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Tema: El código de caballería cristiano, la respuesta a la Jihad del siglo XXI

  1. #1
    Avatar de Ordóñez
    Ordóñez está desconectado Puerto y Puerta D Yndias
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    El código de caballería cristiano, la respuesta a la Jihad del siglo XXI

    Expuesto por Montecalar_Nacho en el Foro Santo Tomás Moro - www.aspa.foro.st



    El código de caballería cristiano, la respuesta a la Jihad del siglo XXI




    Los medios de comunicación occidental han venido a interiorizar las proclamas islamistas, y gustan de tildar a los terroristas musulmanes como “mártires” y se refieren a sus asesinatos como “inmolaciones”, asociando fuertemente estos crímenes a conceptos religiosos relacionados con la muerte ritual por causa de la fe en Dios, subyacentes en el imaginario colectivo de este Occidente cada vez menos cristiano. Tal conducta no es casual, y no debemos creer que dichos medios ignoran que el mártir cristiano sufre la muerte por no renegar de su fe, mientras el asesino islamista usa el mismo nombre cuando perece voluntariamente en el acto de asesinar a otras personas, generalmente inocentes, por causa de su fe. La habitual intencionalidad de los mass media europeos y norteamericanos va en la dirección de mezclar todas las religiones a la hora de denigrarlas como algo fundamentalmente negativo.




    Los “mártires” islamistas, que normalmente detonan un explosivo de forma que puedan alcanzar a otros, toman cierta semejanza con los kamikaze japoneses de la segunda guerra mundial, con la diferencia fundamental de que el honor de los nipones les hacía emplear para este menester a miembros del ejército regular y sólo los empleaban contra objetivos militares. Ninguna de estas dos circunstancias acaece en el caso contemporáneo.




    Para no incurrir en el mismo error que la prensa, usaré a partir de ahora la expresión “asesinos suicidas de la Jihad”, que creo más ajustada, por definir los tres componentes que los definen: matan personas en el acto de su suicidio, y lo hacen en nombre de la guerra santa musulmana.




    En el Alcorán, en efecto, se promete el paraíso a los combatientes musulmanes que mueran en el transcurso de una guerra contra los infieles. Nada afirma en cambio el libro sagrado de los musulmanes del asesinato de inocentes, mas la ideología islamista se tiñe (irónicamente) con ciertos presupuestos revolucionarios al considerar que los civiles que apoyan a un jefe enemigo son también enemigos, justificando su asesinato. La ausencia de una autoridad religiosa superior en el Islam, y la difusa definición de guerra santa o Jihad, permite a imanes sin escrúpulos organizar redes terroristas cuya fuerza se basa, principalmente, en la actuación de estos asesinos suicidas.




    Tales formas de combate no son en realidad novedosas, y en los actos de terrorismo ejecutados en Israel, los islamistas las han empleado desde hace bastantes lustros. No obstante, Occidente despertó a esa realidad tras los atentados más famosos de la historia, los ataques a diversos objetivos, principalmente el Pentágono y las Torres gemelas del World Trade Center, realizados en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Hay un antes y un después de esa fecha. Desde entonces nuestras sociedades se han lanzado a un interminable análisis de las causas de este tipo de terrorismo, que van desde las hipótesis tópicas, erróneas y desenfocadas del pensamiento marxista (mucho más vigente en los países que jamás han sufrido su gobierno de lo que nos podríamos imaginar), centradas en la pobreza y el rechazo al imperialismo como única explicación, hasta las deducciones del pensamiento liberal neoconservador estadounidense, que suelen girar en torno al déficit democrático de las sociedades musulmanas, el fanatismo religioso y el desarrollo organizativo y tecnológico de la marca blanca del islamismo Al Qaida. Razonamientos estos últimos que acercan al problema pero no lo penetran, y que terminan indefectiblemente en la llamada guerra al terror, que no es más que la reproducción estadounidense de la estrategia israelí a la agresión: una guerra convencional para destruir las bases del enemigo, sean en el Líbano, en Afganistán o en Irak. Con el fracaso, en ambos casos, que podemos apreciar.




    La razón es simple. No se ataca a la verdadera raíz del problema. Y esa raíz no se halla en supuestas luchas de clase interculturales o en la sofisticación de tácticas y armamentos de los nuevos tipos de guerras. Esa raíz se halla en un punto mucho más simple y más terrible: los islamistas están dispuestos a dar su vida por aquello en lo que creen.




