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Tema: “Libre”, “liberal”, “libertino”: aclaración de conceptos equívocos

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    “Libre”, “liberal”, “libertino”: aclaración de conceptos equívocos

    El articulista, Eulogio Ramírez, especialmente aclara los dos sentidos opuestos (bueno y malo, antiguo y moderno) de ser o catalogarse como "liberal".



    Revista FUERZA NUEVA, nº 510, 16-Oct-1976

    SER LIBERAL: ACLARACIONES NECESARIAS

    En uno de esos eutrapélicos, por no decir cínicos artículos, que Francisco Umbral escribe no sé en cuántos diarios españoles (entre ellos “El País”), este negociante de la literatura, cuya molicie mantienen los periódicos, ha sentenciado dogmática -liberalmente-, a propósito de la “gran coalición”: “el humanismo europeo y la tradición liberal soy, yo con perdón”.

    Con esas licencias del lenguaje permitidas por literatura del entretenimiento, y merced a ese confusionismo alimentado por los diarios que quieren venderse como pábulo de incultos y de amorales demoledores de toda forma de vida civilizada, que yo sepa, ni los liberales ni los morales han hecho observación alguna a Paco Umbral.

    Ambigüedad de lo liberal

    Bien es verdad que, de suyo, el liberal (el no dogmático) carece de autoridad para discutirle a Umbral su afirmación o confesión de liberal. Lo mismo Bertrand Russell que Salvador de Madariaga, y tanto Juan Ignacio Luca de Tena (director de ABC) como Emilio Romero, de una u otra manera, han intentado hacernos creer que ellos eran los últimos liberales de España o de Occidente, ¡como si no estuviera aquí Umbral para desmentirlo. ¡Y como si al lord inglés no le hubiéramos visto coquetear con los laboristas y con los marxistas y mostrarse intemperante, hasta la cárcel, frente a los británicos que no pensaban como él! (...)

    Hoy ser liberal es no ser nada diferenciado, porque todos los que quieren emperifollarse con plumas de avestruz declaran ser liberales, aun conservando camuflado y con afeites su natural dogmático, amoral, oportunista, acomodaticio o ambicioso, según los casos.

    ¿Paco Umbral es liberal o libertino?

    De todos modos, queda en el aire de España esta cuestión capital, y decisiva, si queremos entendernos:

    Cuando Umbral asegura que “la tradición liberal es él” y cuando es notorio, por su pensamiento y por su comportamiento, que Umbral es realmente lo que Paul Hazard ha descrito circunstanciadamente como “libertino” en “La crisis de la conciencia europea”, qué tienen que decir a la afirmación de Umbral los periodistas y comentaristas, publicistas y políticos españoles, que acaban de calificar de “liberal” al vicepresidente primero del Gobierno, teniente general Gutiérrez Mellado, Ignacio Camuñas, Joaquín Satrústegui (…) y tantos y tantos otros que se precian de liberales, militen o no en un partido político liberal?

    La tradición liberal española comienza en Séneca

    Bien mirado, la tradición liberal en España se remonta, que yo sepa, por lo menos a Séneca. Leyendo uno a Séneca observa que, para este moralista y escritor de nuestra antigüedad romana, ser liberal era equivalente a ser hombre libre, por contraposición a la ruin condición y viles características morales del hombre esclavo. El ser libre, para Séneca, no era equivalente a ser amoral, cínico, nihilista y desvergonzado; antes al contrario: como se sabe, Séneca era un estoico de tal calibre que, por su actitud moralizante y crítica frente a su discípulo Nerón, no dudó en arrostrar la muerte y se la granjeó efectivamente, por orden del emperador romano. Ser liberal, para Séneca, consistía en ser libre frente a los demás, frente al autoritarismo, frente al dinero, frente a la molicie, frente a todo género de sensualidad; llegar a poseer, en suma, no más que la libertad interior y exterior para determinarse en su comportamiento conforme a esa ley eterna o moral que ya los estoicos vieron como una participación de la humana naturaleza en la ordenación o Ley divina, racionalmente conocida.

    El liberal, sea militar, sea periodista, no es el profesional que obedece ciegamente

    El liberal -sea militar, sea publicista, sea político- no es el amoral, no es el alienado o dominado por otros hombres o por las cosas: no es el profesional que obedece ciegamente a un déspota (como Nerón) o a sus apetitos sensuales, a su ambición. El liberal no es autómata, ni el amorfo que se adapta a todo: el liberal es aquel que ama tanto la libertad que, generosamente, noblemente, libremente, sólo se adapta a la ley moral.

