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Tema: La Monarquía en la Teología de la Historia

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    Re: La Monarquía en la Teología de la Historia

    La Monarquía en la Teología de la Historia (4):


    4.- Dos digresiones: la Quinta monarquía y su secularización; y la síntesis de los errores ebionita y gnósticos.

    Ya dijimos de la importancia que autores como San Roberto Belarmino, daba en su argumentación al Imperio romano contra los protestantes[1]. Lo protestantes acusaban al Papado de ser el Anticristo, pero ante ello se les oponía el argumento de que la manifestación del Anticristo Sólo podía darse tras la desaparición del Imperio Romano cuya existencia –en el título del Emperador del “Sacro Imperio Romano” aún reconocían los protestantes. Argumento semejantes encontramos en el Tratado del Anticristo, de Francisco Suárez contenido en su Defensor Fidei.



    Incluso la monarquía española fue vista como la Quinta Monarquía que había de suceder al imperio romano, como se puede comprobar en la obra de Pedro Mexía, Historia imperial y cesárea (1547)[2]. Cincuenta años más tarde el dominico Tomás de Campanella escribiría su De monarchia hispanica discursus (1601). Se trata de un tratado político donde vindica la primacía de la monarquía española, bajo la autoridad espiritual del Papa, en el concierto político mundial. Esta aparente obra de apologética hispana la escribió porque se veía venir una condena por dirigir una rebelión en Italia contra la Monarquía hispánica. Condenado a cadena perpetua en 1602, escribió su famosa Ciudad del Sol y en 1605 Monarchia Messiae (1605), en la que teocratiza la idea de monarquía: el Papa es el soberano supremo y los príncipes sus brazos. Esta monarquía universal del Papa reuniría a todo el Orbe en un solo pueblo bajo un solo pastor. Y así se cumpliría la promesa mesiánica. La obra, disfrazada de alta teología, es un sutil ataque a la monarquía española ensalzándola, pero a la vez intentando limitar su expansión.

    Al final de la misma se encuentran unos textos significativos: “poco antes hemos demostrado que cualquier rey en el cristianismo era semejante a David, y David, que ahora es el papa, es semejante a Dios, según Zacarías (12, 8). Y a David se le prometieron todos los reinos y todas las naciones en los salmos, en Amós (9, 11) (…) Y esa espada española es la misma espada que debe blandir el Mesías, como se ha dicho con relación al Papa, Imperio y edificación de la Iglesia, no es para destrucción ni para la ambición y avaricia de los señores seculares”[3]. Postumamente se publicaría de Campanella su manuscrito La monarquía de las naciones, donde, a partir del capítulo VII arremete contra la Monarquía hispánica y defiende la primacía de la monarquía francesa en la que se debe apoyar el papado[4].

    Esta “manipulación” de Campanella, a pesar de su franca rebeldía, queda moderada por el entorno católico en el que se movió el autor. En el mundo protestante el milenarismo craso encontró unas multiformes y casi interminables expresiones: “Sintiéndose como en un paraíso provisional o un huerto cerrado, como el presagio de la tercera Era del Espíritu o de Cristo, como la avanzada de la Quinta monarquía, (la de Cristo Rey) o como la puerta de entrada del milenio, las iglesias de la reforma Radical estuvieron sostenidas y fortalecidas por la convicción de que ellas y sus carismáticos dirigentes eran los instrumentos de que se valdría el Señor para escribir la historia de los últimos días”[5].

    La lista de iglesias y grupos protestantes que se ajustarían a este perfil, desde la época de Lutero hasta ahora, sería interminable. A modo de ejemplo quedémonos con los denominados Quintamonarquistas[6] que surgen en el entorno radical inglés del siglo XVII, posicionándose con la izquierda radical de Cromwell: ranters, cavadores, niveladores, cuáqueros, grindletonistas y un largo etcétera de grupúsculos a cual más extravagante. De este movimiento, los hombres de la Quinta Monarquía, como de tantos otros movimientos protestantes, cabe destacar su milenarismo. Ese reino milenario, debe corresponder con el del sueño de Daniel, que destruye a la sucesión de los cuatro imperios: “(…) Después de ti surgirá otro imperio, inferior al tuyo, y luego un tercer imperio, de bronce, que tendrá el dominio de toda la tierra. Y finalmente un cuarto imperio, que será fuerte como el hierro; el hierro lo aplasta y pulveriza todo; así aquel aplastará y pulverizará a todos los otros (…) En los días de estos reyes el Dios del cielo hará surgir un imperio que jamás será destruido y cuya soberanía no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos imperios, mientras que él subsistirá eternamente”, (Dn. 2, 39-44).

