NO SOMOS PERFECTOS, PERO PODEMOS SER MEJORES
El filósofo D. Juan Luis Lorda Iñarra.
HUMILDAD, DISPOSICIÓN Y CONDICIÓN
Con esto de las virtudes pasa una cosa. En algunas épocas es como si todo conspirara contra algunas de ellas. En un tiempo de promiscuidad, la "castidad" tiene tan mala prensa que prácticamente se identifica con un estado mórbido, cuando la realidad es que si alguien necesita un médico es el promiscuo y el libertino. Con la humildad ha pasado que, en esta época de engreídos, muchos están interesados en identificarla con lo que no es: esa especie de rebajamiento, también podríamos advertir alguna patología en ello, que no es ni mucho menos humildad, pero que algunos quieren hacerla pasar como tal. Por favor, prestigiadme la humildad, no me la arrinconéis, no me la pervierta nadie en esa cosa que es tan repulsiva: el apocamiento.
Conocí personalmente al Rev. P. Juan Luis Lorda hace unos años, en una visita mía al Campus de la Universidad de Navarra. Sacerdote, ingeniero industrial y Doctor en Teología es profesor de Teología Dogmática y Antropología Cristiana en la Universidad de Navarra. Reparé en su libro “Moral. El arte de vivir”, un libro muy recomendable para todos aquellos que, habiendo perdido la brújula, quieran un poco de orientación.
Un consejo que tomé del libro susodicho fue el que sigue: “…hay que sacar experiencia de los propios actos y examinar con frecuencia, incluso diariamente, lo que hemos hecho para valorarlo y corregir los errores. Hay que ser humildes para reconocer los errores teóricos y prácticos y rectificar. Esto acaba dando una gran sabiduría. El esfuerzo por vivir honradamente da una penetración especial para conocer la trama de los actos humanos y poder también ayudar a otros”. Me va muy bien, aunque añadiré que cuesta mucho trabajo, como todo lo que vale de verdad.
Se sabe, por tradición escrita a la que ahora no voy a recurrir por falta de tiempo, que los pitagóricos ya tenían algo muy parecido a lo que los cristianos llamamos “examen de conciencia”. El examen de conciencia exige mucha humildad, en efecto. Y la humildad es un conocerse eficaz. La humildad no es apocamiento, achicamiento, menosprecio de uno mismo, ni cosa por el estilo. La humildad es reconocernos en nuestra naturaleza imperfecta, reconociendo justamente eso en que hemos fallado.
Muchas veces, las más de las veces, somos muy indulgentes cuando nos juzgamos a nosotros mismos, incluso a solas y en silencio, mentalmente estamos dispuestos a disculparnos nuestras faltas con mucha ligereza. Y en muchas ocasiones, hartos ya de perdonarnos a nosotros mismos, todo puede ser que ni siquiera queramos concedernos una tregua para hacer ese “examen de conciencia”; pues tal vez ocurra que nos aburramos indeciblemente contemplando nuestros yerros –que no reconocemos-, nuestras faltas –que no estamos dispuestos a admitir- y lo diré con el término fuerte con que siempre se le ha llamado: nuestros pecados. Para no aburrirnos, preferimos no examinarnos.
Humildad, pues. Disposición a admitir nuestros piciazos, sin angustiarnos tampoco por ellos, sino más bien resolviéndonos firmemente a enmendarla, enderezando nuestra intención y poniendo de nuestra parte todo lo que sea menester para hacerlo mucho mejor en lo sucesivo.
Pero la humildad exige hacernos cargo de la realidad. Mirad a un engreído. Nos repugna su actitud por esa actitud suya de creerse mejor. Él ha construido una imagen excelentísima de sí mismo, y de ella no lo apearemos. ¿Vive el “soberbio” -de cualquier especie o grado- en la realidad? Podemos aventurar que vive en ella, pero sin poder hacerse cargo de ella. Ha quedado invidente para lo que le rodea, y sobre todo, ha quedado cegado en cuanto a una imagen mucho más aproximada de su auténtica realidad. El humilde tiene una mirada más limpia hacia lo que es él mismo y hacia todo lo que le rodea. Por eso el humilde se hace cargo de la realidad, mientras que el otro está rodeado de realidad sin que ésta pueda perturbarle su “mundo de las maravillas propias”.
Esta distorsión de la percepción de la realidad –a veces, en los casos más extremos, incluso ceguera- que sufren los soberbios es un mal. Y este mal tiene efectos devastadores en todo lo que rodea al “ciego de sí mismo”. No en vano, uno de los pasajes evangélicos advierte de ese vicio que tiene el que es capaz de ver la paja en el ojo ajeno, mientras no advierte la viga que lleva en el suyo.
Y estas consideraciones que hemos hecho sobre el elemento más propio del “examen de conciencia” más eficaz (la humildad), indispensable “examen de conciencia” que puede ayudarnos tanto para mejorar en nuestra vida personal y cotidiana, nos remite a uno de los peores males que podemos denunciar: nos hemos desapegado de la realidad, desarraigándonos de ella, volando a otros “espacios virtuales”. Y eso se paga, tanto en la vida personal como en la vida del colectivo.
Algún día consideraremos la importancia que tiene la recobranza de la “realidad”. Es, tal vez, lo que hemos de reconquistar, pues prácticamente nos la han llegado a quitar.
Publicado por Maestro Gelimer
http://librodehorasyhoradelibros.blogspot.com/
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