal, escrito junto con su esposa, Paloma Fernández.
El testimonio del matrimonio Zavala tiene especial valor para ilustrar la citada polémica del sínodo, por cuanto ambos se encontraban exactamente en la situación para la cual el cardenal Walter Kasper propone relajar la exigencia de no recibir el Cuerpo de Cristo si se vive en una situación objetivamente contraria a la Ley de Dios: convivían sin previa declaración de nulidad de sus anteriores enlaces.
-Durante ese tiempo, ¿comulgaron ustedes alguna vez?
-Estuvimos varios años sin comulgar. Por nada del mundo hubiésemos cometido un sacrilegio recibiendo al Señor en pecado mortal. Jesús nos preservó de perpetrar semejante fratricidio. Éramos y somos grandes pecadores, pero jamás ofendimos al Señor donde más le duele: en la Eucaristía, donde está realmente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
-¿Cuáles eran sus circunstancias vitales?
-Cuando tuve mi conversión tumbativa, en el momento y de la forma que menos lo esperaba, hablé con Paloma y nos fuimos a confesar al día siguiente. Yo llevaba casi nueve años con mi proceso de nulidad y a punto estuve de arrojar la toalla, pero gracias a Dios no lo hice. Ella ya la tenía, pero yo todavía no.
-¿Siguieron juntos?
-Después de confesarnos -en mi caso, tras más de 15 años sin pisar un confesonario- decidimos vivir como hermanos, en habitaciones separadas, pues teníamos dos hijos en común.
-Tuvo que ser duro...
-Fue muy duro, pero jamás nos faltó la ayuda de Dios, de la Santísima Virgen y del Padre Pío. La primera vez que comulgamos, después de tantos años, fue como si volviésemos a hacer la Primera Comunión. Hoy formamos un matrimonio muy feliz, que reza el Rosario cada día con nuestros hijos y frecuenta también con ellos los sacramentos, en especial la Eucaristía y la Penitencia.
-Antes de esa conversión y de pasar a vivir en continencia ¿nunca se les pasó por la cabeza acercarse al altar a comulgar?
-La doctrina de Jesucristo es la que es, y no admite excepciones. ¿Qué es eso de hacerse una fe a la medida, en función de las circunstancias o del tiempo en que se viva?
-El cardenal Kasper propone que en algunos casos muy precisos (como habría sido el suyo) sí se permita, como una forma de misericordia...
-No debe cometerse jamás un sacrilegio apelando a una falsa misericordia, que no es la de Dios. San Pablo no tiene pelos en la lengua al proclamar, en su primera epístola a los Corintios, que quien “come y bebe sin discernir el Cuerpo de Cristo, come y bebe su propia condenación”. El Catecismo de la Iglesia Católica tampoco deja el menor resquicio a la duda.
-Pero ¿no habrían experimentado ustedes un alivio de haber podido comulgar?
-Jesús nos recuerda en el Evangelio que al Paraíso se accede por la puerta angosta y no por la ancha, que conduce a la condenación; así como que no todo el que diga “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos.
De modo que mucho cuidado con esa falsa misericordia y ese ladino “buenismo” del "todo vale".
-¿Por qué es hoy tan difícil asumir la doctrina católica a este respecto?
-Sencillamente porque implica exigencia. La solución más fácil es ofrecer hoy la puerta ancha que lleva a la condenación. Qué cierto es el proverbio de que “por la caridad entra la peste”. Se recurre así a casos extremos (como el de una madre cuyo hijo hace la Primera Comunión y desea “darle ejemplo” aun comulgando en pecado mortal), para abrir la mano con la doctrina de Jesucristo. ¡Pero ojo con tomarse a la ligera la ley de Dios!
-En resumen: no apoyan la propuesta de Kasper ni doctrinalmente ni desde su experiencia personal....
-Ya nos parece muy grave sólo plantear la posibilidad de administrar la comunión a los divorciados vueltos a casar civilmente, lo cual equivale a preguntar si es pecado o no cometer un sacrilegio. ¡Menuda paradoja!
-¿Qué consejo le darían a una pareja en circunstancias similares a la que ustedes vivieron?
-Que estén cerca de Dios. El propio Jesús ya nos lo dice en el Evangelio: “Sin Mí no podéis hacer nada”. ¡Qué gran verdad! Pero con Él, aun siendo tan miserables, podemos salvar los numerosos obstáculos y sinsabores que encontramos en nuestra vida.
-Su libro intenta ayudar a otros en eso...
-Nos dirigimos en nuestro libro a todos los matrimonios sin excepción: divorciados y/o separados que están convencidos en conciencia, como nosotros lo estuvimos, de que su matrimonio no ha existido, es decir que es nulo a los ojos de Dios; matrimonios felizmente casados que no valoran lo suficiente su inmenso tesoro sacramental; matrimonios en trámites de separación que están a punto de arrojar por la borda lo que a nosotros tanto sufrimiento nos costó alcanzar…
-¿Compensa el desgaste de hacer pública su vida?
-Estamos recibiendo multitud de testimonios de matrimonios con problemas que han leído ya nuestro libro y nos escriben al correo electrónico que facilitamos en sus páginas en busca de consejo y ayuda. Con un solo matrimonio que no se rompa o que se celebre ante Dios ya habrá valido la pena desnudar nuestras almas.
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