Con motivo de la visita del Papa a Tierra Santa recordar como los aragoneses y después la monarchia hispanica han sido durante siglos los protectores de la misma
Tierra Santa sufre el conflicto entre Israel y el resto de países de su entorno.
Ambos, judíos y musulmanes, sin embargo, se ponen de acuerdo, en la práctica, en la persecución a los cristianos de los Santos Lugares (recuérdese la decisión del Gobierno de Israel de autorizar la construcción de una mezquita a pocos metros de la basílica de la Anunciación, que provocó las protestas vaticanas)
Esta persecución ha favorecido, y en casos forzado, emigración de los aborígenes cristianos, dejando vacía a la tierra de Jesús.
Viendo esta situación me parece pertinente traer a colación la historia de la defensa por parte de España de esa tierra, a lo largo de los siglos,
Jean Dumont
Por ello creemos muy interesante recordar el Capítulo tercero del libro: "Lepanto, la historia oculta" del gran historiador francés Jean Dumont, que explica el papel de España y, a la vez, revela la traición de Francia a la Cristiandad , en constante entendimiento con el Turco. Es especialmente significativo su juicio dada su nacionalidad.
Y ver como desde que en España se implantaron los gobiernos de tinte liberal, ya no pinta nada en Tierra Santa (igual que en el resto de escenarios)
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"La alianza establecida por Francisco primero con los turcos permitió salvar los Santos Lugares . Convirtió a Francia en la única protectora de los cristianos de Oriente".
Esta afirmación del salvamento y de la única protección constituye otra de las justificaciones que la propaganda de la alianza con los turcos nos ha legado. Querríamos suponerle la más honorable de las intenciones. Desgraciadamente, la realidad fue otra.
El primer periodo, francés
Primero, porque la Cristiandad no había confiado sólo en Francisco I o en Carlos IX, ni había contado sólo con la ayuda de los reyes de Francia para la salvaguardia de los Santos Lugares y la protección de los cristianos de Oriente.
Hasta el siglo VII, está salvaguardia y esta protección fueron asegurados por los emperadores cristianos de Bizancio, ya que Palestina formaba parte de su imperio. Después, Palestina pasó a poder de los persas y a continuación de los musulmanes, abriéndose un período de protección que fue en efecto primero francés, pero no exclusivo y, sobre todo, no definitivo.
Como escribió, a mediados del siglo XVII, el hermano Eugenio Roger, franciscano recoleto francés en su "Tierra Santa": "Carlomagno envió embajadores a Aarón [Haroun-al-Rachid, califa abasida], el cual, por el respeto que le merecía Carlomagno [en realidad, franco-germánico, ya que su capital estaba en Aquisgrán] permitió que los embajadores que había enviado éste visitaran el Santo sepulcro de nuestro Señor [...]. Acordó igualmente que este Santo Lugar quedara desde entonces bajo el poder de Carlomagno [...]. Después, Felipe II, llamado el Augusto, trato con Saladino de este tema y San Luis con Melec Sala, sultán de Egipto y de Siria".
Puede observarse la misma activa preocupación francesa por los Santos Lugares hasta mediados del siglo XIII, igual que se puede observar la de otros cruzados, como el emperador del Sacro Imperio, el rey de Inglaterra, los caballeros de San Juan y Roma, o incluso los venecianos. Estos últimos serían después los únicos en tener una relación permanente con Tierra Santa.
De Francia a Aragón
En los siglos XIV y XV y hasta más allá del siglo XVI de la alianza con los turcos, la activa preocupación por los Santos Lugares, entre las naciones cristianas, pasa de Francia a Aragón y de ahí a España.
En primer lugar por una razón física: durante todo este nuevo periodo, Francia no está apenas presente en el Mediterráneo central y oriental, manteniéndose únicamente en Nápoles hasta 1442 con los Anjou.
Después estará ausente por completo, salvo por sus fugaces conquistas de Nápoles, y será reemplazada por Aragón, después por España.
Aragón, tras las "vísperas sicilianas" de 1282, dos siglos antes, reina ya en Sicilia, paso esencial hacia Tierra Santa aparte de Venecia.
Más cerca todavía de Tierra Santa, los principados franceses de Grecia dejarán sitio también, en el siglo XIV (a partir de 1303), a los principados de los aragoneses, catalanes o navarros.
Éstos poseen entonces el ducado de Atenas y, durante algún tiempo, también el Principado de Acaia y de Morea (Peloponeso).
Desde allí fundaron activas colonias el Levante, en donde son los predominantes, con los venecianos, a principios del siglo XVI.
Los franceses, cuando participar en estos negocios, lo hacen en un segundo plano, como veremos en Alejandría. Una familia señorial francesa, los Lusignan, posee en la isla de Chipre hasta los años 1470, pero apenas tendrá influencia.
A esta presencia física y comercial preeminente de los aragoneses se añade, en el Levante, la intensa presencia política de los reyes de Aragón, sobrepasando con mucho la de los reyes de Francia. Lo saben los especialistas, empezando por los del propio Levante, como el profesor de la universidad de Beirut y de El Cairo A.S. Atiya, que ha seguido los pasos de ocho embajadas enviadas por Jaime II de Aragón a El Cairo, sede de los sultanes de Egipto de quienes depende entonces Palestina, de 1300 a 1330. O el doctor Johannes Vinke, que ha seguido igualmente la intensa diplomacia oriental de Pedro IV de Aragón a finales del mismo siglo XIV, de 1340 a 1380.
La envergadura de los resultados obtenidos en beneficio de Tierra Santa y las buenas relaciones mutuas eran tales y tan perdurables, que el sultán de Egipto pide ayuda en 1489 a los aragoneses de Sicilia contra sus enemigos turcos y, en 1501, los Reyes Católicos de España le ofrecen ayuda de su flota de Italia contra los mismos turcos.
Excepcional preocupación espiritual
A la presencia física, comercial, y a las intensas relaciones políticas de los aragoneses en Oriente se añade, finalmente, su excepcional preocupación espiritual por Tierra Santa.
Preocupación ésta que se manifiesta en todas direcciones, en la literatura y en la mística catalano-aragonesa, al más alto nivel.
Arnaldo de Villanova, médico famoso de finales del siglo XIII y principios del siglo XIV, escribe en árabe lo mismo que en latín y catalán, celebrando la monarquía aragonesa y siciliana y atribuyéndole la tarea mesiánica de la reconquista de Jerusalén. Villanova será leído hasta el siglo XVI y después.
Raimundo Lulio, el "Doctor Iluminado", aprende también el árabe y, después de haber sido cortesano de los reyes de Aragón, sueña con la conversión del mundo musulmán. Con esta intención se dirige, a finales del siglo XIII, hacia adelante y después a África, donde finalmente muere lapidado. Enciclopedista* y poeta místico, declarado beato, tiene una influencia extensa en Europa, que harán perdurar las innumerables reediciones de sus obras.
Frances Eixemenis, a finales del siglo XIV y a principios del siglo XV, gran teólogo ligado a la corona de Aragón, votó por el advenimiento de un santo Emperador que instale en Jerusalén a un santo papa restaurador de la Iglesia. También será muy leído, gracias a los incunables y ediciones góticas que el que popularizaron su llamada, hasta el siglo XVI.
