Tomado del blog de la revista "Cabildo":
España: la persecución religiosa del '36 (I)
EL HECHO Y SU DIMENSIÓN UNIVERSAL Y UNIVERSALISTA
Nos hemos metido ya de lleno, y en concreto, en el relato detallado de esa gran tragedia del pueblo español, dividido y enfrentado todo él en dos bandos, dos zonas, dos posturas ideológicas antitéticas que lo llevarán a una lucha a muerte: en “comunistas” y “fascistas”, rojos y nacionales, ateos y creyentes. Y esto, no en la esfera particular de cada persona, sino en el plano general, sociológico de esos dos bandos, protagonistas de la gran epopeya nacional del 36. Es en este plano superior, universalista, desde donde cabe analizar e interpretar este hecho escandaloso, incomprensible, absurdo, para unos ojos extraños, incrédulos o superficiales.
Nosotros vamos a relatarlo en sus colosales dimensiones numéricas; en su crueldad increíble y refinada; en su sevicia satánica demoledora; en su brutalidad inmisericorde para con las cosas, los símbolos y las personas, encarnación de una Fe y una Religión que estos nuevos perseguidores del siglo XX quisieron e intentaron llevar a su total extinción y aniquilamiento. Vamos a relatar esa total inmolación y universal holocausto de la Iglesia Española, sin distinción alguna de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seglares de toda edad, condición y tendencia. Vamos a conocer las incontables listas de esa hecatombe martirial impresionante, segadas implacablemente bajo el plomo homicida de las patrullas de milicianos y las turbas desbocadas, en sus “paseos”, “sacas”, “checas”, y demás inventos de la insaciable crueldad humana. Vamos a destacar a su vez, el valor martirial de esos “testigos” de la Fe, miembros ilustres de la Iglesia Española que, en el siglo XX, sabe ofrecer al mundo un martirologio comparable en todo a las grandes persecuciones históricas del primitivo Cristianismo (…)
La exposición de nuestro relato tiende, más bien, a mostrar a la conciencia católica y humana de nuestros días, el carácter distintivo y manifiesto de todas esas muertes pro aris et focis en muchas de ellas. Muertes en las que se mezclaban y unían, a la causa principal de su condición religiosa, sacerdotal, católica, la causa patriótica y las inevitables adherencias políticas, sociales, bélicas. Así muchas de las célebres “sacas” sacrificadas en toda la zona roja, lo fueron con motivo y ocasión circunstancial de los bombardeos nacionales, como en el caso concreto del genocidio de Paracuellos del Jarama, con la excusa fútil y descarada de la proximidad del Ejército Nacional.
No se descarta, ciertamente, en muchas de las víctimas, el motivo pasional, individual y colectivo, causa próxima de su ejecución sumarísima sin juicio ni formalidad alguna. Pero junto a esas concomitancias circunstanciales, estaba siempre, en la intención de los verdugos y la aspiración de las víctimas, el motivo religioso, el odio a la Religión, el carácter sacerdotal, o de consagrados a un Dios a quien ellos, unos y otros, invocaban en última instancia, para bendecirlo o blasfemarlo en las palabras y los hechos. Lo que aquellos esbirros de la revolución roja intentaban, consciente o inconscientemente, era matar la idea metafísica encarnada en unos hombres y mujeres inermes, desvalidos, pero con una fuerza intrínseca en sus almas, sostenedora de su debilidad, que muchas veces tuvieron que admirar y confesar sus propios asesinos.
¡Matar la idea más que las personas! ¡Matar a Dios y reducir a la nada todos sus símbolos, objetos, templos, monumentos, junto con sus servidores y apóstoles! Este sería el sentido profundo y el fin último pretendido por ese impresionante “jaque mate” a la Iglesia Católica Española a cargo del ateísmo militante durante la Cruzada Nacional del 36.
A este respecto, queremos consignar el simbolismo bien expresivo de aquellos milicianos apuntando y disparando, con saña y desfachatez sacrílega, sus fusiles, contra la estatua del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, centro geográfico de España. ¡Fusilar a Dios! Este es el sentido plástico y nietzscheano de este gesto insólito en la historia de las persecuciones religiosas. Fusilar a Dios, al Dios de los cristianos, al Dios de la España tradicional, católica. Gesto, por otra parte, repetido en otros muchos lugares de la geografía nacional. En la plaza pública de Trévelez, pueblecito de Sierra Nevada, quizá el más alto de la geografía española, fue también fusilada la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Como lo fue, a su vez, la del Templo Expiatorio Nacional del Tibidabo en Barcelona. Así tantos y tantos cristos y vírgenes venerables, y de valor artístico muchos de ellos, fueron víctimas de la furia iconoclasta, el odio y la execración de las turbas revolucionarias.
Tal vez alguien encuentre razón suficiente de este hecho escandaloso en la particular idiosincrasia del pueblo español, que, llevado de su sentimiento radical, extremista y apasionado, sabe, con toda facilidad, encender una vela a Dios y otra al diablo.
