Ejemplos de Disidencia (II) – Nicolás Gómez Dávila
DICIEMBRE 18, 2016 BY DISIDENCIALEAVE A COMMENT
Nicolás Gómez Dávila. Uno di noi.
Existe una opinión extendida y arraigada de que el artista maldito es mejor artista. Para crear una obra realmente grande hay que haberlas pasado canutas, según esta opinión. Así, mediante el tormento se alcanzará el éxtasis. Esto es así por un número de razones, entre las cuales una importante es que es más fácil de contar una historia en la que el protagonista suffre bucho. Que Van Gogh en toda su vida vendiera sólo un cuadro, que Beethoven compusiera su obra magna estando sordo como una tapia o que Nietzsche acabase con el cerebro comido por la sífilis en un manicomio son historias simples de contar y como que dan mérito y lustre a la obra.
En esta página hemos empezado el relato de vidas disidentes con la de un hombre que pudiera encuadrarse en ese malditismo, Solzhenitsyn. No es sin embargo que criticase la URSS tras estar preso en el Gulag lo que nos llama la atención (no lo que más, ciertamente). Sino que una vez establecido con relativa comodidad y libertad siguiese escribiendo lo que le viniese en gana, criticando también los defectos de Occidente. A Solzhenitsyn le interesaba la condición humana, y ésta es capaz de grandes obras y actos ruines en casi cualquier circunstancia. “La línea que separa el bien y el mal está en el corazón de cada uno de nosotros, ¿quién se atreve a mutilar un pedazo de sí mismo?”
Hoy vengo a hablar de un hombre al que habríamos estudiado en la escuela (al menos los escolarizados desde los años 90) si ésta realmente tuviese como fin la formación de la juventud. Sobre los verdaderos fines del sistema público de deformación hablaremos otro día. Hoy vengo a hablar de Nicolás Gómez Dávila.
¿Tirar los mejores años de mi vida escuchando sandeces en un aula? ¡Una leche!
Tenía nombre de comerciante español o sudamericano, y en efecto lo era. Don Colacho, como le conocían sus amigos y vecinos de Bogotá, era un colombiano (o español de Nueva Granada como prefería definirse) nacido en una familia pudiente, no obscenamente rica, pero razonablemente bien situada. Estudió en París e Inglaterra en la adolescencia y luego volvió a Bogotá. Jamás fue a la Universidad, se hizo cargo del negocio familiar de telas, se quedaba leyendo hasta tarde en la nutrida biblioteca de su casa, crió a tres hijos y ahí quedó todo hasta que murió en 1994, querido por los que le conocían e ignorado por el resto.
¿Ahí quedó? ¡Y un carajo! Hemos de hablar de la Colombia en la que él vivió, puesta de moda ahora por una serie de televisión. Hablamos de un país en el que hubo un período conocido como La Violencia. Lo que tiene mérito tratándose de una nación con 8 o 9 guerras civiles desde la independencia, guerrillas marxistas, narcoguerrillas, narcoguerrillas marxistas… un pifostio que deja a Juego de Tronos en simple fantasía escapista (bueno, es simple fantasía escapista). Un país de inspiración bolivariana, es decir másonica, liberal e ilustrada. Y ahí en medio un simple comerciante, armado tan solo con su talento, su vastísima biblioteca y dos cojones como los del caballo de Espartero escribió una obra que merece formar parte de los libros que sólo un idiota no leería.
Thug life, aquí rodeado de mi alijo de droga dura
¿En qué consiste esa obra? Pues es sencillo: son frases breves, aforismos lapidarios a cuál mejores (llamados Escolios, de la palabra griega que significa “comentario”), en los que demuele sistemáticamente el edificio ideológico de la Modernidad. Gómez Dávila era, en efecto, un reaccionario. No un conservador: un reaccionario. No le gustaba el mundo de inspiración ilustrada, porque veía que el sueño de la razón producía monstruos. Y desde su esquina olvidada de Occidente fue recopilando década tras década varios tomos de sabiduría concentrada. Sabemos del gusto de ciertas personas por las frases profundas de origen exótico, chino o indio (gusto que no compartimos en esta santa casa). Y del mismo modo nos asquea la manía de las frases paulocoelhistas, huecas y sin sustancia pero útiles para engatusar incautos e irse riendo al banco contando billetes.
El amable lector es libre de pensar “puf, otro coñazo sudamericano, y encima compatriota del tío aquel amigo de Fidel Castro, no me lo leo ni con los hogos de otro”. Y estaría perdiéndose al único filósofo del siglo XX que merece la pena. Sí, señores, el único. Ni Sartre, ni Heidegger, ni leches. Rechacen a los hijos bastardos de la Ilustración nancys o stalinistas, y vayan a la disidencia de verdad. No hace falta tener un apellido impronunciable para ser un auténtico sabio. Y además tenemos el honor y el privilegio de poder leerlo en su lengua original, tal como salieron de la mente del autor. No les llevará mucho tiempo encontrar frases seleccionadas, leer un puñado de ellas y saborearlas tranquilamente, el formato de escolios es ideal para las personas que quieren cultivar la mente pero están escasas de tiempo: un par de frases en un minuto muerto, no más.
