LA FABULA DE PEDRO Y EL LOBO ANGLADA

Cerca de trece mil ciudadanos han votado a Plataforma per Catalunya en las municipales del 27-M. Con una presencia testimonial en las cuatro comarcas del Principado, viene denunciando insistentemente la pésima gestión de los flujos migratorios por la endogámica clase política. Tras obtener diecisiete regidores –cifra insignificante si se compara con los más de 3000 regidores de PSC o CiU-, las alarmas mediáticas no han dejado de sonar desde que el pasado domingo, políticos de toda condición, telepredicadores habituales y prensa “seria”, decidieran señalar a Josep Anglada como el enemigo público número uno de este país.

Si ha existido un problema que angustiaba a los ciudadanos y durante casi dos décadas ha sido silenciado por el monólogo del poder es, sin duda, el fenómeno de la inmigración. Por activa o por pasiva, los partidos fueron minimizando los conflictos de convivencia y adaptación de un colectivo que, si bien no es homogéneo, generaba una creciente crispación y malestar. En la medida que todos los agentes implicados miraban hacia otro lado -entreteniendo al personal mientras tanto-, el problema se volvió incontrolable. En la actualidad, la llegada por tierra, mar y aire de presuntos refugiados económicos y políticos de medio planeta, ha puesto en evidencia la incapacidad para asumir responsabilidades de todos aquellos que, elegidos por los ciudadanos, se presuponía que debían de aportar las soluciones a los nuevos problemas. No fue así. El motivo estaba claro: ello comportaba un desgaste político que nadie quiso asumir. El gobierno de Aznar zanjó la cuestión con una actitud timorata y mucha manga ancha, precisamente, la que no tuvo ni con los asesinos de la ETA, ni con las armas de destrucción masiva de Sadam. No podemos olvidar que, como consecuencia de esa falta de coraje, la factura que finalmente pagaron a la postre en la calle Génova fue muy cara: perder unas elecciones por la carnicería perpetrada por una veintena de islamistas marroquíes, que en su mayoría, se encontraban en el país de forma ilegal.

La izquierda del buen rollo, impoluta y acomplejada, los ecoestalinistas con coche oficial y las legiones de parásitos en busca de un sueldo vitalicio, adoptaron idéntica actitud, añadiendo la delirante idea de dar papeles a todos, incluyendo en el paquete, a la suegra que debía ser operada de cataratas con cargo a los presupuestos menguantes de la seguridad social. Así, mientras inauguraban compulsivamente plazas duras y quilómetros de carril-bici, regularizaban con la simple presentación de un carné de biblioteca, a un millón de inmigrantes-productores en apenas cinco meses. Las peonadas de la época de Felipe González, fueron substituidas por los permisos de residencia otorgado por el gobierno de ZP, bajo el síndrome mediático del “diálogo de civilizaciones”. Pero lejos de solucionar el asunto, ZP sembraría entre millones de españoles serias dudas sobre su capacidad de gestión ante uno de los grandes retos a los que se enfrentaba la sociedad española del siglo XXI. Cuando desde el gobierno se intento convencer de que la inmigración “sólo aportaba beneficios”, y reitero, sólo beneficios, fueron muchos los contribuyentes que empezaron a pensar que la el estado de las cosas sólo podían ir a peor.

De estos días y de esas horas, cuaja entre la ciudadanía -cansada de promesas y palabras huecas-, una desconfianza latente hacia unas formaciones políticas con planteamientos desfasados y excesivamente dogmáticos. La ley de memoria histérica, los estatutos locales o los pleitos televisados entre las distintas sectas, no venían a solucionar los problemas de inseguridad que padecían miles de barrios y pueblos de toda España. En Catalunya, sin ir más lejos, fue necesaria de nuevo la presencia de la Guardia Civil para intentar frenar las patrullas vecinales ante los continuos asaltos de las mafias militarizadas de la Europa del Este. Los estallidos tribales en la vecina Francia, con un balance de varios muertos y millones de euros calcinados a manos de delincuentes de poca monta, tampoco hicieron reaccionar a unos políticos abonados al Photoshop, al canapé y la risa tonta. Tal tanta la torpeza mostrada, que en el nuevo Estatut catalán, el fenómeno de la inmigración era despachada con pudor, en un texto donde el intervencionismo en la vida privada de los catalanes lindaba con la paranoia orweliana.

Tras los resultados cosechados por la Plataforma en diversos ayuntamientos, las mentes lúcidas y bien cebadas del mercantilismo de lo “políticamente correcto”, volvieron a desenterrar el hacha de guerra, entonando el ya cansino trilema del “pipi-caca-ultra”, como único argumento de análisis y debate. Hasta el Honorable Montilla, en un gesto de cinismo sin precedentes, llegó a afirmar su preocupación por el tsunami Anglada. De la altísima abstención registrada durante los comicios, se despachó a gusto argumentando que era un síntoma de satisfacción por la gestión realizada por el Tripi-partido.

Josep Anglada, los regidores y regidoras escogidos democráticamente y los hombres y mujeres de Plataforma serán, sin lugar a dudas, el gran problema de los próximos cuatro años. La bestia negra ha despertado de su letargo y debe ser aniquilada sin contemplaciones. Es posible que, únicamente de esta manera, los cientos de miles de ciudadanos que se quedaron en casa satisfechos por la gestión del Honorable Montilla, Portabella el “Fermoso” y doña Mayol, tengan un motivo para acercarse a las urnas.

La consigna es tan simple como el cerebelo de Montilla: la ultraderecha no puede llegar al poder. Soy de la opinión que la ultraderecha hace décadas que se ha instalado en los despachos con moqueta oficial de este país. Es una ultraderecha que cuando evacua, desprende esencias de pachulí e incienso otomano, pero que cuando legisla, tolera que por omisión –o mejor dicho, por comisión-, el precio de la vivienda en Barcelona se sitúe cercano a los seis mil euros el metro cuadrado. Es la que obedece sin rechistar las directrices del Fondo Monetario Internacional para deslocalizar empresas y precarizando la vida de millones de familias trabajadoras. Es la que afirma y sin rubor, que los catalanes no quieren trabajar y, que por ello, justifica el repugnante esclavismo transnacional de funestas consecuencias para las sociedades de acogida y de origen. Y, sobre todo, es la que permuta las deudas contraídas con La Caixa, a cambio de suculentas opas y contraopas, saliéndole gratis el coste de los dípticos, la cartelería, la publicidad estática y la gasolina de los autobuses repletos de entregados militantes lobotomizados.

¡El lobo, el lobo! ¡Labradores, que viene el lobo Anglada y se va a comer las ovejas-votantes!



Arnau Jara