Revista ¿QUÉ PASA? núm 150, 11-Dic-1966
UNA DIOCESIS ESTRENA "CLERCHI” (*)
(Primeras impresiones al efecto)
Por SAULO
Nuestra diócesis—aquella en que residimos—acaba de estrenar «clerchi». Retrasada anduvo la autorización, pero es que había circunstancias especiales que impidieron que la cosa se hiciese con más premura. Pero, en fin, a mediados de octubre, los anhelos se vieron colmados y cesaron las impaciencias de ese 30 por 100 de sacerdotes diocesanos—según los cálculos más optimistas—que se cree que vestirán el «clerchi» a partir de ahora.
Uno está siempre con los oídos atentos para ver cómo «caen» ciertas cosas entre el público o, si se quiere, entre el pueblo fiel. Y en esta ocasión, apenas ha salido a la calle el primer cura vestido de «clerchi», nos hemos dispuesto a recoger impresiones, comentarios y pareceres. A continuación estampamos algunas de estas impresiones, con la recta intención de que si alguno de los interesados se ve reflejado en ellas y cree oportuno hacer alguna rectificación, lo haga de inmediato. Tiene, ¡cómo no!, nuestra autorización y hasta incluso, si cabe nuestro aplauso. Siempre se dijo que es propio de sabios el rectificar.

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Primera impresión. En cierto acreditado centro instructivo de jóvenes hay dos curas capellanes, uno con mayor y más acusada personalidad que el otro. Escasos días más tarde de que se hiciera pública la autorización del prelado para que los sacerdotes pudieran vestir el «clerchi»—lo cual demuestra que el interesado lo tenía con antelación encargado al sastre—, el sacerdote de personalidad menos acusada aparece vestido de «clerchi» gris. El otro continúa vistiendo la sotana tradicional distintiva del sacerdocio.
Un seglar, que tiene ocasión de hablar con dichos capellanes estando los dos juntos, dice al que viste el flamante «clerchi»:
—Lo siento, padre, pero aquí su compañero, vistiendo de sotana, me causa mucho más respeto que usted, que viste casi como yo. Me agradaría poder decirle lo contrario, pero es así...
Al sacerdote que vestía sotana debieron darle mucha pena estas palabras. A él le hubiera gustado posiblemente repartir con su compañero, a partes iguales, la dosis de respeto que a aquel seglar merecían ambas formas sacerdotales de vestir, el «clerchi» y la sotana. Pero aquél volcó la cantidad total de su respeto sólo sobre el ensotanado.
Simplemente, un síntoma y una toma de posición.
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Segunda impresión.
—Oye, papá...
—¿Qué, hija mía?
—Que si en lo sucesivo veo por la calle a un sacerdote vestido «de paisano»...
—No, hija. De paisano, no; de «clerchi»...
—Bueno, de... «eso»..., y me confundo y le beso la mano creyendo que es un sacerdote católico y resulta luego que es protestante, sería una coladura, ¿no? Yo no sé qué hacer, papá. Yo creo que lo mejor es no besarle la mano a ninguno de los dos, para no equivocarme, ¿no te parece? Con la sotana no había confusión, pero así…
—Tienes razón, hija mía. No es lo mismo besar la mano a un sacerdote católico, porque a ella baja Jesucristo todos los días, que besársela a un hermano separado, aunque vista traje oscuro y alzacuello. En esa mano no está a diario Jesucristo.
—Por eso digo, papaíto, por eso digo…
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Tercer tema de comentario.