Para nosotros, no es razón suficiente ésta, como no lo son de ese violento y trágico anticlericalismo español, las motivaciones todas: históricas, sociales, políticas y económicas que hemos tratado de desentrañar en los antecedentes remotos y próximos de la Guerra civil.
Es éste un punto de meditación y estudio detallado, sereno, imparcial. Cierto es que el pueblo español es dado a esa radical ambivalencia de sus sentimientos, pero permaneciendo en el plano horizontal de las interpretaciones humanas, no hay explicación lógica de unos hechos de monstruosidad y sinrazón evidentes. Hechos que, a juicio de preclaros historiadores de nuestra Guerra Civil, vienen a simbolizar el absurdo, la locura y el suicidio de todo un pueblo. Por algo, nosotros, quermos mantener para esa guerra civil española, el apelativo de Cruzada Nacional. Para no abocarnos a la pregunta sin respuesta: ¿por qué el pueblo español, “tan católico”, que ha profesado y sigue profesando en su inmensa mayoría la Religión Católica, es el pueblo que con más saña, odio y crueldad, ha perseguido a esa Religión en sus símbolos, jerarquías e instituciones? Nosotros diríamos que precisamente por ser católico, el pueblo español, cometió, o mejor, le hicieron cometer sus mentores y clases dirigentes, ateas y anticlericales ese sacrilegio. De aquellos polvos, salieron estos lodos. De atrás y bien atrás, vinieron las aguas de este desbordamiento con caracteres de diluvio universal. De la “ilustración francesa”, y más: de la protesta de Lutero. Nuestros intelectuales afrancesados, de ayer y hoy, europeizantes a ultranza, anticlericales declarados y decididos, han pretendido acercarnos a esa Europa atea, liberal y marxista. Unos y otros, han tratando, con afán, de extirpar las raíces mismas de la vida colectiva del pueblo español: su unidad de destino en lo universal, que no es otro, según parecer de nuestros mejores pensadores nacionales, que el mantener y transmitir el signo católico de la vida y la historia. Y ese signo inconfundible de su manera de ser, única y exclusiva, es el que se comenzó a atacar en el siglo de las luces, la Enciclopedia, el ateísmo, el Liberalismo y el Marxismo.
Ángel García
[COLOR=#FF0000][B]Nota: Tomado de su libro “La Iglesia Española y el 18 de Julio”, ediciones Acervo, Barcelona, 1977.
http://elblogdecabildo.blogspot.com/...sa-del-36.html
Última edición por Erasmus; 11/08/2007 a las 06:19
Imperium Hispaniae
"En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."
España: la persecución religiosa del '36 (II)
LA REALIDAD, LA EXTENSIÓN Y LA PROFUNDIDAD
DE LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA
Parecerá extraño, pero hay que empezar por afirmar la realización auténtica de la persecución religiosa en España durante la Guerra Civil del 36, y concretamente en “zona roja”. Realidad que se extiende a la espectacularidad de las “sacas” colectivas, al número y calidad de las víctimas, a la crueldad y ensañamiento por parte de sus verdugos, a las causas y condicionantes de las muertes de los victimados de toda edad, sexo y categoría social y jerárquica.
A este respecto, y como testimonio de excepción nada sospechoso traemos a colación las palabras de Salvador de Madariaga: “Nadie que tenga a la vez buen fe y buena información puede negar los horrores de esta persecución. Que el número de sacerdotes asesinados haya sido dieciséis mil o mil seiscientos, el tiempo lo dirá. Pero que durante meses y aún años bastase el mero hecho de ser sacerdote para merecer pena de muerte ya de los muchos tribunales más o menos irregulares que como hongos salían del pueblo popular, ya de revolucionarios que se erigían a sí mismos en verdugos espontáneos, ya de otras formas de venganza o ejecución popular, es un hecho plenamente confirmado. Como lo es también el que no hubiera culto católico de un modo general hasta terminada la guerra, y que aún como casos excepcionales y especiales, sólo ya casi terminada la guerra hubiera alguno que otro. Como lo es también que iglesias y catedrales sirvieran de almacenes, mercados y hasta en algunos casos de vías públicas incluso para vehículos de tracción animal…” (“España. Ensayo de Historia contemporánea”, México - Buenos Aires, 1955, págs. 609-610).
Por otra parte, la misma prensa roja, no se ocultó de manifestar sus intenciones, propósitos y realidades sangrientas e iconoclastas. “La Vanguardia”, de Barcelona, del 2 de agosto de 1936, publicaba ya una afirmación escueta de Andrés Nin, jefe del Partido Obrero de Unificación Marxista (P.O.U.M.): “La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia, sencillamente, no dejando en pie ni una siquiera”.
Por su parte “Solidaridad Obrera”, de Barcelona también, en su número del 15 de agosto publicaba en cabecera, y con gruesos titulares: “¡Abajo la Iglesia!”. Y como subtítulos, elocuentes y expresivos, añadía: “Treinta siglos de oscurantismo religioso envenenaron las mentes del pueblo español”. “La Iglesia se ha caracterizado siempre por su sentido reaccionario”. “El cura, el fraile y el jesuita mandaban en España. Hay que extirpar a esta gente”. “La Iglesia ha de ser arrancada de cuajo de nuestro suelo. Sus bienes han de ser expropiados”. Ya en el texto, se explayaba en estos términos: “La Iglesia ya de desaparecer para siempre. Los templos no servirán más para favorecer las alcahueterías más inmundas. No se quemarán más blandones en aras de un costal de prejuicios. Se han terminado las pilas de agua bendita”.