Como sus dos predecesores citados, influirá sobre Cristóbal Colón, que sueña también con que la conquista de América contribuya a la liberación del Santo Sepulcro.
Y, ya a principios del siglo XIV, será un aragonés, San Pedro Nolasco quien, con el Rey en el Rey Jaime I de Aragón, funde la orden de los mercenarios, consagrada a la compra de los cautivos cristianos caídos en manos del Islam.
Se forma así un rico entramado aragonés, y después español, en favor de los Santos Lugares . Villanova, Lulio y Eiximenis son, los tres, franciscanos o terciarios franciscanos que preparan y acompañan la intervención de los franciscanos italianos y españoles a los que va a ser después confiada y reservada, por Roma y por el Islam, y gracias a las buenas relaciones de éste con las monarquías hispánicas, la responsabilidad del servicio religioso y material de los Santos Lugares .
Buenas relaciones a la que los Santos Lugares "deben su existencia" misma durante todo este período, como escribe el historiador franciscano Francisco Quevedo, a quien citaremos después con relación a otros asuntos.
Los Reyes Católicos de España estarán también, como Colón, empapados de la "mentalidad mesiánica franciscana" en favor de los Santos Lugares, mentalidad arraigada e influyente en su país. Imitando a sus predecesores aragoneses, van a intervenir de nuevo en este sentido y de manera importante, directa, sobre el sultán Egipto.
Además, la monarquía española va a ser la única en Europa que mantenga, generosamente, un muy activo "Real patronato de los Santos Lugares", con ramificaciones extendidas igualmente, por toda Italia.
Un absoluto rechazo
Así, la resplandeciente embajada enviada ante el sultán de Egipto, entonces soberano de Palestina, por Reyes Católicos en 1501-1502, conduce a la firma del primer tratado en regla, y el único en todo el siglo XVI, y la protección de los Santos Lugares y de los cristianos de Oriente por parte de las autoridades musulmanas.
Los reyes de Francia no obtendrán nada parecido en el siglo XVI, contrariamente a la idea que ha extendido la propaganda de su alianza con los turcos.
Y lo que obtendrán, limitado al ámbito de la relaciones comerciales, consulares y navales, le será concedido en referencia inicial concreta a los convenios hispano-egipcios.
En lo concerniente a los Santos Lugares, habrá que esperar al siglo XVII (1604) y a Enrique IV para que los franceses obtengan del nuevo soberano de Palestina, el sultán turco de Constantinopla, apenas lo equivalente a lo que habían obtenido los españoles en 1502.
Y en lo concerniente a los cristianos de Oriente tendremos que dejar pasar sobradamente, el siglo XVII, puesto que los franceses no obtendrán nada equivalente hasta 1740.
Y se trata a, tan sólo, de la protección de los "obispos y otro religiosos", no de los simples fieles. Hay que rechazar totalmente, pues, la afirmación de que la alianza turca de Francisco I y Carlos IX haya permitido "salvar los Santos Lugares y convertir a Francia en la única protectora de los cristianos de Oriente".
En este asunto, la alianza turca del siglo XVI no salvó nada, ni fue nada protectora ni, por supuesto, fue la única. Existió una única protectora laica y nacional en el siglo XVI, pero no fue francesa.
Después, Francia fue la "nación protectora", diplomática, de los Santos Lugares, reconocida por los propios españoles, pero solamente en el siglo XVII, partir de 1604, gracias a Enrique IV.
Siguió siendo necesario que el servicio, el mantenimiento y la defensa de los Santos Lugares continuaran siendo asegurados, no por Francia sino por Roma y España.
El "guardián" religioso de tierra Santa, con rango de obispo, fue siempre un franciscano italiano, a menudo un español de Nápoles, de Sicilia o de Milán -propuesto a Roma por la congregación general de la orden franciscana -; y el "procurador" financiero, jurídico, administrativo y político de tierra Santa, con rango de plenipotenciario, fue siempre un franciscano español nombrado por España.
La defensa de la gestión concreta que éste "procurador" asumía era sostenida por el "Real Patronato de los Santos Lugares" establecido en Madrid, no en París.
Las autoridades musulmanas no reconocían más que a el "guardián" franciscano italiano y al "procurador" franciscano español.
A Francia no le era confiada ni reservada ninguna función en tierra Santa.
"La nación que sostiene los Santos Lugares"
En el plano diplomático, la cobertura asegurada por la "nación protectora" francesa no fue, a menudo, más que teórica.
Francia no pudo instar al cónsul en Jerusalén. Los dos únicos que se arriesgaron fueron expulsados por los turcos en 1625 y 1700, después de que el rescate del primero fuera pagado por el "procurador" español.
En la misma Constantinopla, las intervenciones más decisivas para la salvaguardia de los Santos Lugares entre 1600 y 1800 no fueron las de los diplomáticos franceses, frecuentemente prisioneros o inoperantes, sino las del "procurador" español de Tierra Santa.
En particular, gracias a los medios financieros de los que disponían -muy apreciados por los turcos- y que procedían de toda la Cristiandad: muy poco, casi nada, de Francia, y masivamente de España.
En dos palabras, si desde 1604 Francia fue, según el tratado firmado en esta fecha, la "nación protectora",
España fue en realidad, según fórmula igualmente consagrada, "la nación que sostiene los Santos Lugares".
Ya que estos hechos, que son ciertos, pueden parecer sorprendentes, expondremos su desarrollo cronológico exacto, fecha por fecha, capitulación por capitulación, función por función y cifra por cifra.
Terminando, concretamente, con el análisis de la contabilidad de los Santos Lugares, cuyos datos se han conservado con precisión en lo relativo al período de 1600 a 1800. Lo que va a resultar es el relato auténtico, conmovedor, de la supervivencia de los Santos Lugares.
En el que Francia, desgraciadamente, va a estar casi ausente.
Primer capítulo de este relato auténtico: en 1501-1502, los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, envían un embajador a El Cairo ante el sultán mameluco Quansu Guri, soberano de Palestina. Embajada particularmente interesante en lo tocante al Mediterráneo y a los Santos Lugares. El embajador de los Reyes de España era un capellán y maestro de su escuela palatina, Pedro Mártir de Anglería, prestigioso humanista italiano todavía hoy leído por su crónica muy informada del descubrimiento de América por Colón, las Décadas, y por su Correspondencia con gran número de personalidades de su tiempo sobre todos los acontecimientos de entonces.
Lo hemos citado, por ejemplo, al referirnos a los significativos debates en las cortes de Valencia de 1520. Pero nos dejó también el relato de la embajada que nos ocupa ahora: su Legatio Babylonica (Babilonia era el nombre que entonces recibía El Cairo), pública da en 1511, en Sevilla. En la época en la que se concluye la alianza franco-turca, alrededor de 1530, la embajada de Anglería y el tratado cristiano-musulmán que resulta de ello en beneficio de los Santos Lugares serán bien conocidos por todos los observadores especialmente por franceses
Confirmaciones en todos los sentidos
Desembarcado en Alejandría el 23 de diciembre de 1501, procedente de una nave a la que había subido en Venecia, Anglería fue recibido por el catalán Felipe Pérez, cónsul en Alejandría "de los catalanes y de los franceses". Esto confirma, a la vez, las relaciones preeminentes de Europa y Oriente por medio de Venecia, la presencia de colonias de los catalano-aragoneses en Oriente y el predominio de los españoles sobre los franceses en estas colonias.
