Fuente: Cruzado Español, Números 353 – 354, 1 y 15 de Diciembre de 1972, páginas 9 – 10.
Y NO CREEN EN EL INFIERNO…
Por F. TUSQUETS
El Obispo español Monseñor Guerra Campos, con un lenguaje profundo y sencillo, sin estridencias, y adaptándose a las formas de expresión de hoy en día, el pasado día 20 de noviembre nos regaló con una magnífica charla por la televisión en la que habló sobre la existencia del Infierno, uno de los dogmas de nuestra fe. Suponemos que, a consecuencia de ello, arreciarán todavía más los ataques que contra el señor Obispo se están desarrollando. Nosotros le damos las gracias por predicarnos la palabra de Cristo, y pedimos a Dios le proteja, le ilumine y le conforte.
Pocos días después, en el transcurso de una cena, tuvimos la amargura de oír cómo dos personas buenas, pero fuertemente tocadas por el progresismo que nos está invadiendo, se expresaban atropelladamente sobre este tema, pero en un sentido completamente opuesto al de la charla del Sr. Obispo, que ellas no habían escuchado. Una de ellas decía, poco más o menos, que la mayoría de la gente no practica o no cree porque en los colegios de monjas y frailes nos aterrorizaban amenazándonos a cada momento con el Infierno, y que luego en la vida veíamos que todo era distinto; que no existen el blanco y el negro, sino que todo es gris, que todo es relativo, que todo depende de la circunstancia. La otra decía que Dios es amor; que, desgraciado el que tiene que creer por temor y por miedo; que sólo se puede creer por amor; y acababa alabando aquel célebre libro de Papini sobre el diablo. Nosotros procuramos rebatir todos aquellos argumentos de la forma más clara que pudimos, y les aportamos algunos ejemplos de pecados conscientes y cerebrales en los cuales nos pareció que no existía duda ni excusa sobre su real malignidad.
Influidos por lo que acabamos de relatar, quisiéramos ahora hacer unas sencillas consideraciones. Vaya por delante la declaración de nuestra total y absoluta sumisión al magisterio de la Iglesia, como corresponde a cuantos colaboramos en esta revista. Pero aquí no vamos a tratar de estudiar desde un punto de vista teológico los dogmas y enseñanzas de la Iglesia sobre este punto; todo ello ya está hecho, y muy bien hecho, y nosotros no tenemos la preparación suficiente para terciar en este terreno. Nosotros quisiéramos razonar como seglares católicos que en su infancia aprendieron el Catecismo y fueron educados en el seno de una familia cristiana.
En publicaciones y conferencias progresistas se dice que un pecado mortal es prácticamente imposible; que el hombre, al pecar, tiene demasiados condicionamientos para hacerlo libremente. Nosotros estamos con la Iglesia, y no pretendemos discutir aquí esta falsedad. Tampoco queremos hacer elucubraciones temerarias sobre si son muchos o pocos los que se condenan o los que se salvan. Es más; renunciamos a priori a hablar de los pecados influidos principalmente por la debilidad de la carne o por la vanidad del mundo. Quisiéramos fijarnos tan solo en aquellos tipos de maldad, a nuestro juicio, diabólica, por ser fría, calculada, razonadora… Quisiéramos fijarnos en una serie de hechos, de ayer, de hoy o de siempre, que tienen trascendencia personal y social; que engendran dolores y calamidades sin cuento. Y quisiéramos referirlas a nuestra época, a nuestro siglo; presentarlas como lo que son: de palpitante actualidad.
CORRUPCIÓN Y ESCÁNDALO
Pocas veces se habla de la trata de blancas. Se sabe de organizaciones que se dedican a engañar a muchachas jóvenes, recién llegadas de la aldea, ofreciéndoles contratos para trabajar en salones nocturnos en algún país del Próximo Oriente; al llegar a su destino, ven cómo han sido objeto de un canallesco fraude; y, sin cultura ni experiencia, sin pasaporte y sin recursos, se ven forzadas a practicar la prostitución. Se trata de negocios fabulosos, bien organizados, con ramificaciones en muchos países, y dirigidos por personajes anónimos, ricos y poderosos, y probablemente poseedores de buena reputación. Todo ello es de una maldad inconcebible si nos paramos a meditar en el drama íntimo de aquellas muchachas, y en la pena desgarradora de unos padres que han perdido a su hija.