    Ese es un concepto que en Occidente no sólo hemos perdido por completo, sino que, como los autistas, nos negamos a escuchar o siquiera a discutir. De hecho, los terroristas occidentales tienen un respeto inconmovible a la propia vida. Las soluciones propuestas a la ola de atentados de asesinos suicidas de la Jihad van desde el intento de aplacarles, como es el caso del gobierno español, hasta la respuesta militar puramente tecnológica “proporcionada”, reflejo de la política de la ley del Talión, principio básico de la respuesta armada israelí y ahora también estadounidense. Ninguna de ambas podrá ganar esta guerra declarada a Occidente, porque ambas olvidan la principal fuerza de los islamistas, que no es ni la razón ni la fuerza: es la convicción. Mientras un gobierno occidental sufre en credibilidad por cada víctima del terrorismo que ha de enterrar, los islamistas están dispuestos a sacrificar hasta al último zopenco fanatizado para obtener la victoria. Da igual cuantas bases les destruyan y cuantos sobornos se les ofrezcan. Ellos tienen algo de lo que los occidentales carecemos: la convicción de que están librando una guerra justa contra el invasor cristiano y que esta sólo podrá concluir con la victoria absoluta y la instauración de un nuevo califato perfecto. Toda una historia de venganza que va desde las cruzadas hasta el apoyo europeo y americano a la creación del estado de Israel, pasando por la colonización británica y francesa en Oriente próximo. Tal convicción es simpática para la inmensa mayoría de los musulmanes, principalmente los árabes, y la figura del asesino suicida como un redivivo guerrero de la Jihad, aunque poco imitada, es ampliamente admirada.




    El problema es, pues, moral. Y la respuesta que se ha dar debe ser moral. En esa batalla Occidente no cuenta con ninguna arma. Nuestras sociedades han olvidado y borrado sus propias raíces. En el caso español, el pensamiento político dominante abomina abiertamente de las mismas. Nuestro credo es el materialismo y el hedonismo, y nuestra “convicción” el relativismo. Estamos dispuestos a asumir cualquier humillación mientras podamos disfrutar de una vida cómoda, por vil que sea esta. El sacrificio por un ideal es algo considerado negativo en nuestra filosofía contemporánea. Y mientras siga siendo así, seguiremos perdiendo la guerra.




    En este punto es donde el Tradicionalismo alza de nuevo su voz para recordar aquello que nunca pasa de moda, aquello que permanece, y ofrecerlo a la sociedad.




    Y en el caso concreto del problema de los asesinos suicidas de la Jihad, la respuesta se halla en el baúl donde hemos guardado las cosas que nos parecían inservibles: el código de caballería cristiano.




    Pasando por alto la sonrisa que a muchos lectores les habrá aflorado a los labios al leer la solución propuesta al desafío, vamos a ver qué es el código de caballería cristiano. Nacido a instancias de la Santa Madre Iglesia alrededor del año 1000, el código de caballería trataba fundamentalmente de limitar y humanizar las matanzas que asolaban la Europa cristiana cuarteada por el feudalismo, plena de guerras particulares y privadas, en la que los nobles disputaban cruelmente por ampliar su poder y patrimonio frente a reyes y nobles rivales. Los teólogos católicos (que en aquella añorada época utilizaban su razón para tratar de cristianizar la sociedad en vez de para discutir cada punto del magisterio de la Iglesia) elaboraron toda una filosofía cristiana que debía aplicarse al combate, para restarle cuanta brutalidad e injusticia fuese posible. Como el monopolio militar residía en los aristócratas terratenientes, a ellos se dirigía; y como estos eran los únicos que podían permitirse ir a la guerra a caballo, tal comportamiento recibió el nombre de código de la caballería o de los caballeros, del cual tomó su nombre, que ha llegado hasta nuestros días en términos familiares (aunque cada vez menos) como “caballerosidad”. Palabras y conceptos en desuso, y considerados comúnmente como antiguallas románticas.




    Naturalmente este código, basado en los principios morales cristianos, también se podía aplicar a la vida diaria. Con el paso del tiempo, desaparecieron las guerras privadas y también la caballería pesada, pero el concepto perduró y se imbricó tanto en las sociedades occidentales, que se convirtió en su ideal de vida, se podría decir que el europeo era una persona empeñada en ser, o al menos parecer, caballero: la caballerosidad pasó a ser timbre de nobleza por encima de las clases sociales, los aristócratas se sentían en la obligación de ser más virtuosos que el resto por respeto a la misma y el título más honroso que podía recibir una persona era ser apellidado de “perfecto caballero”, término hoy reducido a la nominación del urinario de los varones. Una evolución perfectamente descriptiva de nuestra sociedad, por cierto.




    La recuperación de ese ideal cristiano es la convicción que nos permitirá resucitar al arma moral que puede derrotar al terrorismo islámico. Para ilustrarlo, los carlistas valencianos contamos con la fortuna de tener un guía de auténtico lujo. Y este cicerone lo hallamos en la más inmortal obra de nuestra literatura, la novela Tirant lo Blanch, de Joanot Martorell, poeta y cortesano que siempre destacó en sus escritos su título de caballero como el más honroso. Este libro ha merecido la atención de lingüistas e historiadores por motivos bastante accesorios y poco relacionados con el tema sobre el que trata su argumento. Y es que el objetivo principal del autor al escribirlo, que actualmente es pasado por alto, era mostrar la conducta de un perfecto caballero, Tirante el Blanco de Bretaña. En los primeros capítulos del mismo, el joven Tirante es introducido en los principios de la “Orden de caballería” (artificio literario con el que el autor da cuerpo a todas las órdenes que seguían el código) por un anciano y virtuoso caballero inglés: el conde ermitaño Guillem de Varoic (basado, por cierto, en un personaje real y contemporáneo, sir William de Warwick). Tirante encontrará en su periplo hasta Constantinopla muchos personajes menos caballerosos que el anciano, pero siempre mantendrá incólumes los principios aprendidos de su maestro Guillem de Varoic. De la mano del mismo vamos a describir cuales son las bases cristianas del comportamiento, en combate y fuera de él, de un hombre virtuoso.




