entrevista. juan manuel de prada, escritor
«España no es una democracia sino una partitocracia, que es una forma de tiranía»
El autor vizcaíno abre el nuevo curso del Aula de Cultura de ABC de Sevilla, patrocinada por Banco Sabadell y la Real Maestranza, con la conferencia «Pero, ¿existe España?»
jesús álvarez / sevilla
Día 04/10/2011 - 10.04h
daniel g. lópez
Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970), escritor, crítico literario y articulista, es autor, entre otros, de «Las máscaras del héroe», novela que publicó con 26 años y con la que deslumbró a la crítica española; «La tempestad» (Premio Planeta); «La vida invisible» (Premio Primavera y Premio Nacional de Narrativa); y «El séptimo velo» (Premio Biblioteca Breve). Como articulista, ganó los premios González Ruano, Mariano de Cavia y Joaquín Romero Murube.
—Se pregunta usted «si existe España», ¿por qué?
—Se trata de una pregunta provocadora para la conferencia del Aula de Cultura, pero partiré de esa célebre frase que dijo Zapatero de que es «discutible y discutido» que España sea una nación.
—¿Y tenía razón?
—Zapatero ha dicho muchas mentiras, pero también algunas verdades. Y ésta es una de ellas. Pocos conceptos políticos son tan discutidos actualmente como el concepto de nación. Se trata de un concepto liberal, puramente contractualista, por el cual un número de personas decide libremente asociarse para formar una nación.
—¿Y ese «contrato» ya no vale en España?
—En mi conferencia trataré de demostrar cómo el concepto de nación liberal no sirve para mantener la cohesión o el sentido de pertenencia de una comunidad política a un determinado territorio.
—¿Y eso tiene arreglo?
—Yo creo que los españoles tienen que reconocerse en su pasado. España no comienza con las revoluciones liberales ni con la Constitución de 1812, aunque fueran hitos muy importantes en la Historia de España.
—¿Teme que España «se puede romper», como vaticinaba el PP?
—Yo creo que cuanto menos nos reconozcamos los españoles en esa serie de hechos y realidades que han ido configurando España a lo largo de la historia, el peligro de ruptura de España será cada vez mayor. Y lamentablemente ya muchos españoles no se reconocen en hechos como la Reconquista, que no se aceptan en muchos ámbitos como propios de nuestra identidad. Y eso es lo que ha dado cohesión a los reinos de España durante mucho tiempo.
—¿Y existe la posibilidad de recuperar esas señas de identidad?
—¿Por qué no? Yo no creo en la fatalidad de la historia. Creo que el sentido común hace que los pueblos, cuando se dan cuenta de que el camino que han cogido les lleva al abismo, se detienen y retroceden hasta la bifurcación en la que se equivocaron.
—¿Y el «patriotismo constitucional» de Zapatero no tiene futuro?
—Ese patriotismo constitucional no tiene ningún futuro. La gente necesita ese sentimiento de pertenencia a cosas concretas que alimenten su vida y desde luego una ley o una Constitución es en el fondo no deja de ser un papel.
—¿Se refiere a que nos haría falta algo más «emocional»?
—No sólo emocional, también racional. Una ley no da ningún sentido de pertenencia. Hace falta reconocer vínculos históricos muy profundos. A los españoles, para pasar las aduanas del llamado progresismo, se les obliga ahora a renunciar a esos hechos históricos, culturales, religiosos, tradiciones, etcétera, que nos preceden y que han hecho de España lo que es. Es que si ahora no te carcajeas de los Reyes Católicos, te conviertes en un ciudadano de segunda fila.
—Sostiene Boadella que para ser «un buen catalán», según la corrección política impuesta en Cataluña por los nacionalistas, hay que ser «antiespañol»...
—Esa es la idea en la que se basan los nacionalismos: crear una identidad propia a costa de destruir la identidad común.
—¿Y si te sientes «español» no puedes ser «progre»?
—Claro. Y por eso hay que renegar de todos los rasgos y tradiciones religiosas y culturales españolas.
—¿Como la de los toros en Cataluña?
—Sí, pero todo esto es una consecuencia del concepto de nación en base a un puro contractualismo.
La crisis económica
—¿Qué cree que quedará de España tras la crisis?
—Más una crisis estamos en un cambio de era. Y creo que, aunque va a ser doloroso, lo que nazca en esa nueva época puede ser bueno. Podríamos recuperar una economía real y un fortalecimiento de los vínculos familiares, además de una recuperación de la fe. Lo que sí tengo claro es que el capitalismo financiero, que es lo que se está derrumbando, era una creación monstruosa.
