Presentación “Ramiro de Maeztu”, intervención Josep Alsina (II)

En uno de sus libros más importantes, La crisis del humanismo, Maeztu expone su original y elaborada teoría contrarrevolucionaria. Imagina una sociedad prácticamente sin Estado, descentralizada por funciones, no por territorios, donde unas “corporaciones” parecidas a los gremios medievales se encargan de cada una de estas funciones. Esta originalísima tesis de Maeztu, a la que le llamo “socialismo gremial” por llamarle de alguna manera, hay que encuadrarla en el pensamiento contrarrevolucionario, pero con un sello de originalidad que le separa de otros autores, como Donoso Cortés, Vázquez de Mella o De Maistre.
Maeztu comienza su discurso con una condena sin paliativos del humanismo renacentista, y una defensa desacomplejada de la Edad Media, a la que considera la auténtica Edad de Oro de la humanidad. Para Maeztu la auténtica realidad de la vida humana sobre la tierra se traduce en la afirmación “el mundo es un valle de lágrimas”, que surge de la observación objetiva de la realidad circundante, y también en la afirmación “yo pecador” que surge de la observación objetiva del ser humano de su propia condición.
El punto clave del humanismo es la negación del pecado original y el optimismo respecto a la condición humana. No niega Maeztu que en el Renacimiento se hicieran grandes cosas, pero precisamente a partir de estas obras surge el falso razonamiento “mis obras son buenas, luego yo soy bueno”. El razonamiento continua con la proposición “yo soy bueno, luego tu eres malo y debes obedecerme”. A partir de aquí surgen las dos grandes herejías del mundo moderno: cuando este orgullo se reparte por igual entre todos los individuos surge el liberalismo; cuando es patrimonio de uno solo surge el autoritarismo.
Aunque resulte paradójico en un pensador contrarrevolucionario, Maeztu dedica mucho más tiempo a la impugnación del autoritarismo que del liberalismo. Para entenderlo debemos contemplar la obra en su contexto histórico. Para Maeztu la “crisis del humanismo” es el resultado de la I Guerra Mundial, en la que toma decididamente partido a favor de los aliados.
Maeztu inicia una auténtica deconstrucción filosófica de la modernidad, con una crítica feroz del pensamiento de Kant, de Fichte y de Hegel, al que llama “heresiarca máximo”. La conclusión de esta herejía (la herejía alemana) es el estado autoritario y burocrático-militar del Kaiser, al que culpabiliza de la I Guerra Mundial.
La fundamentación filosófica de La crisis del humanismo es una original combinación de fenomenología y de idealismo de corte platónico. Maeztu se aproxima al pensamiento de Husserl cuando reivindica la existencia de las cosas, pero esta “cosas” pueden ser, según Maeztu, cosas materiales o espirituales, es decir, todo aquello que es “realmente existente”. Las “cosas espirituales” se asemejan mucho a las ideas platónicas (es decir, tienen una existencia real en el plano espiritual o metafísico) pero con una diferencia: en Platón las ideas son innumerables, mientras que en Maeztu las “cosas espirituales” son cuatro: el Poder, la Verdad, la Justicia y el Amor. Son, a su vez, los cuatro atributos de Dios, por eso en ocasiones se habla de “pseudopoliteismo” en Maeztu.
Estos cuatro atributos divinos se reducen a tres en su otro libro:
Don Quijote, Don Juan y la Celestina: ensayos de simpatía, el Poder, el Amor y el Saber. Cada uno de ellos se identifica con uno de los tres personajes de la literatura clásica española, que así devienen “mitos católicos”, destinados a dar una trabazón cultural y metapolítica al proyecto de Maeztu de una regeneración hispana fundamentada en el clasicismo católico.

En El sentido reverencial del dinero Maeztu se centra en la riqueza como uno de los aspectos del Poder, uno de los tres atributos de la divinidad. Nace así su teoría del “capitalismo católico”, en la que se aprecian las influencias de Max Weber y Werner Sombart. En línea con estos autores piensa Maeztu que el desarrollo del capitalismo es precedido por el nacimiento de un “ethos” particular, de unos determinados valores, en los cuales la religión tiene una influencia preponderante. Frente al “sentido sensual del dinero”, en el cual este es visto solamente en función de los placeres que puede proporcionar, “el sentido reverencial del dinero” se manifiesta en los empresarios en forma de responsabilidad social y en la reinversión continua de sus ganancias, y en los trabajadores en la “concienciosidad” y orgullo profesional por el trabajo bien hecho.
En el modelo de Maeztu juegan un importante papel los sindicatos, entendidos como agrupaciones profesionales y gremiales, que, lejos de promover la lucha de clases, desarrollan el orgullo profesional entre los trabajadores y exigen reinversiones a los empresarios. Además son un importante elemento anti-individualista y de vertebración social.
El modelo de Maeztu, en el que hay cierta dosis de utopía, fue la base del capitalismo paternalista desarrollado en España a partir de los años sesenta por los tecnócratas vinculados al Opus Dei. La creación de una burguesía económicamente emprendedora, y una amplia clase media a la que ir incorporando, poco a poco, segmentos de la clase trabajadora. Seguridad y estabilidad en los puestos de trabajo, acceso a la propiedad y al consumo, y unos sindicatos oficiales dedicados a la “integración” de los trabajadores y que rechazaban la huelga o cualquier otro tipo de violencia en la negociación social.
No sabemos que hubiera opinado Maeztu del capitalismo neoliberal y de la globalización. Probablemente hubiera calificado el predominio de la economía especulativa sobre la real, y por tanto del especulador sobre el empresario, como un ejemplo característico del “sentido sensual del dinero”.
Maeztu vio la posibilidad de llevar a la práctica su modelo socioeconómico en la Dictadura de Primo de Rivera, a la que apoyó hasta el final sin ningún tipo de vacilación. Sin embargo no fue nunca el ideólogo de la misma, y Primo de Rivera nunca lo tuvo muy en cuenta. De hecho, los políticos que diseñaron la política social y económica de la Dictadura, Calvo Sotelo y Aunós, seguían una línea muy distinta a la que Maeztu propugnaba, siendo mucho más proclives al autoritarismo y al intervencionismo estatal.

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