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Tema: Notas de Ceniza

  1. #1
    Avatar de Hyeronimus
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    Notas de Ceniza

    Notas De Ceniza


    El rito de bendición e imposición de la ceniza es un sacramental de esos que, considerando la extensa e intensa demolición de los antiguos rituales de la liturgia católica romana perpetrada en el post-concilio, han sobrevivido quasi milagrosamente, aunque alterado por la nueva liturgia, que retocó, desmejoró y empobreció todo. En la actualidad ya se proponen y practican novedades, a gusto de la ocurrencia de cada sacerdote, improvisándose formas extrañas, neo-rituales que intentan desterrar la ceniza que sería, dicen, poco 'significativa', extraña para la cultura del hombre moderno, y la sustituyen por otros elementos simbólicos de la conversión, un término preferido para excluir el concepto tradicional y evangélico de penitencia.

    Sin embargo la penitencia es el meollo de toda la espiritualidad cuaresmal, siendo una de las partes integrantes de la predicación del mismo Cristo: El 'Convertios y creed el Evangelio' es la versión moderna de los textos evangélicos que hablan de penitencia, un concepto que incluye la conversión, obviamente, pero que parece repugnar a la pastoral del postconcilio, cuyo optimismo omnímodo se orienta según un 'espíritu positivo' que ignora y pretende erradicar el 'contenido negativo' que atribuyen a la penitencia como tal concepto, práctica y hábito. Sed contra, los textos de los Santos Evangelios coinciden en la proclamación de la penitencia como parte nuclear de la predicación mesiánica:


    "...paenitentiam agite adpropinquavit enim regnum caelorum" Mt 4, 17

    "...paenitemini et credite evangelio" Mc 1, 15

    "...non dico vobis sed si non paenitentiam egeritis omnes similiter peribitis" Lc 13, 5

    La penitencia es un hábito de vida que, movido y sostenido por la gracia divina, conduce a la santidad y la perfección según el paradigma de Cristo; es decir, que un proceso de conversión es en realidad un itinerario penitente, aquel decurso propio de los viatores que viven aspirando a cumplir la voluntad de Dios siguiendo, fielmente, con la cruz de cada día, a Cristo el Señor.

    En este sentido, el signo de la ceniza es un recordatorio que advierte de la vanidad efímera de lo humano, la insustancialidad de propósitos y proyectos que dependen de la fragilidad del hombre creado del polvo de la tierra y destinado a volver a él. "Sin mí no podeis hacer nada" (Jn 15, 5), nos advierte Cristo.

    En la poderosa y tremenda imaginería de la profecía de Ezequiel 37, la palabra predicada por el profeta regenera los miembros muertos y secos, y el espíritu les insufla vida nueva, quedando el erial de muerte constituido en un ejercito dispuesto para combatir y vencer. Una visión válida para ilustrar nuestra Cuaresma y el sentido de la imposición de la ceniza.

    La Iglesia comienza con la ceniza cuaresmal lo que culminará con el fuego de Pentecostés, una paradójica secuencia invertida, desde lo inerte consumido a la viva lengua ardiente, las llamaradas del Espíritu enviado por Cristo, que enciende la caridad y el fervor en las almas.

    En el antiguo Pontificale Romanum aparecía como ceremonia propia del Miércoles de Ceniza el rito 'De Expulsione Poenitentium ab Ecclesia in Feria Quarta Cinerum' (véase aquí), uno de esos sacramentales actualmente perdidos y no restaurados, aunque deficientemente suplidos, supongo que vigentes entre los afortunados que conservan y practican el Vetus Ordo. En el momento de la imposición de la ceniza a los penitentes públicos que van a ser despedidos hasta su reconciliación en la mañana del Jueves Santo, el obispo usaba una fórmula más completa que la utilizada en la simple imposición a los fieles comunes, pues dice: 'Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris: age poenitentiam, ut habeas vitam aeternam.'

    Esa animosa exhortación, tan positiva, que complementa a la terrible admonición del versículo del Génesis, me parece una pequeña joya del gran tesoro del eucologio católico: "...age poenitentiam, ut habeas vitam aeternam! "

    Agamus, ergo, fratres, poenitentiam ut habeamus vitam sempiternam.

    In Christo, Domino nostro.

    Amen.


    +T.

    EX ORBE

  2. #2
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    Re: Notas de Ceniza


    Dorotea a la luz del candil: Miércoles de Ceniza


    Voy al confesionario. Mi alma está turbada e inquieta, me dicen que no es importante la imposición de la ceniza, que no indica nada, que es un rito, como tantos otros, anticuado y sin sentido.


    En el confesionario:


    DOROTEA: En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ave María Purísima.


    CONFESOR: Sin pecado concebida.


