La cuestión de las armas
El museo del ejército Turco, una obligada y apasionante visita para estudiar las impresionantes armas de mano del fiero imperio Otomano. Recordemos el valor que tuvo en la batalla los temidos arcos turcos y los afilados ayagates.
A la muerte de Don Juan de Austria, lo heredó su hermano, el rey, que a la sazón mando de nuevo depositar en la real armería dichos trofeos. Fue Don Juan de Austria, como gran vencedor de la batalla el que recibió buena parte de los honores. Habría que ver que fue de los líderes venecianos. “De los despojos ganados al turco”, fueron, aparte de los bajeles, (que sumo nada mas y nada menos que un total de 16), junto a 720 esclavos de cadena, la celada y el brazalete de Ali baja; ocho cabos de estandarte, cuatro colas de caballo, tres hacerlas de armar, arcos, flechas, carcaxes y otras armas blancas. Recuerda poderosamente a los trofeos de las batallas de la antigüedad. Con total poderío recogía los despojos de los vencidos. . ¿Y donde están en la actualidad?. Como hemos visto, para el público en general, apenas sin ser conocidas. Consta además que se entregaron en la armería once banderas cristianas, azules, con sus cordones y borlas de igual color y oro, las cuales fueron regaladas por el otro gran vencedor. El papa Pío V a Don Juan de Austria.
El alfanje del almirante turco Ali baja.”Cuando la poesía formaba parte de las batallas”.
Y es que la espada del Turco es un testimonio importante de la batalla. Una impresionante pieza, un alfanje turquesco, dorados y la guarnición una cruz, de oro, al igual que el pomo, de terciopelo pardo…En el campo del lado izquierdo, junto a la espiga, varios animales fantásticos y un circulo que contiene una leyenda árabe. En trazados de oro y confeccionados a la damasquina. La leyenda siempre me impresionó sobremanera. Eran otras épocas en las que las armas iban revestidas de advertencias y eran bendecidas. En el caso del alfanje existente en la Real Armería, (que abajo disponemos en fotografía de su hoja, ya que la imagen de arriba pertenece al alfanje de “Soleiman el magnífico”, del museo del ejército Turco), vertida al castellano decía algo así como; “Tus acciones sean en buenas obras; sed buena, fortuna, a la obra de Hachi Murad”. Parece que siempre los Dioses acompañan a cualquier ejército, sean vencedores o vencidos, como veremos más adelante, curiosa egolatría. Lo que se extiende a lo largo de la letra con hojas de oro, dice; “Ciertamente te abrimos camino manifiesto para que te perdone Dios tus pecados pasados y venideros, te conceda sus beneficios y te guíe por el camino recto”. Sigue en idioma turco. “Si me son terribles con tu asistencia, es que das, como el sol, a las criaturas la luz, haces a todo siervo con tu gracia beneficios y que sea yo una gota, siendo tu mar profundo. Nuestro señor el jeque Abdelcader el Sivazi”.
“Y cuando venga el auxilio de Dios y la victoria, y veas a la gente abrazar en tropel la religión de ala, alaba si tu señor , gratificándole y pide perdón, pues ciertamente es condenador”. Al otro lado de la hoja decía; «El auxilio de Dios y la victoria próxima”. Mucho nos tememos que dicha Victoria no le llegó nunca en Lepanto.
La celada de Ali Baja
Una celada de hierro damasquino, que se gano el día de la batalla naval. El yelmo en cuestión era impresionante. “Tenía, nada más y nada menos que treinta seis rubíes, los treinta pequeños en el cabo alto e los seis en las orejas e cuatro turquesas e dos diamantes e toda ella listado de alto a bajo de oro”. La pedrería y el oro de las listas desaparecieron con el tiempo. Seguramente la codicia hizo de las suyas. El buril en el lanceó del lado nasal así como en las cartelas que rodeaba el borde inferior de la celada, decía: «En el nombre de Dios clemente y misericordioso; ciertamente te abrimos camino manifiesto para que te perdone Dios sus pecados y venideros, te conceda sus beneficios y te guíe por el camino recto. En el auxilio viene de Dios y la victoria esta próxima. Felicita por tanto a los creyentes, ¡oh mohamad!. Y en la visera continuamos con los versos sagrados; refugióme en Dios (para que me libre de) Satanas el apedreado; poco falta para que los infieles te miren con ojos de malicia cuando oyen el Coran, y digan; es un alucinado; pero ello no es sino una advertencia para todo el Universo”.
Colección de yelmos europeos del siglo XVI. Algunos de ellos pertenecientes de las naciones de la Santa Liga. Museo del ejército Turco. Estambul.
Yelmo Otomano de la batalla de Lepanto.