    A partir del capítulo XXX, Guillem de Varoic explica las cualidades de la “orden de la caballería”, instituida por inspiración divina “al faltar en el mundo caridad, lealtad y verdad”. Ante todo, el caballero debe ser devoto y piadoso, defensor de la Santa Madre Iglesia, frecuentador de los sacramentos y práctico regular de la oración [“pedid y se os dará” Mt 7, 7]. Debe ser humilde, y nunca ponderar sus méritos como propios, reconociendo en ellos la manifestación de la Gloria de Dios [“el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado” Lc 18, 14]. Debe ser honrado, no tomando para sí nada que no le corresponda [“no robarás” Dt 5, 19], y haciendo justicia a todos por igual, sin hacer acepción de personas. Ha de ser afable y sufrido, austero en sus costumbres [“no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. (… ) Buscad más bien el Reino, y esas cosas se os darán por añadidura” Lc 9, 19-21], desprendido de los bienes materiales [“no se puede servir a Dios y al dinero” Lc 16, 13] y no afanarse con las cosas mundanas [“Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” Lc 10, 41-42]. Debe ser leal y cumplir a toda costa los compromisos adquiridos, incluso aunque sólo sean de palabra [“el que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho” Lc 16, 10], para que todos lo conceptúen de persona fiable. No debe ser charlatán, ni murmurador, ni perderse en filosofías vanas, ni mucho menos blasfemar [“sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no", que lo que pasa de aquí viene del Maligno” Mt 5, 37]. Debe ser casto [“hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por amor al Reino de los Cielos” Mt 19, 12]. Debe estar siempre dispuesto para atender al prójimo, sacrificando su tiempo y bienes por los necesitados, y haciendo obras de misericordia [“en verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” Mt 25, 40]. Debe defender, por tanto, a los débiles del abuso de los poderosos: viudas y huérfanos antaño; hoy en día niños no nacidos, ancianos y enfermos. Debe ser manso, sufriendo la ofensa personal sin buscar venganza ni guardar rencor, y perdonando de corazón [“todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” Mt 5, 22]. En el conflicto buscará siempre el entendimiento y la concordia [“ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino” Mt 5, 25], será hombre de paz y no iniciará querella alguna, más si la lucha se hace inevitable para defender su vida o sus derechos naturales, combatirá con fuerza y valor, dispuesto a sacrificar su propia vida por un bien superior, sin pararse en los peligros que conlleve la acción. Feroz en la porfía, digno en la derrota, morirá antes que renegar de su fe [“a quién me confesare ante los hombre, yo le confesaré ante Dios” Mt 10, 32]; generoso con el vencido, no se incautará injustamente de sus bienes, será rápido en atender la petición de clemencia y respetará a los inocentes, sin hacerles daño ni extorsión [“bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” Mt 5, 7]. Ese ideal de vida de nuestros mayores es la convicción que todavía pervive inconscientemente en nuestro imaginario común, a la que podemos apelar en los momentos de necesidad. La aspiración de superar nuestros egoísmos y miedos, de ser mejores, es lo que dará sentido a nuestra vida y a nuestra lucha.




    Si citamos un libro de caballería, nos viene a la mente de inmediato el inmortal personaje de Cervantes, Alonso Quijano, travestido en un caballero andante en un arrebato de locura, en la novela Don Quijote (en la que, por cierto, el autor salva al Tirant lo Blanch de la pira purificadora por considerarlo libro de provecho y sin fantasías). En ella, el pobre protagonista sufre mil desventuras novelescas en un siglo XVII que ya ha perdido la raíz del código de la caballerosidad, apareciendo como lunático por tratar de seguirlo. Con todo, el ideal perduró en nuestra sociedad, de un modo u otro, hasta que la revolución francesa le dio remate final. Como muy bien retrata la novela El Gatopardo, la burguesía triunfante, que había ascendido al poder gracias al dinero, no a otro señor iba a servir que al propio dinero. El honor y la fe fueron sustituidos por el beneficio y la ideología, tarea en la cual, por cierto, había precedido en varios siglos el calvinismo a la burguesía revolucionaria.