    Como el periodismo es el dominio de la superficialidad, y los periódicos, en general, son el territorio señoreado y explotado por los periodistas y escritores chirles, no es sólo Paco Umbral quien sienta cátedra de liberal y de liberalismo, sino Josep Meliá, Camilo José Cela, etc. ¿Qué sabrá, por ejemplo, Cela de la conciencia (sobre la cual escribe en “Cambio 16”) siendo indocto en filosofía, en teología, en psicología y en moral? Es digna de observarse la sentencia de Ortega: “O se hace precisión o se hace literatura, o se calla uno”. Cela, Meliá, Umbral y sus congéneres vividores de la pluma debieran hacer no más que literatura, ya que no saben escribir con precisión, si es que no quieren poner de manifiesto que son simples plagiarios, ni están dispuestos tampoco a exponerse al ridículo, al hacer patente su ignorancia: sobre la conciencia, sobre la libertad o sobre la condición de liberal, no se puede escribir de fantasía.

    Josep Meliá y la libertad tomista

    Josep Meliá -cuya intolerancia respecto a aquellos que no piensan como él y cuyo fanatismo liberal son obvios en cada uno de sus artículos- decía, por ejemplo, en “Informaciones”. “El Rey, en su discurso de Washington, ha roto con la concepción tomista de la libertad, entendida como opción moral para la salvación del alma, para asumir un claro contenido democrático”.

    Con ello se echa de ver que el liberal Josep Meliá no tiene idea de lo que es el tomismo y, además, comete la ligereza de endosarle a Santo Tomás de Aquino. Nociones fantaseadas por él mismo, por Meliá, que no sólo quiere engañarse, sino engañar a sus lectores vistiendo el maniqueo en el Ángel de las Escuelas.

    En efecto, si Meliá hubiera estudiado filosofía tomista o, simplemente, hubiera sido capaz de consultar de Santo Tomás la Suma Teológica, el tratado “De Malo” y el tratado “De Veritate”, sabría que para el doctor común de las escuelas católicas, “sólo aquel ser que tiene inteligencia puede obrar con libre juicio, en tanto en cuanto tiene una noción universal de la bondad, mediante la cual puede juzgar que esto o aquello es bueno. (...)

    Los tres planos o facetas de la libertad

    Con el análisis profundo que le caracteriza en todo, va a proponer más Santo Tomás: “La libertad de la voluntad puede considerarse de tres maneras, a saber: en cuanto al acto, esto es, en cuanto la voluntad, puede querer o no querer; en cuanto al objeto, es decir, en cuanto a que la voluntad puede querer esto o lo otro o su contrario; la tercera manera como puede considerarse la libertad de la voluntad es en cuanto se ordena a un fin, en cuanto puede querer lo bueno o lo malo. Respecto a la primera manera (como acto) es obvio que hay libertad de la voluntad en cualquier estado de naturaleza respecto a cualquier objeto. Respecto a la segunda manera (de libertad de la voluntad en cuanto a su objeto), en cambio, hay que decir que existe respecto de aquellas cosas que conducen al fin, pero no respecto al fin mismo, y ciertamente según cierto estado de la naturaleza. Y respecto a la tercera manera (de considerar la libertad de la voluntad en cuanto a su finalidad) hay que afirmar que tal libertad existe no respecto de todos los objetos, sino respecto a aquellos precisamente, que conducen al fin... Y, por consiguiente, se dice que querer el mal no es libertad ni parte de la libertad, aun cuando sea cierto signo de libertad (De Veritate. 22, 6)

    Concepción cristiana de la libertad

    Esta filosofía densa y profunda, de Santo Tomás necesitaría ser desleída (…). Dicho en breves palabras, podría afirmarse que “la concepción tomista de la libertad”, que -diga lo que diga Meliá- es la de la filosofía perenne y, por descontado, la concepción que tiene explícita o implícitamente todo aquel que quiera llamarse católico, es esta: el hombre está dotado de albedrío, es decir, de “libertad física” o material para hacer o no hacer aquello de que es físicamente capaz de hacer, e incluso para hacer esto o lo contrario, discrecionalmente. Sin embargo, el hombre no tiene “libertad moral” para hacer el mal, dado que la ley moral, el orden o ley eterna impuesta por Dios a la naturaleza humana, obligan al hombre a hacer el bien. De suyo, la voluntad humana quiere el bien, quiere aquello que la inteligencia le propone como bien. El objeto natural de la inteligencia humana es la verdad, así como el bien es el objeto de la voluntad: éstas son acciones absolutamente claras, no solamente en el tomismo, sino en la escolástica en general e incluso en la filosofía perenne, en el cartesianismo, en el racionalismo y hasta en la concepción liberal, concepciones con las que no ha podido romper en Washington el Rey de España, como afirma Meliá livianamente.