No es el hombre muy practicante ni muy piadoso, desde luego. Viejo militar, hoy retirado, sí que lo es. Va a misa los domingos y cumple con la Iglesia una vez al año. Pero de ahí no pasa. Le gusta al hombre la buena vida y hace burla de muchas cosas. No obstante, cuando se habla de que ya en la diócesis los sacerdotes pueden vestir el «clerchi», nuestro hombre se indigna y precedida del correspondiente «taco», dice esta frase casi lapidaria:
—¿Cómo es posible que un cura no vista de sotana, y la abandone por vestir de esa forma nueva? Yo, si fuera cura, no dejaría de llevar ese vestido, que me distinguiría de los demás hombres. ¡Qué poco aprecio por la «profesión»! ¡Cualquier día yo, en mis tiempos de militar en activo, dejaba de salir a la calle sin mi pantalón caqui y mi guerrera! ¡Poco orgullo que sentía de poder demostrar en todas partes que yo no era un hombre corriente, sino un militar de cuerpo entero! Pero es que ahora, desde el punto de vista clerical, parece que hay un desenfrenado interés en no diferenciarse de los demás hombres…
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Los sacerdotes entusiastas del «clerchi», que tanto jalean y exaltan al llorado Juan XXIII, llamándole «el Papa del Concilio», «el Papa de la renovación de la Iglesia», etc., etc., ¿conocen la circunstancia de que el santo Pontífice llamaba a la sotana sacerdotal «la túnica de Jesucristo»?
—Pero entonces, oiga: ¿cómo es posible que, sobre todo algunos sacerdotes jóvenes, en vez de vestir la túnica que les acerca a Jesucristo, se afanan por vestir un traje que les acerca al mundo?
—No me lo explico, se lo aseguro. No me lo explico…
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—Oiga usted: Esto de que los sacerdotes puedan vestir el «clerchi» lo habrá dispuesto el Concilio, ¿no?
—Creo que no. El Concilio no se ha ocupado específicamente de tal cosa.
— Y el que sean pocos los que llevan la mandada tonsura en su cabeza, ¿es también cosa conciliar?
—¡Qué va! Se trata de una disposición del Derecho Canónico vigente, que de ninguna forma ha sido derogada.
—Entonces, ¿por qué se desobedece tal disposición?
—Eso digo yo: ¿por qué se desobedece?
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—Que el Señor me perdone si con esto le ofendo, aunque creo que no. Yo, para confesarme, entre un sacerdote que vista la sotana y otro que vista el «clerchi», lo haré con aquél y no con éste. Me parece más sacerdote-sacerdote el primero que el segundo. ¿No lo cree usted así?
—Tenga en cuenta que el hábito no hace al monje...
—No le hace, pero le honra y le distingue. Sobre todo esto último: le distingue. Un sacerdote que use de ordinario la sotana, y lo con dignidad, como lo hacen, gracias a Dios, tantos, me figuro que está más cerca de Dios y más distante de ese mundo que anatematizó Jesucristo, que ese otro que viste el aseglarado «clerchi». Yo preferiré siempre al sacerdote-sacerdote, dentro y fuera del confesonario, por supuesto.
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—Oiga, ¿no cree usted que España, con esta forma nueva de vestir los sacerdotes, ya se diferenciará menos del extranjero? ¿No cree usted que nos estamos europeizando y americanizando a pasos de gigante?
—Así lo creo. Eso tan entrañable que antes decíamos, «España es diferente», está pasando a la historia, por desdicha.
—Añada usted que con gran regocijo por parte de los enemigos de la Iglesia y de los amigos de la revolución a escala internacional.
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Aquel sacerdote frisaba en el medio siglo. Decía así:
—Tengo la impresión de que esta autorización que han dado los señores obispos para que los sacerdotes podamos, si nos place, no vestir la sotana, es para evitar mayores males y para que no caigan en falta, si no la visten, un grupo reducido de clérigos jóvenes. Creo que no me equivoco si pienso que esta autorización la han debido dar los prelados con dolor y como-a regañadientes... Yo, por eso, seguiré vistiendo mi sotana, pues, aparte de que no quiero desprenderme de ella, sé que con ello complazco a mi prelado, al que gustaría, sin duda, que ningún sacerdote diocesano hiciera uso de la autorización concedida. ¿No lo cree usted así?
—Efectivamente. Así lo creo, señor cura.
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Punto final.
«Vox populi...» Al pueblo español, al pueblo sano, sencillo y piadoso, le gustaría seguir viendo a sus sacerdotes vestidos de sotana y no de «clerchi» Esta prenda le huele a extranjerismo, a algo así como a dominación extranjera, a persecución religiosa. La razón pastoral del uso de nueva, el «clerchi», créannos los señores obispos, no la vemos por ninguna parte. Palabra.
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