    Los carlistas tenemos cercano ejemplo del comportamiento del caballero cristiano. Nuestros predecesores en la lucha contra la revolución abundaron en ese comportamiento, principalmente los tercios de requetés en la Cruzada de 1936 a 1939. Fueron espejo de virtudes militares y civiles. Acudían con frecuencia a los sacramentos, no entrando en combate sin estar confesados y comulgados, oraban con frecuencia y en batalla buscaban siempre dar su última mirada al crucificado enaltecido por el cristóforo de la compañía. Abnegados, sufridos, obedientes a las órdenes recibidas, voluntarios para cubrir los puestos más comprometidos, bravos en la lucha, incluso temerarios, pero clementes con los derrotados. Admirados por aliados y temidos por los enemigos, combatieron siempre de cara, y jamás sufrió mancha su honor con acusación alguna de crímenes de retaguardia, por desgracia tan frecuentes en nuestra última guerra civil. Combatieron por Dios, por España y por el Rey legítimo, y al final de la lucha, cumplido su deber, se retiraron al anonimato para librar esas otras batallas, más anónimas pero no menos valiosas, de la paz, la reconstrucción y el mantenimiento de una familia. No tenemos más que mirar su trayectoria para saber cómo se ha de comportar un caballero cristiano.
    Hemos visto, pues, como para vencer la convicción de los asesinos suicidas de la Jihad, hemos de contraponer otra convicción más fuerte. Una convicción de vida y honor, y no de muerte y odio. Si queremos vencer esa guerra, hemos de volver los ojos a las raíces cristianas de nuestra sociedad. Las ideologías revolucionarias, triunfantes durante casi dos siglos en nuestra Patria, no nos van a servir en esta ocasión. El hombre no entrega su vida por conceptos abstractos como la democracia, la libertad o la constitución. Eso son bobadas de revolucionario. El hombre sacrifica su vida por su hogar, su familia o su fe. Ni más, ni menos.
    =============================

    Xaxi dio el Víctor.

  2. #2
    Gothico está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El código de caballería cristiano, la respuesta a la Jihad del siglo XXI

    Nacido a instancias de la Santa Madre Iglesia alrededor del año 1000, el código de caballería ...Los teólogos católicos...elaboraron toda una filosofía cristiana que debía aplicarse al combate...
    ¿Es seguro que esto es realmente cierto ? ¿Qué nombre latino tenía el "código" en cuestión?
    ¿y el nombre de los teólogos autores del mismo?

    Tiene un aspecto un tanto extraño para aquella época.

  3. #3
    Avatar de Tradición.
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    Re: El código de caballería cristiano, la respuesta a la Jihad del siglo XXI

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    LIBRO DE LA ORDEN DE CABALLERÍA
    (Selección)
    Alianza Editorial. Madrid 1986, págs 29-43.



    SEGUNDA PARTE


    LA CUAL HABLA DE LA ORDEN DE CABALLERIA Y DEL OFICIO QUE ES PROPIO DEL CABALLERO

    1. El oficio del caballero es el fin y la intención por los que comenzó la orden de caballería. De donde, si el caballero no cumple con el oficio de la caballería, es contrario a su orden y a los principios de la caballería arriba citados; por cuya contrariedad no es verdadero caballero, aunque sea llamado caballero; y tal caballero es más vil que el tejedor y el trompetero, que cumplen con su oficio.

    2. Oficio de caballero es mantener y defender la santa fe católica, por la cual Dios Padre envió a su Hijo a tomar carne en la gloriosa Virgen, Nuestra Señora Santa María, y para honrar y multiplicar la fe sufrió en este mundo muchos trabajos y muchas afrentas y penosa muerte. De donde, así como Nuestro Señor Dios ha elegido a los clérigos para mantener la santa fe con escrituras y probaciones necesarias, predicando aquélla a los infieles con tanta caridad que desean morir por ella, así el Dios de la gloria ha elegido a los caballeros para que por fuerza de armas venzan y sometan a los infieles, que cada día se afanan en la destrucción de la santa Iglesia. Por eso Dios honra en este mundo y en el otro a tales caballeros, que son mantenedores y defensores del oficio de Dios y de la fe por la cual nos hemos de salvar.

    3. El caballero que tiene fe y no usa de fe, y es contrario a aquellos que mantienen la fe, es como el entendimiento de un hombre a quien Dios ha dado razón y usa de sinrazón y de ignorancia. De donde, quien tiene fe y es contrario a la fe, quiere salvarse por lo que es contra la fe; y por eso su querer concuerda con el descreimiento, que es contrario a la fe y a la salvación, por cuyo descreimiento el hombre es condenado a padecer trabajos que no tienen fin.

    4. Muchos son los oficios que Dios ha dado en este mundo para ser servido por los hombres. Pero los más nobles, los más honrados, los más cercanos dos oficios que hay en este mundo, son oficio de clérigo y oficio de caballero; y por eso la mayor amistad que hubiera en este mundo debería darse entre clérigo y caballero. De donde, así como el clérigo no sigue la orden de clerecía cuando es contrario a la orden de caballería, así el caballero no mantiene la orden de caballería cuando es contrario y desobediente a los clérigos, que están obligados a amar y a mantener la orden de caballería.

