Rogelio García Lupo. PERIODISTA.
El 15 de febrero de 1946, a la madrugada, 840 hombres fueron embarcados en el transporte militar británico "Highland Monarch", amarrado en la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires. El coronel inglés D.J.W. Bingham verificó personalmente la identidad de todos ellos, divididos en un grupo de 811 prisioneros de guerra que habían tripulado el acorazado alemán Graf Spee y otro de 29 espías nazis, entre estos últimos cinco españoles.
Hasta ahora nadie había puesto en duda que la identificación de los agentes nazis fue la obra de los servicios de inteligencia norteamericanos y británicos. Pero la publicación de archivos del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en la Argentina, como fuente de la historia de esa organización, escrita por un equipo encabezado por el investigador alemán Ludger Mees, permite ahora descartar aquella certeza.
Según la documentación recientemente conocida, el PNV vigilaba la actividad local de los agentes nazis, valiéndose de sus contactos con la colectividad española y del privilegiado acceso que los vascos lograron en varios gobiernos argentinos.
"Hubo más de un gran éxito, como el completo desmantelamiento de una red de espionaje nazi y el descubrimiento de sus ayudantes falangistas en Buenos Aires", según afirma el agente vasco Andoni Astigarraga citado al mencionar el episodio que culminó en 1946 con la deportación de los espías alemanes y sus socios españoles.
Astigarraga fue el responsable del servicio de inteligencia de los vascos, primero en Caracas y más tarde en Buenos Aires, donde reorganizó después la red de informantes cuando, terminada la guerra, la persecución a los nazis fue reemplazada por la persecución a los comunistas, hasta la víspera aliados de los Estados Unidos. El material histórico de Astigarraga forma parte de un fondo documental denominado Servicios Vascos, que permite seguir la evolución de una red de inteligencia inicialmente construida para servir a la política del PNV pero que terminó al servicio de la CIA, especialmente en América latina.
La formación de los Servicios Vascos apareció como necesaria hacia el final de la guerra civil española, cuando decenas de miles de vascos comenzaron a abandonar su país, sometido a la represión del triunfante general Franco.
En su desesperación por encontrar un lugar para los refugiados, los líderes vascos hasta pensaron en establecer un "Estado Vasco Autónomo" en América del Sur y consultaron a los gobiernos de Ecuador y Paraguay, aunque después se limitaron a gestionar ventajas migratorias y renunciaron a la idea fantástica de una "Nueva Euzkadi en los Andes".
En sus orígenes, los servicios vascos habían concentrado su actividad en registrar la presencia militar de alemanes e italianos en España. La tarea se depositaba después en el servicio de información de la República española que terminó recibiendo a los vascos como parte de su organización. También fueron reconocidos por los servicios de inteligencia del ejército francés, que pagaba a cambio de sus informes cuando la guerra en toda Europa estaba a un paso.
En 1943 el presidente de los nacionalistas vascos, José Antonio Aguirre, decidió negociar con Estados Unidos un programa de cooperación política que de hecho puso a la red de los vascos a las órdenes de la inteligencia norteamericana. Bajo la forma de un acuerdo general de cooperación, las delegaciones del gobierno vasco en el exilio comenzaron a reunir información sobre los intereses alemanes en América latina, la identidad de sus representantes y los movimientos de personas y dinero en el campo comunista. Esta decisión de Aguirre incluyó un acuerdo financiero de los Servicios Vascos con el FBI. En la práctica, el FBI comenzó a pagar los gastos de los espías, entre ellos centenares de marineros vascos que se habían embarcado en flotas mercantes de otros países para salir de España.
En las nuevas condiciones de trabajo, los espías cobraban de los fondos norteamericanos hasta 2.000 dólares en la Argentina y no más de cien en Chile. La tarea consistía en infiltrarse en organizaciones nazis y comunistas y recoger la mayor información sobre sus planes. Pero "los norteamericanos se quejaron de que la cantidad y la calidad de la información facilitada no correspondía a la generosa retribución de esos servicios en Argentina", afirma el historiador Mees. La crisis llevó al delegado del gobierno vasco en Buenos Aires, José María Lasarte, a proponer "nuevos agentes para mejorar el rendimiento", pero la propuesta fue rechazada por Washington.
La cuestión de la colaboración con la inteligencia norteamericana a cambio de dinero caliente se convirtió en un asunto políticamente peligroso. Los Servicios Vascos recopilaban información sobre la actividad comunista en los países latinoamericanos, que por lo general terminaba en los archivos del FBI. Tambien los espías vascos dentro de España recogían información sobre la acción comunista en las fábricas y la remitían a los responsables de la red. El trabajo de los vascos contribuyó a formar un valioso banco de datos sobre la agitación antifranquista dentro de España.
Fue entonces cuando el giro de la política mundial modificó radicalmente el tratamiento norteamericano a la España franquista. El presidente Dwight Eisenhower y el general Francisco Franco suscribieron un tratado por el que España cedió bases militares a los Estados Unidos, funcionales al conflicto conocido como "Guerra Fría" con la Unión Soviética.
Los datos acumulados por la inteligencia norteamericana mientras Franco era su enemigo se transformaron en un arse nal a disposición de la policía española cuando España pasó a la condición de socio militar en el frente antisoviético.
En 1951, una huelga en el País Vasco, mal vista por Washington ya que debilitaba a su nuevo amigo, fue desbaratada demasiado velozmente.
La sospecha de que aquellos informes ahora estaban siendo utilizados contra los mismos vascos envenenó las relaciones de los líderes y precipitó también la ruptura de un acuerdo secreto de los Servicios Vascos con la inteligencia británica. Los ingleses rechazaron la sospecha de que habían sido ellos quienes vendieron a los agitadores vascos. La CIA quedó, entonces, dueña de la situación.
(Zona, "Clarín", 19/01/03)
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