    Concepción naturalista de la libertad liberal

    Así, por ejemplo, hemos podido leer en “El País” un artículo en el que Joaquín Satrústegui nos transcribía lo que él llama “el histórico texto, base doctrinal de todos los liberales del mundo”: “Nosotros, liberales de diecinueve países, reunidos en Oxford… Convencidos de que el estado en que se encuentra el mundo se ha producido esencialmente por el abandono de los principios liberales, proclamamos: El hombre es, en primer término, un ser capaz de pensamiento y de acción independientes, que sabe distinguir el bien del mal… Quien quiere ser libre debe necesariamente servir… A cada derecho corresponde un deber. Para que las instituciones libres funcionen eficazmente, cada ciudadano debe asumir una responsabilidad moral hacia los otros hombres, sus hermanos, y participar activamente en los asuntos de la comunidad”.

    Objeto de la libertad

    Es claro, les falta decir que es el bien y qué es el mal (definir la moral) explícitamente a los prohombres que convinieron este “Manifiesto liberal” en 1947, a la sombra de la Universidad en que él todavía, pastor anglicano J. H. Newman afirmaba que él era inconsecuente al ser anglicano y antiliberal, lo mismo que el fraile dominico Lacordaire era inconsecuente por ser liberal, siendo católico. Y es que para el liberal el bien consiste en hacer, conforme a la naturaleza y pragmáticamente, todo cuanto beneficie a sí mismo sin perjuicio para los conciudadanos o, como dicen, lo mismo Stuart Mill que los autores de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano en el umbral de la Revolución francesa: “mi libertad acaba donde comienza la del otro” conciudadano mío.

    En cambio, el bien, para el católico, la libertad consiste en poder y querer hacer lo que uno debe hacer, conforme a los preceptos de la moral cristiana, por Dios revelada, que no siempre coincide con lo que pragmática y aparentemente impera el respeto del prójimo a plazo corto.

    Liberales, libertinos y libres

    Sea como fuere, el hecho es que, tanto la que Meliá denominaba “libertad tomista” como la libertad definida por la Internacional liberal, consiste en “querer hacer el bien”, no en quererse aptos para toda alienación o ciega obediencia a la autoridad tiránica, para toda depravación, para satisfacer cualquier apetito, para la molicie y para cualquier concupiscencia como parece querer Paco Umbral. Para Santo Tomás es -tenía que ser, como para San Pablo, cuando enseñaba a los gálatas-: “Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero cuidado con tomar la libertad por pretextos para servir a la carne… Porque la carne es contra el Espíritu… Las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y otras como éstas, de las cuales os amonesto, como ya os dije antes, de que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios… Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”.

    Los liberales pueden considerarse libres, efectuando muchas de estas “obras de la carne”, con tal que asuman sus responsabilidades morales y civiles respecto a los otros hombres, si hemos de creer al “Manifiesto liberal”. En cambio, no puede considerarse que es libre aquel católico que incurre en alguno de esos pecados u obras de la carne. Es la diferencia entre el liberal y el católico: entrambos han de hacer el bien, puesto que el hombre sabe distinguir el bien del mal, para hacer el bien -y en eso estriba la diferencia entre el liberal y el católico-, para el católico es mal lo que para el liberal es bien. A Umbral o a Cela puede parecerles que las fornicaciones o las orgías o las embriagueces son buenas o son “el bien”, al paso que son intrínsecamente malas (“el mal”) para el católico. Está perfectamente clara la noción de libertad que tiene el católico y cómo ha de hacerse libre y puede ser liberal, en estas palabras que el evangelio de San Juan han recogido de Jesucristo en un sermón a los judíos que le objetaban e interrogaban: “Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… El que comete pecado, es siervo del pecado”(Jn 8,31 y ss).

    Y ésta mía no es una interpretación ni subjetiva ni preconciliar, como se muestra leyendo no sólo las obras posconciliares del teólogo jesuita que Pablo VI quiso hacer cardenal, el francés Jean Danielou, sino las obras del ex arzobispo de Toulouse, Gabriel María Garrone, a quien Pablo VI ha elegido y mantiene como cardenal prefecto de la Sagrada Congregación Romana para la Educación Católica. Véase su libro “Que faut-il faire?”, en el capítulo precisamente titulado “La liberté”. (…)

    Eulogio RAMÍREZ


    Última edición por ALACRAN; 24/12/2021 a las 15:20
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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