Cuando escribo estas líneas, en los Estados Unidos, el Partido Republicano ha perdido de manera abultada la Cámara de Representantes y el Senado está también a punto de perderse para su causa. Parece entonces que algo no ha funcionado. El problema es determinar qué.
Malos tiempos para los neocon y el Partido de la Guerra en España
Algunas de las causas por excelencia del GOP sin duda no han sido siquiera debatidas. La campaña demócrata, en líneas generales, no ha girado en torno al aumento del presupuesto de Defensa: en Tennessee y en Virginia, respectivamente, los candidatos demócratas Harold Ford y Jim Webb han defendido abiertamente el aumento del presupuesto militar. Tampoco el Partido Demócrata ha clamado unánimemente por la designación de John Roberts y Sam Alito para el Tribunal Supremo, y tampoco los candidatos demócratas han pedido una subida de impuestos. Respecto a la inmigración, solo George W. Bush, contra su propio partido, ha defendido la amnistía de ilegales y la presencia de mano de obra extranjera. Por lo demás, incluso Hillary Clinton ha votado a favor de la construcción del muro de separación en la frontera con México.
Entonces, ¿qué es lo que no ha funcionado? Primeramente, el GOP ha sido duramente castigado por los casos de corrupción como el de Abramoff o el de Foley. El partido de Bush ha dejado de ser una referencia moral para una sociedad altamente moralizada. Pero en segundo lugar, las "cifras de crecimiento" económico de los académicos apenas pueden ocultar ya la destrucción del tejido industrial de los Estados Unidos, en el altar soberano del capital global. Es más que previsible que el presidente no consiga la autorización para una nueva ronda de Doha y que sus tratados de "libre comercio" –que pagan con sudor los ciudadanos norteamericanos- no se puedan firmar tan fácilmente.
Sin embargo lo definitivo ha sido la guerra de Irak. Dos de cada tres americanos creen que la guerra fue un desastre de la política exterior y se sienten engañados por ello. No creen que derribar a Sadam mereciera una guerra que ni siquiera entienden, plagada de mentiras y oscuridades inconfesables, contra un enemigo que no les había atacado, que no era una amenaza para los Estados Unidos y que no quería la guerra con ellos. Pese a ello, los norteamericanos no quieren perder Irak como perdieron Vietnam, por lo que el Partido Demócrata, que no tiene ninguna idea clara al respecto, ha sido votado, antes que por ofrecer soluciones, por un amargo resentimiento contra una política fracasada, una política cuyo clímax ha llegado de la mano de los votantes estadounidenses que, encima, y como síntoma del fracaso de esa misma política, ven a otro antiamericano feroz –el que la disuasión reaganiana derrotara en los años 80- instaurarse en su nicaragüense patio trasero.
Mientras tanto los neocon, inmunes a la realidad y, como buenos izquierdistas, sordos en su fanatismo a una voluntad general en la que jamás creyeron, claman en sus libelos por otra vuelta de tuerca. Norman Podhoretz se preguntaba hace escasamente un mes en Commentary si estaba viva la doctrina Bush y concluía que estaba más viva que nunca. Este mismo mes de noviembre, el tema central de este evangelio neocon se titula "Poniéndose serios con Irán" y abren Amir Taheri con "Por un cambio de régimen", acompañado de Arthur Herman, que clama por "Una opción militar". The Weekly Standard no le va a la zaga: guerra, guerra y más guerra, aquí y en todas partes. Para que luego digan que no existen los extraterrestres, solos en su torre, sin rendirse ni ante la evidencia.
Y ahora un aviso a navegantes. Todos aquellos que en nuestro país, y en Europa en general, apoyaron los embustes de la guerra de Irak y las desastrosas consecuencias que está teniendo para los Estados Unidos y para el Occidente, deberían ir pensando en reestructurar bien sus ideas y, algunos, su decencia. El pasado fin de semana Alfonso Armada, en el dominical de ABC, describía el contexto histórico en que se han desarrollado estas elecciones. Ni una mención a la fractura intelectual del conservadurismo americano, ni al lobby neoconservador, ni a los críticos de la guerra, entre los que se encuentran generales de cuatro estrellas. Es difícil imaginar una frivolidad mayor. Uno se pregunta si se obtiene algún beneficio de retratar una realidad ficticia, capaz de pasarnos factura en el plazo de unos meses.
Los Reales Institutos Elcano, los FAES, los "liberales" y toda la fauna de diverso pelaje que han apoyado el complejo ideológico de Irak han fracasado porque sus ideas no han sido capaces de convencer ni a aquellos que teóricamente deberían estar más convencidos. Por lo demás, hemos explicado hasta la saciedad cómo la política exterior norteamericana, asumida de manera más o menos tácita por Europa, ha producido exactamente los efectos contrarios a los perseguidos. No negaré que el panorama es poco halagüeño. Por ejemplo, las recientes loas de Aznar a la condena a Sadam, más que subrayar la calaña del condenado, mueven a pensar en la mediocridad de nuestros dirigentes alternativos y evidencian que no existe en la arena política actual una alternativa entre los absurdos de Zapatero y la parodia servil del neoconservadurismo popular.
Por supuesto, no hay que tener fe en que los demócratas vayan a resolver uno solo de los problemas de los Estados Unidos. Pero a muchos de los amantes de la América tradicional nos parece que el desastre del lobby neocon ofrece la mejor de las expectativas para que sus irreconciliables enemigos "paleoconservadores" recuperen el control del Partido Republicano e incluso puedan refundarlo ideológicamente. Hace quince días escribía algo parecido W. James Antle III en The American Conservative. Posiblemente solo de esta manera los Estados Unidos puedan salir del marasmo en el que se encuentran para su propio bien y el de todo el Occidente. Como aparece en el inmortal cuadro de Arnold Friberg, "La oración en Valley Forge", símbolo de la América eterna, quizás sea ésta una buena causa por la que rezar.
Eduardo Arroyo
http://www.elsemanaldigital.com/arts/58907.asp
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
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