    5. Una orden no está solamente en los hombres para que amen su orden, sino que está en ellos más bien para amar las otras órdenes. Por ello, amar una orden y desamar otra orden no es mantener la orden, pues ninguna orden ha hecho Dios contraria a otra orden. De donde, así como un hombre religioso que ama tanto su orden que es enemigo de otra orden no cumple con su orden, así el caballero no cumple con su oficio de caballero cuando ama tanto a su orden que menosprecia y desama otra orden. Pues si un caballero tuviera la orden de caballería desamando y destruyendo otra orden, se seguirla que Dios y la orden serían contrarios, cuya contrariedad es imposible.

    6. Tan noble cosa es el oficio de caballero que cada caballero debería ser señor y regidor de alguna tierra; pero no hay tierras suficientes para los caballeros, que son muchos. Y para significar que un solo Dios es señor de todas las cosas, el emperador debe ser caballero y señor de todos los caballeros; mas como el emperador no podría por si mismo regir a todos los caballeros, conviene que tenga debajo de sí reyes que sean caballeros, para que lo ayuden a mantener la orden de caballería. Y los reyes deben tener bajo sí condes, condores, valvasores y los demás grados de caballería; y bajo estos grados deben estar los caballeros de un escudo, los cuales sean gobernados y sometidos a los grados de caballería arriba citados.

    7. Para demostrar el excelente señorío, sabiduría y poder de Nuestro Señor Dios, que es uno, y puede y sabe regir y gobernar todo cuanto existe, inconveniente cosa sería que un caballero pudiese por sí mismo regir todas las gentes de este mundo, pues si lo hiciera no serían tan bien significados el señorío, el poder y la sabiduría de Nuestro Señor Dios. Por ello, Dios ha querido que para regir todas las gentes de este mundo sean necesarios muchos oficiales que sean caballeros. Por consiguiente, el rey o príncipe que hace procuradores, vegueres o bailes a otros hombres que no sean caballeros lo hace contra el oficio de la caballería, puesto que el caballero, según la dignidad de su oficio, es más conveniente para señorear en el pueblo que cualquier otro hombre; pues por el honor de su oficio se le debe más honor que a otro hombre que no tenga oficio tan honrado. Y por el honor en que está por su orden, tiene nobleza de corazón, y por la nobleza de corazón se inclina más tarde a maldad y a engaño y a viles acciones que otro hombre.

    8. Oficio de caballero es mantener y defender a su señor terrenal, pues ni rey, ni príncipe, ni ningún alto barón podría sin ayuda mantener la justicia entre sus gentes. De donde, si el pueblo o algún hombre se opone al mandamiento del rey o del príncipe, conviene que los caballeros ayuden a su señor, que por sí sólo es un hombre como los demás. De modo que el caballero malvado que ayuda antes al pueblo que a su señor, o que quiere ser señor y quiere desposeer a su señor, no cumple con el oficio por el cual es llamado caballero.

    9. Por los caballeros debe ser mantenida la justicia, pues así como los jueces tienen oficio de juzgar, así los caballeros tienen oficio de mantener la justicia. Y si el caballero y las letras pudiesen convenir entre sí tanto que el caballero poseyese la suficiente ciencia como para ser juez, juez debería ser el caballero; pues aquel por quien la justicia puede ser mejor mantenida es más conveniente para ser juez que otro hombre, con lo que el caballero es conveniente para ser juez.

    10. El caballero debe cabalgar, justar, correr lanzas, ir armado, tomar parte en torneos, hacer tablas redondas, esgrimir, cazar ciervos, osos, jabalíes, leones, y las demás cosas semejantes a éstas que son oficio de caballero; pues por todas estas cosas se acostumbran los caballeros a los hechos de armas y a mantener la orden de caballería. Por ello, menospreciar la costumbre y el uso de aquello por lo que el caballero aprende a usar bien de su oficio, es menospreciar la orden de caballería.

    11. De donde, así como todos estos usos arriba citados son propios del caballero en cuanto al cuerpo, así justicia, sabiduría, caridad, lealtad, verdad, humildad, fortaleza, esperanza, experiencia y demás virtudes semejantes a éstas son propias del caballero en cuanto al alma. Y por eso el caballero que usa de las cosas que son propias de la orden de caballería en cuanto al cuerpo, y no usa en cuanto al alma de aquellas virtudes que son propias de la caballería, no es amigo de la orden de caballería, pues si lo fuese se seguiría que el cuerpo y la caballería juntos serían contrarios al alma y a sus virtudes, y eso no es verdadero.
    12. Oficio de caballero es mantener la tierra, pues por el miedo que tienen las gentes a los caballeros dudan en destruir las tierras, y por temor de los caballeros dudan los reyes y los príncipes en ir los unos contra los otros. Pero el malvado caballero que no ayuda a su señor terrenal, natural, contra otro príncipe es caballero sin oficio, y es igual que fe sin obras y que descreimiento, que es contra fe. De donde, si tal caballero cumpliese obrando así con la orden y el oficio de caballería, la caballería y su orden serían contrarias al caballero que combate hasta la muerte por la justicia y por mantener y defender a su señor.