En varias ocasiones hemos oído hablar de exposiciones y ferias de pornografía celebradas en ciudades del norte de Europa. Alguien nos ha dicho que Dinamarca consigue más divisas con su exportación de pornografía que las que consigue España con su exportación de naranjas. No sabemos si el dato es cierto o no; pero es evidente que aquel país no tiene el monopolio de tan sucio negocio, y que todo el mundo occidental está lleno de pornografía. ¿Se trata únicamente de un negocio? Y, si así fuera, ¿por qué los gobiernos no lo ponen fuera de la ley? ¿Por qué en los países comunistas no existe la pornografía? Nosotros creemos que se trata de un vasto plan para derrumbar al occidente cristiano, dejándolo indefenso ante el comunismo o ante la revolución anticristiana del signo que sea. Digan lo que digan los que tratan de quitar importancia al fenómeno, es terrible el escándalo que crea la pornografía, los pecados que a causa de ella se cometen, y la desmoralización y el cambio de costumbres que provoca en nuestras sociedades cada vez menos cristianas. Los beneficiarios y directores de todo el montaje de la pornografía occidental, tanto si actúan sólo por afán de lucro, como si lo hacen para corromper al pueblo, cometen un crimen y un gravísimo pecado, de difícil o imposible rectificación, porque, ¿cómo reparar los estragos de orden personal, familiar y social que ello ocasiona? ¡Y la responsabilidad de las autoridades que lo permiten!
También se podría hablar de los que pervierten a las menores, y de aquellos homosexuales que inician a jóvenes o a adolescentes en el vicio nefando. Asusta pensar en la magnitud del mal, y en la perversa malicia de los que hacen tales cosas. ¿Qué pensar de todo ello?
Tantos o más estragos que la pornografía ocasiona el tráfico de drogas, cuyo uso se va extendiendo cada vez más por Occidente, amenazado pavorosamente con la ruina física y moral de gran parte de su juventud. Tampoco aquí sabemos dónde termina el negocio y dónde empieza la idea corruptora con fines religiosos o políticos. En ambos supuestos, pensamos en la terrible responsabilidad de aquéllos que, con tanta inteligencia y frialdad, dirigen estas poderosas mafias. No se nos ocultan las dificultades que deben existir para acabar con este tráfico criminal. Pero, a pesar de la Interpol, ¿hacen los gobiernos todo lo que hay que hacer para combatirlo? ¿No habrán personajes e intereses poderosísimos detrás de todo este escándalo?
DISTORSIONES ECONÓMICAS
En el orden económico, pasando por encima de los egoísmos, injusticias y atropellos que siempre han existido, se nos ocurren también algunos ejemplos de actualidad que creemos encajan en la exposición que venimos haciendo.
Si en un sector productivo o comercial determinado, una o unas pocas grandes empresas quieren dominar el mercado, bajan los precios, y, con ello, provocan la ruina de las demás empresas medianas o pequeñas del ramo, las cuales, con menos recursos o menos apoyos bancarios, no pueden competir y tienen que quebrar; entonces, las grandes empresas triunfantes se quedan solas en el mercado y pueden imponer precios, calidades y condiciones a su antojo. ¿Es ello justo, moral, lícito o conveniente para el bien común y para los directamente perjudicados? Pensemos que los autores y beneficiarios de tales maniobras lo hacen de una forma meditada, fría y cerebral, sin importarle la moral ni la justicia, valiéndose de todos los medios, abusando de su influencia y de su poder, y usando el chantaje y el soborno cuando ello es necesario para sus fines.
Y en otro nivel aún más elevado, ¿qué diríamos de las altas maniobras financieras, que permiten una acumulación fabulosa de dinero y de poder en manos de unos grupos reducidísimos, a costa del empobrecimiento, parcial o relativo, de una masa de gente emprendedora y ahorradora, que ve cada vez más restringido el campo de su libertad y de su independencia económica?
También se podría hablar de algunas maniobras que se hacen al amparo de obras de utilidad pública o social, y que sirven tantas veces para el enriquecimiento de unos cuantos. O de los que medran al amparo de las distorsiones de los precios agrícolas y de las medidas que tienden a destruir la empresa familiar agraria, con todos los traumas que ello ocasiona.
