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Tema: La Iglesia y Francisco Franco, por mons. Guerra Campos

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    La Iglesia y Francisco Franco, por mons. Guerra Campos

    Por José Guerra Campos
    Obispo de Cuenca

    Separata del “Boletín Oficial del Obispado de Cuenca” septiembre de 1974

    I
    "El proximo día primero de octubre (1974) se celebra el 38 aniversario de la exaltación de Francisco Franco a la Jefatura del Estado Español.

    El hecho tiene en la historia de la sociedad civil el relieve extraordinario que todo el mundo le reconoce, por el trance heroico y universalmente apasionante de sus orígenes y por la larga trayectoria, pacificadora y transformadora, que desde entonces viene marcando a la vida de España.

    Pero el hecho es también un signo, ya imborrable, en la historia de la Iglesia contemporánea, y esto por doble título: por el empeño, singular en esta época, con que un hijo de la Iglesia ha tratado de proyectar en la vida pública su condición de cristiano y la ley de Dios proclamada por el Magisterio eclesiástico; y por las manifestaciones emitidas acerca de él por Papas y Obispos, que, si se atiende a su contenido y también a su unanimidad y persistencia, difícilmente se hallarán en relación con ninguna otra persona viviente en los últimos siglos.

    Es indudable que ahí se muestra una de esas actitudes de la Iglesia que no son, como suele decirse, oportunistas, sino que dimanan de la entraña de su misión irrenunciable.

    Siento la obligación pastoral de evocar este signo con su significación auténtica, y de hacer algunas consideraciones sobre su vigencia y proyección futura...


    https://manuelmartinezcano.org/2016/12/27/la-iglesia-y-francisco-franco-1/


    II
    ...El 55 por 100 de los sacerdotes incardinados en esta Diócesis (Cuenca) no había nacido o no había llegado al uso de razón cuando ya Franco era Jefe del Estado Español. Los sacerdotes ordenados antes de asumir Franco dicha Jefatura y que siguen en vida son el 15 por 100 (número que parecerá muy bajo si se piensa que muchos eran quince o veinte años más jóvenes que el mismo Franco; pero no se pueden olvidar los 120 (más 28 religiosos) asesinados por las fuerzas comunistas, ya de confesión marxista ya libertaria.

    De los Obispos diocesanos que lo eran en aquel momento en toda España sobrevive uno, jubilado. Cerca de cincuenta Obispos diocesanos, consagrados durante la Jefatura de Franco, han muerto ya, algunos tras un pontificado de los que suelen estimarse largos. En lo que concierne a la posición y los juicios de la Iglesia, también el Obispo que suscribe se encuentra con un hecho que le precede y que recibe de sus mayores.

    De los treinta y ocho años de gobierno de Franco nada menos que 28 (de 1936 a 1964) corresponden a mi adolescencia y juventud y a los años de ejercicio de presbiterado, sin autoridad ni responsabilidad de Magisterio o jerarquía en la Iglesia y sin ningún entrometimiento operativo ni en el campo de la gestión pública civil ni en el área de las altas relaciones Iglesia-Estado...

    https://manuelmartinezcano.org/2017/01/03/la-iglesia-y-francisco-franco-2/

    III
    "Me propongo hacer presente en forma global un hecho enjuiciado por quienes tenían magisterio sobre mí en el período antes citado, y, como partícipe ahora de ese mismo magisterio, enunciar con la ayuda de Dios las orientaciones que de aquel hecho y aquellos juicios emanan para el momento actual.

    Por razón de los límites de este propósito, está claro que no debo ni quiero usurpar la autoridad pastoral para revestir con ella los análisis o las síntesis y apreciaciones de historia eclesiástica o política que con saber humano pudiera intentar, cuyo interés y acierto serían discutibles, y que en todo caso no habría de publicar con autoridad de obispo. Mas como, por otra parte, parece necesario un mínimo de manco histórico antes de evocar las palabras de la Jerarquía, me limitaré a anteponer unos rasgos sueltos descriptivos, que esbocen únicamente algo de mi experiencia personal, como tal no discutible, y sin duda coincidente con la de otros muchos sacerdotes. Así se verá cómo unos hechos y juicios que estaban muy en lo alto aparecieron ante quien vivía más abajo, sin protagonismo, en la base humilde del pueblo y en la base de los servidores de la Iglesia.