    Para los Quintamonarquistas la ejecución Carlos I de Inglaterra, en 1649, era un signo evidente, de que se avecinaba la Segunda venida de Cristo y su reino de mil años. Por eso, a pesar de considerarlo un “moderado”, dieron su apoyo a Oliver Cromwell, al que consideraban un instrumento de Dios para acabar con los realistas y los papistas. La revolución tenía como significado profundo, liquidar la sociedad corrupta y mundana (la Babilonia que representaba la Iglesia y con ella la Cristiandad) como paso previo a la instauración de la Monarquía de Cristo. Esta ansiada monarquía no llegó nunca, ni la República que le exigían a Cromwell, por el contrario se restauró la monarquía en Inglaterra y la historia continuó.



    Esta decepción milenarista, generó todo un pensamiento teológico-político secularizado que iría desde las utopías hasta el contractualismo[7]. Por ejemplo uno de los puritanos revolucionarios más famosos fue James Harrington, que ante la decepción del incumplimiento milenarista, escribe su famosa utopía La república de Oceana[8]. Es significativo que este republicano era aristócrata de nacimiento, amigo íntimo de Carlos I de Inglaterra y de Hobbes.
    En nuestra tesis doctoral, titulada Poder de Dios, poder de Estado. El protestantismo en la génesis de la modernidad política (1993), intentábamos demostrar cómo la desaparición teológica del protestantismo milenarista y de sus propuestas teocráticas, daba lugar al liberalismo democrático. Con otras palabras cómo un error da lugar a su contrario. George Williams, sintetiza así este proceso: “Este mismo omnipresente clima de esperanza y temor (el milenarismo radical protestante) fue lo que impulsó a todos los radicales a apartarse completamente de la idea inherente en el corpus christianorum, medieval, a desconocer los órganos históricos elaborados por él […] De ahí que casi todos los radicales hayan insistido en la separación total de la Iglesia y del Estado; de ahí que la disposición de los reformadores magisteriales a servirse del poder coercitivo de reyes, príncipes y ayuntamientos les haya parecido una desviación del cristianismo apostólico no menos deplorables que las pretensiones de los papas”[9]. Con otras palabras, el pensamiento milenarista teocrático preparó paradójica y conceptualmente la doctrina liberal de la separación de la Iglesia y del Estado.

    En este proceso de secularización cabe encuadrar obras como el Leviatán de Hobbes y otras en orden cada vez más secularizado del pensamiento contractualista que pasan por, Locke o Spinoza desemboca en el Contrato social de Rousseau. La clásica obra de Hobbes se encuadrada precisamente en el agotamiento de la Revolución Inglesa y la restauración de la monarquía inglesa, en 1651, justo cuando se edita su obra. El Leviatán, obra muy referida y poco leída, está plagada de citas bíblicas a pesar de ser una obra que fue quemada públicamente en Inglaterra precisamente por considerarla atea. Paradójicamente su carácter “absolutista” rompía con la Edad Media e iniciaba la modernidad del pensamiento político. Por no alargarnos, simplemente queremos destacar su lenguaje teológico-ateo, especialmente reflejada en la última parte que es titulada: El Reino de las tinieblas, en referencia al papado. En contraposición, el Reino de la luz es el Leviatán surgido del pacto social en el que todos los individuos ceden su voluntad para constituir una voluntad suprema. Ya en nuestra tesis doctoral intentamos demostrar que el contractualismo es la secularización, que se produce a través de diferentes pensadores protestantes, del Pacto o Alianza de Dios con el pueblo de Israel, por el que éste cede plenamente su voluntad a Áquel.

    Entramos brevemente en la segunda digresión.

