Otro error, y este especialmente recurrente, a lo largo de la historia de la Iglesia y que afecta, pervirtiéndolas, directamente a las categorías cristianas de esperanza, de creación…y por tanto de tiempo e historia, y que lleva a un desprecio de la dimensión política del hombre, es el gnosticismo, sea este puro o diluido en una mentalidad que funciona como tentación permanente de interpretación gnóstica del cristianismo, contraria siempre a la recta visión católica.




El gnóstico vive el presente desligándose de los devenires accidentales inherentes a la creación imperfecta. Para su pensamiento la escena terrestre, la temporalidad, esta originada por un alejamiento, por una ruptura con una perfección inicial. Ya no espera nada de ella. Su teleiosis significará ruptura total con la historia aparente de la creación sensible (negación práctica del Dios creador). El gnóstico, después de experimentar la desorientación, el desconcierto, de sentirse vomitado en el mundo, no confía en la grandeza de la libertad ni dramatiza las opciones libres, cree que independientemente de su hacer, pertenece al grupo de los elegidos. El gnóstico no necesita esperar del futuro, lo que de antemano ha conseguido por la gnosis. Su error se encuentra en el desprecio de la naturaleza y en una no recta interpretación de la creación. Frente a esta tentación nunca del todo superada de influencia gnóstica, la teología católica enseña la presencia de Dios en la creación y en la historia, y una presencia no meramente ejemplar, paradigmática ( a la luz de la cual uno se hace perfecto actuando conforme a las enseñanzas recibidas); enseña, que la realidad escatológica no será un regreso a lo que ya éramos primigeniamente, sino una espera de realización perfecta dependiente de la gracia y que afectará a la realidad creatural histórica.


El gnóstico es aquel que siente una profunda necesidad de liberarse de un mundo y de una historia que le es adversa. La historia o es absurda o es negativa en si misma, entre sus términos preferidos se encuentra el de “peregrino”. Se experimenta exiliado, extranjero en la escena terrena y por tanto en la historia y en la política que es la construcción de esta.


Su única manera de salir de este laberinto es rechazar el entorno, rechazar el mundo porque este es imperfecto, le falta consistencia y autenticidad. Lo importante es el Yo, y no el mundo y su historia del cual se des-religa. La salvación no se encuentra fuera del yo, en el mundo, y en la historia, sino en el interior de uno mismo. Todo intento de unificar el sujeto y el objeto, por buscar el equilibrio entre el yo y el mundo, por propugnar la armonía creatural, por construir la historia, el Reino de Dios (conceptos propios del cristianismo) es inútil para la mentalidad gnóstica. Hay que des-encarnar al hombre, robándole por ejemplo su dimensión histórica.


Para los católicos la historia, en cambio, no es la consecuencia de una caída, sino la posibilidad para que el hombre llegue a la plena madurez y lugar de la construcción de la Ciudad de Dios, mediante la instauración de todas las cosas en Cristo.


Es del todo evidente la influencia gnóstica en el actual anti-politicismo de muchos católicos, y de la mayoría de las instancias jerárquicas de la Iglesia, empeñadas en negar la encarnación temporal del evangelio en todas las realidades humanas. Clara influencia del protestantismo, y del jansenismo, doctrinas que defienden la radical perversión de la naturaleza humana tras el pecado y por ello desarrollan una erronea doctrina sobre el orden natural, que conlleva el deprecio de la política como "el arte del bien común".


Frente a todas estas seducciones, siempre camufladas de "espiritualismos" "angelismos" "moralismos" "purismos" etc etc. El católico debe reafirmar la máxima tomista de que "la gracia no destruye la naturaleza, sinó que la perfecciona y la presupone".

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