I INVALIDEZ DE LA ANTITESIS "EVANGELIO-EJERCITO"
Ilustrísimos señores, señores Jefes y Oficiales, Caballeros Alumnos :
Ya sé que conocéis, admiráis y queréis a vuestro Coronel. Por tanto, estáis preparados para descontar de los elogios de su presentación la dosis muy subida de generosidad que me atrevería a llamar paternal.
Muchas gracias, señor Coronel. Pero muchas gracias, sobre todo, por permitirme la incorporación, aunque sea fugaz, a este mundo admirable y difícil de la vida militar, para hablar —como corresponde a un cristiano, un sacerdote, un obispo— del sentido cristiano del Ejército, de la misma vida militar.
Mis queridos amigos, Caballeros Alumnos, yo me imagino muy fácilmente a mí mismo sentado en medio de vuestras filas, aunque en una categoría inferior, evocando mis tiempos de soldado de segunda. Me imagino con la misma facilidad entremezclado en vuestro mundo de aspiraciones y de profesión universitaria. Me imagino, todavía más fácilmente sumergido en una comunidad de creyentes, de cristianos. Y son esos tres factores —la vida militar, la perspectiva universitaria y, sobre todo, el sentido totalizante de la vida cristiana— los que tendría que conjugar ante vosotros, para decir algo, aunque sea muy sencillo y muy somero, sobre el tema que se os acaba de anunciar: «Sentido cristiano del Ejército».
Como universitario que he sido muchos años, sé muy bien cuál es la proporción de espíritu crítico con que un tema como este es acogido, normalmente, por vosotros. Como sé también que, cuando llega la hora de la verdad, de estas filas —donde parece prevalecer un espíritu crítico, que algunas veces se acerca a lo disolvente— brota el entusiasmo más constructivo, la respuesta más generosa y más pronta. También sé, por otra parte, que conjugar de una manera lúcida, crítica y por tanto universitaria, la perspectiva de la vida militar (del Ejército) con la perspectiva cristiana de la vida total no es fácil; al menos, no es fácil de exponer.
No puedo permitirme el lujo de una exposición minuciosa. Tenéis que perdonarme que os hable con la mayor simplicidad.
Si me permitís trazar desde el comienzo, para entrar en situación, unos rasgos simples —acaso simplistas—, conduciría vuestra atención hacia esos sectores, cada vez más extensos, en los que el espíritu cristiano es considerado como radicalmente incompatible con el espíritu militar o con la función institucional de los Ejércitos. Hay personas —también cristianas y en la Iglesia Católica— que en nombre del amor a la paz, en nombre del ideal del amor fraterno, de la sana y santa mansedumbre, se consideran incompatibles con la vida militar, cotí la institución Ejército. Ven como una contradicción. Y si esto es así, será porque esas personas —apelando al ideal del amor y del respeto fraternal y de la mansedumbre—estiman que «vida militar», «Ejército», «Fuerzas armadas» han de ser equiparados a «odio», que es lo contrario del amor; a «guerra», que es lo contrario de la paz; a violencia, a abuso.
Ciertamente —-estoy entre personas más cultas que yo—, debo descartar desde el comienzo esta visión simplista y grosera, aunque a veces se dé con buena intención. Bastará apelar a la propia experiencia. Mi paso por la vida militar no me ha hecho pensar nunca que las Fuerzas armadas fuesen la simple plasmación del odio, de la violencia o del abuso. Bastará apelar a vuestra propia experiencia. Bastará apelar a la experiencia histórica, milenaria, de la Iglesia, la cual, a pesar de su fidelidad al Evangelio, nunca ha señalado esta supuesta contradicción e incompatibilidad. Y, si me lo permitís todavía, bastará apelar al testimonio de nuestro pueblo sencillo, en el que están nuestras madres, nuestras hermanas, nuestros vecinos: el cual, cuando aplaude emocionado, con purísima espontaneidad, un desfile militar, no lo hace ciertamente, para aplaudir la fuerza bruta, ni la violencia, ni el abuso; no lo hace, siquiera, tan sólo para aplaudir una muestra de gallardía, que pudiera rondar lo fanfarrón. La emoción del pueblo sencillo, que aplaude el paso de un Ejército por sus calles, está impregnada de una espiritualidad indefinible, de una carga de valores morales; y son estos valores morales, más o menos sintetizados en la noción compleja de «Patria», los que el pueblo aplaude.
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