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Lecciones para los fanáticos del diálogo interreligioso
El año 1918, Juanita Fernández Solar, presenta tres composiciones al concurso general de la Vicaría, logrando un premio con “Sombra y Luz en la Edad Moderna, Demoledores y Creadores”, texto que sigue a continuación.
¿Qué dirían los fanáticos del diálogo interreligioso y del ecumenismo más radical, si leyeran a Santa Teresa? Quedarían espantados, probablemente, ya que trata a Lutero de "astro siniestro" y no llega a términos medios en su juicio, respecto de este y otros herejes.
El lector progresista, incluso se sentiría tentado a pensar que Santa Teresa, se apartó de la Iglesia, que promueve hoy el ecumenismo a toda costa. Pero, cabría preguntarse, en este contexto: ¿quién se habría apartado en realidad?
“DEMOLEDORES Y CREADORES”
Por Santa Teresa de Los Andes
(Los subtítulos son nuestros)
Hay un poder siempre reinante, una dinastía que no conoce ocaso, una luz que jamás se extingue, y este poder ha sido siempre combatido, esta dinastía siempre perseguida, esta luz ha estado continuamente circundada de tinieblas. He aquí la eterna historia del poder de la Iglesia; dinastía del Papado; de la luz, de la verdad. Mientras todo pasa y fenece a sus pies, mantiénese la Iglesia erguida, porque está sostenida por el poder de lo alto. Descorramos el telón del escenario de los pueblos modernos, y veremos que en cada siglo los hijos de la Iglesia tienen que llevar a sus labios la trompeta guerrera. Esta lucha no terminará porque eterno es el antagonismo entre la sombra y la luz. Mientras los hijos de la sombra demuelen, los hijos de la luz regeneran. De allí el título que adoptamos: “Demoledores y Creadores”.
Lutero, un astro siniestro que junto con sus secuaces dan el grito contra la autoridad de la Iglesia
¿Qué pasa en el siglo XVI? Los países de Europa se encienden en el fuego de guerra fratricida. En Alemania un astro siniestro se interpone entre las almas y el sol de la verdad. Lutero y sus secuaces dan el grito de guerra, el blanco de sus ataques es la autoridad de la Iglesia. ¡Creed lo que queráis!... ¿Cuál es el fruto de esa rebelión? La destrucción de la comunión de ideas. Las naciones se ven inundadas en sangre, las almas envueltas en las tinieblas del error, y la herejía, como río desbordado, arrastra a las masas populares, a la nobleza, a los tronos y hasta a los ministros del altar. Los canales por donde Dios derrama las gracias sobre las almas están pues envenenados.
San Ignacio de Loyola se levanta como un guerrero del Rey del Cielo
Mas, ¿será posible que el mundo perezca? No, que un nuevo astro surge en el horizonte; es el herido de Pamplona, Ignacio de Loyola, que cae como soldado de un rey terreno y se levanta como guerrero del Rey del cielo. Vedlo alistar una compañía que no ha de manejar el cañón ni empuñar la espada. ¿Queréis conocer sus armas? ¡El Crucifijo! ¿Su divisa? ¡La mayor gloria divina! Sus soldados se derramarán por doquiera, y portadores de la luz de la verdad van dejando tras sí una huella luminosa; luz derraman en la Europa, en la controversia, la predicación, la enseñanza; luz derraman en las Indias con Francisco Javier que regenera en las aguas del bautismo millones de almas; luz derraman los soldados de la nueva milicia doquiera que dirigen sus pasos.
Jansenio arroja hielo y sombra: “¡Cristo no murió por todos!”
Demos vuelta a la página del siglo XVI y veremos en el siglo siguiente el mismo espectáculo de sombra y luz de demoledores y creadores. En el siglo XVII vemos destacarse entre las sombras una figura de aspecto rígido y severo: Jansenio, que arroja el hielo y la sombra por donde pasa. La llama del amor vacila y acaba por extinguirse con su grito impío: ¡Cristo no murió por todos! Ya no presenta el Crucifijo con los brazos extendidos para recibir a todos sin excepción, sino con los brazos entreabiertos para recibir a unos cuantos y rechazar a los demás. “Huid del Dios del Sacramento, pues podéis enajenaros su voluntad por vuestra indignidad. ¡Huid, huid!”... claman los demoledores del siglo XVII, y las almas aterradas huyen… y se hielan y se pierden…
Sin embargo, un sol esplendoroso y vivificante se levanta...
