Respuesta: OrÍgenes Del Tradicionalismo Andaluz
CARTA QUE EL EXCMO. SR. D. MANUEL FAL CONDE, EX JEFE DELEGADO NACIONAL DE LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA, DIRIGE AL EXCMO. SR. D. RUFINO MENÉNDEZ GONZÁLEZ, EX JEFE REGIONAL DE LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS Y CABALLERO DE LA LEGITIMIDAD PROSCRITA.
Sevilla, 5 de mayo de 1972
Sr. don Rufino Menéndez González
Gijón
Muy querido y bien recordado don Rufino: He tardado en contestarle porque, a la torpeza de mi andar por los achaques, se une la natural pereza que crecientemente siento en tocar los temas —desgraciadamente en alarmante plural— de nuestras actuales desviaciones doctrinales.
Aún con retraso, venzo esos obstáculos con una muy plena compensación: la del consuelo en comunicarme con Vd. de corazón a corazón. Aunque no por eso le limite ni le restrinja el uso que quiera hacer de esta carta.
Cuando cesé en la Jefatura, bien seguro de que se producía para dar un giro hacia el Pardo y una apertura a la posibilidad de designación sucesoria, de nuestra parte, sin mayor rigidez dogmática al principio dinástico, me propuse entonces callar y dejar pasar el experimento. Porque no me era lícito poner mínimo obstáculo al propósito.
Pero fracasado aquello, malograda la reivindicación de la nacionalidad española para Don Javier, en lugar de recuperar la posición de oposición, perdida, abandonada, dejada a otros, ahora el revanchismo se desahoga en el más desenfadado nihilismo contra nuestros más altos principios doctrinales. La legitimidad dimana del pacto entre la Dinastía y el pueblo, pero el "pueblo" carlista. Y a seguidas, la proclamación de las libertades del más desacreditado populacherismo.
Yo, ahora, no callo. Porque ya no se trata de un error, por muy grave y degradante que aquel fuera, pero error de conducta política, como se dice de táctica, sino error enormísimo de doctrina y principios. Y así vengo sin cesar diciendo a cuantos me preguntan:
De una parte: La dinastía es esencial al carlismo. O sea, ontológicamente, el ser del carlismo es la dinastía legítima. Y la dinastía es la que viene instituida por el pacto histórico —nada más remoto que ese mitinesco pacto que ahora se pregona— y contra cuyo principio se ha alzado en España, como en nueva saguntada, la instauración de una nueva dinastía —dinastía esta en promesa, en futuro— que asumirá el dinastismo liberal isabelino, o tendrá en reserva a don Juan, para un acaso.
Pero si el verbo SER del carlismo indica a la dinastía, ésta tiene un imperativo en orden a su ESTAR físico, la Comunión, como representación ideal, o mejor ideológica, del auténtico pueblo español, parte bilateral de aquel pacto soberano.
Ser y estar, que buscan el orden político, o sea su HACER, en la observancia de los principios político-morales, que garantizan el bien común para el que es dada, por Dios y sólo por Dios en origen y constituida históricamente, implícita o tácitamente, en el devenir de los siglos, la que decimos soberanía en lenguaje usual, o poder en léxico más clásico.
Principios irrenunciables, supremos en cuanto no tienen autoridad superior que los interprete y declare, salvo la Iglesia en los morales, y que la prudencia política del Rey, pero con obligado asesoramiento, puede atemperar a los tiempos.
La lealtad a la dinastía de un lado, y la fidelidad a los principios de otro, crean y mantienen un género de afección y de comunidad, que con ningún nombre mejor se ha denominado que con el de Comunión.
El concepto de partido se le opone por estas razones:
Mientras el de Comunión significa una caracterización de la naturaleza social de españoles, el partido, en el inequívoco y universal entender, denota una segregación del carácter de español para representar una matización artificial o superpuesta.
Mientras en la Comunión, bajo la adhesión a la legitimidad real, caben no pocas diferencias en el pensamiento político de los carlistas; incluso en el ideario fundamental, habida cuenta de la diversidad regional o de clases, y con mayor razón caben esas diferencias, sin mengua de la comunidad esencial, en todo lo programático. En el partido, en cambio, se tiene o se adquiere una sola opinión.
Mientras la disciplina de la Comunión sólo puede cifrarse en la lealtad al Rey en la aceptación de los principios ideales, en el partido se pueden pretender con mayor exigencia las formulaciones programáticas, tantas veces afectadas por la insinceridad para el proselitismo. Consecuencia de lo que es eso, recientemente me dijo Don Carlos, que le había gustado que mi hijo Domingo en uno de esos congresos o así del titulado pueblo carlista, le había dicho que él "no se iba de la Comunión aunque lo expulsara el Rey, porque la Comunión no es del Rey"; a lo que seguidamente me dio explicaciones amables sobre lo que él —Don Carlos— había querido decir en aquella frase: "los que no estén conformes con la línea política que se marchen". Lo que había querido decir era que se fueran de los cargos, pero que Domingo había hablado muy bien y, nuevamente en esta reciente ocasión a que aludo, lo acababa de repetir. Yo, por mi parte, hice mía la frase.
