He tenido ocasión de participar en la Semana Santa de la ciudad valenciana de Alicante. Para mi sorpresa una de las más bonitas de España. Especialmente emocionante la procesión de miércoles Santo en el popular barrio de la Santa Cruz. El fervor popular de las gentes, engalanando sus balcones con telas que recuerdan el sufrimiento del Crucificado, con banderas de España y del Regne
como simbolo de la reverencia de toda una nación a su Soberano inmortal, y la seriedad y el recogimiento de los pasos junto a las saetas llenas de sentimiento que nada tienen que envidiar a las del sur me han resultado enormemente evocadoras. Animo a poner estampas de la Semana Santa en todas las Españas.



ALICANTE


Santa Cruz desata las emociones

Miles de personas ocupan cada centímetro del barrio para ver la procesión más esperada El Descendimiento cumple 60 años y el Gitano medio siglo desde su salida a las calles





VICTORIA MORA/ALICANTE



LA VIRGEN DE LOS DOLORES. Las costaleras hacen un esfuerzo por bajar y a la vez contener el peso de la imagen al poco de salir. / LOLA GUIL

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El cielo no lloró a la salida de la procesión de Santa Cruz, pero sí lo hizo dos horas después. Los del Casco Antiguo se lucieron y arrancaron aplausos de emoción. Miles de personas ocuparon cada centímetro de las calles del barrio más tradicional para admirar la bajada de los cuatro pasos de la Hermandad, que cada año concita mayor expectación. Más de una hora antes de la salida, alicantinos y visitantes tomaban posiciones.

Balcones y terrazas del itinerario aparecieron abarrotadas, y en una de ellas llamaba la atención un grupo de japoneses que, cámara fotográfica en mano, admiraban las imágenes. Cualquier punto del parque de la Ereta con visibilidad estaba copado de gente.

El flamante obispo de la diócesis, Rafael Palmero Ramos, fue testigo de excepción de la procesión más multitudinaria de cuantas se celebran en Alicante. Acostumbrado a la sobriedad de las castellanas, como él mismo reconocía momentos antes de que arrancara la procesión, las de Alicante son «diferentes, pero la misma manifestación de fe». El prelado acompañó el paso del Descendimiento, que salió de la ermita de Santa Cruz en último lugar. Es el paso más grande y donde se encuentran los costaleros veteranos, 48, aunque hay muchos relevos. Al tratarse del más pesado, el trono lo componen cinco figuras, durante la bajada a los costaleros les contenían siete filas de hermanos que se empujaban mientras se avisaban de la presencia de los escalones.

«¿Vamos valientes!», exclaman los capataces del Cautivo, el primer paso en salir, en el que se preparan los más jóvenes que más tarde pasarán a los otros tronos. A continuación iba el Cristo de la Fe, conocido como el Gitano por su tez morena. El que más fervor despierta. Cumple medio siglo. Y 60 años el Descendimiento, y una placa descubierta en la hermandad ayer por la mañana por el alcalde, Luis Díaz Alperi, así lo acredita.

Cerca de los costaleros, pero al margen, Saoro Riquelme, que fue capataz durante 42 años y que ha dado el testigo a su hijo, José David Riquelme, y su sobrino, Moncho.

Este año, la procesión estaba cargada de simbolismos y emotividad para los miembros de la hermandad. Les faltaba José Esteve, directivo durante 20 años. «La levantá del Gitano será para él, que seguro que desde el cielo nos estará viendo», decía emocionado Moncho. Pero, a la vez, era especial porque muchos costaleros y hermanos de fila estaban pidiendo por la recuperación de Miguel Ángel Jiménez Brotons, el novio de la capataz de Nuestra Señora de los Dolores, que está en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) tras sufrir un accidente de moto hace una semana, cuando salía de una reunión de la hermandad. «Este año salgo con más ímpetu, Santa Cruz pedirá para que se despierte. A él también le vamos a dedicar las levantás».