    DOROTEA: Padre, ¿por qué es importante la imposición de la ceniza en este día de comienzo de la Santa Cuaresma? ¿Padre, hay personas que no le dan importancia?


    CONFESOR: La imposición de la ceniza es uno de los signos externos más importantes, por el gran significado que tienen en sí mismos. Cuando el sacerdote impone la ceniza al fiel y le dice las palabras: Polvo eres y en polvo te convertirás, le está recordando, con la ceniza y las palabras, una gran realidad que no debe olvidar: se trata de que todo lo que es se lo debe a Dios Padre Todopoderoso. El hombre por sí mismo no es nada, no vale nada, no sabe nada. Si tiene alguna cualidad sobresaliente se lo debe únicamente a Dios Padre Todopoderoso.


    DOROTEA: Sí, Padre, la imposición de la ceniza y las palabras del sacerdote me recuerdan que, desde mi niñez, todo lo que soy y tengo, material y espiritual, es Obra única del Padre Dios Todopoderoso.


    CONFESOR: Única de Dios. Somos obra del Creador y a Él Todo Honor y Gloria sólo a Dios.


    DOROTEA: Padre, por qué la ceniza.


    CONFESOR: Dorotea, la ceniza significa que nuestra vida está sólo en manos de Dios. Que la muerte nos espera, la muerte corporal, claro está. La ceniza, Dorotea, nos recuerda que nuestro cuerpo morirá convirtiéndose en polvo, y ya no quedará rastro de él. Es el alma lo que hemos de embellecer con la vida santa, con la Gracia de Dios. Y ese embellecimiento sólo será posible con la muerte al pecado, sirviéndonos de la Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo por Obra del Santo Espíritu de Dios.


    DOROTEA: Padre, puede explicarme cómo puedo cumplir con lo que usted me da de palabra.


    CONFESOR: Dorotea, vivir de espaldas a Dios pensando que nuestra vida está en nuestras manos es lo más inútil y triste que podemos hacer en nuestra vida. Fíjate, muchos viven para el cuerpo buscando comodidades, placeres, honores, dinero, halagos, etc., pensando que el momento presente es lo único importante, y no existe Dios Padre. Y lo que no sabe el mundo es que sin Dios Todopoderoso nada somos. Dorotea, el cuerpo se convertirá en polvo. Pero han de saber que han de cuidar, por encima de todo, la vida del alma, la vida dirigida hacia Dios. Y la vida del alma de se cuida manteniéndola en gracia de Dios, despreciando al pecado, despreciando al maligno. Dorotea, la ceniza y las palabras del sacerdote, recuerdan al penitente que ha de embellecer su alma y controlar su cuerpo de deseos y apetencias. Pues muchas de las cosas que desea el cuerpo no agradan a Dios. De qué le sirve al hombre atesorar en esta vida si pierde para siempre su alma ante Dios. Dorotea, el hombre puede perder eternamente su alma, privándole de la gracia plena ante Dios.


    DOROTEA: Gracias, Padre, algunas personas me inducen al deseo humano, e imponen en su criterio, que eso de de ayunar y hacer penitencia no sirve para nada. Que la vida ya es de por sí suficientemente dura, y menuda penitencia.


    CONFESOR: Dorotea, se equivocan. La conversión debe ser interior. El hecho de la imposición de la ceniza no serviría de nada si no intentamos cambiar interiormente, si no comprendemos a qué nos compromete este signo externo. El ayuno y la penitencia tienen un grandísimo significado, se trata de querer unirnos a la Pasión y sufrimiento de Jesucristo, querer compartir con Él algo de lo que el sufrió por nuestra redención. Y lo queremos sentir, también, con el sufrimiento corporal que, cuando se hace unido a la Santa Cruz de Jesucristo, es llevadero y gozoso. De igual forma que Nuestro Señor obró la Obra de redención con sufrimiento, de la misma forma nuestra conversión verdadera no será sin sufrimiento.


    DOROTEA: Padre, quiero con mi ayuno y penitencia unirme al sufrimiento de Jesucristo, mi Señor, cambiando todo en mi decidir, tanto es este deseo para purificar tantos deseos inútiles, deseo unirme al Amor, dejando fuera de mí ese impedimento, y poder amar con el corazón y dar todo a Dios Todopoderoso. Gloria a Dios Todopoderoso.


    CONFESOR: Dorotea, este cambio que el Señor espera de ti ha de ser con ese deseo que has de poner siempre de tu parte, y en ello, has de hacer oración. Con una oración sincera y perseverante dirigida a Dios Todopoderoso se logra llevar adelante los sacrificios y penitencia que hagas. Y lograrás el deseo único, de querer ser de verdad, para embellecer al alma sólo para Dios.


    DOROTEA: Gracias, Padre, por lo que me ha dicho. Estas confesiones me reafirman en la verdad de la fe, aún más en el significado del día de hoy.