Después, se reunió en El Cairo, residencia del sultán, adonde llegó pronto, con el franciscano italiano Fra Mauro, "guardián" de monte Sión, en Jerusalén, donde se levantaban la basílica y el convento del cenáculo, núcleo principal entonces de los Santos Lugares de Palestina. Esto confirma, a la vez, la responsabilidad confiada, en los Santos Lugares, por Roma y por el Islam, a los franciscanos italianos, así como la dependencia de la protección aragonesa, después española, cuya confirmación buscaban éstos por medio de la embajada de Anglería.
En El Cairo, el gran dragomán (primer ministro) del sultán, Tangriberdy, que era un renegado español, aragonés, nacido en Monblanco, cerca de Valencia, dio a Anglería, también, "la acogida más calurosa". Esto confirma, de otra manera, la presencia privilegiada de los aragoneses en el Mediterráneo oriental: hasta en el propio Islam, pero con lealtad hacia sus orígenes nacionales. El gran dragomán obtuvo inmediatamente paraa Anglería una audiencia con el sultán, muy amistosa ésta, pues los españoles y los mamelucos eran aliados contra los adversarios turcos de estos últimos.
Sobre esta audiencia, el biógrafo francés de Anglería, J. H. Mariéjol, nos da las siguientes precisiones: "por respeto a los Reyes de España, se hizo sentar a su representante sobre la alfombra; y no se le exigió que se prosternara. Era una derogación formal del uso. Algunos años después, el enviado de Luis doce no obtendría el mismo favor". Esto confirma, de nuevo, la primacía, esta vez oficial, de los españoles en Oriente y su presencia diplomática en estos años iniciales del siglo XVI.
Después, para preparar la segunda audiencia, más concreta, acordada por el sultán, el embajador español Anglería "se hizo asistir", dice Mariéjol, "por los religiosos del monte Sión [compañeros de Fra Mauro], cuya vida y privilegios se trataba, ante todo, de salvaguardar". Esto confirma que esa vida y esos privilegios dependían de la salvaguardia aragonesa, después española.
La "capitulación" modélica de 1502
Esta segunda audiencia fue secreta, a fin de no encolerizar a los fundamentalistas islámicos a quienes había excitado la llegada del infiel Anglería.
Condujo a la firma por parte del sultán Quansu Guri y de los Reyes Católicos de la capitulación o tratado de 1502, que aseguraba la salvaguardia de los Santos Lugares y la protección de los cristianos de Oriente a un nivel alcanzado hasta entonces y como no lo sería nunca a lo largo de todo el siglo XVI, hasta 1604 e, incluso, en toda su integridad, hasta el siglo XIX.
El francés Mariéjol resume y juzga así esta capitulación sin par:
"Los cristianos obtuvieron el derecho de reparar, en Jerusalén, los edificios que amenazaban ruina y de sustituir los edificios destruidos. La misma autorización fue acordada para Beirut, Ramleh [a medio camino entre los puertos de Beirut, Sidón o Jaffa y Jerusalén y por tanto etapa necesaria para los peregrinos cristianos], para Belén y para todas las ciudades en las que Jesús había dejado huella de su paso. No había ninguna reserva: todo estaba subordinado a la voluntad [del Rey de España] Fernando. El sultán se comprometía también a disminuir el tributo impuesto a los peregrinos, a impedir los ataques de sus súbditos contra los cristianos. En esta capitulación no se pensaba más que en término religiosos. No tenían cabida los intereses comerciales. El Santo sepulcro, el convento de Sión, todas las piadosas reliquias del cristianismo, eran protegidas contra el tiempo y contra los hombres. El embajador podía estar orgulloso".
Anglería no se demoró más. Después de haber visitado las pirámides y los lugares cristianos de Egipto en donde se veneraba los recuerdos de Moisés y de la huida de la Sagrada Familia, se hizo a la mar el 27 de febrero de 1502.
Vuelto a Granada, en donde se encontraban los Reyes Católicos, fue recompensado por su éxito. Mariéjol lo consigna en estos términos: "La generosa Isabel le hizo contar varias veces el relato de su viaje. Fue nombrado Maestro de los Caballeros de la Corte en las artes liberales".
Hecho que le permitirá, hasta 1520, ejercer una influencia considerable sobre los hijos de las grandes familias españolas, discípulos suyos ya desde 1492 en su escuela palatina; una escuela creada al margen de la de Carlomagno, en la que Anglería trasmitía los sentimientos cristianos que, en él, como dice Mariéjol, "se perciben", igual que su "calida alma" y su "entusiasmo contagioso", añade el mismo especialista. En su enseñanza, la historia de la Iglesia y de la moral cristiana jugarían, además, un importante papel.
Esta será una de las causas de la sorprendente calidad y del compromiso católico de las élites de gobierno españolas en el siglo XVI.
La anteojeras del Quay d´Orsay
En lo que concierne a nuestro tema, la capitulación hispano-mameluca que Anglería había obtenido confirma su carácter modélico.
En el aspecto positivo, como fuente de lo que va a venir a continuación, y en el negativo, como vara que sirve para medir lo que resulta insuficiente.
"Todo estaba subordinado a la voluntad" de un rey cristiano: a la falta que exista esta voluntad y, al mismo tiempo, que el Islam se subordine.
Desgraciadamente, nos vamos a quedar muy lejos de estas dos premisas. Nuestro "viejo diplomático", que ya he citado a menudo, se alejaba de este patrón; en realidad lo ignora, pura y simplemente. Su ciencia, digna por lo demás de consideración, según un defecto corporativo frecuente, no verá más allá de los archivos de su administración, el Quay d´Orsay. Utiliza ante ojeras cuando considera que la primera capitulación es la firmada por los cristianos con Solimán después de que su predecesor turco, Selim I, se haya apoderado, en 1517, del Egipto de los mamelucos. Sin eliminar completamente a éstos, cuyos acuerdos con los españoles se mantienen.
Una nueva capitulación, con fecha del 21 de septiembre de 1528, que trata esta vez, sólo, sobre aspectos comerciales y consulares, será firmada por el sultán turco en Alejandría con los cónsules de los "catalanes y franceses", como se los denomina siempre.
Y siempre sin la menor intervención del rey de Francia, como simple continuación de las capitulaciones entre aragoneses y mamelucos, para cuya firma Anglería había desembarcado en Alejandría en una fecha ya avanzadas del siglo XVI.
Su carácter localista excluye de ella toda mención concerniente a los Santos Lugares, pero se expresa en ella siempre el espíritu de protección religiosa de la capitulación modélica de 1502. Se estipula, en efecto que los "catalanes y franceses puedan reconstruir sus iglesias conocidas en Alejandría".
De este tratado, de carácter local en cuanto a sus signatarios cristianos y por su contenido, nuestro viejo diplomático cree estar autorizado para deducir algo tan ignorante como extrapolado: "que estaba reservado a Francia", escribe, "entrar en primer lugar por la vía oficial y dar a este género de tratado el carácter de derecho público".