En este campo económico, es evidente que los autores y beneficiarios de tantas injusticias e inmoralidades son personas inteligentes y poderosas, que actúan fría y calculadamente, y no suelen ser víctimas de arrebatos incontrolados. Su culpabilidad es, pues, muy grande, y alcanza, en mayor o menor grado, a muchos comparsas y cómplices.
A ESCALA MUNDIAL
En el transcurso de la historia ha habido matanzas, genocidios, deportaciones en masa, esclavización de pueblos enteros… Pero tales fenómenos no pertenecen sólo al pasado. En esta nuestra época, tan pagada de su técnica y de sus adelantos materiales, aquellos atropellos subsisten y continúan.
En el Líbano, en Siria y en Jordania existen desde hace veinticinco años unos campos de refugiados palestinos que viven en condiciones infrahumanas; perdieron sus hogares, sus tierras y todos sus bienes; tuvieron que huir, aterrorizados, como consecuencia de unas matanzas masivas llevadas a cabo en unas aldeas por las tropas vencedoras del primer conflicto armado árabe-israelí; la sangrienta maniobra permitió a los judíos asentar tranquilamente a grandes masas de inmigrantes de su raza, sin el molesto estorbo de la presencia de los legítimos dueños de las casas y de las tierras. Desde entonces, centenares de miles de refugiados palestinos consumen su vida entre el odio y la desesperanza.
La prensa de estos días se deshace en alabanzas a Willy Brandt, el jefe del gobierno de la Alemania occidental autor de la Ostpolitik, por su reciente triunfo electoral, que le permitirá seguir su política de amistad con los países comunistas. Se ensalza la naciente conferencia de Helsinki, tan tenazmente deseada por Rusia, y que dicen nos tiene que traer la paz y la distensión. Se defiende o se intenta justificar a Allende y a Fidel Castro. Según el «establishment» informativo occidental, el momento es optimista y está lleno de promesas.
Pero…, ¿es que no nos acordamos de la Iglesia perseguida al otro lado del telón de acero? ¿Es que no sabemos que la católica Lituania está sufriendo una cruel persecución antirreligiosa? ¿Es que queremos ignorar que en los demás países del Este la persecución sigue, con altibajos, pero de una forma implacable, dejando sólo un mínimo de iglesias abiertas al culto, las necesarias para que aquí, en Occidente, «L´Humanité» y «L´Unita» puedan pregonar que en aquellos países existe la libertad religiosa? ¿Y el drama de los padres que contemplan el cúmulo de dificultades a vencer para poder educar religiosamente a sus hijos? ¿Y el drama de los sacerdotes de allá que todavía no han claudicado, a costa de un heroísmo que sólo es posible con la ayuda divina? Y, en resumen, ¿es que no nos damos cuenta de que todos aquellos países constituyen en el fondo como una gigantesca prisión, ya que allí los derechos humanos no cuentan para nada?
El inmenso y diabólico tinglado comunista tiene sus autores, sus mantenedores y sus propagadores; también tienen sus cómplices y sus aprovechados. Detrás y en la cumbre del colosal edificio comunista que se ha erigido en el mundo, hay unos hombres que, con inteligencia lúcida y con astucia refinada, lo impulsan y lo dirigen todo; cuentan con buenos y encumbrados cómplices en todo el mundo; son los responsables directos de tanta sangre, de tantas lágrimas, de tanta esclavitud, de tanta injusticia, de tanta hipocresía; es decir, aquellos hombres dirigen las redes de una verdadera calamidad a escala mundial.