    13. No hay ningún oficio hecho que no pueda ser deshecho; pues si lo que ha sido hecho no pudiera ser deshecho ni destruido, lo que ha sido hecho sería semejante a Dios, que no ha sido hecho ni puede ser destruido. De donde, como el oficio de la caballería ha sido hecho y ordenado por Dios, y es mantenido por aquellos que aman la orden de caballería y que están en la orden de caballería, por eso el malvado caballero que abandona la orden de caballería, desamando el oficio de la caballería, deshace en sí mismo la caballería.

    14. El rey o el príncipe que deshace en sí mismo la orden de caballero, no solamente deshace en sí mismo su ser de caballero, sino también en los caballeros que le están sometidos, los cuales, por el mal ejemplo de su señor, y para ser amados por él y seguir sus malas costumbres, hacen lo que no es propio de la caballería ni de su orden. Y por eso los príncipes malvados no solamente son contrarios a la orden de caballería en si mismos, sino también en sus súbditos, en quienes deshacen la orden de caballería. De donde, si expulsar a un caballero de la orden de caballería es muy grande maldad y gran vileza de corazón, ¡cuánto peor obra aquel que expulsa a muchos caballeros de la orden de caballería!

    15. ¡Ah, qué gran fuerza de corazón reside en caballero que vence y somete a muchos malvados caballeros! El cual caballero es aquel príncipe o alto barón que ama tanto la orden de caballería que, pese a que muchos malvados que pasan por caballeros le aconsejan a diario que cometa maldades, traiciones y engaños para destruir en sí misma la caballería, el bienaventurado príncipe, con sola la nobleza de su corazón, y con la ayuda que le presta la caballería y su orden, destruye y vence a todos los enemigos de la caballería.

    16. Si la caballería residiera más en la fuerza corporal que en la fuerza del corazón, se seguiría que la orden de caballería concordaría mejor con el cuerpo que con el alma; y si así fuese, el cuerpo tendría mayor nobleza que el alma. De donde, puesto que la nobleza de corazón no puede ser vencida ni sometida por un hombre ni por todos los hombres que existen, y un cuerpo puede ser vencido y apresado por otro, el caballero malvado que teme más por la fuerza de su cuerpo, cuando huye de la batalla y desampara a su señor, que por la maldad y flaqueza de su corazón, no cumple con el oficio de caballero ni es servidor ni obediente a la honrada orden de caballería, que tuvo su principio en la nobleza de corazón.

    17. Si la menor nobleza de corazón conviniera mejor con la orden de caballería que la mayor, flaqueza y cobardía concordarían con caballería contra el valor y la fuerza de corazón; y si esto fuese así, flaqueza y cobardía serían oficio de caballero, y valor y fuerza desordenarían la orden de caballería. De donde, como esto no sea así, si tú, caballero, quieres y amas mucho la caballería, debes esforzarte para que, cuanto más te falten compañeros y armas y provisión, tengas mayor coraje y esperanza contra aquellos que son contrarios a la caballería. Y si tú mueres por mantener la caballería, entonces tú aprecias la caballería en lo que más la puedes amar, servir y considerar; pues la caballería en ningún lugar reside tan agradablemente como en la nobleza de corazón. Y ningún hombre puede amar ni honrar ni poseer mejor la caballería que aquel que muere por el honor y la orden de caballería.

    18. Caballería y valor no se avienen sin sabiduría y cordura; pues sí lo hiciesen, locura e ignorancia convendrían con la orden de caballería. Y si esto fuese así, sabiduría y cordura, que son contrarias a locura e ignorancia, serían contrarias a la orden de caballería, y eso es imposible; por cuya imposibilidad se te significa a ti, caballero que tienes grande amor a la orden de caballería, que así como la caballería, por la nobleza de corazón, te hace tener valor y te hace menospreciar los peligros para que puedas honrar la caballería, así conviene que la orden de caballería te haga amar la sabiduría y cordura con que puedas honrar la orden de caballería contra el desorden y la decadencia que hay en aquellos que piensan cumplir con el honor de la caballería por la locura y la mengua de entendimiento.

    19. Oficio de caballero es mantener viudas, huérfanos, hombres desvalidos; pues así como es costumbre y razón que los mayores ayuden y defiendan a los menores, así es costumbre de la orden de caballería que, por ser grande y honrada y poderoso, acuda en socorro y en ayuda de aquellos que le son inferiores en honra y en fuerza. De donde, si forzar viudas que necesitan ayuda y desheredar huérfanos que necesitan tutor, y robar y destruir a hombres mezquinos y desvalidos a quienes se debe prestar socorro, concuerda con la orden de caballería, maldad, engaño, crueldad y traición convienen con orden y con nobleza y honra. Y si esto es así, entonces el caballero y su orden son contrarios al principio de la orden de caballería.

    20. Si Dios ha dado ojos al menestral para que vea y pueda trabajar, al hombre pecador le ha dado ojos para que pueda llorar sus pecados; y si al caballero le ha dado el corazón para que sea estancia donde resida la nobleza de su ánimo, al caballero que tiene fuerza y honra le ha dado corazón para que haya en él piedad y compasión para ayudar y salvar y mirar por aquellos que levantan los ojos con lágrimas, y sus corazones con esperanza, a los caballeros para que los ayuden y los defiendan y los asistan en sus necesidades. Por consiguiente, el caballero que no tenga ojos con que vea a los desvalidos ni corazón con que cuide de sus necesidades, no es verdadero caballero ni está en la orden de caballería; pues tan alta y noble cosa es caballería que a todos aquellos que están obcecados y tienen un vil corazón los expulsa de su orden y de su beneficio.