La de Santa Cruz es una procesión única en España. Discurre por un casco antiguo con calles estrechas y empinadas, con la particularidad de que existen numerosos escalones durante el recorrido, que lo hacen especialmente difícil. Sobre todo a la vuelta, cuando los cuerpos están cansados y hay que tomar impulso para poder subir con las imágenes. Y si hay una calle complicada es San Rafael, donde está la sede de la hermandad. Además de empinada, se estrecha tanto que apenas permite más balanceo que el de la bajada.

La hermandad se compone de 1.412 socios y 405 costaleros. Se trata de una cofradía muy familiar y con gran tradición. El derecho a llevar un varal pasa de padres a hijos y es difícil que gente nueva pueda entrar. No ensayan, únicamente lo hace la banda de cornetas y tambores, y nada más salir de la ermita se encuentran con la bajada. Al principio hay más descontrol y los capataces exigen silencio, hasta que la procesión endereza su rumbo. Se nota quiénes son los costaleros más antiguos porque se corrigen de inmediato si equivocan el paso. «Cuando se sale, no se hace con la cabeza sino con el corazón», espeta el relaciones públicas de la hermandad, Juan Antonio López, para justificar lo que mueve a los hijos del barrio para sacar las imágenes en condiciones tan complicadas.

El fervor se contagia y muchas personas no pueden reprimir las lágrimas al ver las imágenes. Desde los balcones se toca la cruz y algunas personas se santiguan cuando pasan ante ellas. La Virgen del Descendimiento estrena este año manto nuevo y la hermandad requiere fondos para hacerle uno nuevo a la Dolorosa. En la carrera oficial, Antón Moreno, cantó la saeta de Serrat acompañado por guitarra y violín.


Semana Santa.
Tiene la Semana Santa alicantina no sólo la cualidad de belleza, sino un personal acento. La rica conjunción de canto de saetas, de la presencia de manolas (mujeres ataviadas con peineta y mantilla), de bandas de música donde la corneta y el tambor adquieren el peso solemne de la gravedad, de elegantes y sobrios estandartes, dan custodia y preeminencia a unos engalanados pasos impresionantemente "bailados" por los costaleros, que se acompañan de cofradías vestidas de los sobrios colores del dolor.
Las distintas manifestaciones y actos con los que se prepara la llegada de la Semana Santa , tales como Vía Crucis, conciertos, exposiciones o ensayos con los tronos, dan paso a la solemne celebración con el Pregón que tiene lugar en el Teatro principal de la ciudad. Así principia la ajetreada Semana Santa alicantina, en la que veinticinco procesiones y más de treinta conjuntos escultóricos engalanados con flores, se entrelazan y pueblan los barrios, plazas y avenidas. Entre toda esta riqueza ornamental destacan, por encima de todos, los actos de Miércoles y Jueves santo.
El primero de estos días tienen lugar la Procesión de la Santa Cruz, que, desde el barrio con el mismo nombre situado en la ladera del monte Benacantil, hace fluir en bajada los pasos del Cristo Gitano y el Descendimiento a través de las estrechas y enrevesadas calles del Casco Antiguo hasta el centro urbano. En este descenso es impresionante el esfuerzo y la habilidad de los costaleros, que luego deben ascender, con no menor ahínco, para devolver las imágenes a la ermita del Barrio de Santa Cruz.
La noche del Jueves santo, preludio de la Crucifixión, tiene como protagonista la imponente Procesión del Silencio, que muestra como figuras centrales dos dramáticas imágenes de incalculable valor artístico: el Cristo de la Buena Muerte, obra de Nicolás de Bussi (s. XVII) y la Virgen de las Angustias, obra de Francisco Salzillo (s. XVIII). Estas imágenes son acompañadas de la incierta luz de las velas, la vibrante solemnidad de trompetas y timbales, la dolorosa ruptura del silencio con la saeta que comienza y el intenso aroma del incienso, las flores o la cera quemada.