Revista FUERZA NUEVA, nº 127, 14-Jun-1969
Cartas al director
ESCRIBEN DE BILBAO
Muy señor mío:
Es posible que no exista en la historia de la actividad de los obispos españoles ningún escrito que pueda compararse a la “Nota de prensa del Obispado de Bilbao”, publicada en los periódicos de nuestra ciudad y fechada el 24 de abril de 1969.
En primer lugar, el tratamiento de “Ilustrísimo Señor” que en ella se da a don José Ángel Ubieta López no consta que esté concedido por ninguna disposición legal, y si no lo está, es improcedente. Monseñor Cirarda, tan aficionado a publicar notas y hacer declaraciones, podía citar el fundamento de darle ese tratamiento al que desempeña el cargo, cuya denominación es –reciente- de Vicario general de Pastoral.
En la misma nota se dice que es “Don José Ángel universalmente querido”…
El término “universal” se aplica a lo que comprende todo, sin excepción, o, en otra acepción, a lo que por su naturaleza es apto para ser predicada de muchos; la diócesis de Bilbao no es el universo, y aun dentro de ella es bien notorio que el nombrado Vicario general de Pastoral no es querido de todos, ya que muchos de la diócesis comienzan por no saber qué es un Vicario general de Pastoral y otros no saben quién es el señor Ubieta López. Por lo tanto, eso de “universal” nos parece, la verdad, un tanto ridículo.
El venerado obispo de Bilbao, Pablo Gúrpide (m. 1968), de quien cada día nos acordamos más en esta provincia y cuya santidad puede ser destacada como buen ejemplo para todos, sin excluir a los obispos, se vio en la necesidad de desautorizar al reverendo Ubieta López por el modo que desempeñó la delegación “ad tempus” que, en un momento de debilidad y hallándose ya enfermo de muerte el Prelado, le concedió; aprovechándose el “temporal delegado” para que se designara una comisión clerical, que causó asombro en Vizcaya por la conocida tendencia de la mayoría de los “comisionistas”, y en la que se echaba de menos la representación del mejor clero diocesano. La actividad del mismo rvdo. Ubieta fue lamentable; se le llegó a poner en evidencia nada más en esto: de que no sabía lo que decía al hablar de que la prensa bilbaína había cometido graves inexactitudes en la información referente a las actuaciones de algunos clérigos diocesanos. Invitado repetidas veces a que desmintiese a los periódicos no supo decir cuáles eran las inexactitudes graves.
Volviendo a la “Nota”, hasta ahora ha sido consuetudinario dejar obrar independientemente la Administración de Justicia, sin visos de coacción, pero en la “Nota” se asevera terminantemente que deben ser puestos en libertad los inocentes, como si el Juez necesitara ese consejo, “como el dicho señor Vicario general de Pastoral”, y esto dicho por quien parece ser que lo dice, es muy parecido a una coacción, es una intromisión, y puede ser una ligereza, ya que el sumario es secreto, y puede ser también, afinando el análisis, un desacato a la Autoridad Judicial.
Lo que alguna gente tiene que hacer es preocuparse de sus asuntos en vez de entremeterse en los de los demás, por lo que me permito recordar que a los Obispos toca mantener la disciplina y hacer que se cumplan las leyes de la Iglesia; a los Ordinarios corresponde orientar la predicación, incluso prohibiéndola, o examinándola previamente, y la conducta de los clérigos, y es bien cierto que en la Diócesis algunos clérigos han emitido opiniones políticas partidistas, incluso en su cura de almas, contrarias además a la estructuración del Estado y con molestia para la mayor parte de los diocesanos, ya que los separatistas forman una minoría evidente, a los que intentan embaucar algunos clérigos. En esta diócesis de Vizcaya un cura llegó a cometer, como tal cura, agravios a la bandera de España, oponiéndose a su entrada en el templo, lo que es irracional desde cualquier punto de vista; el ominoso acto del cerril clérigo fue público, y aunque lo fue, el Administrador Apostólico (Cirarda) no se dio públicamente por enterado.
Es curioso que se recomiende la paz en Jesucristo, por todos los católicos dignos, naturalmente deseada, y es incomprensible que para que exista esa paz, digna y necesaria, no se condene por el Ordinario (Cirarda) la perpetración de los delitos públicos, como la predicación subversiva, la acción pastoral antipatriótica, la tenencia indebida de armas, los asesinatos, la difusión de doctrinas racistas contradictorias del Derecho Natural, las desobediencias a la Jerarquía eclesiástica y a la autoridad civil, olvidando la doctrina evangélica de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, los encubrimientos de repugnantes delitos terroristas y las manifestaciones prohibidas por la Ley.
¿Es que cree el Administrador Apostólico (Cirarda) que aún el pueblo no se ha dado cuenta de la colaboración principalísima que algunos clérigos prestan a cierta organización terrorista? Lo que hemos visto y estamos viendo con nuestros propios ojos no hay monseñor que lo pueda ocultar.
Es de notar que el Estado no ha infringido en ningún caso el Concordato, el cual somos muchos los católicos que, para que no se repitan casos como el de reverendo Ubieta, deseamos firmemente que se extinga.
A este respecto, leí en el diario “Arriba” una carta al director firmada por don Carlos Méndez Domínguez, que no tiene desperdicio, y que me permito transcribir en parte por su interés. Decía la carta:
“Así sería muy conveniente aclarar si dentro del articulado del Concordato existen preceptos que puedan violarse o, por el contrario, todos son de la misma obligatoriedad. La pregunta puede parecer perogrullesca, pero si nos agarramos cuando nos conviene a los preceptos del Concordato, y en otros casos hacemos caso omiso de él, da pie a suponer que incluso para algunas jerarquías eclesiásticas, dentro de aquél, existen artículos de rango inferior, a los cuales ni siquiera debe dárseles importancia. En todo esto se nota un cierto “tufillo” político que evidencia la ambigüedad de algunas posturas cuando no una decidida toma de partido, enmascarada, naturalmente, entre palabras altisonantes y aparentemente caritativas. ¿Está vigente el Concordato? Pues todos a cumplirlo. No señalemos solamente las posibles violaciones del mismo por las autoridades temporales, cuando una evidente, diaria, politizada y contumaz violación del mismo se produce a la vista de millares de fieles todos los domingos en algunas parroquias e iglesias españolas”.
No es extraño que con estos casos como de reverendo Ubieta y otros por el estilo, el prestigio del sacerdote vaya descendiendo entre el pueblo fiel a pasos agigantados, pues ha habido escándalos de todos los tamaños y para todos los gustos.
El católico tiene, como el sacerdote o el Administrador Apostólico, su personalidad, sus propios sentimientos, ideales, y también su peculiar autoestima. Por lo tanto, sólo de los sacerdotes depende el que la autoridad moral que todo sacerdote irradia sobre los católicos se mantenga sobre la base primera del respeto que toda persona debe a las demás. Pretender abusar de su condición de sacerdote para influir políticamente sobre el pueblo, es algo que no lo consentiremos de ninguna manera. Esto es precisamente lo que quieren algunos clérigos politizados, los que después de ser los causantes de grandes escándalos y de incumplir el Concordato, quieren que éste les defienda. La cuestión es tan clara que no necesita mayor argumentación. Pero sí una pregunta: ¿en qué ha quedado el asunto del reverendo Ubieta?
De usted su atto. ss.
J. Miguel de Larrañaga
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