PROGRESISMO
El virus progresista no se ha detenido ante las puertas de algunos conventos religiosos. EN MUCHOS COLEGIOS REGENTADOS POR ÓRDENES RELIGIOSAS, después de haber [abandonado la enseñanza de la doctrina tradicional, han dado] un giro de 180º a todo su antiguo contenido religioso y moral. De predicar el miedo al Infierno, como decía la persona a que aludimos al principio, se ha pasado al extremo de minusvalorar el pecado, hasta el punto de justificar ciertos actos y predicar ciertas actitudes que suponen, en la práctica, la supresión del cuarto y sexto Mandamientos de la Ley de Dios. Se han sustituido los ejercicios espirituales de antaño por charlas «religiosas» a cargo de revolucionarios conocidos. Los que han dirigido, propiciado y consentido tales cambios han faltado a sus solemnes votos y sagrados compromisos, traicionando a Dios y a la Iglesia, burlándose de las constituciones de los fundadores de su Orden, y cometiendo el más villano fraude contra los padres de sus alumnos, los cuales, si enviaron a sus hijos a tales colegios fue para que fueran educados en las normas de la Iglesia Católica, y nunca para que fueran preparados para las lides revolucionarias durante su período pre-universitario. Tan radical y monstruosa ha sido la inversión, que comprendemos que mucha gente sencilla no acabe de comprenderla, con lo que el fraude puede prolongarse. Pero estremece pensar en la responsabilidad de sus autores y cómplices cuando comparezcan ante el Tribunal inapelable, tratándose de personas cultas y formadas que han recibido gracias y carismas especiales de Dios.
¿Y qué diremos de los sacerdotes que fuerzan a sus fieles a aceptar toda clase de innovaciones litúrgicas, aberrantes, desviadas, o simplemente no autorizadas? ¿Y qué de la pastoral que, en vez de predicar el Evangelio, predica un falso humanismo o incita a la revolución? ¿Y de los sacerdotes que, por acción u omisión, tienden a que los fieles vayan perdiendo su devoción al Santísimo Sacramento o a la Santísima Virgen, o su veneración y respeto al Papa? También es demasiado grave la responsabilidad de todos estos clérigos traidores a sus compromisos sagrados, y autores o cómplices de toda esta gigantesca pastoral invertida.
SATANISMO
Algunas veces nos enteramos por la prensa de la ejecución de robos y actos sacrílegos. Y no es raro que, en tales casos, los sacerdotes de la parroquia o lugar donde tales actos se han cometido traten de restarles importancia, diciendo que se trataba de actos cometidos por un perturbado mental. Dada la reciente intensificación de tales actos, resulta difícil admitir el desencadenamiento súbito de tan extraña «epidemia».
La verdad es que siempre han existido personas y grupos que no son ateos, sino que profesan un odio real y positivo contra Cristo. No creemos que ciertos ritos secretos, y la celebración de misas sacrílegas, sean actos que pertenezcan exclusivamente a épocas pasadas, sino que creemos que siguen dándose en la actualidad.
No se trata ya de pecados contra el prójimo o contra la sociedad: se trata de pecados dirigidos directamente contra Dios, o sea, de pecados típicamente satánicos.
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Con los ejemplos que acabamos de citar, los primeros que se nos han ocurrido, podemos dar fin a la exposición de hechos, con el objeto de poner de relieve que, además de los pecados más comúnmente cometidos por la mayoría de los hombres, se cometen también otros con unas características especiales. Se trata, ya lo vemos, de pecados graves, cargados de malignidad, que perjudican de una manera especial a mucha gente, por no decir a toda la sociedad; requieren, por lo general, una clase de pecadores inteligentes, fríos, calculadores, o un grado de malignidad de tipo demoníaco. En la mayoría de tales casos, parece inútil la tarea de buscarles justificaciones o atenuantes; o tratar de buscarles excusas por arrebatos pasajeros, por debilidad o por impremeditación.
El daño, los sufrimientos y los estragos que causan, no vemos cómo se puedan componer o reparar. La justicia queda irremediablemente dañada. Para equilibrar lo que se ha desnivelado, no vemos otro sistema más que aquél que se refiera a la vida eterna. Y si el daño ha sido inconmensurable, la pena también lo tiene que ser: de ahí la necesidad del Infierno en cuanto a reparación de la justicia.
Y no se nos diga que la idea del Infierno está reñida con el Amor, atributo de Dios por excelencia. Esto sería una falsedad y una blasfemia. Dios nos llama, nos espera y nos ama a todos sin excepción. Dios no condena a nadie. Son ciertos hombres quienes, libre y voluntariamente, se condenan a sí mismos, porque sin una voluntad libre no hay pecado ni, por tanto, condenación.