—¿Estamos ante una crisis de valores, además de una crisis económica?
—Sí, estamos ante el fracaso de un modelo económico, político, moral, fundado en la obtención del beneficio. El temperamento del español siempre hace que cuando las cosas están mal, política, económica sy ocialmente, al final esto siempre se soluciona quemando iglesias, incluso algo de eso ya se empieza a intuir.
—¿Y no es posible que la religión salga beneficiada de esta crisis de valores y se convierta en una salida para muchas personas?
—Es posible, pero yo creo que la religión más que una buena salida debe ser una buena entrada. Los pueblos sin religión están condenados a la extinción. Solo la fe en otra vida es la que nos transmite fe para ser buenos en esta vida y ganarnos la otra. La historia demuestra que todas las civilizaciones que se han hecho descreídas han acabado desapareciendo.
—¿El llamado «Estado de Bienestar», que nació en la Europa occidental hacia la segunda mitad del siglo XX, puede ser pronto una quimera? ¿Cree que la globalización mezclada con la crisis no puede llevar a una «americanización» de nuestro modelo social?
—Creo que el «Estado de Bienestar» al que se refiere siempre fue una quimera porque más allá de la educación u otras prestaciones que el Estado debe prestar, se convirtió desde el principio en una especie de sustitutivo de los vínculos naturales y sociales que habían sido arrasados o destruidos previamente por ese mismo modelo. El Estado debe hacer una función de beneficiencia en el caso de los mayores o personas impedidas, pero de ahí a una ley de dependencia va un trecho. ¿Por qué se hace? Son los familiares los que están obligados a cuidar de sus mayores, en su casa. Lo que ha buscado el Estado son crear personas desvinculadas, sin ningún tipo de protección natural, que se han tenido que refugiar en el Papá Estado. El «Estado de Bienestar», en ese sentido, concediendo subvenciones y demás, ha sido malo porque nos ha convertido en borregos dependientes de unos políticos. O sea, que desaparezca ese tipo de Estado de Bienestar no me parece mal.
—¿El tercer gran partido español, después del PP y el PSOE, es el de la corrupción?
—La corrupción es una consecuencia lógica de una política sin Dios, que ha terminado convirtiéndose en una política sin moral, que ha generado una ética puramente utilitarista en virtud de la cual sólo es malo lo que hace un daño directo a alguien. El político que se queda con una «mordida» piensa que no hace mal a otros recalificando un suelo rústico, sino al contrario, cree que está creando riqueza, de la cual se queda, claro, una parte.
—¿La calidad democrática de España con qué otro país la compararía?
—Es que yo creo que no vivimos en una democracia. El problema de las «democracia» española es que no es una auténtica democracia sino una partitocracia donde el voto ciudadano está únicamente orientado hacia el fortalecimiento de las implacables estructuras de poder de los partidos políticos, que lo invaden y lo corrompen todo. Igual que en los demás países occidentales, en España no existe separación de poderes. Los partidos políticos eligen a los jueces del Tribunal Constitucional, a los miembros del Consejo General del Poder Judicial, a los consejos de administraciones de las cajas, a quienes tienen el poder en las universidades. Los partidos políticos son el único poder que existe en España. La partitocracia en la que vivimos es una forma de tiranía como otra cualquiera: lo que ocurre es que el tirano no se encarna en una persona sino en un grupo de poder, en una casta o en una oligarquía.
—¿Por qué cree que los intelectuales españoles tienen tan poca visibilidad e influencia en la política y la sociedad, a diferencia de los franceses o alemanes?
—En líneas generales, la desgracia del intelectual, término siniestro donde las haya, es que, en contra de lo que parece, el intelectual suele ser un sicario del poder establecido, un mero lacayo. Yo lo que percibo en lamayoría de los llamados intelectuales españoles es una mera adhesión a los principios del régimen, es decir, a la corrección política.
—¿Cómo cree, pues, que se puede sobrevivir intelectualmente en España?
—Si uno no quiere ser devorado, tiene que mantenerse constantemente alerta, cuestionarlo todo, revolverse contra todas las ideas establecidas y los clichés hegemónicos y contra los tópicos encumbrados a la categoría de dogma, aunque esto es doloroso, porque esa irreductibilidad provoca rechazo social. La manada lo que quiere es que te incorpores como uno más.
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