    21. Si la caballería, que es oficio tan honrado, fuese oficio de robar y de destruir a los pobres y desvalidos, y de engañar y forzar a las viudas y a las demás mujeres, bien grande y bien noble oficio seria ayudar y mantener huérfanos y viudas y pobres. De donde, si lo que es maldad y engaño es propio de la orden de caballería, que es tan honrada, y por maldad, y por falsía, y por traición y crueldad la caballería se mantiene en su honra, ¡cuánto más honrada por encima de la caballería sería la orden que se mantuviera en su honra por lealtad, y cortesía, y liberalidad, y piedad!

    22. Oficio de caballero es tener castillo y caballo para guardar los caminos y defender a los labradores. Oficio de caballero es tener villas y ciudades para mantener la justicia entre las gentes, y para congregar y juntar en un lugar a carpinteros, herreros, zapateros, pañeros, mercaderes y los demás oficios que corresponden al ordenamiento de este mundo y que son necesarios para conservar el cuerpo en sus necesidades. De donde, si los caballeros, para mantener su oficio, están tan bien alojados que son señores de castillos y de villas y de ciudades; si destruir villas, castillos y ciudades, quemar y talar árboles y plantas, y matar el ganado y robar los caminos es oficio y orden de caballero, construir y edificar castillos, fortalezas, villas y ciudades, defender a los labradores, tener atalayas para la seguridad de los caminos y otras cosas semejantes a éstas, serían desordenamiento de caballería; y si esto fuese así, la razón por la que fue constituida la caballería seria una misma cosa con su desorden y su contrario.
    23. Traidores, ladrones, salteadores deben ser perseguidos por los caballeros; pues así como el hacha se ha hecho para destruir los árboles, así el caballero tiene su oficio para destruir a los hombres malos.

    De donde, si el caballero es salteador, ladrón, traidor, y los salteadores, traidores, ladrones deben ser muertos y apresados por los caballeros; si el caballero que es ladrón o traidor o salteador quiere cumplir con su oficio y cumple en otro con su oficio, mátese y préndase a sí mismo; y si en sí mismo no quiere cumplir con su oficio y cumple en otro con su oficio, conviene con la orden de caballería mejor en otro que en sí mismo. Y como no es lícito que ningún hombre se mate a sí mismo, por eso el caballero que sea ladrón, traidor y salteador debe ser destruido y muerto por otro caballero. Y el caballero que tolere o mantenga a caballero traidor, salteador, ladrón, no cumple con su oficio; pues si cumpliera con su oficio, obraría contra su oficio si matase o destruyese a los hombres ladrones y traidores, que no son caballeros.

    24. Si tú, caballero, tienes dolor o algún mal en una mano, aquel mal está más cerca de la otra mano que no de mí o de otro hombre; por consiguiente, el caballero que es traidor, ladrón o salteador tiene su vicio y su falta más cerca de ti, que eres caballero, que de mí, que no soy caballero. De donde, si tu mal te causa mayor dolor que el mío, ¿por qué excusas y mantienes al caballero enemigo del honor de la caballería y por qué vituperas a los hombres que no son caballeros por las faltas que cometen?

    25. El caballero ladrón comete mayor latrocinio contra el alto honor de la caballería cuando priva a ésta de sí mismo y de su nombre, que cuando roba dineros y otras cosas; pues quitar honra es dar vileza y mala fama a aquello que es digno de ser loado y honrado. Y como el honor y la honra valen más que dineros, oro y plata, por eso es mayor falta envilecer la caballería que robar dineros y otras cosas que no son la caballería. Y si esto no fuera así, se seguiría, o que dineros y las cosas que se roban son mejores que el hombre, o que es mayor latrocinio robar un dinero que robar muchos.

    26. Si el hombre traidor que mata a su señor, o yace con su mujer, o entrega su castillo, es caballero, ¿qué cosa es el hombre que muere por honrar y defender a su señor? Y si el caballero traidor es halagado por su señor, ¿cuál falta podrá cometer por la que sea castigado y reprendido? Y si el señor no mantiene el honor de la caballería contra su caballero traidor, ¿en quién lo mantendrá? Y si el señor no destruye a su traidor, ¿qué destruirá y por qué es señor, hombre o cosa alguna?

    27. Si es oficio de caballero retar o combatir al traidor, y si oficio de caballero traidor es esconderse y combatir contra caballero leal, ¿qué cosa es oficio de caballero? Y si un ánimo tan malvado como el del caballero traidor cuida vencer el ánimo de caballero leal, el alto ánimo de un caballero que combate por la lealtad, ¿qué cosa cuida vencer y superar? Y si es vencido el caballero amigo de la caballería y de la lealtad, ¿cuál es el pecado que ha cometido y adónde ha ido a parar el honor de la caballería?