    Francisco Canals
    solía insistir en que todas las herejías se resumían en dos grandes propuestas: por un lado el error judío, negador de la divinidad de Cristo y que ponía la salvación del hombre en el devenir histórico y en la redención de los pobres a través de una revolución intrahistórica; por otro, la gnosis, negadora de la humanidad de Cristo y que buscaba la Salvación fuera de la historia. Ambos errores, antitéticos, podía sintetizarse y presentarse de forma entremezclada. La secularización de estas herejías coincide con las dos grandes categorías del pensamiento político de la Modernidad. El error judío, impregna las ideologías historicistas como el marxismo y su redención de las clases oprimidas; el error gnóstico impregna el contractualismo por el que se teoriza un nuevo hombre de un pacto o contrato –ahistórico- que transmuta la naturaleza humana, surgiendo de ese pacto la libertad civil y haciendo desaparecer el estado de naturaleza. Síntesis de ambas posturas las encontramos en pensadores como Kant y sus obras Idea para una historia universal en clave cosmopolita (1784) o La Paz Perpetua (1795) donde gracias al contrato social se puede poner en marcha un devenir histórico, sometido a leyes deterministas, que culminarán con el secularizado reino de Dios manifestado en una democracia universal.



    Basten dos textos de la primera obra reseñada para evidenciar que la secularización del milenarismo está presente en la teoría de la democracia universal: Kant concibe también la historia como un proceso triádico o dividido en tres fases, que va desde el estado de animalidad, pasando por un largo desarrollo lleno de dolor, conflictos y luchas hasta llegar al fin de la historia, que será un estado de perfección que el mismo Kant define como quiliasmo (milenio): “Se puede considerar la historia de la especie humana en su conjunto como la ejecución de un plan oculto de la Naturaleza para llevar a cabo una constitución interior y –a tal fin– exteriormente perfecta, como el único estado en el que puede desarrollar plenamente todas sus disposiciones en la humanidad […] Como se ve, la filosofía también puede tener su quiliasmo (milenio)”[10]; En el estudio preliminar de esta obra se deja más clara aún esta relación: “Cuando la especie humana haya alcanzado su pleno destino y su perfección más alta posible, se constituirá el Reino de Dios sobre la tierra”[11].

    Esta tesis kantiana contrasta –y a la vez complemente, pues lo hace más claro- con un texto del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC): “Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso” (cf. Pío XI, carta enc. Divini Redemptoris, condenando “los errores presentados bajo un falso sentido místico” “de esta especie de falseada redención de los más humildes”; GS 20-21).” (punto 676).

    ©Javier Barraycoa


    NOTAS:

    [1] Cf. Francisco Canals, Mundo histórico …, o.c., p. 51.
    [2] José María Portillo Valdés, Crisis atlántica: autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana, Marcial Pons, Madrid, 2006, p. 19.
    [3] Tomás Campanela, La Monarquía del Mesías, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989, cap. XVIII, pp. 169 y s.
    [4] En la misma edición anterior se incluye La monarquía de las naciones, cf., Cap. VII y ss, pp. 217 y ss.
    [5] George H. Williams, La Reforma Radical, FC, México, 1962, p. 954.
    [6] En inglés, fifth monarchists o Fifht Monarchy men.
    [7] El análisis de una parte del pensamiento utópico cono fruto de la secularización y desaparición de las tensiones milenaristas, lo propusimos en nuestra obra Javier Barraycoa, Tiempo muerto. Tribalismo, civilización y neotribalismo en la construcción cultural del tiempo, Scire, Barcelona, 2005, II parte.
    [8] James Harrington, La república de Oceana, FCE, México, 1987.
    [9] George H. Williams, o.c., p. 954.
    [10] Immanuel Kant, Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre Filosofía de la Historia, Tecnos, Madrid, 2006, p. 17.
    [11] Ibid. Estudio preliminar, p. XXI.


    https://barraycoa.com/2017/03/31/la-...la-historia-4/

  2. #2
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    Re: La Monarquía en la Teología de la Historia

    La Monarquía en la Teología de la Historia (5): La Democracia atea y el Reino de Cristo


    5.- La Democracia atea y el Reino de Cristo: la atemporalidad gnóstica en el devenir histórico del falso mesianismo.

    La paradoja de la herejía gnóstica es que ha surgido en el tiempo histórico y se ha desarrollado en él, a pesar de rechazarlo y negarlo. Los combates entres gnósticos y san Ireneo en el siglo II, reflejados en su Adversus haereses (Contra las Herejías), se prolonga e incrementa en la historia con el movimiento cátaro, los husitas, y tantas y tantas herejías protestantes. Pero, su verdadero triunfo, cuando eclosiona precisamente a nivel universal, será cuando se alcanza la síntesis de ebionismo y la gnosis bajo forma secularizada.



