Es cierto que a algunos teólogos dogmáticos no les gusta el mencionado título por varios motivos que no vamos a analizar aquí; desde su punto de vista, no les falta razón. En efecto, el denominativo «Esposa del Espíritu Santo» ha sido y sigue siendo aplicado, incluso por un mismo escritor, no sólo a María, sino también a la Iglesia, al alma cristiana, a un grupo de fieles, etc. Y así resulta que al Espíritu Santo se le dan muchas esposas. Por otra parte, a María se la llama también Esposa del Padre celestial, del Verbo Encarnado considerado como Dios y como hombre, y hasta de la Santísima Trinidad, sin hablar de san José, de quien fue la esposa virginal; y ante el hecho de que ese «vínculo conyugal» espiritual se aplica de tantas y tan diversas formas, los teólogos dogmáticos prefieren términos más claros y que tengan un sentido único. Pero en la
teología espiritual, o sea, ascético-mística, el título «María, Esposa del Espíritu Santo» es explicado en un sentido perfectamente ortodoxo y que en la actualidad se hace cada día más frecuente. Es evidente que ese título
no hay que entenderlo en sentido propio (escriturístico literal); se trata de un puro sentido metafórico, pero fundado en analogías que tienen un sustrato bíblico real, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, del mismo modo que también Jesús es llamado «Cordero de Dios» y «León de la tribu de Judá», etc. Por eso, su uso es legítimo
en espiritualidad y en teología mística, en relación con experiencias místicas.
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