La ignorancia, soberbia, es la referencia a "la entrada por la vía oficial", reservada ya, veintiséis años antes, en 1502 a la España de los Reyes Católicos.
La extrapolación es la de glorificarse de antemano, por parte de un oficial francés, por lo que habían obtenido ya hacía mucho tiempo los simples cónsules "catalanes" de Alejandría.
No puede estar más claro que lo pretencioso de esta afirmación insostenible tiene relación con la alianza franco-turca.
Antes bien, "la entrada por la vía oficial" francesa, la capitulación de 1536 entre Francisco primero y va a suponer un grave retroceso. Mientras que en la capitulación hispano-mameluca de 1502 "no se ha pensado más que en los intereses religiosos", como constata Mariéjol, y estando estos intereses presentes en la capitulación que se apuntaba en Alejandría en 1528, están sin embargo totalmente ausentes en el tratado general firmado oficialmente en nombre del Muy Cristiano Rey.
Este acuerdo se mantenía "exclusivamente en el terreno comercial", consular y naval, sin la menor mención a la protección de los cristianos de Oriente ni de los Santos Lugares . Tampoco de sus iglesias, que los modestos "catalanes" de Alejandría habían conseguido, ellos solos, poder "reconstruir".
"Que todos odien y eviten"
¿Puede uno extrañarse, sabiendo lo que sabemos? ¿Qué ganas podría tener el luterano Carlos de Marillac, que llevó consigo esta capitulación a París, de ir en ayuda de los franciscanos a cargo de los Santos Lugares? El, cuyos correligionarios no dejaban de atacar a los franciscanos con la máxima violencia. Diez años antes de su salida para Constantinopla, los adeptos como él de las "opiniones nuevas" habían roto en mil pedazos en 1524 una estatua de San Francisco a las puertas de un convento franciscano de París. ¿Por qué habría tenido él que proteger los conventos franciscanos de Tierra Santa? ¿Por qué los embajadores franceses posteriores ante el sultán, como el hugonote Du Bourg, los obispos "heréticos notorios" Monluc y Noailles, reprobados por el Papa, se habrían lanzado a socorrer a los franciscanos establecidos por éste en los Santos Lugares? Ellos, cuyos correligionarios hacían en ese mismo momento las delicias del panfleto enteramente consagrado a ridiculizar y a insultar a San Francisco y a los franciscanos: aquel Alcorán de los franciscanos, publicado en Ginebra por Calvino en 1.556, prologado por Lutero y difundido masivamente, hasta en las bibliotecas, en los cofres y en las fundas de nuestros embajadores (los franceses se refiere, pues el autor es francés). ¿Por qué la reforma, que se trataba de salvar gracias a Constantinopla, no iba a intentar salvar ella los Santos Lugares a su manera, por el sistema de abandonar allí a los hombres del Papa y a los de la España católica? Hombres, por lo demás, que tenían el valor de permanecer, en el Cenáculo y en el Sepulcro, a los pies mismos de Cristo. Pues el Alcorán de nuestros embajadores la tomaba especialmente, groseramente, con los estigmas crísticos de San Francisco. "Abominación detestable, execrable", dijo Lutero de éstos. "Con el fin de que todos odien y eviten estos monjes y lacayos del papa", esto es, los franciscanos, añadió el otro prologuista, Conrado Bade, hugonote francés como los enviados de nuestro Reyes ante el sultán: Marillac, Monluc, Du Bourg y Noailles.
Descubrir el pastel
Todo ocurre como si tal cosa, naturalmente.
En 1569, más de treinta años después de la primera, tampoco la segunda capitulación franco-turca, firmada por el hugonote Du Bourg, dedica una sola palabra a los Santos Lugares, que son abandonados absolutamente por el rey de Francia como si no se merecieran sobrevivir tal y como eran.
Y lo mismo ocurrirá con las tercera capitulación franco turca, la de 1597, más de 60 años después de la primera. Con respecto a ella, nuestro "viejo diplomático", como un profesional, maneja a ágilmente la lítote. Ha descubierto el pastel del abandono de los Santos Lugares, pero no se atreve a señalarlo más que con la moderación diplomática oportuna.
"La cuestión de los Santos Lugares, la del libre ejercicio del culto en los países musulmanes, habían resultado inciertas [...] a pesar de las numerosas capitulaciones obtenidas de la liberalidad de los sultanes que se habrían ido sucediendo".
Se nota que nuestro diplomático ha descubierto, sin embargo, el otro pastel: el del libre ejercicio del culto. Por los embajadores hugonotes del rey de Francia no tenía ya motivos para comprometer la "liberalidad" del sultán sucesivo con respecto a los Santos Lugares. ¿No era cierto que en las costas del Mediterráneo, exentas de reforma, ese culto que se quería liberar seguía siendo el de los "monjes y los lacayos del papa" que se "odia y evita"?
Bastante cómicas
Si no fuera porque dan ganas de llorar, las capitulaciones de la alianza franco turca, mezcladas con la alianza franco-protestante, serían bastante cómicas.
Una carrera de obstáculos continúa que trata de evitar que la liberalidad de los sultanes se dedique a favorecer los Santos Lugares papistas y el obstinado culto católico en el Mediterráneo. Pues los sultanes, si no se tiene cuidado con ellos, son verdaderamente peligrosos.
Solimán, especialmente, ¿no ha conseguido recordar lo que convenía olvidar? ¿No ha desvelado que la gloriosa "primera entrada por la vía oficial" no se operaba más que de rebote de la primera entrada auténtica, la de los catalano-aragoneses, y posteriormente españoles? Solimán recordaba esto al rey de Francia, tal y como suena, en la misma barba de sus negociadores.
Se lee, en efecto, en el texto de la primera capitulación franco turca: "Siempre que el rey mandé [a los] lugares de este imperio" un cónsul, lo hará "como hasta ahora tiene un cónsul en Alejandría". Siendo éste consultó un "catalán" papistas, como Solimán había constatado el mismo en 1528, se ve que el sultán no carecía de sentido del humor.
El chasco de los negociadores, descuidados en su engreimiento hugonote debió ofrecer, un sabroso espectáculo.
Lo que reconforta el ánimo
Pero, por fin, llegó a Enrique IV. En su segunda etapa, pues la siempre negativa etapa protestante de 1597 también le corresponde.
En 1604, bajo su reinado, apareció por fin, en la cuarta capitulación franco-turca, la preocupación por los Santos Lugares.
Después del largo eclipse hugonotizante del siglo XVI, la Francia monárquica se reconciliará en Oriente y en otras partes, con el catolicismo de la inmensa mayoría de sus súbditos.
Los títulos cuarto y quinto de lo tratado estipulaban, como habrían debido hacerlo desde hacía tiempo las anteriores capitulaciones firmadas por el muy cristiano rey, lo siguiente: "IV.-queremos que los súbditos del rey de Francia y de los príncipes sus amigos y aliados puedan visitar los Santos Lugares de Jerusalén sin que le sea dado u ocasionado ningún impedimento ni daño"; "V.-queremos que los religiosos que habitan en Jerusalén y sirven a la iglesia de la Resurrección puedan vivir allí, ir y venir, sin ninguna molestia, y sean bien recibidos, protegidos, ayudados y asistidos".