    Este hecho correspondería en su plenitud con lo descrito en el CIC: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)” (675). Esta exposición del catecismo culminaría con el punto 677 en el que –contra las tesis progresistas- se niega que la Iglesia pueda triunfar “por un proceso creciente”[1].

    La comprensión de la Teología de la Historia exige una interpretación del despliegue de la historia evitando caer en historicismos deterministas derivados del hegelianismo. Por ello es legítimo ciertas periodificaciones históricas (sobre las que tampoco hay normas firmes y establecidas) que nos permitan entender mejor los acontecimientos presentes y realizar una legítima prognosis sobre el futuro que nos espera.



    Louis Salleron
    , por ejemplo, en un artículo publicado en Verbo, y titulado Cristianismo y política, categoriza temporalmente el cristianismo en su relación con el poder político, en la que ya habríamos pasado por tres fases: la primera que va de la muerte de Cristo a Constantino; la segunda, de Constantino a la Revolución francesa; y la tercera, de la Revolución francesa hasta nuestros días (segundo tercio del siglo XX). Una cuarta fase, indecisa, estaría actualmente esbozándose[2]. Este esquema fue comentado en su momento por el profesor Miguel Ayuso en su artículo en la revista Verbo titulado El orden político cristiano en la doctrina de la Iglesia[3].

    En esa cuarta fase que está “esbozándose” acontecerían lo que el Apocalipsis revela y bajo el marco de lo que hemos leído en el Catecismo de la Iglesia Católica, pero queda ya contenida en la plenitud de los tiempos correspondiente a la encarnación de Cristo y el inicio de la sexta etapa de la historia propuesta, entre otros, por San Agustín. Este tipo de alineamientos temporales pueden ser muy diferentes en diversos autores pero no contradictorios ni excluyentes. Como regla general, se debe respetar aquello que propone San Buenaventura. Como señalaba el Doctor Canals, el pensamiento de San Buenaventura sobre este tiempo futuro se aclara todavía si advertimos lo que había dicho al tratar del “sexto tiempo”, el de “la clara doctrina”, que dice comenzar con el Papa Adriano, contemporáneamente a los comienzos del imperio de Carlomagno; sobre este tiempo y sobre su fin dice: “¿Quién ha dicho cuánto durará? Es cierto que nos encontramos en este tiempo; cierto es también que durará hasta que sea arrojada la bestia que sube del abismo, cuando Babilonia será confundida y derribada, y después se dará la paz; pero primero es necesario que venga la tribulación”[4].



    Por no extendernos en demasía, recopilamos una síntesis con motivo de una reseña del libro Mundo histórico y Reino de Dios, publicada en la revista Espíritu: “La consumación del Reino de Dios, estará precedida de la consumación del reino anticrístico. Las claves de esta consumación las encontramos en el Apocalipsis bajo diversas figuras como la Babilonia, la Ramera, las dos Bestias –una procedente del mar y otra de la tierra–, o el Dragón. Babilonia es la Roma infiel, nuevamente paganizada y viciada, apostata y perseguidora del cristianismo. De ella surgirá la gran Ramera “con la que fornicarán los reyes de la tierra”. Canals interpreta genialmente cómo el deseo de lujo y riquezas representa a la Ramera y cómo en el origen de la modernidad se manifiesta ese deseo en Occidente. La burguesía calvinista anticatólica o la aristocracia whig inglesa que apoyó a Cromwell ilustran los orígenes del capitalismo y de los Estados burgueses. Esta Ramera se sentará sobre la Bestia de diez cuernos que la odiarán y le harán la guerra. Canals apunta que: `Los diez cuernos de la bestia son el poder político ya no aristocrático, ni monárquico, ni burgués, sino plenamente democrático. El poder político plenamente democrático consuma la oposición del mundo a Cristo y odia al mismo tiempo el orgullo de la riqueza, de la aristocracia, de la monarquía y lo derriba. Dios quiere que lo derribe porque ha juzgado a la ciudad mundana y los santos canta aleluya por el hundimiento de Babilonia´. Este poder político será democrático y globalizado, oponiéndose a otras idolatrías como el propio Estado burgués o el Estado racial (Canals señala que el fascismo fue la última gran idolatría). Una vez manifestado plenamente el Anticristo, destruida Babilonia y consumada la persecución contra los Santos, vendrá Cristo a consumar su Reino y juzgar a las naciones”[5].



