La dificultad de emitir veredictos salomónicos en cuestiones morales

Con cierta frecuencia se nos pide a los sacerdotes emitir juicios salomónicos sobre situaciones concretas que afectan a nuestros fieles. Dar respuesta a un problema concreto es posible, aunque para ello se requiere un conocimiento detallado de todos los factores que pueden alterar el veredicto final.


Ahora bien, cuando lo que se nos pide es que demos un juicio general sobre un tema concreto, son tantos los factores que pueden cambiar la balanza hacia un lado u otro, que habría que ser Salomón para dar un veredicto; e incluso él no creo que se atreviera a emitir un juicio.


Hasta poco después del concilio Vaticano II los sacerdotes estudiaban libros de moral tremendamente complejos; pues junto a unos principios generales que eran bastante claros, había lo que se llamaba “la casuística”, que era la presentación de cientos de casos diferentes sobre un mismo problema, y que podían cambiar la moralidad del acto concreto. Si a eso le unimos el hecho de que todos los sacerdotes tenían que examinarse cada cinco años ante un tribunal convocado por el Sr. Obispo para poder renovar sus facultades para confesar, los juicios morales que emitían los sacerdotes de entonces eran más concordes; y salvo las pequeñas diferencias que pudiera haber entre las diferentes escuelas de moral (laxas o rígidas) el resultado final solía ser bastante parecido.


Hoy día, el estudio de la moral en los seminarios se ha reducido a empollarse tremendos mamotretos en los que se habla de la “opción fundamental” y cuatro tonterías más (que luego no te van a servir para nada en el confesonario) y se ha olvidado, cuando no rechazado, el estudio de la casuística. Si a esto le unimos que los famosos exámenes que tenían que sufrir los sacerdotes para ver su idoneidad como confesores se han eliminado, la falta de vida espiritual de muchos de los clérigos, la cobardía a la hora de decir la verdad es temas conflictivos, el deseo de agradar a todos, el pensar más como psicólogos que como hombres de Dios, y un largo etcétera, el resultado final ha sido que cada sacerdote dé su propia opinión subjetiva que en muchos casos no tiene nada que ver con las enseñanzas de la Iglesia.

Esta es la razón principal por la cual el juicio moral de los actos concretos, que debería ser un perfecto balance entre lo objetivo (la norma) y lo subjetivo (aplicada a mi caso concreto), haya desviado el fiel (de la balanza) hacia lo puramente subjetivo. De ahí a olvidarse de la ley y dejarlo todo reducido a un puro subjetivismo sólo hay un paso. Y ese paso ya lo han dado muchos moralistas, sacerdotes e incluso obispos.


Aprendiendo a ser “Salomón”



Si necesitamos actuar de Salomón en las causas propias, o dicho en términos más coloquiales, si deseamos saber qué hacer en situaciones concretas que nos acontecen en el día a día, tendremos que tener una mente analítica y fría para ser capaces de ver todos los factores que entran en juego y así luego poder actuar del modo más apropiado.


El mejor método para aprender a actuar de jueces en cause propia será poniendo un ejemplo concreto. Imaginemos que este viernes (ya de cuaresma), cuando llegamos a casa nos encontramos que la mujer ha preparado una comida con carne. ¿Qué hemos de hacer? ¿Tirar el plato? ¿Comer sin rechistar? Así pues vayamos por pasos:


Parte objetiva



1.- La ley nos dice: que los viernes de cuaresma no se puede comer carne.


2.- Excepciones a la ley: esta ley no afecta a los menores de 14 años, a los enfermos y a aquellos que no tengan otra cosa para comer.


Parte subjetiva



1.- Mi mujer no es creyente y le importa un pepino guardar la abstinencia.


– Yo intentaría hacerle ver que para mí sí es importante. Y le pondría un ejemplo: ¿tú guardas el régimen si tienes alto el colesterol, el azúcar, o simplemente eres vegetariana? Lo más seguro es que te respondan que “por supuesto”. Entonces dile que para ti guardar el viernes de cuaresma tiene incluso más valor.


– Podría ser que aquí no acabara el problema y el embrollo se hiciera más serio. Entonces, yo acudiría con la pregunta concreta al director espiritual.


2.- A mi mujer se le ha olvidado que era viernes y ha preparado ya la comida.


– Si es fácil y posible preparar otra, yo guardaría esa comida para el sábado. Si no es posible, o se va a armar un lío gordo, mi conducta cambiaría dependiendo de si estoy solo (y la comería sin hacer problema) o de si estoy con mis hijos (mayores de 14 años) y entonces intentaría un segundo “round” y si la mujer dijera: “No hay problema, preparamos otra cosa” ¡fabuloso! Por el contrario, si pusiera cara de “perro” le haría saber a los chicos que vamos a comer la carne porque la mamá se ha pasado toda la mañana cocinando y por caridad nos hemos de comer todo sin rechistar.


Conclusión



Como pueden ver, el principio general es sencillo, concreto y objetivo; pero la aplicación del mismo a cada una de las situaciones, puede hacer que el tema tenga soluciones de las más variopintas.


Esta “solución” aparentemente sencilla a un problema moral que no tiene más trascendencia puede hacerse mucho más compleja cuando entran en juego cuestiones morales graves como: ir a Misa los domingos, tener relaciones maritales cuando uno sabe que la mujer usa anticonceptivos aunque el marido no lo quiera… Es por ello que necesitaremos tener a la mano un buen confesor o director espiritual para que nos ilumine en cuestiones realmente importantes.


Así pues, tengamos en cuenta los principios generales de la moral, la norma para cada caso, analicemos la situación subjetiva concreta y nunca olvidemos el precepto supremo: la caridad. Y en el caso de que no sepamos qué dirección tomar confiemos en un “salomón” investido por Dios como tal por el sacramento del orden. Si nosotros le escuchamos y actuamos de buena fe, aunque el confesor se equivocara, Dios escribiría derecho con renglones torcidos.


Padre Lucas Prados


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