Por lo demás, lo que reconforta todavía más el ánimo es que el propio Enrique IV hacía suyas estas estipulaciones.
Cuando la recibió, escribió a su embajador Savary de Brèves, en Constantinopla: "me ha resultado muy agradable el artículo de la seguridad del Santo Sepulcro".
Eso estaba bien, muy bien, por cuanto terminaba así, por fin, con más de un siglo de retraso francés sobre la capitulación hispano-mameluca de 1502.
Pero se quedaba todavía muy atrás, era muy insuficiente, comparada con aquella capitulación modélica. Porque el título cuarto no estableció otra protección que la de los peregrinos franceses a sus aliados, mientras que la capitulación española la hacía extensible a todos los cristianos, sin distinción. Y porque el título quinto podía ser comprendido como lo fue por los turcos, como protector, tan sólo, de la iglesia de la Resurrección en Jerusalén.
Mientras que la capitulación española protegía, expresamente, no sólo todos los edificios cristianos de Jerusalén, sin distinción, sino también los de Beirut, Ramleh, Belén y todas las ciudades en las que Jesús había dejado la huella de su paso. Incluso se añadían todos los lugares en los que eran recibidos los peregrinos.
Se hizo necesario, pues, que el "procurador" español de los Santos Lugares, sobre el terreno y en Constantinopla, gracias a los medios económicos de los que disponía, proporcionados principalmente por España, siguiera luchando, día tras día, contra las agresiones de los turcos. Y que lograra con ese duro combate, continuamente renovado, paliar la insuficiente salvaguarda francesa, legándonos así la Tierra Santa tal y como la conocemos hoy en día.
La historia continuaba siendo la misma: la protección real era la de los aragoneses, después de los españoles, puesta en marcha desde el siglo XIV hasta 1502.
No obstante, los españoles, siempre respetuosos con Francia -en la que veían, ya lo hemos visto en el "divino" Herrera, la "cabeza de nuestra religión"-, tendrán en cuenta este hiato.
Ellos, tan presentes, por no decir preeminentes, en los Santos Lugares, reconocieron en Francia, a partir del siglo XVII de Enrique IV, la "acción protectora" de Tierra Santa. ¡Imitémosles nosotros, reconociendo hoy en día, por nuestra parte, sus méritos!
La verdadera salvaguardia
Primer fallo sorprendente de la protección francesa: el Monte Sión del Cenáculo, tan esencial, hasta el punto de que, en 1502, como hemos visto, era la sede del "guardián" franciscano italiano de Tierra Santa, Fra Mauro.
Después de la ocupación turca de Jerusalén en 1516, que acaba con el dominio de los mamelucos de Egipto, los musulmanes se habían apoderado de la basílica y del convento de este Monte Sión y habían convertido la primera en mezquita, y el segundo en residencia de sus religiosos. Francisco I -debemos reconocérselo- se había preocupado por ello.
En 1528, cuando todavía no estaba enredado en su alianza turca, se había quejado a Solimán. Éste se había negado a devolver la basílica, respondiendo al rey de Francia que "es contrario a nuestro religión que un lugar que lleva el nombre de mezquita sea alterado por un cambio de función". Pero Solimán había aceptado devolver el convento.
Lo que demostró la debilidad de la protección francesa fue que, aunque se recurrió al sultán mismo, está restitución de hecho, no se llegó a materializar.
Como siempre, la diplomacia estaba muy lejos de la realidad. "No obstante las bellas palabras [de Solimán], nuestro religiosos no recuperaron el monasterio", apuntara un siglo después, en 1646, el hermano francés Roger.
En el siglo XVII, las usurpaciones islámicas fueron incontables. Afectaron, en 1624, al convento de San Juan, que el "procurador" español deberá volver a comprar. En 1633 le llega el turno a los conventos de Nazaret y de Belén. De nuevo, en 1658, al convento de Nazaret, que el "procurador" español, entremedias, había hecho devolver a los religiosos cristianos. En 1667 le toca al albergue de peregrinos de Jaffa.
El "procurador" español debe combatir sin cesar contra estas usurpaciones, sobre el terreno o bien en Constantinopla, ciudad a la que este religioso se dirige frecuentemente para negociar al más alto nivel.
Es él el auténtico y específico embajador de los Santos Lugares ante el sultán, no el embajador de Francia. Los "procuradores" se llegan a instalar en Constantinopla durante años. Como un tal hermano Domingo de Lardizabal, que reside allí de 1679 a 1690. Lleva consigo "los documentos favorables a los religiosos y a la Cristiandad" que permiten una decisiva "recuperación" de todos los Santos Lugares.
La verdad de la protección real se verá entonces con claridad: será el "procurador" quien notifique, el 1690, la decisiva "recuperación" a todos los príncipes cristianos, el rey de Francia entre ellos.
Tal fue la verdadera salvaguardia de los Santos Lugares, en la que Francia no tuvo más que un papel inicial e hizo más bien uno secundario.
Se vio en 1625, como hemos dicho, cuando el "procurador" español pagó el rescate del cónsul francés en Jerusalén antes de que éste fuera expulsado por los turcos. Se vio igualmente en 1605, cuando el mismo "procurador" devolvió al embajador de Francia en Constantinopla, Savary de Brèves, el de la capitulación supuestamente protectora, la provisión de cequíes necesaria para iniciar nada más y nada menos que el proceso de recuperación del Santo Calvario. Es verdad que se trataba entonces de enfrentarse con una usurpación de los griegos ortodoxos, pero también lo es que éstos eran a menudo los cómplices útiles de los turcos en los ataques dirigidos contra los establecimientos religiosos de los latinos.
Propaganda infundada
En cuanto a la protección por parte de Francia de los cristianos de Oriente, no fue nunca general en los tiempos de la monarquía, a pesar de la alianza turca más o menos activa y según los momentos.
Y, en cualquier caso, la protección que existió fue como la de los Santos Lugares, muy posterior a la alianza turca de Francisco I.
La capitulación de 1673 fue, en efecto, la primera que estipulaba esta protección (se ha visto que ésta no estaba incluida todavía en la famosa capitulación de Enrique IV de 1604).
Pero, en realidad la capitulación de 1673, firmada por el embajador Nointel, estipulaba solamente "que los obispos y otro religiosos de la secta latina que son súbditos de Francia, de la clase que sean, puedan permanecer [...] sin que nadie les moleste ni les impida".
No había, pues, protección más que para los religiosos franceses, muy lejos de ser mayoritarios en Oriente y en la Europa central y oriental ocupada por los turcos. Y en absoluto para los demás cristianos de Oriente, religiosos o laicos, latinos u otros, como la propaganda histórica, totalmente infundada, nos ha hecho creer.
Hubo que esperar a la capitulación de 1740, firmada por el embajador Villeneuve, para que la protección de Francia se extendiera a los "religiosos de cualquier nacionalidad o clase que sean".
Pero se trataba siempre de los religiosos, no del conjunto de los cristianos de Oriente laicos, como se nos ha inculcado indebidamente.