    Canals insistía en el siguiente texto paulino y en su interpretación; “Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios” (II Tes. 2, 3-4.). Solicitaba a sus oyentes que atendieran a la siguiente manifestación anticrística, contenida en estos versículos: “El anticristo, si es personal, no invocará título trascendentes, no será defensor de una fe, no solicitará siquiera idolatría”[6]. Por tanto, si se nos permite la expresión, su reinado estará asentado por un antireinado bajo forma igualitarista-democrática, antiteística y destructora de todo lujo corruptor de la civilización.

    Este antireinado anticrístico, se va prefigurando en la historia reciente de formas diferentes: “Así, de una premisa que invoca la trascendencia de la fe cristiana y de la Iglesia sobre las causas humanas y temporales, para negar legitimidad a una defensa política del orden cristiano frente a la destrucción revolucionaria del mismo, se ha venido a deducir en bastantes casos una conclusión inmanentista y política: cristianos para el liberalismo, cristianos para la democracia, cristianos para el socialismo, cristianos para la liberación nacionalista de los pueblos”[7]. Todo ello puede convivir perfectamente, como la historia reciente nos demuestra, con pseudomonarquías parlamentarias –contradicción entre las contradicciones- también como prefiguraciones de ese antireinado anticrístico[8]. En un sentido más general, y volviendo a citar a Canals: “Intrínsecamente ligado a este absolutismo de la democracia atea, es decir, de la democracia derivada de la revolución atea, es aquella concepción que Pío XI llamaba «laicismo» y presentaba como la peste de nuestro siglo”[9].

    CONCLUSIONES


    A modo de conclusión y teniendo en cuanta las advertencias de la introducción a esta ponencia, nos atrevemos a señalar lo siguiente:

    1.- Como seña la el P. Sáenz, “En razón de la teoría del typo y el anti-typo, dicho sentido es doble. Así la Primera Bestia puede significar simultáneamente a Nerón y al Anticristo, la Mujer calzada de luna a la Iglesia y al pueblo de Israel, la Gran Ramera a la Roma Pagana y a la ciudad que será la capital del Anticristo…”[10], así la rebelión contra Dios tiene su Tipo y Antitipo que van de la tentación y caída en el paraíso hasta la última impostura: “La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado” (II Tes. 2, 9-10).

    2.- La tentación tanto es personal como social. Y esto ocurre en el Paraíso, pues en Adán confluye el hombre tentado y toda la humanidad que heredará el pecado como en el Apocalipsis; en este último reflejado de múltiples formas como las cartas a las siete Iglesias (Ap. 2, 1 y ss.) a las naciones: “Me dijo además: Las aguas que has visto, donde está sentada la Ramera, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas” (Ap. 17, 15). Pero esta tentación se irá incrementando y volviendo irresistibles, de tal modo que, según la Revelación Dios deberá acortar esos días para que no se pierdan muchos de los escogidos. Igualmente, como toda tentación o mal siempre se presenta bajo apariencia de bien: el fruto en el paraíso como bien personal, o el reino anticrístico, como lo hemos descrito, en cuanto que bien colectivo.


    1. Una de las muchas figuras con materialización real, que encontramos en las Escrituras, es la monarquía. De hecho el Hijo de la perdición ocupará su trono. Este antireino tiene formas materiales monárquicas, como la monarquía que le pide el pueblo de Israel a Saúl (Tipo) y su Antitipo que se manifestará precisamente en su plenitud como forma democrática. De hecho, una de las mayores insistencias el Doctor Canals, al tratar estos temas era citar un comentario el P. Bover en su traducción de la Biblia al castellano. En ella definía así a la democracia: “el ejercicio del poder político independientemente de Dios se ejercita máximamente la soberbia humana antiteística. El más absoluto de los regímenes políticos, el más antidivino es la moderna democracia, según se demuestra estudiando las fuentes filosóficas de que ha surgido”.