“No existen (ya) covachuelas católicas. Las antorchas del pueblo les han pulverizado. En su lugar nacerá un espíritu libre que no tendrá nada en común con el masoquismo que se incuba en las naves de las catedrales. Pero hay que arrancar a la Iglesia de cuajo. Para ello es preciso que nos apoderemos de todos sus bienes que por justicia pertenecen al pueblo. Las órdenes religiosas han de ser disueltas. Los obispos y sacerdotes han de ser fusilados. Y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados”.
No es, pues, de extrañar el que las turbas, alentadas con tales soflamas periodísticas, se lanzaran a la calle a poner por obra las consignas de sus mentores y dirigentes revolucionarios. Así, José Díaz, secretario de la III Internacional, en un mitin celebrado en Valencia el 5 de marzo de 1937, podía afirmar con seguridad: “En las provincias en que gobernamos, la Iglesia no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia en España está hoy aniquilada”. Por su parte “Solidaridad Obrera” del 28 de enero de 1937, confirmaba: “No les queda un altar en pie. No existe un títere con cabeza de esos que colocan en los retablos. No quedan apenas feligreses”. “¿Quiénes han caído bajo el lazo de la justicia popular? —tronaba altisonante y retador— el “Órgano del Frente Aragonés”, antiguo diario “Orientación Social”, de Huesca—. Los curas que en la sombra urdían y tramaban el aniquilamiento del pueblo… Los caciques, mil veces odiados y odiosos, que, envenenados por el curato, ponían todo su dinero al servicio de la traición. Dejad a ese pueblo, dejadlo con su soberana justicia, que él sabrá dar buena cuenta de los facciosos…”
“…militares, políticos, antigua y arqueológica aristocracia y miembros de la Iglesia retrógrada, todos juntos, en montón de infamia, han de caer en la misma maldición, y la justicia de la República, sin desmayos, implacable, serena, hará oír su voz y su sentencia inapelable”.
A la distancia de un mes tan sólo de la actuación de esta justicia popular, en cumplimiento exacto de esa sentencia inapelable, habían sido ejecutadas ilegalmente, tan sólo en Madrid, más de veinte mil personas. Este dato fue confirmado por el mismo Galarza, ministro de la Gobernación, quien hubo de frenar la ola de terrorismo que desbordaba ya las ambiciones más sanguinarias y ponía en peligro y en entredicho la razón de la lucha y la seguridad de la victoria republicana. Esta misma realidad insostenible es constatada por el prohombre de la C.N.T. Juan Peyró, que afirma y confiesa la monstruosidad del terrorismo imperante en la zona roja: “…ya no se trata de saber si esos crímenes los cometen hombres de tal o cual sector. Lo interesante sería que nos decidiéramos a acabar con esa danza macabra de todas las noches, con esa procesión de muertos, que, señalándonos ante el mundo, nos acusa de la misma ignominia que las gentes honradas acusan a los fascistas… Una civilización, por malvada que haya sido, no puede ser suplantada por el salvajismo de unas hordas carniceras”.
El dato global de estas matanzas inaugurales de la revolución roja, de las que la Iglesia, en sus ministros y en sus fieles fue la víctima propiciatoria, es confesado, pues, por los mismos actores de la tragedia. Tal vez, para dar una apariencia legal a tales matanzas, el gobierno republicano procedió a la creación, por decreto, de los famosos tribunales populares, llevaba a cabo el 24 de agosto de 1936. Este decreto concedía atribuciones para juzgar delitos por rebelión, sedición y atentados contra la seguridad del Estado. Estaban integrados por tres funcionarios judiciales como jefes de derecho y catorce jurados, designados por los partidos del Frente Popular y organizaciones sindicales afectas al mismo. Sobre la catadura moral y humana de muchos de esos jefes y jurados pronto la conoceremos por los hechos. Por de pronto, el gobierno republicano, a través de su Fiscal General de la República, en una circular a sus subordinados, daba la motivación doctrinal de su medida y su decreto: “La República es un régimen de justicia y la justicia emana del pueblo…; si ese pueblo noble y grande está dando su vida por un régimen de libertad y de justicia, démosle la justicia que él quiere que le sea dada con el ritmo y el tono que nos marque”.
Tanto el régimen de libertad y justicia popular, como el ritmo y tono del mismo, pronto vamos a verlo retratado, con toda veracidad y crudeza, en los hechos de las matanzas colectivas.
[RIGHT]Ángel García.
[LEFT][COLOR=#FF0000][B]Nota: Tomado de su libro “La Iglesia Española y el 18 de Julio”, ediciones Acervo, Barcelona, 1977.
http://elblogdecabildo.blogspot.com/...e-1936-ii.html
Imperium Hispaniae
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