Re: Necrológica: José Arturo Márquez de Prado (1924-2017)
De la misma Agencia FARO:
El prof. Miguel Ayuso publicó en la página 60 de la edición nacional del diario ABC del pasado martes 13 de junio un obituario que, ampliado, reproducimos a continuación.
In memoriam José Arturo Márquez de Prado
José Arturo Márquez de Prado ejemplifica un tránsito cabalmente opuesto al que emprendían muchos monárquicos en la inmediata posguerra. Cuando, con gran precocidad, empezaba a dar sus primeros pasos políticos, muchos carlistas de abolengo abrazaban (merced a lo que se llamó, interesadamente, a la muerte de Don Alfonso Carlos, «el noble final de la escisión dinástica») la sucesión isabelina del llamado Conde de Barcelona. Pepe Arturo, siempre se le conoció así, por el contrario, que procedía de notable familia –como se decía– «dinástica», pasó por entonces al bando legitimista que regía Don Javier de Borbón Parma. Algo parecido a lo que le ocurrió a su pariente algo mayor Francisco Elías de Tejada y Spínola, catedrático de Filosofía del Derecho con apenas veinticuatro años y una de las cimas intelectuales de la Comunión Tradicionalista del segundo tercio del siglo XX.
Sus comienzos no pudieron ser más prometedores, como dirigente de una AET madrileña frecuentada a la sazón por jóvenes como Rafael Gambra e Ignacio Hernando de Larramendi, pronto destacados filósofo y empresario respectivamente, que le sacaban algunos años y además se habían probado en el crisol de la guerra. Se distinguió desde el principio por su valentía y dedicación, con detenciones y multas frecuentes. Así, en 1944, por ejemplo, es conducido al campo de concentración de Nanclares de Oca por gritar ¡Viva el Rey! a la salida de la Misa por los Mártires de la Tradición en Madrid.
Ya en 1957, el Delegado Nacional de Requetés, José Luis Zamanillo, gestiona el nombramiento de Márquez de Prado como su adjunto, cargo que desempeñó con brillantez incorporando a los jóvenes a una organización que corría el riesgo de quedar anclada en los excombatientes. De manera que, al cesar Zamanillo en 1960, se convertiría naturalmente en su sucesor. Reunió de inmediato un Estado Mayor y diversificó notablemente la acción. Ayudó, por ejemplo, a los agentes de la OAS francesa que se hallaban en España, alguno de los cuales como el marqués de Brousse de Montpeyroux escondió en su casa. Buscó sobre todo la cohesión de los jefes de requetés, que concentraba en el monasterio navarro de Nuestra Señora la Real de la Oliva para rezar, estudiar –uno de los asistentes era el profesor estadounidense Frederick D. Wilhelmsen, íntimo amigo de Pepe Arturo– y prepararse militarmente. En la reunión de julio de 1964, ante la declaración conciliar de libertad religiosa que se avizoraba en lontananza, los presentes se juramentaron en la defensa de la unidad católica de España. Por no mencionar el proyecto frustrado de intervenir en la Cuba castrista en 1961, afortunadamente descartado a última hora, pues es sabido cómo concluyó el desembarco de la bahía de Cochinos. El Carlismo aparecía entonces «en todas las salsas», como el Jefe-Delegado, José María Valiente, no se cansaba de exhortar a sus subordinados.
En 1965 fue sustituido al frente de la organización militar de la Comunión Tradicionalista. Los nuevos aires que el príncipe Carlos Hugo y sus colaboradores imprimían al secular movimiento encontraban en el todavía joven líder, como en tantos otros de probada lealtad y ortodoxia, un obstáculo. El legendario Fal Conde, que le estimaba, y que también era mirado con recelo por los «neocarlistas», le dirigió por eso una carta expresiva que Pepe Arturo muchos años después aún exhibía con orgullo. También Don Javier, cuando la deriva desnaturalizadora se hizo palmaria, le sugirió discretamente que fuera a visitar a su segundo hijo varón, Sixto Enrique, a quien conocía desde que éste cursó de niño estudios en Vitoria, y que residía a la sazón en Lisboa al haber causado baja en la Legión española tras ser descubierto bajo nombre supuesto. Después de varios años, convencido por Pepe Arturo tanto como por los acontecimientos, Don Sixto finalmente despejó sus dudas levantando la bandera. Y encontró en Márquez de Prado a su principal colaborador. Los sucesos de la romería de Montejurra de 1976 unen sus nombres en una operación que siempre defendieron había sido de reconquista de un lugar sagrado que estaba siendo profanado. Pepe Arturo fue detenido y por las tardes, acompañado de una parte de los presos, rezaba el Rosario en la cárcel de Pamplona y recibía la visita de su amigo el profesor Álvaro d’Ors. Tuvo después algunas discrepancias tácticas con Don Sixto, sin dejar de prestarle nunca el debido homenaje: cuando el Señor venía a Madrid lo encontraba invariablemente para recibirlo en el aeropuerto, la estación o el hotel. Nunca por el contrario se sintió a gusto con la «Comunión Tradicionalista Carlista», creada en 1986, mientras usaba siempre el nombre histórico de Comunión Tradicionalista, la de Don Javier y Don Sixto, para referirse al Carlismo verdadero.
Pepe Arturo, de verdadera elegancia natural y dotado de una memoria extraordinaria, siempre dio muestras de una abnegación y generosidad admirables, movidas sin duda por su honda religiosidad. Sin hijos del matrimonio con Carmen López de Castro, puso toda su energía y su patrimonio al servicio de la Causa. Los últimos años, tras la muerte de Carmen, le apareció un deterioro neuronal y su sobrino Manuel Nogales lo trasladó a su casa de Villanueva de la Serena, cerca de su querida Talarrubias, en cuyo panteón familiar ha sido enterrado en una calurosa tarde de domingo de junio.
Una amistad de casi cuarenta años me permitiría añadir muchas cosas. Que dejo para otra ocasión. Aquí sólo era oportuno bosquejar los trazos esenciales de su biografía humana y política. Requiescat in pace.
Miguel Ayuso
José Arturo Márquez de Prado y Pareja nació en Madrid el 2 de noviembre de 1924 y falleció en Villanueva de la Serena el 10 de junio de 2017.
Agencia FARO
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Militia est vita hominis super terram et sicut dies mercenarii dies ejus. (Job VII,1)
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