Monseñor Guerra Campos, al enfocar este problema, comparaba a Dios con un padre y al pecador con su hijo. El padre ama entrañablemente a su hijo, y quiere tenerle junto a sí en su casa; es el mal hijo quien, libre y voluntariamente, abandona la casa paterna. Sin embargo, de hecho existen hijos rebeldes que abandonan su casa, del mismo modo como existen pecadores que se autocondenan.
En cuanto a lo que nos decía una de las personas a que hemos aludido al principio, sobre la salvación por amor o por temor, creemos se puede hacer una sencilla reflexión. Estamos todos de acuerdo en que lo ideal sería que todos los hombres fuéramos capaces de amar en sumo grado. Pero ello no suele ser cosa corriente; no abundan, ni los místicos, ni los grandes santos; la mayoría estamos cargados de miserias y debilidades. De ser verdad aquella teoría, el Cielo quedaría sólo para una minoría muy selecta. Pero Dios, infinitamente bueno e infinitamente sabio, nos ofrece muchos caminos para salvarnos; caminos abundantes y variadísimos, pero que parten siempre de la humildad o del desprecio de uno mismo. Y uno de estos caminos es el temor al Infierno. Ya que, si no todos podemos escalar las difíciles y escarpadas cumbres del amor directo, sí que todos somos capaces, con ganas y buena voluntad, de subir las mucho más fáciles colinas del arrepentimiento humilde y sincero de nuestros pecados, provocado muchas veces por un sano y santo temor de nuestra condenación eterna.
El Infierno, como tantas otras verdades de nuestra fe, es un misterio. Pero el Infierno, pensando en lo que acabamos de decir, es también una prueba estupenda del infinito amor de Dios.
Fuente: Cruzado Español, Números 356 – 359, 15 de Enero a 1 de Marzo de 1973, página 11.
“LOS NUEVOS JUDAS”
En el artículo original de F. Tusquets: “Y no creen en el Infierno…”, publicado en el núm. 353-4 de CRUZADO ESPAÑOL, apareció una errata en el aparatado titulado “Progresismo”, que cambiaba el sentido del mismo.
Por ello, reproducimos hoy íntegramente el referido apartado. N. de la R.
PROGRESISMO
El virus progresista no se ha detenido ante las puertas de algunos conventos religiosos. En muchos colegios regentados por órdenes religiosas, después de haber suprimido las prácticas piadosas, se ha dado un giro de 180 grados a todo su antiguo contenido religioso y moral. De predicar el miedo al infierno, como decía la persona a que aludíamos al principio, se ha pasado al extremo de minusvalorar el pecado, hasta el punto de justificar ciertos actos, y predicar ciertas actitudes, que suponen en la práctica la supresión del cuarto y sexto Mandamientos de la Ley de Dios. Se han sustituido los ejercicios espirituales de antaño por charlas «religiosas» a cargo de revolucionarios conocidos. Los que han dirigido, propiciado y consentido tales cambios han faltado a sus solemnes votos y sagrados compromisos, traicionando a Dios y a la Iglesia, burlándose de las constituciones de los fundadores de su Orden, y cometiendo el más villano fraude contra los padres de sus alumnos, los cuales, si enviaron a sus hijos a tales colegios, lo hicieron para que fueran educados en las normas de la Iglesia Católica, y nunca para que fueran preparados para las lides revolucionarias.
Tan radical y monstruosa ha sido la inversión, que comprendemos que mucha gente sencilla no acabe de entenderla, con lo que el fraude puede prolongarse. Pero estremece pensar en la responsabilidad de sus autores y cómplices cuando comparezcan ante el Tribunal inapelable, tratándose de personas cultas y formadas que han recibido gracias y carismas especiales de Dios.
¿Y qué diremos de los sacerdotes que fuerzan a sus fieles a aceptar toda clase de innovaciones litúrgicas, aberrantes, desviadas, o simplemente no autorizadas? ¿Y qué de la pastoral que, en vez de predicar el Evangelio, predica un falso humanismo o incita a la revolución? ¿Y de los sacerdotes que, por acción u omisión, tienden a que los fieles vayan perdiendo su devoción al Santísimo Sacramento o a la Santísima Virgen, o su veneración y respeto al Papa? También es demasiado grave la responsabilidad de todos estos clérigos traidores a sus compromisos sagrados, y autores o cómplices de toda esta gigantesca pastoral invertida.
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