Historia de la Batalla de Roncesvalles

Estamos en el año 777 en Paderborn, al final del verano. Como todos los años, los francos se reúnen para hacer un balance de sus últimas campañas guerreras, y para preparar la siguiente. Este año, el rey Carlos ha convocado a sus barones, sus duques y sus generales en Paderborn, en Sajonia, porque ahí es donde acaba de conseguir una de sus más brillantes victorias. Por fin los Sajones han sido vencidos, sometidos. Van a ser bautizados a millares ante sus vencedores, en Paderborn. Será una gran fiesta de la victoria y de la paz, o quizás una parada militar y una humillación para el pueblo recientemente sometido.



Pero ninguno de aquellos bárbaros olvidaría jamás la visita que su rey iba a recibir. Todo un séquito de hombres extraños de tez oscura, vestidos con tejidos lujosos a pesar del polvo del viaje, cubiertos de joyas de una finura que los nobles francos no conocían, armados con enormes sables encorvados, y seguidos por caballos ligeros y esbeltos y otros animales monstruosos con dos jorobas, seguramente cargados con un precioso botín. Sulayman "Ibinalarabi", gobernador de Barcelona, enemigo jurado del emir de Córdoba, tenía importantes propuestas que hacerle al rey Carlos. Nadie conoce los términos exactos del pacto entre aquellos dos hombres tan diferentes, pero se sabe que Sulayman ofrecía las ciudades del norte de España: Barcelona, Zaragoza, Jaca... Podemos imaginar lo que pedía a cambio: ¡el emirato de Córdoba y la cabeza de Abd al-Rahman!



Carlos I a reunido al mayor ejército al que jamas haya convocado. Dos inmensas columnas cruzan el Pirineo por sus dos extremos; por el este, cerca del Mediterraneo, y por el oeste, en Navarra. Los soldados francos se ven reforzados por los de todos los pueblos sometidos. Carlos encabeza el ejército del oeste, donde viajan los grandes barones del reino: el Conde de Palacio Anselmo, el Senescal Ekkehart, y sobre todo el Conde Roldán. Las mujeres, por una vez, no acompañan a la expedición, pues la reina Hildegarda está embarazada; se ha quedado en Aquitania, país recientemente sometido.



Una vez que el ejército ha pasado el territorio de los Vascones, los gobernadores musulmanes vienen de uno en uno ante el rey Carlos. Se rinden a él sin combatir y lo cubren de regalos. Muy pronto el botín es enorme, pues Alandalus es el país más rico y moderno de Europa. Sulayman ha mantenido su promesa y los gobernadores de la región parecen obedecerle. El ejército sigue el curso del Ebro hasta Zaragoza, la ciudad más importante del norte de la península. Pero una vez ahí, una sorpresa espera a Carlos y su aliado Sulayman: ¡las puertas de Zaragoza están cerradas!



Al Hussayn es el gobernador de Zaragoza. Es un héroe entre los suyos. Es también un enemigo del emir Abd al-Rahman, pero no tiene intención de entregar su ciudad a esos bárbaros. Zaragoza es una ciudad hermosa y rica que acoge a gentes de todas las religiones. Ahí se encuentran palacios lujosos, magníficas mezquitas, y sobre todo, unas murallas infranqueables. Los francos asedian la ciudad, pero pasan los meses sin que las defensas se debiliten. ¡Se acabaron los sueños de conquista en los que los caballeros francos se veían partiendo de un tajo a los infieles!



El rey Carlos se ve obligado a reconocer que esta campaña ha sido un fracaso. Es verdad que ha reunido un botín enorme con el que podrá financiar su reino. Pero no puede apuntarse ninguna victoria militar, y ningún territorio nuevo ha sido cristianizado. El rey da la orden de volver, después de haber hecho tomar a Sulayman como rehén. Pero hay agitación en la tropa, el botín no es para ellos. Durante cada campaña, se les deja al menos una ciudad para que se sirvan en animales, mujeres, o cualquier objeto que les pueda valer. Esta vez, todavía no han tenido nada que saquear... La decepción y la ira de Carlos sólo pueden aumentar el día en que los hijos de Sulayman liberan a su padre en un acto heroico...



El ejército franco vuelve hacia el Pirineo arrasándolo todo a su paso. Se incendian las campiñas, se saquean las ciudades. El rey Carlos manda derribar las murallas de Pamplona, la ciudad de los Vascones. A falta de Sarracenos, se ensaña con un pueblo de mayoría pagana, donde hay algunos cristianos y algunos musulmanes, pero en minoría. A penas podemos imaginar el espanto que invade a los habitantes de una pequeña ciudad que ven cómo cae sobre ellos un ejército hecho para conquistar toda la península. La matanza es inevitable.



¿Pero quienes son esos Vascones que pueblan Pamplona, las riberas del Ebro, gran parte de Aquitania, y los montes cántabros y pirenaicos? Los llaman indiferentemente Vascones, Gascones, Navarros o Vascos. Es una nación antigua cuyos orígenes se pierden en la prehistoria. Contiene representantes de todas las religiones, pero sobre todo paganos que practican cultos ancestrales, que adoran a los árboles y a los ríos... Los historiadores árabes y francos están de acuerdo en mostrarlos como un pueblo salvaje y peligroso que no acepta su autoridad. Pero aunque hayan resistido a todas las invasiones, nadie les cree capaces de organizarse en unos días para dar respuesta a una agresión como la de los francos...



15 de agosto de 778, el calor es agobiante. El ejército franco casi ha doblado de volumen y transporta un botín considerable. Carlos I cruza los puertos de los Pirineos a la cabeza de sus tropas. Pero detrás de él, los soldados sufren en las cornisas. Roldán y los grandes barones y sus tropas de élite viajan atrás, pues ahí es donde se encuentran el peligro y el honor cuando se está retrocediendo. De repente, el infierno cae sobre ellos. Los Vascones atacan por todos los lados. Una vez más, y como lo han hecho tantas veces a lo largo de su historia, los Vascones han contestado a la llamada. Vienen de Aquitania, de Cantabria, del Ebro, del Pirineo, de Pamplona, de rioja... Son combatientes aguerridos en la defensa de sus fronteras, montañeros inigualables, y sobre todo están defendiendo lo que más les importa en el mundo: su tierra... Y conocen el terreno. Salen de todas partes, detrás de los árboles, incluso de debajo de las piedras. Los soldados francos son arrojados a un valle tenebroso y exterminados hasta el último. Entre ellos se encuentra la élite de la nobleza franca, y sobre todo el que quedará para siempre en las memorias : Roldán.



El biógrafo de Carlomagno escribe que el rey, más tarde el emperador, no se recuperará jamás de este desastre. En lugar de intentar invadir España, establecerá una Marca Hispánica, un territorio tapón, precisamente en las tierras entregadas por Sulayman; este país será un día Cataluña y Aragón. Aconsejará a sus hijos y a sus generales evitar el país de los Vascones, o no pasar por ahí sin extremar las precauciones. Sesenta años más tarde, los Francos seguirán recordando los nombres de los que cayeron en aquella batalla. Pero Roldán, un hombre del que no se sabe casi nada, se hará inmortal gracias a la literatura. Hoy en día, varios puertos, pasos o brechas llevan su nombre a lo largo de todo el Pirineo.