    28. Si robar fuese oficio de caballero, dar sería contrario a la orden de caballería; y si dar conviniese con algún oficio, ¿cuánto valor habría en aquel hombre que tuviese el oficio de dar? Y si dar las cosas quitadas conviniese con el honor de la caballería, restituirlas, ¿con qué convendría? Y si el caballero debe poseer lo que quita a quien Dios se lo dio, ¿qué cosa hay que el caballero no deba poseer?

    29. Poco sabe de encomendar quien a lobo hambriento encomienda sus ovejas, y quien su bella esposa encomienda a caballero joven traidor, y quien su fuerte castillo encomienda a caballero avaro y robador. Y si tal hombre poco sabe de encomendar sus cosas, ¿quién es el que sabe encomendar sus bienes y quién es el que sabe devolver y guardar lo encomendado?

    30. ¿Has visto algún caballero que no quiera recobrar su castillo? ¿Has visto alguna vez caballero que no quiera guardar su esposa de caballero traidor? ¿Has visto alguna vez caballero robador que no robe furtivamente? Y si no has visto ninguno de tales caballeros, ¿podrá hacerlos volver alguna regla u orden a la orden de caballería?

    31. Tener reluciente el arnés y bien cuidado el caballo es oficio de caballero, y si jugarse el arnés, las armas y el caballo no es oficio de caballero, entonces lo que es y lo que no es oficio de caballero. De donde, si esto es así, entonces oficio de caballero es y no es; de donde, como ser y no ser son contrarios, y destruir el arnés no es caballería, entonces, caballería sin armas, ¿qué cosa es y por qué razón el caballero es llamado así?

    32. Mandamiento es de ley que el hombre no sea perjuro; de donde, si el jurar en falso no va contra la orden de caballería, Dios, que hizo el mandamiento, y caballería son contrarios; y si lo son, ¿dónde está la honra de la caballería y qué cosa es su oficio? Y sí Dios y caballería convienen entre sí, conviene que jurar en falso no se dé en aquellos que mantienen la caballería. Y si hacer voto y prometer a Dios y jurar en verdad no se da en el caballero, ¿dónde está la caballería?

    33. Si justicia y lujuria convienen entre sí, caballería, que conviene con justicia, convendría con lujuria; y si caballería y lujuria convienen entre sí, castidad, que es lo contrario de lujuria, iría contra la honra de la caballería; y si esto es así, seria verdad que los caballeros quisieran honrar la caballería para mantener la lujuria. Y si justicia y lujuria son contrarios, y la caballería existe para mantener la justicia, entonces caballero lujurioso y caballería son contrarios; y si lo son, en la caballería debería ser evitado más de lo que lo es el vicio de la lujuria; y si fuese castigado el vicio de la lujuria según debería, de ninguna orden serían expulsados tantos hombres como de la orden de caballería.

    34. Si justicia y humildad fuesen contrarias, caballería, que concuerda con justicia, seria contra humildad y concordarla con orgullo. Y si caballero orgulloso mantiene el oficio de caballería, otra caballería fue aquella que comenzó por la justicia y para mantener a los hombres humildes contra los orgullosos injustos. Y si esto es así, los caballeros de estos tiempos no están en la orden en que estaban los otros caballeros que hubo primero. Y si estos caballeros de ahora tienen la regla y cumplen con el oficio con que cumplían los primeros, no hay orgullo ni maldad en estos caballeros que vemos orgullosos e injustos. Y sí lo que parece ser orgullo e injusticia no es nada, entonces, ¿en qué están y dónde y qué son humildad y justicia?
    35.

    Si justicia y paz fuesen contrarias, caballería, que concuerda con justicia, sería contraria a paz; y si lo es, entonces estos caballeros que son ahora enemigos de la paz y aman las guerras y las fatigas son caballeros; y aquellos que pacifican a las gentes y huyen de las fatigas son injustos y son contra caballería. De donde, si esto es así, y los caballeros de ahora cumplen con el oficio de la caballería siendo injustos y belicosos y amadores del mal y las fatigas, me pregunto qué cosa eran los primeros caballeros, que concordaban con justicia y con paz, pacificando a los hombres por la justicia y por la fuerza de las armas. Pues así como en los primeros tiempos, es ahora oficio de caballero pacificar a los hombres por la fuerza de las armas; y si los caballeros belicosos e injustos de estos tiempos no están en la orden de caballería ni tienen oficio de caballero, ¿dónde está, entonces, caballería y cuáles y cuántos son los que están en su orden?


    36. Muchas son las maneras por las que el caballero puede y debe cumplir con el oficio de la caballería; pero, puesto que hemos de tratar de otras cosas, las exponemos lo más abreviadamente que podemos, y mayormente porque a petición de un cortés escudero, leal y verdadero, que ha observado durante mucho tiempo la regla de caballero, hemos hecho este libro abreviadamente, pues en breve debe ser armado nuevo caballero.
    Última edición por Tradición.; 20/07/2007 a las 20:41

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