Dios estaba herido en lo más delicado de su amor... el Verbo pronuncia una vez más la palabra creadora que va a hacer brillar la luz en medio de las tinieblas: en Paray-Le-Monial se levanta un sol esplendoroso y vivificante. Jesucristo muestra a una humilde visitandina su Corazón abierto, abrasado en llamas de amor, se queja del olvido de los hombres y los llama a todos con insistencia. La legión jansenista grita: ¡Huid, huid!... La voz de Paray-Le-Monial clama en tanto: ¡Venid, venid!... La negra bandera del terror cederá ante el hermoso estandarte del amor. ¿Es esto todo? No, allí está el gran apóstol de la caridad, San Vicente de Paul que, a imitación del Maestro divino, llama al pobre, al enfermo, al niño; para todos hay cabida en su corazón. Su bella legión de Hermanas de la Caridad arranca al infierno millares de almas en el instante supremo. El amor desterrado reanima a las almas, la luz saca a los espíritus de las sombras. El Corazón divino de Jesús y el corazón deíficado de Vicente de Paul, hablan de amor, de amor infinito el uno y de compasión hasta el heroísmo el otro.
Los iluministas, nuevos demoledores
La lucha no ha terminado: el enemigo acecha siempre a la Iglesia. La tempestad es más terrible que nunca en el siglo XVIII. Los corifeos de la maldad, Voltaire y Rousseau se muestran, el primero con la sonrisa burlesca en los labios y la blasfemia en la pluma, el segundo con el sofisma y la confusión en las ideas, y ambos con la corrupción en el corazón. Los pretendidos filósofos quieren explicarlo todo racionalmente, y proclaman a la faz del mundo que no hay Dios, y arrancan a Cristo del corazón de nobles y plebeyos, y aún se atreven a arrancarlo del corazón del niño. ¡Deteneos infames! Está colmada vuestra medida, ese santuario de inocencia no puede ser traspasado, esos niños pertenecen a Jesucristo. Un apóstol se levanta en nombre del Dios de la infancia. Juan Bautista La Salle funda las escuelas cristianas, encerrando en el corazón de los niños desvalidos la chispa de la fe que se extingue por todas partes.
La Revolución Francesa: obra de impía demolición
¡Guerra al Papa! Es el grito de la falange mortífera, y en su frenético entusiasmo dice que ya no habrá quien suceda al mártir de la impiedad, a Pío VI. Mas, no gritéis tan alto, Dios ha dicho que las puertas del infierno no prevalecerán, y se burlará de vuestros designios. Ved sentado y establecido en el trono un nuevo Papa. Lanzasteis a vuestra noble nación sobre el patrimonio de San Pedro, y he aquí que los cismáticos cumplen inconscientemente su misión: ellos arrojan al invasor y bajo la severidad de sus armas vencedoras, nombra la Iglesia un nuevo piloto: ¡es Pío VII!
Hoy las sombras cubren de nuevo el orbe cristiano
¡Oh Iglesia, tu poder jamás será destruido! Las tinieblas cubrieron la faz del universo en la aurora del tiempo y al “Fiat lux”, huyeron vencidas. Más tarde las sombras de la idolatría cubrieron al mundo antiguo, vino el Verbo y disipó las tinieblas, porque el Verbo era la Luz. Hoy las sombras cubren de nuevo al orbe cristiano; mas allí está la palabra de Cristo, Verdad eterna: “aquel que me sigue y cumple mi palabra no anda en tinieblas”
¡Oh palabra de vida! A Ti amor eterno, a Ti eterna fidelidad.
(Cfr. “Un Lirio del Carmelo: Sor Teresa de Jesús – Juanita Fernández S., 1900-1920”, pp. 555 a 559; Imprenta de San José, Santiago de Chile, 1929)
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