La protección global de los cristianos de Oriente no fue nunca estipulada, salvo en la capitulación hispano-mameluca de 1502. Nuestra capitulación de 1740 fue el acto oficial final de la relaciones de Francia con Constantinopla en materia religiosa. Y, como se pavoneará en 1887 nuestro "viejo diplomático", tuvo "un carácter definitivo y su contenido, en conjunto, todavía está vigente".
Efectivamente, los tratados de 1802 bajo el consulado, de 1838 bajo Luis Felipe y de 1861 bajo Napoleón tercero, lo confirmaron.
Y no supusieron la menor novedad en materia de protección religiosa, especialmente en beneficio de los cristianos de Oriente.
Tal es la verdad histórica, por dolorosa que no resulte en tanto que supone un ataque contra nuestras convicciones: ni hubo protección efectiva francesa de los Santos Lugares ni hubo protección francesa, en general, de los cristianos de Oriente.
Los pagadores
Por lo demás, si los consejeros o protectores de principio, sobre el papel, son una buena cosa, los pagadores son seguramente algo mejor.
Pues bien, los pagadores, la salvaguardia real de los Santos Lugares, fueron toda la Cristiandad.
Era ella quien les enviaba sus limosnas, tan necesarias para pagar, entre otras cosas, los impuestos y las multas que sin cesar exigían nuestros aliados turcos en una faceta más de su floreciente industria del chantaje. Impuestos y multas sin cuyo pago los Santos Lugares no habría sobrevivido.
Ahora bien, en estos envíos de limosnas Francia no tuvo tampoco, por desgracia, más que un papel muy secundario, por no decir mínimo.
Y a España, gracias a su activo y muy generoso Real Patronato de los Santos Lugares, establecido en el siglo XVI, le correspondió también aquí la parte del león.
Las cifras de la contabilidad de Tierra Santa a este respecto no presentan discusión alguna. Pero las cifras son poco conocidas, no habiendo sido publicadas más que en la revista científica de historia misionera española Missionalia Hispanica en 1946, año en el que la voz de España, al margen de las naciones, no era ya, o no lo era todavía, oída.
Refrendados por los sucesivos "guardianes" italianos de Tierra Santa, estas cifras se conservan en Madrid.
Pues, como escribe nuestro hermano Roger, era el "procurador" español quien tenía "licencia de nuestros Santo Padre el Papa para administrar todas las limosnas pecuniarias". Y era él quien tenía "el encargo de proveer todas las cosas que son necesarias para el mantenimiento de los Santos Lugares y de los religiosos".
Algunos ejemplos de percepciones anuales de limosnas, tal y como aparecen en esta contabilidad precisa, serán de sobra suficientes para confirmar lo que acabamos de decir. Establecen, en efecto, el palmarés de los donantes o, dicho de otra forma, el de los protectora reales de los Santos Lugares:
- Año de 1698 (el más favorable, en realidad, a Francia): 6.600 piastras de Portugal, 4.760 del rey de Francia, 30.540 del Rey de España.
- Año de 1699: 4.475 piastras del emperador del Sacro Imperio, 3.000 de Nápoles, 3.242 de Milán, 1.905 del rey de Francia, 110.000 del Rey de España.
- Año de 1700: 2.875 piastras de Nápoles, 4.524 de Viena en Austria, 1.860 de Portugal, 76.000 del Rey de España, 0 de Francia.
- Año de 1704: 4.816 piastras del emperador del Sacro Imperio, 4.340 de Milán, 2.025 del rey de Francia, 7.500 de Nápoles, 2.532 de Génova, 80.000 del Rey de España.
- Año de 1709: 4.000 piastras del emperador del Sacro Imperio, 8.000 de Nápoles, 1.430 de Génova, 405 de Francia, 59.000 del Rey de España.
A las espaldas
Se pueden leer otras cifras, siempre parecidas a éstas, en la contabilidad atestiguada por los responsables de los Santos Lugares, representantes del Papa, italianos españoles, desde el año 1603 hasta el año 1790, es decir, a lo largo de casi dos siglos.
De hecho, durante medio milenio, desde el siglo XIV aragonés hasta el siglo XIX, España carga con los Santos Lugares a las espaldas.
En la línea que se manifiesta, en el centro de este tan largo período y en toda su amplitud, la capitulación modélica que España obtuvo de los musulmanes de 1502.
El nombre de su Real Patronato de los Santos Lugares decía la verdad: ella era la Patrona.
A la vista de las cifras que acabamos de leer uno se avergonzaría si no lo revelara.
En cuanto a las limosnas enviadas por Italia, que hemos visto de las notables superiores a las mínimas enviadas por Francia, fueron recogidas en gran parte por los comisarios que el Real Patronato español mantenía allí.
Especialmente las ciudades que eran entonces de soberanía o de protectorado español y estaban vinculadas, de hecho, a España: Mesina, Nápoles, Génova, Milán, etcétera.
Así es como, procedentes de los comisarios del patronato español, estas limosnas van a aparecer en la contabilidad de los Santos Lugares. Se comprende que, sabiéndolo, la Santa Sede confiara la "procura" de Tierra Santa a España.
Fugaces destellos
No quiere esto decir que Francia no se implicará, también ella, en Tierra Santa. Pero no fueron más que fugaces destellos, actos simbólicos.
En 1540, bajo Francisco I, Francia obtuvo "la liberación de los religiosos de Jerusalén y la restitución de sus bienes". No lo fue, lo que es muy significativo, gracias a la intervención del embajador Lutero-hugonote Monluc, sino a la del embajador español Rincón, vinculado entonces al condestable católico Montmorency, que, en plena luna de miel entre Francisco I y Carlos V, hacia las funciones de primer ministro.
La verdadera naturaleza de las cosas se hace patente. En 1541 Francia hizo devolver las reliquias a los cristianos de Jerusalén.
En el siglo XVII, el más cristiano de nuestro Reyes, Luis XIII, hizo donación al Santo Sepulcro de dos de las tres lámparas de plata más ricas que se podían ver allí, habiendo sido la tercera donada por el Rey de España. Luis XIII donó también al Santo Sepulcro una bandera de Francia bordada con flores de lis en oro que se llevaba en procesión.
El mismo Rey hizo que "todos los viernes se [cantara] la misa de la pasión [en el Santo Sepulcro], con la oración por su Majestad Muy Cristiano". El hermano Roger, con toda reverencia, añade: "siéndole aplicada esta misa como fundador y protector de los Santos Lugares ".
Sin embargo, el fundador había sido el emperador Constantino, quien, 1.300 años antes, había construido la primera basílica del Santo Sepulcro; en cuanto a lo protector, ya se ha visto realmente lo que había de real en ello.
No gracias a la alianza turca
Sin embargo, es verdad que debemos a Luis XIII una misión de carácter religioso, momentánea y localizada, pero también notable, al servicio de los cristianos de Oriente: la de los franciscanos recoleto franceses, que envió a Sidón en 1631 y de la que nos da detalles, precisamente, el propio hermano Roger. Misión que tuvo por efecto principal establecer un vínculo entre Francia y los maronitas del Líbano que es, todavía hoy, estrecho y fraternal. Pero el Líbano no es Tierra Santa. Y la amistad con los maronitas no se trabó bajo los auspicios de la alianza turca, sino bajo los del emir druso cristianizante Fechreddin, adversario de Constantinopla, que el sultán Murad IV acabó venciendo y haciendo ejecutar. Los religiosos franceses se vieron entonces obligados a reembarcar y la noche turca cayó sobre los maronitas.