    Cuando se confirió a Francisco Franco la Jefatura del Estado, el que esto escribe, a sus quince años cumplidos, era poco más que un niño; su desarrollo físico juvenil coincidió con los dos primeros años de la guerra, antes de tener el honor de servir en el Ejército nacional. Vivía en un ambiente campesino y obrero. Desde la proclamación die la República estudiaba en el Seminario, a donde llegaba naturalmente en estruendo creciente de las convulsiones sociales y políticas y de la persecución religiosa inscrita en la Constitución y practicada por algunos grupos gobernantes; donde, sin embargo, con los de mi edad vivía al margen de informaciones regulares, tanto acerca de anécdotas cotidianas como de planteamientos generales de la política. Desde luego, jamás viví en el Seminario nada que se pareciese a un alistamiento político.

    En los meses de vacación ayudaba al párroco y trabajaba -según las posibilidades de mi edad- en las faenas del campo y en una modesta fábrica, donde, si no recuerdo mal, llegué a ganar dos pesetas con cincuenta céntimos por día, contando solo los días laborables; otros compañeros ganaban tres o cuatro pesetas, y el dueño de la fábrica, que era el obrero especializado y con más horas de trabajo, cinco pesetas. Solía ir a una cartería distante de mi casa a recoger dos diarios, en los que curioseaba mientras desandaba el camino: el diario a que estaba suscrito mi padre, de la Editorial Católica; y el de un vecino y socio de mi padre, de editor masón.

    Las corrientes de opinión y las preocupaciones político-sociales las percibía sin velos tal como se reflejaban en el hondón más humilde del pueblo: en los corros de labradores, entre los obreros de una carretera en construcción, en la lejana taberna a donde iba a comprar víveres por encargo de mi madre, en los talleres artesanos, como el de un zapatero remendón socialista. El flujo de mendigos por la puerta de casa daba continuas ocasiones para ejercitar el cariño y el respetó cristianos que me enseñaba mi madre, no sin recordar las graves reservas de orden social y hasta los planes expeditivos que formulaba mi padre, poco amigo de los que no querían trabajar. Recuerdo también cómo los compañeros de fábrica habían sido incorporados con engaño y coacción a una agrupación «sindical manejada por los comunistas de Liste, después famoso, que en julio de 1936 les movilizó con escopetas contra las flacas compañías del Ejército, operación abortada, con gran alivio de los «combatientes», en uno o dos días...

    https://manuelmartinezcano.org/2017/01/10/la-iglesia-y-francisco-franco-3/



    IV...Después del Movimiento del 18 de Julio se manifestó en mi contorno un sentimiento de liberación; había quien recordaba otro momento, trece años anterior, en que los campesinos se habían visto transitoriamente libres de los caciques, muñidores electorales de los partidos. En medio de la amenaza que suponía para las familias con jóvenes la inesperada prolongación de la guerra vi crecer: la polarización de la esperanza y la confianza en Franco (en quien aquel pueblo, nada ingenuo, más bien precavido y receloso, se sentía representado); la expectación emocionada del final feliz, al compás de la progresiva liberación de las capitales de provincia; el fervor religioso; un clima de solidaridad más pura. Vi a los mozos alistados volver «de permiso» y, lejos de cualquier talante heroico, mostrar su admiración y su orgullo de estar mandados por el Generalísimo. Vi cómo se popularizaba el anhelo de obtener la libertad del pueblo mediante la supremacía imparcial de una autoridad justiciera; conjugar el patriotismo y el sentido religioso con la justicia social; eliminar los abusos de los dadores de trabajo o la falta de seguridad, y no menos los abusos de los asalariados perezosos e irresponsables, fautores de la anarquía o del cómodo y pintoresco «comunismo del reparto». Todo ello expresado con el realismo y sobriedad propios de unos trabajadores autónomos -como lo eran la inmensa mayoría-, en los que coincidían todos los gravámenes del propietario minifundista y del obrero.

    Me impresionó de modo particular la actitud de un señor que se destacaba por su cultura, su aparente frialdad religiosa y su enigmática austeridad. Este señor, hecho alcalde en tiempo de la República asistido por unos buenos vecinos como concejales., entre ellos mi padre, había dado en el Ayuntamiento ejemplo de entrega y de honradez administrativa. Relevado del puesto al cambiar el Régimen, cuando todo haría sospechar en él reservas u oposición, aseguraba espontáneamente que el movimiento acaudillado por Franco tenía de su lado como fuerza invencible los «Valores morales» (acaso la primera vez que yo oía esta expresión, tan manida). El señor al que me refiero murió años más tarde en la paz de Cristo; yo mismo le asistí como sacerdote.

    Los años de la guerra mundial los pasé exclusivamente inmerso en la preparación teológica para el sacerdocio. Ordenado presbítero, quedé a la plena disposición de mis Superiores, renunciando a programas propios, en una situación de gran estrechez económica y de trabajo ilimitado, a veces agobiante, llevado con alegría. Recuerdo que el fondo «político» de esta actividad, para mí y mis compañeros, consistía precisamente en la posibilidad, por vez primera en mucho tiempo, de dedicarse de un modo puro y con entera libertad al ministerio sacerdotal; mientras los mayores se habían visto acosados por las luchas partidistas, y a veces implicados en ellas, aunque solo fuese por razones elementales de defensa.

