Benedicto XVI da la cara por un Occidente mudo ante las atrocidades del Islam.
Bien, pues en el Círculo Carlista "Antonio Molle Lazo" no somos mudos y nos sumamos a la concentración convocada esta tarde a las 20h en la calle Bailén frente al Arzobispado de Madrid.
20 h.
Día 19 septiembre
Arzobispado Madrid, calle Bailén, metro Sol
FUERA EL ISLAM DE NUESTRA TIERRA
FUERA LA MENTIRA DEL FALSO PROFETA MAHOMA
¿UNIDAD EN LA APOSTASÍA?
Rafael Gambra
Tanto el pontificado de Juan XXIII como el Concilio Vaticano II que él convocó se inauguraron bajo el signo del “ecumenismo”, de un ecumenismo cuando menos sospechoso, que ha tenido un largo desarrollo en las últimas tres décadas.
Los propios textos del Concilio hacen ya una mención de las confesiones cristianas disidentes y de las otras religiones no cristianas o falsas en la apología de sus “valores espirituales o religiosos” con un claro designio hacia un ecumenismo “sin conversión”, es decir, por vía del diálogo y de la diplomacia.
No se trataría ya de la actitud caritativa del padre que acoge y perdona al hijo pródigo arrepentido sino de conversaciones interreligiosas en un plano de igualdad.
Tal ha sido después el sentido de numerosas visitas pontificias y, sobre todo, el encuentro ecuménico de Asís, y nada se diga de los proyectos de un Jubileo interreligioso que parece proponerse para el año 2030.
Sobre la licitud de estos encuentros y conversaciones fue terminante y clarísimo -como los demás hasta su tiempo- el Papa Pío XI en su encíclica “Mortalium animos” de 6 de enero de 1928. Decía así:
“La Iglesia de Cristo no sólo ha de existir necesariamente hoy, mañana y siempre, sino también ha de ser exactamente la misma que fue en los tiempos apostólicos, si no queremos decir que Cristo Nuestro Señor no ha cumplido su propósito, o se engañó cuando dijo que las puertas del infierno no habrían de prevalecer contra ella.
Y aquí se Nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen la múltiple acción y confabulación de los católicos que trabajan, como hemos dicho, por la unión de las iglesias cristianas.
Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas veces las palabras de Cristo: “Sean todos una misma cosa... Habrá un solo rebaño y un solo pastor”, mas de tal manera las entienden que, según ellos, sólo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado.
Opinan, pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y única Iglesia de Cristo, no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podrá ciertamente, desearse, y tal vez algún día se consiga, mediante la concorde impulsión de las voluntades; pero entre tanto, habrá que considerarla sólo como un ideal.
Añaden que la Iglesia, de suyo o por su propia naturaleza, está dividida en partes; esto es, se halla compuesta de varias comunidades distintas, separadas todavía unas de otras, y coincidentes en algunos puntos de doctrina, aunque discrepantes en lo demás, y cada una con los mismos derechos que las otras; y que la Iglesia fue única y una, a lo sumo desde la edad apostólica hasta tiempo de los primeros Concilios Ecuménicos.
Sería necesario pues –dicen-, que, suprimiendo y dejando a un lado las controversias que han dividido hasta hoy a la familia cristiana, se proponga y formule con las doctrinas restantes una norma común de fe, con cuya profesión puedan todos no ya reconocerse, sino sentirse hermanos.
Y cuando las múltiples iglesias o comunidades estén unidas por un pacto universal, entonces será cuando puedan resistir sola y fructuosamente los avances de la impiedad.
Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la sede Apostólica puede en manera alguna tener parte en dichos Congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.
Podrá parecer que dichos “pancristianos”, tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe?
Siendo la fe íntegra y sincera, fundamento y raíz de la caridad, necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad de la fe.
Por tanto, ¿cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y juicio propios aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿Y de qué manera podrían formar una sola y misma asociación de fieles hombres que defienden doctrinas contrarias?
Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la iglesia, unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos.
En cambio, sabemos, ciertamente, que de esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda religión, o “indiferentismo”, y al llamado “modernismo”, con el cual los que están desdichadamente inficionados sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.
Bien claro se muestra, pues, por qué esta Sede Apostólica no ha permitido nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de acatólicos; porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen, y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual El mismo la fundó para la salvación de todos.”
Por encima de este juicio razonado y terminante de Pío XI está la norma que nos dio Jesucristo Nuestro Señor para discernir las acciones e intenciones: “Por sus frutos los conoceréis”.
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