Como sobre Tierra Santa donde en 1637, como apunta Roger, los turcos "martirizaron toda la comunidad de hermanos que estaban en el monte Sión [el convento de San Salvador], en número de doce" .
Así constatamos, por todas partes, algo muy distinto a la protección real y general de Francia de los Santos Lugares y de los cristianos de Oriente que la propaganda de la alianza con los turcos trata de defender. Evidentemente, la fidelidad católica no fue, en absoluto, la inspiradora de esta alianza por completo aberrante.
De ella también se derivaría, como consecuencia lógica, la tibieza de la fidelidad francesa que acabamos de poner en evidencia revelando las cifras, mínimas, de nuestras limosnas en beneficio de los mismos Santos Lugares.
Gracias a la alianza con los musulmanes se preparó, alimento y fortaleció, de forma natural, el relativismo religioso de nuestro siglo XVIII.
Relativismo y tibieza que afectaron mucho menos a Italia, Austria y a Portugal, por no decir a España.
Acabamos de verlo, como en una instantánea fotográfica, en el cuadro que hemos trazado de las cifras de las limosnas. Todas estas naciones católicas quedaron indemnes del concubinato con los musulmanes.
Desde lo alto de las pirámides
El jacobinismo, secreción última de nuestro siglo XVIII, anti cristianismo igualmente particular y radical francés, será, de hecho, el auténtico heredero de la política inaugurada por la monarquía.
Desencadenará, en 1792, una nueva guerra, masiva, contra la casa de Austria católica, arrastrándonos contra Italia, España y Portugal.
Guerra que va a durar veintitrés años casi sin interrupción y que va a ensangrentar toda Europa sólo para obtener, como dirá Gastón Roupnel en su "Historia y destino", que "Francia, vuelva a sus antiguos límites, haga romanticismo de ello" al precio de más de un millón y medio de muertos.
El mismo jacobinismo se apoderará de Malta y destruirá la Orden de sus Caballeros, último testigo de la resistencia católica específica ante el Islam, cosa que Solimán en el siglo XVI, no había conseguido.
Y, sobre este sempiterno camino jacobino, Bonaparte, en Egipto, irá a hacer de sultán islamizante en El Cairo. Después invadirá a Palestina, hasta el Monte Tabor, pero no dirigirá una sola mirada a los Santos Lugares . Desde lo alto de las pirámides, más que los cuarenta siglos hiperbólicos serán los tres siglos franceses los que le contemplen, a él, como su perfecto continuador
Nombres y números
En principio, Francisco I se merece, junto a su nombre, su número, ya que, de todos los arquitectos de esta nuestra Francia fue, sin duda, el primero. Después, fuimos de alguna manera privados definitivamente, por su muerte repentina, de ese Enrique II que representaba la segunda vía: la de plena consecuencia francesa y católica por medio de la alianza, no ya con el Islam, sino con los otros católicos. Una plena consecuencia que nuestra incorregible inclinación nos niega siempre. Esto como vamos a ver, no ha dejado nunca de ser, ni dejará de serlo, algo muy nuestro.
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* El autor emplea aquí el término en el sentido de acumulación de conocimientos, no en el histórico de los filósofos revolucionarios
Anotaciones de Pensamiento y Critica
Última edición por Hyeronimus; 26/05/2014 a las 20:32
La deshonrosa alianza del Rey de Francia con los musulmanes para destruir al Imperio español
La alianza de Francia y el Imperio otomano, ampliamente criticada en Europa, llevó a que ambos países se coordinaran en las ofensivas contra Carlos I de España y posteriormente Felipe II. Francia sería, de hecho, la gran ausente en la victoria cristiana sobre los musulmanes en la batalla de Lepanto
A Francisco I de Francia le pasó como a los políticos malos. Lo que dijo al principio de su reinado quedó obscenamente desfasado en pocos años: «Si me eligen emperador, dentro de tres años entraré en Constantinopla o habré perecido», prometió Francisco durante la carrera por hacerse con la Corona imperial en 1520. Muy al contrario, en menos de una década iba a estar tan desesperado como para aliarse con el némesis de la Cristiandad del periodo, el temido Imperio otomano, una fuerza musulmana que amenazaba con arrasar toda Europa.
De la prisión a una alianza peligrosa
Carlos I de España fue finalmente quien se hizo con el trono del Sacro Imperio Germánico, a lo que Francisco I intentó resarcirse en una nueva campaña en Italia, allí donde Francia anhelaba extender su dominio desde Milán. El impulsivo Francisco condujo a su ejército a uno de los mayores desastres en la historia de Francia, la batalla de Pavía (1525) , donde murieron 10.000 soldados franceses y suizos (incluidos los comandantes Bonnivet y La Tremoille) y cayeron prisioneros 3.000 hombres, entre los cuales se contaba lo más granado de la nobleza: Saluzzo, Montmorency, Enrique de Navarra y el propio Francisco I . Al igual que el resto de caballeros, el Rey francés padeció los estragos de los arcabuces españoles en la refriega. Derribado de su montura, el monarca fue capturado por el soldado vasco Juan de Urbieta cuando trataba de zafar su pierna de debajo del moribundo caballo. En un principio, el vasco no supo distinguir la calidad de su botín, pero se frenó de degollarlo al vislumbrar su cuidada armadura.
Francisco I fue llevado preso a Madrid y permaneció en la Torre de los Lujanes y en el Real Alcázar hasta que accedió a firmar el ignominioso Tratado de Madrid. El acuerdo obligaba a Francisco I a renunciar al Milaneso, Génova, Nápoles, Borgoña, Artois y Flandes. Durante su estancia en Madrid, donde recibió trato cortés, escribiría a su madre: «Todo se ha perdido, menos el honor y la vida». Si bien, estaba a punto de perder también el honor a ojos de la Europa cristiana.
La liberación de Francisco impuso la llegada a Madrid como rehenes de los dos hijos mayores de éste: el delfín, Francisco, cuya salud quedó maltrecha en su prisión y murió en extrañas circunstancias con solo 18 años; y el futuro Enrique II. Lo cual no impidió que el Rey de Francia, una vez en suelo patrio, se desdijera de todo lo firmado, presentando un acta notarial efectuada en secreto ante algunos nobles franceses donde alegaba la nulidad del documento. Era como decir que había cruzado los dedos de las manos mientras juraba. Además, el Rey Cristianísimo dio luz verde a la alianza que los diplomáticos franceses habían cerrado en su ausencia con el sultán otomano Solimán «El Magnífico» .