    CONFESOR: Dorotea, sólo la Verdad de Dios permanece. El mundo frívolo, superficial, egoísta y sensual no quiere la Verdad de Dios, se deja arrastrar por el maligno, quien tiene seguidores dentro de la Iglesia, quienes se han contagiado de la mentira, de la maldad, sin vivir en la plenitud de la verdad sólo de Dios.

    Te doy la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti y te acompañe siempre.


    DOROTEA: Amén. Padre, muchas gracias recibo de esta explicación que me hace sentir aún más el significado de la ceniza como signo externo. Por último, Padre: Por el sufrimiento, es medida del amor, no hay mayor amor que pedir al Amor, Jesucristo, que no enseñe.


    Dorotea

    Dorotea a la luz del candil: Miércoles de Ceniza | Adelante la Fe

  3. #3
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    Re: Notas de Ceniza


    Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás




    El Miércoles de Ceniza inicia la Liturgia de la Iglesia la solemne apertura del ayuno cuaresmal, el tiempo de expiación próximo a la conmemoración de los grandes misterios de nuestra Redención.


    La Cuaresma fue instituida por la Iglesia por tradición apostólica: 1°, para darnos a entender la obligación que tenemos de hacer penitencia todo el tiempo de nuestra vida, de la cual, según los Santos Padres, es figura la Cuaresma; 2.°, para imitar en alguna manera el riguroso ayuno de cuarenta días que Jesucristo practicó en el desierto; 3.°, para prepararnos por medio de la penitencia a celebrar santamente la Pascuai.


    I. Este día recibe su nombre del rito mediante el cual el sacerdote señala con ceniza la frente de los fieles al tiempo que le repite las palabras: Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás (cfr. Gen 3, 19). Se evoca así la sentencia pronunciada por Dios en el Paraíso. Desde entonces sentimos que el hombre es polvo, solamente los méritos de Cristo nos dan capacidad para sobreponernos a esta realidad y vivir según el espíritu. Esta vida es un “nuevo nacimiento” en Cristo y presupone la muerte de nuestro “hombre viejo”, para que «caminemos en nueva vida».


    El uso de la ceniza como signo de humillación y penitencia es muy anterior a su empleo por la Iglesia como vemos en el Antiguo Testamento. Job cubría de ceniza su carne enferma e imploraba de este modo la misericordia de Dios («He cosido un saco sobre mi piel, he revuelto en el polvo mi rostro», Job 16, 16). El salmista proclama: «Mi comida es ceniza en vez de pan, y mezclo mi bebida con las lágrimas» (Sal 101, 10) y análogos ejemplos abundan en los Libros históricos y en los Profetas del Antiguo Testamento («Levantarán su voz sobre ti y se lamentarán amargamente; echarán polvo sobre sus cabezas y se revolcarán en ceniza»: Ez 27, 30). En la Lectura de la Misa (Jl 2, 12-18), Dios enseña a su pueblo por boca del profeta Joel que el verdadero arrepentimiento, es decir, la sincera contrición, le asegura el perdón de los pecados. «Promulgad un ayuno», porque purifica el alma («con esta aflicción voluntaria la carne muere para las concupiscencias, y el espíritu se renueva con las virtudes», San León Magno)… Que los sacerdotes eleven con lágrimas sus oraciones («La oración sube y la misericordia de Dios baja», San Agustín).


    El rito que celebramos actualmente, hunde sus raíces en la disciplina penitencial de la Iglesia de los primeros siglos. Los culpables de pecados sometidos a la penitencia pública de la Iglesia se presentaban en el templo antes de Misa. Los sacerdotes oían la confesión de sus pecados, y después los cubrían de cilicios y derramaban ceniza en sus cabezas. Finalmente, eran arrojados solemnemente por el Obispo y debían recibir con solemnidad la absolución el Jueves Santo. Después del siglo XI, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles este día, llegó a generalizarse y comenzó a formar parte de las ceremonias esenciales de la Liturgia romanaii.


    II. Durante la Cuaresma, nos pide la Iglesia unas muestras de penitencia, ahora muy suavizadas (la abstinencia de carne a partir de los 14 años el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y el ayuno entre los 18 y los 59 cumplidos) y también la oración y la limosna (Evangelio de la Misa: Mt 6, 1-6. 16-18). El desprendimiento de lo material, la mortificación y la abstinencia purifican nuestros pecados y nos ayudan a encontrar al Señor. Estas satisfacciones, ofrecidas a Dios con las del mismo Redentor purificarán nuestras almas y las harán dignas de participar de las alegrías de la Pascua.


    «Alegraos, en cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para también en la aparición de su gloria saltéis de gozo» (1 Pe 4, 13).
    Estas palabras de San Pedro pueden aplicarse al espíritu propio de este tiempo litúrgico y resumen la esencia de la vida cristiana: asociarnos a la muerte de Cristo mediante la mortificación voluntaria y la aceptación diaria de su Cruz para llegar un día a tener parte en la Gloria de la Resurrección.