    1. Una de las descripciones sociológicas de estos tiempos o sus primicias la encontramos en uno de las conferencias de clausura que Francisco Canals dictó en uno de los Encuentros de Amigos de la Ciudad Católica y que posteriormente fue publicado con el título de Modernidad y posmodernidad: inflexión del pseudoprofetismo[11]. De él entresacamos estas frases tan iluminadoras y concluimos nuestra exposición: “Este ejercicio, colectivo y universal, del antiteísmo antropocéntrico, que la Sagrada Escritura anuncia como el reinado del Anticristo, era interpretado por el P. Rovira y por él P. Orlandis como la culminación, en la historia de la humanidad, de la tiranía soberbia del poder político enfrentado al gobierno de Dios sobre el mundo y sobre las naciones. Se trata de aquella apostasía profetizada en el salmo segundo, en la que los pueblos y las naciones se conjuran contra Dios y su Mesías. La apostasía del mundo cristiano, negándose a aceptar el suavísimo dominio de Cristo Rey proclamado por el Papa Pío XI en la Quas primas. […] Ahora estamos en un tiempo en qué el ataque ejercido en el obrar del misterio de iniquidad por la acción de Satanás, se dirige contra todo lo que quede de bien natural en los hombres; en las sociedades, en la cultura, en la ciencia, en el arte. Este carácter anárquico, antinomista, inclinado al elogio de toda locura, y a la crítica de cualquier actividad rectamente ordenada, que será siempre calificada como rutinaria y aburrida […] Este antinomismo viene a ser ahora el núcleo central del mensaje del pseudoprofetismo”.


    Laus Deo.

    ©Javier Barraycoa


    NOTAS:

    [1] CIC, 677: “La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13)”.
    [2] Cfr. Louis Salleron, «Cristianismo y política», en Verbo, número 99 (1971), pp.. 895-897.
    [3] “La primera fase se caracteriza por la incomunicación entre el cristianismo y la política. No podía ser de otro modo, pues el núcleo de creyentes apenas pasaba de una «pusillus grex». Pequeña comunidad que, además, se movía por la espera escatológica de una Parusía inminente y que solo ante el desmentido de los hechos evolucionó hacia una escatología de la perfección transhistórica y sobrenatural. En estas circunstancias de marginalidad, y con la tentación de indiferencia respecto de todo lo que atañe al momento presente, no se trata de «participar» en la vida pública, sino de «obedecer» las leyes, como acredita la teología paulina. Con la conversión de Constantino y el Edicto de Milán del 313 se inaugura una segunda fase, en la que el cristianismo pasa a ser religión oficial. En esa situación, hoy tan denostada por «triunfalista», que se extiende durante cerca de mil años, el principal problema de la Iglesia es distinguir -pero no para separar sino para unir- sus competencias de las de la comunidad política, lo espiritual de lo temporal. Porque el verdadero peligro en una sociedad cristiana, como lo fue la que estamos describiendo, es la teocracia. A la que si pudieron ceder en ocasiones algunos eclesiásticos con su conducta, nunca dejó de contemplarse como errónea por la doctrina de la Iglesia. La Revolución francesa da inicio al tercero de los períodos, en el que la persecución -vestida de neutralidad- del Estado va a desarrollarse en grados diversos según los países, para desembocar en la secularización general de la sociedad. Es una época en la que el poder social de la Iglesia retrocede constantemente: pierde, por de pronto, su poder temporal en Italia; pierde después la mayoría de sus zonas de poder de hecho en las instituciones y, finalmente, pierde su influencia sobre la legislación en materia de familia y costumbres.”, Miguel Ayuso, artículo citado, pp. 957 y s.
    [4] San Buenaventura, o.c., Col. XVI, núm. 19, p. 481.
    [5] Javier Barraycoa, “La Teología de la historia en Francisco Canals”, en Espíritu LXI (2012) ∙ nº 144, p. 383.
    [6] Francisco Canals, Mundo histórico …, op. cit., p. 145.
    [7] Francisco Canals, “La Democracia Atea”, en Cristiandad, 607, octubre 1981, p. 166.
    [8] No hay que pensar mucho para darse cuenta que no hay nada más absurdo que una monarquía sustentada en la voluntad general. La única explicación de este fenómeno político que surge en la modernidad es que la realidad política monárquica es tan evidente que su eliminación, muchas veces no ha podido hacerse de golpe. No obstante el destino final lógico de las monarquías parlamentarias es su extinción.
    [9] Francisco Canals, “La Democracia Atea”, en Cristiandad 607, octubre 1981, p. 168.
    [10] Alfredo Sáenz, S.J., o.c., p. 6.
    [11] Verbo, núm. 329-330 (1994), 1141-1149.


    https://barraycoa.com/2017/04/01/la-...so-mesianismo/

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