La armada católica había sido visto por los buques espías musulmanes (pintados totalmente de negro para que por la noche pasasen desapercibidos). El 7 de octubre de 1571, puestos de observación de don Juan dieron la alarma como las naves cristianas entraron en el Golfo de Patras. Los otomanos, de su base naval de Lepanto en el Golfo adyacente de Corinto, habían formado una línea de batalla, su frente vestida de tres “batallas”. Por delante de las “tres batallas” de don Juan, una cuña de galeaza, más lentos, artillados y menos maniobrables, pero que compensaba su falta de movilidad, con su potencia de fuego sin igual. Pero donde se dirimió la batalla fue en lo relativo a las armas blancas, los arcabuces y la fuerza bruta de los soldados que se enfrentarían entre las bordas de aquellas naves…La mar tuvo que tintarse de rojo y sangre. No había otra. La batalla se resumió en que, las galeazas dibujaron las primeras sangres, con las cubiertas llenas de plasma de turcos y astillas por todos lados. Los otomanos, básicamente navegaron alrededor de las naves cristianos, con el objetivo, de lidiar con las naves católicas y que la batalla girase en un violento e incesante combate cuerpo a cuerpo flotante de cimitarras musulmanas, arcos, espadas y mosquetes contra las católicas, picas y arcabuces De ahí la importancia de estos legendarios trofeos de guerra…
Los cañones estallaron, las flechas llovieron sobre los cristianos, y los arcabuces escupieron bolas de plomo. De todo hubo sobre aquellas naves. De un lado volaban garfios; de otros, los cristianos lanzaban redes para repeler asaltantes y seguir con los disparos. Todo un espectáculo. Y la lucha cerrada mano a mano a bordo de las cubiertas. Los católicos que volvían los cañones giratorios sobre las naves enemigas, y los arqueros turcos disparando andanadas de flechas oscuras que se cobraron, entre otras, la vida de Agostini Barbarigo, comandante del ala izquierda católica, cuyo ojo fue traspasado cuando levantó la visera de emitir órdenes. Y parecía épica la paliza que le daría Lucas a las dotaciones del Victory siglos después den Trafalgar. Desde luego no se quedaba atrás la imponente batalla de Lepanto.
A la cabeza del centro católico fue Don Juan a bordo del buque insignia real. Para él, y para el comandante musulmán Ali Pasha, la batalla fue toda una justa. Dispararon para anunciar su presencia el uno al otro, y luego condujo al choque, el uso de sus galeras como corceles. Las naves se estrellaron juntos. Don Juan a la cabeza, y en todas partes la línea estallaron con explosiones de cañones, bombas, disparos, y el choque de espadas y hachas de batalla, mientras que las flechas mortales y silenciosas, volaban, resonando en la madera y los hombres. Todo un infierno.
Detalle del cuadro de la Batalla de Lepanto que narra precisamente el momento en el que la galera de Don Juan de Austria embestía a la Sultana para posteriormente decapitar a Alí Bajá. Su comandante. El momento del cenit de la batalla. Para verlo de cerca. El Museo Naval de Madrid.
Al parecer, el barco de don Juan y los hombres estaban recibiendo la peor parte, hasta que Marco Antonio Colonna, comandante de las galeras papales, embistió su propia insignia contra la de Ali Pasha. Las fuerzas católicas crecientes, en lo que se había convertido en una batalla de infantería luchada a través de las cubiertas de los barcos, barrieron a los musulmanes ferozmente. El propio Ali Pasha fue muerto y decapitado, y cuando Don Juan hizo un gesto, de esos que pasarían a la historia, gritaría, arrojando la cabeza cortada del caudillo enemigo a un lado. No tiene pérdida lo que dicen los cantares….
Derriban con presteza el estandarte
del Turco capitán, y al punto arbolan
en lo alto del carces la cruz sagrada,
con la effigie mortal de Iesu Christo».
(Felicissima Victoria, Canto XIV. 1a edeción, Lisboa 1578)
La Bandera de la Santa Liga se planteó en alto, junto a la insignia del Otomano capturado, la reconocida bandera de Ali Pasha, finalmente rendida. Con esto acabó realmente la batalla. Con esto se apagaron para siempre los ecos de una de las mayores batallas de la historia de la humanidad.
“A todos los parecía un sueño, por ser cosa que no se ha jamás visto ni oído esta batalla y victoria naval». Luego mandó el Señor D. Juan gritar victoria en la galera Real, y por consiguiente se gritó lo mismo en las demás “galeras que estaban cerca». Victoria. Victoria. Victoria.
En Museo naval de Madrid. Junto a uno de los estandartes de Lepanto.
444 años tras Lepanto, la olvidada. Desde sus banderas a los naufragios,hoy | Espejo de navegantes
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