    Nos gloriamos de tener por Cabeza a Cristo crucificado que nos permite, como miembros de su Cuerpo místico, asociarnos a Él por la fe y apropiarnos sus méritos redentores. «Con Cristo he sido crucificado, y ya no vivo yo, sino que en mí vive Cristo. Y si ahora vivo en carne, vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 19-20). La caridad más grande del Corazón de Cristo ha sido entregarse por nosotros a la muerte para poder proporcionarnos sus propios méritos y hacernos así vivir su misma vida divina de Hijo del Padre.
    «Decididos, pues, sigamos estas huellas sangrientas de nuestro Rey, como lo exige nuestra salvación, que hemos de poner a buen seguro: Porque si hemos sido injertados con Él por medio de la representación de su muerte, igualmente lo hemos de ser representando su resurrección [Rom. 6, 5], y, si morimos con Él, también con Él viviremos [2 Tim. 2, 11] […]Y esta misma lluvia de celestiales gracias será ciertamente superabundante, si no solamente elevamos a Dios ardientes plegarias, sobre todo participando con devoción, si es posible diariamente, del Sacrificio Eucarístico; si no solamente nos esforzamos en aliviar con obras de caridad los sufrimientos de tantos menesterosos; mas si también preferimos a las cosas caducas de este siglo los bienes imperecederos y si domamos con mortificaciones voluntarias este cuerpo mortal, negándole las cosas ilícitas e imponiéndole las ásperas y arduas; si, en fin, aceptamos con ánimo resignado, como de la mano de Dios, los trabajos y dolores de esta vida presente. Porque así, según el Apóstol, cumpliremos en nuestra carne lo que resta que padecer a Cristo, en pro de su Cuerpo místico que es la Iglesia (Cf. Col. 1, 24)»iii.
    Empleemos durante esta Cuaresma los medios de santificación que Dios ha puesto a nuestro alcance: la oración; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen. Que Ella nos alcance las gracias que necesitamos para unirnos a la Pasión de Cristo en esta vida y llenarnos de gozo en la aparición de su gloria.


    Padre Ángel David Martín Rubio



    i Catecismo Mayor de San Pío X.


    ii Cfr. Prospero GUERANGER, El Año Litúrgico, Tomo II, Burgos, Editorial Aldecoa: 1956, págs. 98-102.



    iii Pío XII, Mystici Corporis, nº 49




    Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás | Adelante la Fe

  4. #4
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    Re: Notas de Ceniza

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    Què vaig fer el Dimecres de Cendra

    Una diada plena de gràcia.


    Es pot canviar? Es pot ser millor? Alguns pensen que no, i potser no s’equivoquen gaire. Canviar costa.
    Potser és impossible. O potser no.
    Ahir vam celebrar el Dimecres de Cendra, el començament de la Quaresma. 40 dies per canviar. 40 dies per aturar-nos, mirar la nostra vida, descobrir i assumir les nostres limitacions i defectes, i tal vegada decidir-nos a ser allò que somiàvem quan teniem 10 anys. Decidir-nos a fer quelcom de gran: ser una bona persona.

    Ahir milions de persones arreu del món van rebre la cendra al cap en senyal de futur: “converteix-te i creu en l’Evangeli”. Sí, algun dia el nostre cos serà pols. És un dels pocs pensaments que pot canviar una vida. Costa, però val la pena.

    Molta gent va fer dejuni, recordant que no vivim només de pa. La voluntat es referma i el sacrifici s’ofereix pel bé d’algú. Costa, però val la pena. I força gent s’ha proposat fe quelcom d’especial cada dia durant 40 dies: visitar el pare malalt, deixar la xocolata, parlar amb aquell que no saluda, somriure l’enemic, demanar perdó. Costa, però val la pena.

    No, per ser una bona persona no cal descobrir continents, guanyar batalles, liderar empreses. Només cal adonar-se de les pròpies imperfeccions, reconèixer la pròpia feblesa, demanar perdó. La Quaresma és especialment útil per fer-ho. Aturem, callem, escoltem. Deixem-nos de política, diaris, televisió. Algú ens estima
    i es prepara a donar la vida per nosaltres.

    Tenim 40 dies per ser millors.
    Canviem de vida?


    PULVIS, CINIS, NIHIL



    De la terra n’he vist poc;
    com més ne veig, menys m’agrada,
    tot hi és ombra i vanitat,
    pols i cendra i terregada.

    L’aigua dolça que jo vull
    enlloc del món l’he trobada,
    pertot allà on ne cerquí
    he trobat la mar salada.
    (Jacinto Verdaguer)


    Què vaig fer el Dimecres de Cendra |

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