“Tener razón es una razón de más para no lograr ningún éxito”
Como suele ocurrir, no fue profeta en su tierra y sólo poco antes de su muerte, merced a las traducciones al alemán, lo rescataron del olvido. Fue Ernst Jünger, otro que merece ser conocido como ejemplo de disidencia (pensador radical, gran escritor y última persona condecorada con la Pour le Mérite en la I Guerra Mundial) quien más hizo por divulgar la obra de Gómez Dávila. Como en otras ocasiones, mejor dejar hablar al propio autor y que cada cual saque sus conclusiones:
La vida del moderno se mueve entre dos polos; negocio y coito.
El moderno cree vivir en un pluralismo de opiniones, cuando lo que impera es una unanimidad asfixiante.
La palabra moderno ya no tiene prestigio automático sino entre tontos.
El mundo moderno no será castigado. Es el castigo.
El moderno llama cambio caminar más rápidamente por el mismo camino en la misma dirección. El mundo en los últimos trescientos años, no ha cambiado sino en ese sentido. La simple propuesta de un verdadero cambio escandaliza y aterra al moderno.
Cada día resulta más fácil saber lo que debemos despreciar: lo que el moderno aprecia y el periodista elogia.
El moderno se ingenia con astucia para no presentar su teología directamente, sino mediante nociones profanas que la impliquen. Evita anunciarle al hombre su divinidad, pero le propone metas que solo un dios alcanzaría o bien proclama que la esencia humana tiene derechos que la suponen divina.
El suicidio más acostumbrado en nuestro tiempo es pegarse un balazo en el alma.
La historia literaria enseña que la obra de todo gran poeta se divide en dos partes: la que seguimos admirando y la que influyó sobre la literatura.
Los pecados que escandalizan al público son menos graves que los que tolera.
Las revoluciones de la izquierda sólo cambian el orden de los naipes. La Revolución es inútil mientras no se inventen barajas nuevas con palos inéditos.
El reaccionario, hoy , es el antípoda del conservador. Es decir: del defensor de la democracia burguesa de ayer contra la democracia pequeñoburguesa de mañana. Pero el reaccionario nada espera de una revolución. Cuando el tedio y el asco engendren tiempos propicios, la reacción no será trivialmente revolucionaria sino radicalmente metanoiática
N. del R.: “Metanoiática”, una de las pocas palabrejas técnicas que usaba Gómez Dávila, viene del griego Μετανοεῖτε metanoeite, cambiar la mente o arrepentirse. Es decir, que la reacción no será una revolución, sino un cambio de pensamiento, un arrepentimiento del error. Que para algo el tío sabía latín y griego entre varias otras lenguas.
La política es la ocupación de las almas vacías.
El progresista se sulfura, de viejo, viendo que la historia archiva lo que llamó progreso de joven.
Las jerarquías son celestes. En el infierno todos son iguales.
Queda al arbitrio del amable lector decidir si Gómez Dávila acertaba en poco, en mucho o en todo. Por mi parte no he encontrado una sola frase que no se acabara probando cierta. Un compañero de podcasts, Pelayo, dice así: “el mundo post-moderno de 2016 acaba por confirmar las afirmaciones de Dávila que, si bien en su tiempo pudieron verse como exageradas; hoy nadie cuerdo dudaría en suscribir de la a a la z”.
Dejo una frase que con la muerte de Fidel Castro y las reacciones que ha suscitado en los pijirrojos, Junckers y Trudeaus de la vida resuena como campanada:
Nada enternece más al burgués que el revolucionario de país ajeno.
El que sus escolios no se conozcan mejor obedece en parte a la modestia del autor, que decía esto de su propia obra:
Los que carecemos de talento traducimos meramente textos anónimos y públicos en el idioma de nuestras preocupaciones personales.
Decíamos antes que no era un maldito por su vida, que fue relativamente cómoda y próspera. Pero su obra sí lo es. Han visto fogonazos de disidencia en grado de altísima pureza. Un escritor católico, reaccionario y antimoderno en un país (y una civilización) donde el culto al progreso es religión y los sumos sacerdotes son marxistas o liberastas. Donde la literatura se vende al peso y hasta los libros para niños (o para adultos con taras mentales) superan las 700 páginas él escribía frases de las que un par de ellas bastan para estar reflexionando un buen rato.
Recuerden, disidentes:
El supremo aristócrata no es el señor feudal en su castillo, sino el monje contemplativo en su celda.
(Con un cordial saludo a Juan C. Rojas, lector colombiano del blog que con su comentario en el artículo de Solzhenitsyn me inspiró para escribir éste)
Simonow.
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