    En los veinte años de presbiterado ninguna situación pública me obligó a distraerme de la multiforme labor evangelizadora; jamás autoridad civil alguna se interfirió en las tareas que me encomendó la Iglesia. Es notorio -al menos para los que lo han vivido- que en numerosos sacerdotes y seglares se dio al mismo tiempo, por aquellos años, un esfuerzo ardiente de renovación interior y una característica vibración por la justicia social. Esta doble tensión, siempre insatisfecha, no condujo por lo general ni a interferencias ni a enfrentamientos.

    https://manuelmartinezcano.org/2017/01/17/la-iglesia-y-francisco-franco-4/

    V
    ...Se abrieron muchos cauces nuevos para la acción sacerdotal, por ejemplo en organizaciones civiles educativas, como el Frente de Juventudes y otras. No puedo dar testimonio directo, porque nunca, ni de seglar ni de sacerdote, he pertenecido a ninguna de esas organizaciones; pero en ellas trabajaron con dignidad y eficacia muchos sacerdotes y religiosos y algún Prelado; y a todos los que estábamos dispuestos con desinterés a decir la palabra del Evangelio donde quiera que se presentase la oportunidad, se nos franqueaban las puertas de esas organizaciones lo mismo que las de tantas y tantas asociaciones de la Iglesia.
    Es probable que nunca haya habido en nuestra Iglesia tanta desproporción entre las posibilidades ofrecidas y las fuerzas disponibles. La revista «Ecclesia» escribía en 1953: «Conviene medir, para atizar el sentido de la responsabilidad que nos toca ante el presiente y futuro, lo que otros que nos precedieron hubieran conseguido de contar con las facilidades y medios que están hoy a nuestro alcance».

    Todo, repito, en un clima de libertad y sencillez. Esta, libertad evangélica me llevó en cierta ocasión solemne de 1954, juntamente con otros sacerdotes responsables, a una momentánea -casi repentina- situación conflictiva, que pudo traer consecuencias muy enojosas para la misma persona del Jefe del Estado. Como la situación resultaba de un aprecio común hacia el Jefe del Estado y la multitud del pueblo llano, y la intención era igualmente meta en todas las personas en conflicto, todo se quedó en un incidente sin hiel y sin huella.
    Naturalmente, los que nos entregábamos a la serena y absorbente labor apostólica, con todas las dificultades y preocupaciones que son intrínsecas a la misma, sabíamos muy bien que a alguien se debía el que las condiciones del contorno social, en cuanto dependen de los que gobiernan, fueran propicias y no adversas. Las nuevas leyes, los nuevos impulsos, el nuevo tono, confluían en la persona de Francisco Franco, catalizador del espíritu que animaba a tantos españoles deseosos de reconstruir una patria armónica inspirada por el Evangelio. Suponíamos -no nos interesaba demasiado la información de pormenores- que para aconsejar y concordar las condiciones exigidas por una adecuada relación entre la Iglesia y el Estado intervenían oportunamente, según los distintos ámbitos, la Santa Sede y nuestros Prelados.

    En efecto, les la voz de la Santa Sede y la de aquellos Prelados la que ha formulado el juicio de la Iglesia sobre dicha relación y sobre la función realizada en este punto por el Jefe del Estado. Las declaraciones en ese sentido se dan con nitidez no sólo en los años de la guerra, sino -caso insólito- durante los tres decenios de los años 40, 50 y 60; y se mantienen constantes en medio de las circunstancias más disipares de la llamada «opinión mundial».

    Los juicios de la Jerarquía no prejuzgaban las cuestiones de política contingente sujetas a diversidad de opiniones. El ministro del Evangelio se encontraba, por ejemplo, en algún sector con los impacientes del ritmo institucionalización política; en algunas familias, con los impacientes por la restauración monárquica; en algunos jóvenes universitarios, con los impacientes por la transformación revolucionaria del país; entre algunos dirigentes sindicales, con los impacientes por una participación más abierta; más tarde, con algunos impacientes por la «incorporación a Europa», etc., etc. No recuerdo que la autoridad de la Iglesia se haya entrometido en semejantes asuntos."

    https://manuelmartinezcano.org/2017/01/10/la-iglesia-y-francisco-franco-5/
    Última edición por ALACRAN; 09/05/2017 a las 16:39
    DOBLE AGUILA y Pious dieron el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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