Quizás la diferencia más trascendental entre Comunión y partido es que el Rey puede equivocarse, y de hecho se equivoca, incluso en los mismos principios sustanciales. Pura insensatez y soberbia la de algunos que desposeen nada menos que de la legitimidad al Rey cuando pueden acusarle de algún más o menos grave desliz doctrinal. Antes al contrario, ese es el gran bien de lo dinástico: que los errores de cada titular se pueden corregir, como de hecho se han corregido a veces, en el transcurrir de la sucesión. Exactamente como los pueblos purgan las desviaciones de sus momentáneos extravíos —motines o revoluciones— en la sosegada renovación de generaciones.
Los partidos, en cambio, no admiten mínimo fallo en la conducta política de sus líderes. Ahí tenemos, al amigo Blas Piñar, bramando furioso y con razón sobrada por las ... emancipaciones africanas y besando la mano donadora de procuras en Cortes del autor de esas ... emancipaciones.
Se mal planteó la cuestión de la nacionalidad de Don Javier por cuatro razones más o menos frívolas, ocultando la única sustancial: la legitimidad del derecho al Trono le incardina por Derecho Público, que está por encima del nacimiento, de la filiación o de esas otras monsergas que Valiente dijo que habían razonado dos civilistas. Él no se atrevió a formular su dictamen; Federico Castro no llegó a darlo y Alfonso Cossío me dijo que lo había formulado, pero en sentido negativo. Ninguno, por cierto, tomó en consideración que Don Javier nació antes de que entrara en vigor el actual Código Civil. Pero, para el liderato de un partido político ¿no dictará el buen sentido que tiene que constar la nacionalidad según el Derecho positivo?
En la afiliación hay una gran diferencia entre los conceptos que vengo distinguiendo. Bajo el de Comunión, jamás hemos intentado, ni de haberlo pretendido se hubiera logrado, fijar los contornos. Por eso, ese verbo "censar" que ahora tanto se conjuga, es novísimo en nuestro léxico. Mi pobre personalidad tan zarandeada por la persecución, me ha permitido revelaciones como esta:
El servicio de un cliente me llevó a un organismo oficial, en el que de despacho en despacho llegué al de un alto secretario general que me recibió amabilísimo, me dio toda clase de facilidades y llegó a decirme: mándeme la solicitud, yo le enviaré algún expediente tramitado para que le sirva de pauta, luego le uniré todos los informes favorables y se le despachará favorablemente. Y al darle las gracias se puso en pie firme y me dijo: yo soy carlista, a la orden de Vd., aunque por necesidades de la vida no pueda manifestarlo en público.
Por eso, militares, eclesiásticos, jueces y magistrados, que por reglamentos no pueden actuar en política, y tantos forzados por las tiranías de todos los tiempos, no son censables —éste es el verbo de moda— pero sí comunicantes.
Esos contornos fijos se pueden tener en los organismos concretos que revisten forma de asociación, como los círculos, y en ellos sí que se concibe la expulsión por falta de pago de cuotas, por embriaguez y escándalo o por reyerta con el conserje. Y forma de partido revestíamos cuando la legislación imperante los autorizaba, incluso lo requería, para —la hipótesis legal— el ejercicio de los derechos políticos.
Este designio tenaz del período carlista que llamará la Historia "de Arbonne", sólo servirá para demostrar que somos muy pocos. También mi experiencia ha comprobado que el elemento humano del carlismo no se mide por números, sino por densidad. Aquellos seis mil requetés comprometidos por mí con Mola para alistarlos en Navarra en la primera semana, duplicados en el primer día…
Creo que vale tanto lo que defendemos y ha costado tanto conservarlo, que hay que resistir, manifestar las discrepancias a los jefes inmediatos, pero elevarlas al Rey y al Príncipe. El mayor respeto en la forma de hacerlas llegar, pues habiendo fundadas razones para creer que haya quien o quienes las intercepten, invocar el derecho a ser oídos y representar nuestro derecho en favor de la integridad de nuestros postulados y frente a todos esos lamentables avances liberales y societarios. Las cosas están llegando a términos de menosprecio y escarnio de la sangre de nuestros muertos, que son un santo depósito de fe y abnegación que sólo a la Comunión auténtica pertenece.
Todo sin olvidar que dependemos de la Providencia de Dios, que más que otra cosa se parece a milagro nuestra pervivencia. ¿No es un dolor que ya no se hagan actos colectivos de religiosidad?
Repito, querido don Rufino, haga el uso que tenga por conveniente de esta carta. Por mí, que no quede el dar luz o consuelos a uno o a mil hermanos carlistas.
A Vd. un fuerte abrazo de entrañable afecto
Firmado: Manuel J. Fal Conde
"QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"
Marcadores