Con el rey preso, Luisa de Saboya, la reina madre, organizó la continuidad del Estado, la contraofensiva contra Carlos I y buscó nuevas alianzas para combatir a España. La regente convenció a Enrique VIII de Inglaterra para que finiquitara su alianza con Carlos mediante una desorbitada cifra económica. Asimismo, un antiguo comunero español llamado Antonio Rincón ejerció el papel de intermediario entre galos y turcos en un auténtico pacto con el Diablo . Poco después de la batalla de Pavía, la reina madre aprobó la apertura de la primera embajada francesa en Turquía y el envío de ricos presentes a la Sublime Puerta en señal de amistad. Lo curioso es que ese primer embajador francés no llegó vivo a Estambul, pues el pachá de Bosnia hizo asesinar a la comitiva diplomática cuando cruzó su territorio.
Como primera reacción a la petición de alianza, Solimán se ofreció a enviar una expedición para rescatar a Francisco I de Madrid
A la demanda francesa de ayuda inmediata, Solimán derrotó a la coalición imperial y húngara en la batalla de Mohács , que supuso la desaparición de hecho del reino magiar hasta el siglo XIX y un golpe crítico a la única potencia balcánica que resistía, con astucia y salvajismo, al avance musulmán. Además, el turco estuvo cerca de conquistar Viena, en 1529, tras una fulgurante ofensiva a cargo de 120.000 hombres. Y solo tres años después, el sultán volvió a marchar sobre Viena, aunque esta vez el propio Carlos I acudió al frente de un ejército levantado a contrarreloj, en parte con el dinero del rescate de los hijos de Francisco, ya liberados. Solimán se retiró antes de la llegada de las fuerzas imperiales, privando al mundo de lo que hubiera sido el combate del siglo: los dos emperadores del planeta, frente a frente.
El Papa Clemente VII se une a la conjura
La alianza de Francia y el Imperio otomano, ampliamente criticada en Europa, puesto que Francisco I tenía el título de Rey Cristianísimo, llevó a que ambos países se coordinaran en las ofensivas contra el Imperio español y sus aliados a partir de entonces. Mientras las fuerzas imperiales contenían a los turcos en Hungría en 1527, una alianza entre Venecia, una parte de Suiza, el Papa Clemente VII y Francia se unieron para formar la llamada Liga de Cognac (o Liga Clementina) con el objetivo de expulsar a los españoles de Italia.
Hasta el último momento, Carlos I y su hermano Fernando de Habsburgo , el archiduque de Austria, intentaron convencer sin éxito al Papa de que aparcara por el momento las diferencias en Italia y ayudara a frenar la acometida musulmana. La apatía de estos estados cristianos frente al desastre húngaro, que llevaba siglos conteniendo el avance musulmán, convenció a Carlos I de atacar al integrante más débil de la alianza, al menos en lo militar: el Papa Clemente VII. La campaña llevó a las tropas españolas a arrasar Roma el 6 de mayo de 1527, cuando la muerte del comandante imperial, Charles de Borbón, dejó sin gobierno al ejército. El Emperador lamentaría la imagen que dieron sus tropas, muchas de ellas mercenarios luteranos, en este saqueo al corazón de la Cristiandad; pero el mensaje quedó claro entre aquellos que se atrevieran a desafiarle.
Pero Francia no se conformó con usar al Papa en contra de los intereses de la Cristiandad en los Balcanes, sino que estrechó la alianza militar con los turcos a un nivel casi fraternal. En 1536, tuvieron lugar varias expediciones marítimas franco-otomanas contra los territorios hispánicos en Italia y las Islas baleares. Las flotas turcas ayudaron en el ataque a Niza y otras poblaciones aliadas de España en 1542. Tras incendiar Reggio, la flota del corsario Barbarroja fue recibido entre gritos de júbilo cuando se refugiaron en el puerto francés de Marsella.
Todos los puertos franceses en el Mediterráneo quedaron abiertos para los musulmanes y los corsarios berberiscos durante estas operaciones. El célebre historiador Cesáreo Fernández Duro describe con gruesas palabras la estancia de Barbarroja en otro puerto galo:
«No era allí huésped (en Tolón); era amo. No consentía que se tocaran campanas en las iglesias; de noche ponía en tierra destacamentos a correr los caseríos y veredas, con objeto de secuestrar campesinos de reemplazo de los remeros que morían; cometía toda especie de violaciones, recibiendo raciones al completo de su gente y 50.000 ducados mensuales de sueldo».
A la muerte de Francisco I la alianza se mantuvo en pie. Enrique II, que había estado preso en España, heredó de su padre el odio hacia España y su amistad con los otomanos. Francia fue una de las grandes potencias católicas ausentes durante la Santa Alianza organizada entre Roma, España, Génova, Venecia y otras repúblicas italianas, que devino en la batalla de Lepanto de 1571 . Austria y Portugal se abstuvieron de participar porque mantenían en ese momento treguas con los turcos, pero al menos se mantuvieron neutrales. Francia, no lo hizo. Tras la derrota musulmana, Francia y los rebeldes holandeses vendieron materiales para que la flota del sultán pudiera ser reconstruida cuanto antes.
A la vista de sus ventajas, la alianza de Francia fue imitada pronto por los príncipes protestantes de Alemania. En una carta de Solimán fechada en mayo de 1552, el sultán manifestó al Elector de Sajonia, al duque de Prusia y a otros príncipes protestantes que «no tienen nada que temer de Turquía». El sultán incluso estudió ayudar a Lutero en su reforma religiosa, lo cual hizo de forma indirecta.
Con los protestantes en la Guerra de los 30 años
El siglo XVII vivió todo tipo de acrobacias diplomáticas igualmente impactantes. A pesar de soportar un siglo de guerras religiosas entre calvinistas y católicos, el estadista que sacó de su letargo a Francia, el Cardenal Richelieu, no tuvo escrúpulos a la hora de aliarse con el bando protestante en la Guerra de los 30 años. Su condición de clérigo católico no impidió que sus tropas se pusieran a disposición de los enemigos del Imperio español y de los Habsburgo , aliándose con holandeses, suecos y demás fuerzas protestantes.
La religión perdía poco a poco toda su importancia de puertas para fuera, mientras que de puertas para dentro la intolerancia hacia otras confesiones en países como España e Inglaterra seguía en puntos críticos. El paso de la Edad Media a la Edad moderna concibió este tipo de contradicciones y una red de alianzas hasta entonces inverosímiles, incluso en España.
Carlos I tuvo entre sus tropas a soldados luteranos mercenarios por exigencias militares, y a príncipes alemanes protestantes como aliados. Además, desde 1547 autorizó igualmente varias treguas con el salvaje Imperio otomano.
Tras la batalla de Lepanto (1571), su hijo, Felipe II, firmaría también varias paces secretas con los turcos, de manera que el conflicto entre estos dos gigantes fue lentamente desarticulado y entre 1593 y finales de siglo apenas hubo enfrentamientos. Eso por no hablar de que el propio Felipe II impulsó una alianza con el shah de Persia, también musulmán, finalmente poco fructífera, para abrir un frente a los otomanos en su propio territorio.
Y es que la «realpolitik» crea extraños compañeros de cama.
https://www.abc.es/historia/abci-des...ticia_amp.html
Última edición por ReynoDeGranada; 31/01/2020 a las 14:15
«¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
𝕽𝖆𝖒𝖎𝖗𝖔 𝕷𝖊𝖉𝖊𝖘𝖒𝖆 𝕽𝖆𝖒𝖔𝖘
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